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24 de septiembre 2017

Ariel Lieutier y Juan Cuattromo

Economistas del Instituto de Trabajo y Economía Fundación Germán Abdala

APUNTES DE ECONOMIA POLITICA PARA PENSAR LAS PASO

Tiempo de lectura: 8 minutos

Hace algunos años el economista Eduardo Levy Yeyati, uno de los cuadros más lúcidos de Cambiemos, escribía: “La Argentina, como cualquier otro país no es raro ni excepcional. Es, apenas, complejo. Y si algo caracteriza la “complejidad” argentina es su inconstancia, eso que el frío lenguaje científico llama “volatilidad”. La Argentina es inconstante tanto en su economía como en sus expectativas y consensos”.

La tesis de la inconstancia aplicada de manera generalizada a la historia económica argentina luce, a primera vista, polémica. El proyecto de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI) que sobrevivió, digamos precariamente, en la mitad del siglo pasado funcionaba sobre un soporte distributivo que no cuestionaba de modo decisivo el crecimiento tendencial en la actividad económica (entre 1930 y 1975 el crecimiento promedio fue de 3,2% por año).

Esto, desde ya, no quiere decir que no hubiera intensos conflictos (los que además estaban profundamente entrelazados por las disputas políticas) sino que había un principio de acuerdo más o menos difundido respecto a las características centrales del patrón de acumulación. Para decirlo en lenguaje tribunero: durante un rato, el partido era trabado pero lo que no estaba en discusión era en que cancha se jugaba.

En este sentido, el golpe cívico-militar del ‘76 y la emergencia del neoliberalismo (tanto a nivel local como a nivel global) impusieron un duro y profundo ajuste regresivo que modificó de modo estructural el patrón de distribución del ingreso dando inicio así a un proceso de estancamiento que duró un cuarto de siglo. En efecto, durante el primer año de la dictadura, la participación de los salarios en el ingreso se desplomó desde 45,3% hasta 29,1% (-16,2 p.p.) y entre 1976 y 2002, la economía nacional registró un crecimiento promedio anual de 0,9%.

No obstante, el objetivo de estas líneas no es profundizar sobre la turbulenta historia económica argentina; ni tampoco polemizar con Levy Yeyati. Mas bien por el contrario, la frase con la que iniciamos este artículo resulta muy útil para ilustrar la evolución reciente de nuestro país.

A nivel conceptual nos parece importante recordar que en el marco del sistema de producción capitalista (inherentemente injusto como es), la posibilidad de sostener procesos de expansión en la actividad económica y en las condiciones materiales de vida de la población, requiere de pautas distributivas aceptadas (al menos, de modo tácito) por amplios sectores de la población.

En este sentido, la llamativa “inconstancia” argentina nos obliga a pensar en una sociedad que no termina de conformar consensos distributivos relativamente estables en el tiempo. Así, aquello que se creía conseguido durante el ciclo kirchnerista hoy está en cuestión. El macrismo, por su parte, empuja por la construcción de un nuevo patrón distributivo (otro más), cuyo punto de llegada permanece todavía difuso, pero sus primeros pasos permiten trazar las líneas principales de ese horizonte imaginario que tiene a los trabajadores y las mayorías populares como perdedores natos.

 

Estancamiento, distribución del ingreso, conflicto y después…

Identificar el porqué de la ruptura del precario e intenso consenso social en torno al acuerdo distributivo que llevaba implícito el kirchnerismo es fundamental para interpretar al macrismo tanto en sus cuestiones aspiracionales como respecto a sus posibilidades fácticas de llevarlas a cabo.

Durante los primeros 8 años del ciclo kirchnerista tuvo lugar un fortísimo proceso de crecimiento económico y distribución del ingreso que generó una mejora generalizada en las condiciones de vida. De acuerdo al Indicador Mensual de Actividad (IMA) que desarrollamos en ITE, el crecimiento promedio entre 2003 y 2011 fue de 6,1% anual. En tanto, los últimos cuatro años de dicho ciclo se dieron en un contexto de estancamiento económico (las causas y factores internos y externos que coadyuvaron a la misma son objeto de una discusión que en algún momento en campo nacional y popular deberá saldar, pero que excede el marco de la presente) que sin embargo no implicó un abandono en la pulsión re-distributiva.

El problema, es que el contexto de estancamiento económico genera una dinámica social compleja porque las políticas de re-distribución del ingreso se tornan explicitas: lo que crece uno se hace a costa de lo que pierden otros.

la llamativa “inconstancia” argentina nos obliga a pensar en una sociedad que no termina de conformar consensos distributivos relativamente estables en el tiempo

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Esta “explicitación” de la distribución del ingreso derivó tensiones sociales que resintieron las bases de la alianza social y política que había triunfado en las elecciones de 2011 con el 54% de los votos. A nuestro entender, es sobre estas tensiones que Cambiemos logró construir una opción mayoritaria y llegar al Gobierno, y a proponer el nuevo patrón distributivo al que nos referíamos más arriba, y que en buena medida va en el sentido inverso al que estuvo vigente hasta el 10 de diciembre de 2015.

Si es cierto que en los últimos años el proceso distributivo del kirchnerismo se tornó explicito, durante el primer año del macrismo este proceso fue “recontra” explicito, porque se dio en un contexto de contracción de la actividad económica, con lo cual los trabajadores y los sectores populares perdieron 2 veces: no sólo les toco un porcentaje más chico de la torta, sino que ésta se hizo más chica. Estimamos que en 2016, la actividad económica cayó -2,8% y el salario real promedio entre -5 y -7%, a la par que se destruyeron cerca de 65 mil puestos de trabajo privados registrados.

Sin embargo, las condiciones políticas de arranque para Cambiemos (un ballotage con mínima diferencia), no implicaron la pulverización de los actores sociales que sostuvieron el ancien regime, y en este sentido el macrismo pareciera oscilar, para parafrasear a Gramsci, entre “la voluntad y la razón”.

Cuando el macrismo actúa de acuerdo con el “optimismo de su voluntad”, muchas veces incurre en la negación/subestimación/desprecio respecto a la vitalidad que todavía mantienen muchos de los actores sociales que sostuvieron el acuerdo distributivo del kirchnerismo, aun cuando algunos de estos actores hayan abandonado las huestes políticas del kirchnerismo hace tiempo. Vitalidad, dicho sea de paso, que también funciona como un dique de contención en la cooptación de dirigentes por parte del macrismo. Cuando actúa de acuerdo con esta lógica, emergen todos los prejuicios ideológicos más básicos del Gobierno, muestra su rostro más fiero y en el camino avasalla instituciones violentando profundamente los mismos principios republicanos que dice representar.

Sin embargo, cuando el Poder Ejecutivo actúa con el “pesimismo de la razón” emerge la faceta más efectiva del macrismo, midiendo la correlación de fuerzas, tomando el pulso social y regulando el ritmo del acelerador en su impulso re-fundador, e incluso muchas veces poniendo el freno y la reversa.

Solo por dar un ejemplo, luego de advertir durante la campaña sobre los riesgos que generaba el supuestamente incontrolable déficit fiscal, en 2016 la diferencia entre gastos e ingresos del Gobierno se profundizó en casi 2 puntos del producto. Vale decir que una parte importante de la ampliación del déficit vino de la mano de beneficios distributivos a los sectores que el macrismo eligió como ganadores (mineras, complejo agroindustrial, etc). Pero también hubo algunas concesiones a sectores subalternos como la extensión de la AUH a monotributistas.

Es decir, en lugar de forzar el ajuste fiscal que ideológicamente busca el macrismo, amplió el déficit para no minar aún más su base política de sustentación, en la inteligencia de que socialmente no es tolerable pagar de una vez y toda junta la factura fiscal que genera la transferencia de la masa de recursos a los ganadores del modelo.

 

Con su esperable simpleza conceptual, el Presidente Macri lo expresó claramente en una conferencia en España cuando dijo que “no se puede” instrumentar un ajuste de mayor virulencia. No dijo, claro está, que un ajuste más violento no fuera deseable ni necesario, sencillamente dijo que este no era posible.

La lectura atenta sugiere que el ajuste “necesario y deseable” para alcanzar la configuración macroeconómica que impulsa el Gobierno, requiere de un patrón distributivo que socialmente hasta el momento no es alcanzable, al menos en el marco de un país democrático cuyas autoridades tienen que revalidarse cada dos años.

De forma que nos encontramos en medio de una transición “incomoda”. Un Gobierno cuyo proyecto político busca reconfigurar regresivamente un patrón distributivo que amplios sectores de la sociedad no parecen dispuestos a resignar.

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Y sin embargo, ponele que el macrismo “ganó” las PASO…

Alejandro Dumas decía “todas las generalizaciones son peligrosas, incluso ésta”, y eso vale para analizar los resultados de unas PASO que arrojan resultados heterogéneos y complejos, tanto en términos políticos, como económico y territoriales.

Aun cuando lo anterior es evidente, también es lógico que en estas circunstancias las diferentes fuerzas políticas se lancen en una refriega interpretativa sin tregua: el Gobierno celebró su triunfo como una confirmación del rumbo adoptado en los últimos 2 años, en tanto que la principal fuerza de oposición (la novel UC) destacó que casi 2 tercios de la población rechazaron abiertamente dicho rumbo.

Resulta sugestivo entonces, que a grandes rasgos un tercio electorado voto a favor del Gobierno y otro tanto a favor de la principal fuerza opositora, lo que genera que la disputa se encuentre en la caracterización del voto que no fue ni en un sentido ni en el otro.

La lectura atenta sugiere que el ajuste “necesario y deseable” para alcanzar la configuración macroeconómica que impulsa el Gobierno, requiere de un patrón distributivo que socialmente hasta el momento no es alcanzable

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Ello da cuenta de lo atípico de esta elección, y es que no se ordenó exclusivamente en torno al clivaje “apoyo/rechazo al Gobierno”, sino que también se puso en discusión (al menos en algunos de los distritos) la valoración social en torno a la propuesta kirchnerista.

Ahora bien, la “ambigüedad resultadil” puede tener una potencial explicación en el desarrollo territorial del proyecto económico macrista. En efecto, en términos económicos, el ajuste desplegado por Cambiemos en los primeros 20 meses no sólo tuvo impacto desigual en términos de estratos sociales, sino que afectó de manera diferenciada en las distintas provincias y ciudades.

Por eso no debe extrañar que, en el Conurbano Bonaerense, pero también el Gran Rosario o Tierra del Fuego donde la destrucción de empleo y la desocupación golpea de manera más intensa el rechazo a la propuesta distributiva del macrismo vino de la mano de triunfos de candidatos kirchneristas. En el Conurbano Bonaerense se registró la tasa más alta de desocupación más alta del país 11,8%, en tanto que en el Gran Rosario fue de 10,3%. Por su parte en Tierra del Fuego durante la gestión de Cambiemos se han destruido el 12% de los empleos privados registrados.

Por el contrario, en Córdoba donde no se han sufrido de manera tan virulenta los efectos de la desarticulación industrial y el sector agropecuario ha sido receptor privilegiado de la transferencia de ingresos, el macrismo se impuso aun ante los candidatos de un oficialismo provincial históricamente enfrentado con el kirchnerismo.

Vale la pena destacar que la persistencia de la vigencia de la propuesta kirchenrista, contribuyó a que el voto a los candidatos de Cambiemos confluyera una porción del electorado que apoya explícitamente el rumbo económico del Gobierno, con otros sectores que sin convalidar plenamente dicho rumbo encuentran en el oficialismo una forma de “oponerse a la oposición kirchnerista”, la magra cosecha de Sergio Massa en la Provincia de Buenos Aires puede ser una muestra de ello.

La buena noticia para el campo nacional y popular que dejan estas PASO (si es que dejan alguna) es que más allá de las fuerzas políticas y las candidaturas, el sustrato social que dio fundamento al 54% del 2011 pareciera mantenerse vigente y disponible para la reconstrucción de una alianza social y política. Hoy no pareciera haber fuerza capaz de hilvanar los intereses complejos, diversos y contradictorios de esa masa amorfa, pero como alguna vez dijo Raúl Alfonsín si la política sólo fuera el arte de lo posible, sería el arte de la resignación.

 

¿Un ajuste con “bandera verde”?

En definitiva, dada la profunda heterogeneidad territorial y la labilidad de razones que cimentaron el voto de Cambiemos, y contrariamente a lo que sugieren los múltiples voceros oficiales, los resultados electorales deberían funcionar, sino como un freno, al menos como una desaceleración del proyecto distributivo del macrismo.

Interpretar la moderada victoria electoral como un triunfo “del cambio” en su programa económico y profundizar el sesgo regresivo de las políticas públicas en un marco donde solo se cuenta con un tercio del electorado implicará la emergencia de mayores y crecientes tensiones sociales.

En tanto que la incapacidad manifiesta del Gobierno para articular una propuesta distributiva y productiva que incluya al conjunto de los trabajadores y sus aspiraciones tenderá a minar las propias bases de sostenibilidad macroeconómica, y así, la inconstancia argentina pagará una vez más sus pecados en el barro del estancamiento, el atraso y la fractura social.

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