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LA TARA DE LA ARGENTINA VIP

Tiempo de lectura: 6 minutos

Como dice Lacan el deseo es deseo de reconocimiento. Allende las teorías conspirativas, Horacio Verbitsky se subió a su ego y desde allí se tiró y desató una de las crisis políticas más insólitas y previsibles. Creyó que iba a planear en ala delta junto a José Antonio Aranda, el señor 2 del grupo Clarín, en el VIP del club del que son socios. A todos los que se supo después que se saltearon la fila los mató el deseo de reconocimiento. ¿Qué es eso? Hablemos de eso.

En Argentina el concepto de VIP tiene un encantamiento cegador. Por dos cosas: pertenencia y comodidad. Por ejemplo, cuando el bien escaso eran las líneas telefónicas (década del 70 y 80), los documentos de identidad, o los pasaportes que tramitaba la Policía Federal, o inclusive los registros de conducir, había (y seguramente hay) ventanillas especiales para funcionarios – de hecho funcionaba para el personal legislativo en la propia Cámara – y familiares, tanto para acelerar los trámites, como para evitarse la incomodidad de esperar a la par del resto de los ciudadanos comunes. Tan es así que legalmente el Colegio Público de Abogados de la Capital Federal muestra como una enorme virtud en su gestión evitar que los abogados y sus familias tengan que hacer cola en el Registro de la Propiedad Inmueble. Te enrostran que son VIP porque aprobaron 28 materias con 4.

Obtener ventajas de las relaciones personales y la corrupción viene desde los tiempos de la colonia. Estanislao del Campo escribía hacia 1860, unos breves versos denominados “A otro can con ese hueso”, donde se leía: “Que el Señor NN, actual empleado de puerto, ande en coche a descubierto, cuando solamente tiene un sueldito, que le viene, como una guinda a un cañón y asegure el muy bribón, que es honrado hasta el exceso, ¡A otro can con ese hueso!”.

cuando el bien escaso eran las líneas telefónicas (década del 70 y 80), los documentos de identidad, o los pasaportes que tramitaba la Policía Federal, o inclusive los registros de conducir, había ventanillas especiales para funcionarios

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De la misma forma puede encontrarse en la obra costumbrista de Payró, como “El Casamiento de Don Laucha”, referencias a la existencia de favores, de deferencias hacia quienes gobernaban y sus amigos, de sectores privilegiados. La célebre revista Caras y Caretas durante los primeros años del siglo XX retrató con acidez el uso de ventajas sociales y acomodos de las clases pudientes y usualmente vinculadas al poder.

Numerosos tangos durante las décadas del 30 al 50, como exponentes de la cultura popular, reflejan en muchas de esas letras esas relaciones desiguales, donde la ventaja era propia de sectores pudientes. Posiblemente “Cambalache” sea un sumario de esas cuestiones. Pero también puede verse filmografía de la época, donde la honestidad se asocia a la pobreza, mientras que los ricos y poderosos aprovechaban sus vínculos para obtener todo tipo de ventaja.

La cultura VIP tal como la conocemos ahora empezó a desarrollarse en la urbe a mediados de los 80 y tuvo su clímax, cómo no, en los 90, en el show dominical de Tato Bores, ese rara avis que siempre se relató a sí mismo como rebelde pero trabajó sin problemas durante todos los gobiernos militares. En los 90 Tato incorporó el personaje del Ventajero, en el rol que encarnaba Roberto Carnaghi siempre dispuesto a ofrecer favores VIP. El famoso argie muere por ser VIP. Es una marca de distinción. Una soga que se baja, un patovica que franquea la entrada. Pero con todas las taras que tenemos, ser VIP es antonimia de ser exclusivo. Discotecas enormes que hacían derecho de admisión en la puerta después se llenaban con 4 mil almas a las que un sudoroso maestro de ceremonias felicitaba por haber logrado entrar. Para festejar haber sido admitidos en el Olimpo VIP, las barras bravas de Platense y Chacarita descogotoban botellas de cerveza contra la barra y se atacaban buscando la primera sangre. Por eso, claro, hubo que armar VIP dentro de las discotecas VIP. El sistema es el mismo. Un security, una soga, le mostrás la cintita del color adecuado y atrás llegas a una barra y los sillones. El tema es que el llamado primal del VIP es tan fuerte que el recinto VIP empezó a llenarse hasta reventar. Ahí desaparecieron los sillones y, paradójicamente, el VIP se hinchó hasta tener más gente dentro que fuera de él. Así el layout se fue transformando en una serie de VIP unidos por espacio de paso para entrar a otro VIP. El delirium tremens fue cuando apareció el VIP VIP, que vendría a ser el VIP dentro del VIP. Ese fue el comienzo de la debacle porque al final eras muy VIP pero tenías tantos brazaletes de colores en la muñeca que parecías una versión LBGTPQ+ de la cintita recuerdo de Salvador de Bahía.

En los 90 Tato incorporó el personaje del Ventajero, en el rol que encarnaba Roberto Carnaghi siempre dispuesto a ofrecer favores VIP. El famoso argie muere por ser VIP. Es una marca de distinción

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Claro está que esta preocupación literaria, cultural y urbana, también tuvo su equivalente en figuras vinculadas al Derecho. Es casi cita obligada mencionar que fue Mariano Moreno quién preocupado por las deferencias que se le propiciaron a Cornelio Saavedra y su mujer que reiteraban el trato monárquico, hizo sancionar la primera norma destinada a la igualdad de trato de los funcionarios.

Nótese que en el Decreto de Supresión de Honores del 08 de diciembre de 1810 se establece en su artículo 1° “Perfecta e idéntica igualdad entre el Presidente y demás vocales de la Junta, sin más diferencia que el orden numerado y gradual de los asientos”, el 4° que “Ni el Presidente, ni algún otro individuo de la Junta en particular revestirán carácter público, ni tendrán comitiva, escolta o aparato que los distinga de los demás ciudadanos”; pero novedosamente añade la imposibilidad de transmitir esa situación a familiares en su artículo 13: “Las esposas de los funcionarios públicos, políticos y militares, no disfrutarán los honores de armas ni demás prerrogativas de sus maridos; estas distinciones las concede el estado a los empleos, y no pueden comunicarse sino a los individuos que los ejercen” y respecto de prebendas o favores, el 14: “En las diversiones públicas de toros, ópera, comedia, etc., no tendrá la Junta palco, ni lugar determinado: los individuos de ella que quieran concurrir, comprarán lugar como cualquier ciudadano”.

Por su parte Carlos Nino en el regreso a la democracia y en su carácter de iusfilósofo detrás del Juicio a las Juntas y asesor de Raúl Alfonsín, escribe una obra que le valió reconocimiento internacional, que se titulaba: “Argentina: Un País al Margen de la Ley”. Allí con fino tino sociológico refiere la cultura argentina caracterizada por el desprecio en el cumplimiento de la ley. A punto tal que no duda en calificar a alguna de ella como anomia boba, porque tal como ocurre con las normas de tránsito, el desafío a la ley se produce aún cuando su cumplimiento esté previsto para salvaguardar a la propia persona y el resultado perjudica al propio incumplidor.

Agustín Gordillo por su parte, siendo uno de los profesores más relevantes de Derecho Administrativo desde la década del 60, escribe “La Administración Paralela”. En ella destaca los circuitos administrativos y de jerarquía informal, mucho más importantes para lograr el resultado esperado por el ciudadano, que los propios trámites que marca la ley a ser cumplidos. Nada por cierto que no reflejara para la misma época el popular programa “La Tuerca” y el interminable trámite para plantar un arbolito en la calle; o la expresión del actor Tincho Zabala devenido en funcionario que en el sketch “La mordida” pedía: “No me dejen afuera”.

la complejización de todo trámite que trasluce una sospecha del Estado sobre la buena fe del ciudadano y que posibilita a cada pequeño funcionario tener un gran poder

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En la primera década del  2000 aparece también una nueva obra jurídica, escrita por otro ilustre administrativista, Héctor Mairal, quién publica “Las causas legales de la corrupción”. Su análisis adquiere aquí otra profundidad, ya no es una reflexión sobre los circuitos paralelos; sino que identifica en las sucesivas y acumulativas regulaciones, la complejización de todo trámite que trasluce una sospecha del Estado sobre la buena fe del ciudadano y que posibilita a cada pequeño funcionario tener un gran poder. La hipótesis es que el ciudadano se va cagar en la ley y para ello hay que regular y complejizar todo de tal manera que, paradójicamente, sea imposible de cumplir. Ahí aparece la figura del Ventajero, que a fuerza de ser un funcionario gris y burocrático se transforma en Luis XIV y puede decir: “El Estado soy yo”. Venga, pase por caja 6 que le van a sellar el expediente.

Llegados a este punto, podemos pensar que realmente lo que no percibió en este caso la política, es que hasta una sociedad argentina reacciona airada y visiblemente cuando el bien afectado es la salud -en un dilema de vida o muerte- y más aún si ello pone en juego a los adultos mayores, nuestro consejo de sabios, nuestro sanedrin.

Nadie se atreva a tocar a mi vieja. Porque mi vieja es lo más grande que hay.

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Comentarios

  1. Silvia Atzori

    el 24/02/2021

    Excelente! Muy bueno recordarlo! Gracias!

  2. Lautaro Ezequiel PITTIER

    el 24/02/2021

    Excelente columna. Oportuna mencion a Carlos Nino y a Agustín Gordillo. Dos grandes poco reconocidos. Hermoso recuerdo de “La Tuerca”. Felicitaciones.

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