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23 de marzo 2017

Luciano Chiconi

ASIS Y LOS LOBOS

Tiempo de lectura: 9 minutos

 

Desde lejos no se ve, pero la singularidad política de la literatura de Jorge Asís se nutrió de algunos gestos anticipatorios que a partir de 1980 comenzarían a representar las bases intelectuales y sociales de lo que luego sería el régimen democrático. Contra lo que puede sugerir su estilo literario, ese retorno árido del tiempo contra la sangre no está, en la obra de Asís, separado de una valoración trágica de la violencia intraperonista que se toca con las orillas del ‘76: para Asís, esa derrota civil es costosa y algo más, por eso no es casual la picaresca desalmada elegida para narrar el desplome social de los años del Proceso. En ese sentido, el ’76 es más el fin de una historia que el inicio de otra: la represión dictatorial es vista como la etapa más cruda de ese largo final donde el registro cínico de Asís hace ver que ninguno de sus personajes sociales (los politizados y los no politizados) tienen salida.

Ese punto de vista de la cronología setentista define la disidencia estética de Asís con la izquierda cultural, que paradójicamente, se va a acentuar cuando la democracia institucionalice versiones unidimensionales del pensamiento progresista para regimentar su política cultural de mercado. Contra los nuevos salmos soviéticos, Asís dice: no todo empezó el 24 de marzo de 1976.

Rojo amanecer

Los reventados (1974) anticipa el golpe de Estado. La sintonía social de Asís hace que ubique las acciones iniciales de la novela en el día que mataron a Rucci y las retrotraiga hasta Ezeiza. Asís toma esos tres meses envolventes de la paciencia popular para sintetizar lo que la sociedad le terminó por facturar al peronismo en el final de la dictadura: la incapacidad para parar la violencia. Como dice Claudio Uriarte para describir la desorientación masserista ante la inminencia democrática del ’83, el peronismo no leyó el rol que la sociedad le asignó en ese continuo de violencia junto a los militares, como sí hizo Alfonsín para ganar las elecciones. La Renovación Peronista sería el proceso intelectual necesario para refundar las raíces de la nueva representación del peronismo en relación a la democracia y el mercado. En la batalla hegemónica de los relatos, La república perdida le ganaba a La hora de los hornos.

En Los reventados, el grupo de lúmpenes que trafica mercantilmente con la simbología decimonónica de la revolución asume la voz protagonista del libro y eclipsa el discurso dominante de la juventud maravillosa. A diferencia de otros escritores, Asís no critica el discurso de la izquierda cultural desde una equivalencia ideológica contraria (digamos, conservadora o de derecha), sino que lo hace desde el relato de una experiencia.

ASIS REVENT

La marginalidad de los personajes de Asís elabora una voz de los que no tienen voz que presiona sobre los mitos de la politización setentista para diagnosticar una realidad social más cercana a la disolución que a los proyectos de integración de las masas. Esa voz rústica de la experiencia opera desde una ubicación geográfica que insinúa un antagonismo menos ideológico que social: el sur del conurbano bonaerense, la vieja y querida tercera sección electoral, el territorio también mitificado de los eternos votos peronistas.

Asís litiga contra las pretensiones estéticas de la izquierda cultural ampliando el campo de tensiones de la movilidad social ascendente (la verdadera novela política argentina) a sus zonas más bajas y desesperadas, pero a su vez plantea un destino común dramático para la clase media y los pobres ante la inminencia militar. Los buscas de Los reventados que venden posters de Perón en Ezeiza también tienen derecho a la esperanza (el negrito Rocamora mezclado con una columna montonera tan solo para poder cantar la marchita y emocionarse sin que lo vean los otros vendedores), también vagan más tristes por esa Buenos Aires pos-Rucci del principio y final del libro, también mueren: el suicidio de Willy después de Ezeiza es un rasgo trágico que Asís inserta recién en esta novela.

De la periferia al centro

Sin el antecedente de Los Reventados no pueden entenderse los libros que Asís escribe durante la temporada alta de la represión del Proceso (1976-80). Ese conjunto de novelas que Asís estructura como una serie arranca con Flores robadas en los jardines de Quilmes, una novela de aprendizaje que bajo los pliegues de la relación entre Samantha y Rodolfo (quizás la historia de amor más entrañable que dio la literatura argentina) exhibe la evidencia de una semántica militante vetusta ante el avance de la represión militar.

La necesidad de supervivencia termina por acelerar el fin de una época que ya sea como contracultura o contraofensiva, no dialoga con las masas en repliegue por la represión. Asís ensaya un desesperado “no todo es política” que en la voz herida de Rodolfo es el dato horroroso de la desaparición, el falcon verde, el ¿in memoriam? y la ciudad muerta que la novela registra, pero que es también el grito primal de una sociedad que cuando hunda a los militares, va a hundir junto con ellos a toda una forma civil previa de pensar y vivir la política. Flores robadas se publica en 1980, y no parece casual su éxito de ventas. Son los años de la discusión del cuarto hombre que ordenaría la interna voraz de las tres armas en cada ínfimo subsuelo del Estado, de las charlas de Alfonsín con el videlismo político para ensayar una salida cívico-militar, del diario Convicción, de la apertura palaciega del violismo a la partidocracia. Mientras los militares piensan en una inviable nueva democracia con ellos adentro, los personajes de Asís, mas lacerados por la diaria represiva, pensaban, sí, en una democracia, pero sin nada del pasado adentro.

Asís no critica el discurso de la izquierda cultural desde una equivalencia ideológica contraria (digamos, conservadora o de derecha), sino que lo hace desde el relato de una experiencia.

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El estilo pendular de Asís queda reflejado al abordar el tema del exilio. Por un lado, Asís vuelve a establecer sus diferencias con la izquierda cultural que trazaría el mapa de los ganadores y perdedores en la futura democracia según se hubiese resistido desde Buenos Aires o París. Samantha se va, Rodolfo se queda. Pero una vez señalada la tensión, los personajes confluyen en la idea del exilio como una realidad inexorablemente producida por la represión militar.

Represión a la vuelta de tu casa

Carne Picada es la gran novela negra de la dictadura. Está dedicada a dos desaparecidos de los que luego se va a ficcionalizar su desaparición. En ese preciso párrafo del libro, Asís enuncia otro gesto anticipatorio: el Juicio a las Juntas. En ese Nüremberg que a lo sumo tardará algunos años pero que será inevitable, Asís parece intuir que la magnitud de la represión ilegal acelera el paso irreversible hacia un orden democrático sin partido militar. Se podría decir que Carne Picada está escrita en un todo presente represivo que termina situando el destino de los cuatro personajes principales muy lejos de la risa irónica de los libros anteriores. La cárcel, la muerte, la soledad y la violencia tienen un peso vital sobre la realidad social que la novela no puede ni siquiera matizar con la burla semiológica hacia una militancia que literalmente ya no existe.

Sin embargo, habría que aclarar que la relación de Asís con el horizonte democrático no es pacífica, y Carne Picada da algunos indicios en la transfiguración de sus personajes. Jesús pasa de la bohemia izquierdista a comerciante-prestamista, Rodolfo de la escritura de protesta al periodismo de masas en Clarín. La democracia es, básicamente, la libertad de elegir una relación posible con el mercado. En la literatura de Asís, la salvación inconclusa de los personajes funciona como la causa conflictiva por excelencia del capitalismo argentino. La represión envilece aún más los caminos ahogados hacia el ascenso social. Los cuatro amigos de la novela optan por el progreso apócrifo de la estafa para salvarse en una ciudad estragada por la violencia.

carne-picada-

El proyecto literario de Asís define los contornos sociales de la represión sin adherir al monopolio del lenguaje de la víctima política. Asís, una vez más, construye la voz de los que no tienen voz y se sitúa más cerca de las víctimas sociales. En Carne Picada, la represión está en la calle, en la vecina que no abre la puerta por miedo, en las razzias, en el secuestro, en las sirenas que suenan por las calles desoladas de la noche de La Paternal. Asís no duda en manejar el principio de inocencia quizás de manera peligrosa, pero con la intención política de no convalidar el relato de la romanza combatiente. Para él, el jotapé de superficie es inocente, el artista comprometido es inocente.

Asís prioriza la escena social de la represión y le hace una pregunta directa y honesta a la clase media: ¿si nos bancamos el golpe, a partir de qué momento no nos bancamos la represión? Asís prorratea la victimización, en un punto la democratiza. Víctimas somos todos. Opaca la centralidad de la víctima política y sus santos evangelios, se centra en las víctimas sociales e introduce un personaje áspero como Matías, un lumpen civil que se mete en el business de la represión paramilitar pre’76 y después del golpe desaparece-muere en la espiral violenta de las bandas que protagonizan la interna de las FFAA. Pero además de ser él también una cierta clase de víctima, Matías representa al represor que está a la vuelta de la esquina, que puede ser un amigo de la infancia, que no responde a la figura lejana e idealizada del uniformado, del milico, del mal. Hay algo perturbador en ese matiz: por un lado, la represión aparece como epidérmica, algo con lo que toda la sociedad ya convive, y por otro, refleja la naturalización civil (en especial de la clase media) de la solución militar para los problemas de los argentinos.

Contra los nuevos salmos soviéticos, Asís dice: no todo empezó el 24 de marzo de 1976.

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Asís está entre los pocos escritores políticos que detectan esa relación histórica entre el partido militar y la sociedad. Se trata de una lectura clave para entender luego la singularidad del Proceso: la junta militar hace un asalto operativo del Estado que rompe al partido militar; a partir de los efectos de la represión ilegal, la restauración de un orden civil va a quedar en las manos exclusivas de la democracia porque la conciencia social ya deslegitimó a los militares para cumplir ese rol. La democracia tardaría en encontrar a ese partido del orden, que llegaría con el peronismo menemista en 1989.

El narrador de Carne Picada toca este tema cuando dice, en esa media lengua irónica, que en la época de Onganía todavía no había violencia ni sangre. Pienso en el gran Emilio Fermín Mignone, cuando era secretario de educación de Onganía-Levingston-Lanusse y diseñaba la política educativa del gobierno, el plan Taquini (¿Lanusse fue el desarrollismo realmente existente de este país?), y luego su enfrentamiento al Proceso, APDH, el CELS, Iglesia y dictadura, y básicamente la escritura de los manuales de educación cívica que yo, como tantos otros alumnos bonaerenses, leíamos en la escuela secundaria de la democracia menemista. En ese derrotero individual se refleja una conciencia social que veía matices en la evolución del partido militar, y que contra la dinámica represiva del Proceso va a desarrollar acciones de resistencia mayoritarias que forman el tronco de la política argentina de la época, pero que la literatura realista y el libro periodístico moderno no estetizaron porque no sintonizaban con el imaginario dominante del mercado editorial. Las huelgas de la CGT del ’79, la Multipartidaria, fueron acciones grises y pacientes que en su resistencia pensaron la futura democracia, a diferencia de la épica literaria de las operaciones cinematográficas (Gaviota, Cardozo) de nuestro vanguardismo blanco.

Conclusión: Asís narra la represión como una constelación social de problemas que incluye las dudas, las valentías, los dilemas y las blanduras (su literatura sería una denuncia blanda, casi colaboracionista del Proceso, diría luego la policía cultural de la democracia) del policlasismo popular argentino.

La curva lumpen y el ¿final?

Como vemos, los libros dictatoriales de Asís registran diversos momentos anticipatorios que lo sitúan, como autor, en un lugar singular frente al resto de la literatura política. Esa serie de libros continúa con La calle de los caballos muertos, una novela social más violenta y sórdida que las anteriores, donde la voz narradora es la de un marginal recuperado y el escenario es la villa. Asís abandona el vaivén hacia la ciudad y se concentra en la periferia para narrar la secuela del Proceso. El empobrecimiento de la clase baja exacerba la jugada lumpen para suplir la ausencia de movilidad social que se verifica desde el Rodrigazo. Asís narra esa tensión a través del accionar delictivo de un grupo de barrabravas que no ve un horizonte común con los honestos de su clase y con la clase media. La violencia “de arriba” potencia ese enfrentamiento. En el avance del libro, la voz marginal se atenúa y deja paso al narrador desnudo, un álter ego del propio Asís que con furia y al ritmo de un manifiesto se sumerge en el testimonio político de la represión (se menciona a las madres de plaza de mayo) con un pálpito preciso: la sociedad quiere volver a tener democracia, pero más todavía quiere que los militares sean condenados por un tribunal civil.

Asís ensaya un desesperado “no todo es política”

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La novela también se encarga de representar la represión ilegal de la dictadura en las villas. Acá Asís vuelve a democratizar y redistribuir la estética de la víctima, siempre más asociada por la literatura mayoritaria al militante político de clase media. Al mismo tiempo, ofrece una lectura más oblicua pero no menos presente en el tono del relato, que registra la habitualidad histórica de la represión sobre las clases bajas, ya sea en democracia o dictadura, por oposición a la excepcionalidad represiva del Proceso sobre la clase media. En ese sentido, La calle de los caballos muertos es el “nos siguen pegando abajo” de los pobres.

¿Se cierra aquí el ciclo de libros de Jorge Asís sobre el Proceso? Así como no todo arrancó el 24 de marzo de 1976, no todo terminó en diciembre del ’83. Diario de la Argentina sería una invasión a la privacidad de los poderes civiles que convivieron con el Proceso, y en alguna medida significó sacudir la rama institucional a la que está agarrada la propia sociedad (Clarín, Canal 13, Volver). De ahí la tacha de infamia que le asigna el alfonsinismo, pero a su vez se trata de la reafirmación de la vocación anticipatoria de Asís como autor político que actualiza las tensiones y los conflictos de los poderes con su sociedad.

el-predicador

 

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