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En su libro “El oficio más antiguo del mundo”, el politólogo bonaerense Andrés Malamud describe con precisión quirúrgica la situación de inviabilidad en la que se encuentra la provincia de Buenos Aires. La desproporción entre aportes al tesoro nacional y coparticipación, junto a la superposición solapada de infinidad de instancias administrativas (regiones judiciales, sanitarias, educativas, etc.) harían necesaria una división de la Provincia, perfectamente posible en el marco de una mesa de negociación política. 

Lo cierto es que la regionalización o división administrativa de la Provincia es un proyecto de larga data. Basta recordar el proyecto de Martínez Estrada de trasladar la capital a la ciudad de Bahía Blanca, por ejemplo. Cambiemos pretendió reactivarlo con fines fundamentalmente electoralistas (seccionar el monstruo matancero) pero, como se sabe, los proyectos ambiciosos requieren de bonanza económica o capital político para sustentarse. El actual gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, parece querer afrontar el desafío inverso: unir a los bonaerenses. 

Axel  formuló un diagnóstico crudo de la situación económica provincial, que tiene la peculiaridad de excluir –al menos cognitivamente- el obstáculo de la inviabilidad. Pero hay otros aspectos mucho más interesantes para analizar, porque al fin de cuenta la identidad es del orden de lo simbólico, y no de lo contante y sonante. 

Primero se refirió, socarronamente, a los habitantes de la Provincia como “bonaerenses y bonaerensas”. El uso de un inclusivo imposible (el lugar donde la “e” no puede sino hacer agua) es por demás llamativo, si tenemos en cuenta que los dos dispositivos creadores de identidad fueron desarrollados durante la gobernación Duhalde: la bandera bonaerense, de cuya elección muchos otrora estudiantes participamos y los Juegos Bonaerenses, cuyos buzos blancos con el logo estilo puzzle colorido de un atleta sin género resultan inolvidables, aun para los que no teníamos habilidades deportivas. 

Luego, compartió una foto en la que se lo veían cual niño peronista contemplando un retrato gigante del brigadier Rosas. Por esos misterios de la vida (o de Twitter), la discusión giró en torno al plano del contenido (el peronismo y la ¿tradición? rosista), cuando lo más importante tenía que ver con la forma: Alberto le había regalado al gobernador en ejercicio un retrato del gobernador más emblemático de la Provincia, alguien que había defendido, ante todo, los intereses de la Provincia. Al parecer, Axel no quiere resignarse a la inviabilidad y esperar la compulsa por el sillón de Rivadavia: realmente quiere gobernar la Provincia de Buenos Aires. 

Tercero: el gobierno actual cambió la gráfica del Estado. Ya no es “Buenos Aires La Provincia” (gestión Scioli) o “Buenos Aires Provincia” (gestión Vidal), como si la identidad bonaerense cargara con la eterna condena de la homonimia respecto de la Capital Federal, sino “Gobierno de la Provincia de Buenos Aires”. Nuevamente: la provincia puede ser gobernable. El lenguaje político es, fundamentalmente, una expresión de deseos y lo cierto es que, sin volvernos relativistas, ayuda a construir realidad. 

Cuarto (y último): Axel reemplazó la silueta vacía de la Provincia que se venía utilizando hasta ahora por un mapa productivo que es, también, una apuesta por el equilibro territorial. Imposible no ver en esa silueta los mapas productivos que todavía duermen en las bibliotecas de las escuelas públicas bonaerenses, como tecnología educativa para entender la dinámica económica de la Provincia. 

En suma, todo indica que Axel quiere ser gobernador de la Provincia más vilipendiada del país, condenada al ostracismo interno de la inviabilidad y la antesala de una candidatura anticipada a la Presidencia. Veremos qué sale de todo esto.