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07 de abril 2017

Ezequiel Kopel

BASHAR, EL QUÍMICO Y LA CANCIÓN DEL VERDUGO

Tiempo de lectura: 5 minutos

En la mañana del 4 de abril, alrededor de las 7, el poblado de Khan Sheikhoun dentro de la provincia siria de Idlib, bastión de refugiados, fue atacado cuatro veces desde el aire. En tres ocasiones, según testimonios de los sobrevivientes, se escucharon potentes detonaciones. En la cuarta, el ruido ya no fue ensordecedor. Luego el horror. Al  menos 86 personas murieron y más de cien resultaron heridas por la acción de un gas tóxico que, por los síntomas de los convalecientes -espasmos musculares, estrechamiento de pupilas, diarreas incontenibles-  quedan pocas dudas de que no se haya tratado de gas sarín; además, las víctimas tratadas con Pralidoxime, el antídoto del Sarín, respondieron casi de inmediato. Poco después del ataque, con la clara intención de “terminar el trabajo” o, acaso, tratar de borrar las pruebas, también fue atacado el centro de defensa civil y a su clínica adyacente, donde habían sido llevados los muertos y heridos.

Pronto, el recuerdo del ataque químico efectuado por las fuerzas gubernamentales sirias cerca de Damasco durante agosto de 2013 regresó a la mente hasta del más desprevenido: en aquella oportunidad, 1300 personas murieron por ataques con gas sarín. Un año antes, el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, había sentenciado que su “línea roja” para intervenir en el conflicto sirio sería el uso de armas químicas. No cumplió su promesa, o la cumplió en parte, cuando envió el proyecto de intervención a un Congreso a sabiendas de que la Cámara la repelería y, en cambio, acordó con su contraparte rusa, Vladimir Putin -protector del régimen de Basher Al Assad- que las fuerzas sirias destruirían sus armas químicas bajo supervisión de la ONU. Las mismas Naciones Unidas, en más de una oportunidad, expresaron sus dudas de que el arsenal hubiera sido destruido en su totalidad: 4 años después, la realidad se impuso para cuestionar aquel arreglo.

Barack Obama había sentenciado que su 'línea roja' para intervenir en el conflicto sirio sería el uso de armas químicas

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El mismo martes del ataque, el gobierno sirio acusó a los insurgentes islámicos, que controlan la zona, de ser los responsables de la matanza en Khan Sheikhoun, sosteniendo que se apunta a su ejército “cada vez que los rebeldes no logran los objetivos de sus patrocinadores”. Dos días más tarde, su Canciller sentenció que el culpable del ataque podría ser Israel, ya que “es el único beneficiario” y agregó que su país “nunca ha usado armas químicas”. Lo que el encargado de las Relaciones Exteriores sirias olvidó mencionar es que su propio estado, tácitamente, admitió su uso cuando se comprometió a desarmarse en 2013.

Rusia ofreció otra explicación. Un portavoz de su ministerio de Defensa, el mayor general Igor Konashenkov, repitió la máxima que reza que la mejor defensa es un ataque al decir que aviones de combate sirios (aliados a los rusos) habían golpeado un almacén rebelde que contenía sustancias tóxicas que iban a ser usadas para producir armas químicas. Un día después, el número dos de Rusia ante las Naciones Unidas, Vladimir Safronkov, agregó que la propia advertencia de Obama en 2012 (su “línea roja”) es la que había estimulado el ataque al funcionar como “punto de partida para futuras provocaciones por parte de terroristas mediante el uso de armas químicas, intentando desacreditar al gobierno sirio y, así, crear un pretexto para el uso de la fuerza militar contra un Estado soberano”. No es la primera vez que Rusia protege a su aliado en Medio Oriente -el mismo que le proporciona la única base naval rusa sobre el Mediterráneo- respecto del uso de armas sancionadas por la comunidad internacional. En febrero de 2017, la Federación Rusa vetó una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que pretendía castigar a Siria por el comprobado uso de armas químicas (gas de cloro) durante 2014 y 2015 (la resolución también contemplaba la condena al Estado Islámico por el uso de gas mostaza).

la Federación Rusa vetó una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que pretendía castigar a Siria por el comprobado uso de armas químicas

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Lo cierto es que sólo el ejército sirio tiene la capacidad de llevar a cabo  un ataque aéreo -los rebeldes no poseen aviones- con armas  químicas. Las motivaciones son complejas y pueden ser varias:

1. Un fuerte envalentonamiento luego del anuncio estadounidense afirmando que ya no buscaría el derrocamiento de Assad;

2. La decisión, semanas atrás, de los rebeldes de terminar con el cese al fuego;

3. La velada intención de que los habitantes de las periferias de Iblid dejen de darle cobijo a los insurgentes en sus poblados provocando su huida hacia la ciudad (acción otrora empleada con éxito por Rusia durante su conflicto en Chechenia);

4. O, simplemente, las atrocidades pueden ser consecuencia de la tradición familiar del clan Assad, las cuales consisten en aterrorizar a su población para consolidar su régimen.

Tal este escenario, sorprendiendo a muchos, el viernes 7 de abril Estados Unidos disparó misiles de crucero hacia una base aérea siria, desde la cual el presidente Donald Trump dijo que se había lanzado un mortal ataque con armas químicas. El bombardeo estadounidense no fue el primero contra siria -ya ha lanzado más de 8 mil desde diciembre de 2004- pero sí fue el primer ataque directo estadounidense al gobierno de Bashar al-Assad en seis años de guerra civil. La diferencia fue el objetivo: hasta este momento, las misiones habían sido contra las fuerzas del Estado Islámico.

fue el primer ataque directo estadounidense al gobierno de Bashar al-Assad en seis años de guerra civil

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La dictadura de Assad niega haber empleado torturas en masa, cometido asesinatos masivos, provocado intencionalmente la inanición de sus habitantes, creado millones de refugiados, desarrollado un plan sistemático de desaparición de personas y niega, también, haber usado armas químicas. Y por supuesto también rechaza el acceso de investigadores de la ONU, que podrían confirmar cada una de sus negaciones. Los periódicos informes de Amnistía Internacional ofrecen otra opinión: más de 80 mil desaparecidos, cerca de 15 mil asesinados en centros de detención y decenas de miles torturados en hospitales. Las víctimas no siguen un parámetro: islamistas, estudiantes, militantes de izquierda, profesores, escritores, feministas, obreros, transeúntes. La conexión entre unos y otros no es más que la participación o apoyo a las protestas contra el gobierno de Assad iniciadas en 2011. Otras veces, no es más que el  hecho de escribir un status de Facebook o comentar algo en el “muro” de algún amigo que haya apoyado el levantamiento.

El uso de armas químicas es considerado tabú para la comunidad internacional desde el fin de la Primera Guerra Mundial. Su amplio uso en el conflicto sirio por parte de Assad marca un nuevo tope depravatorio para su gobierno. Sólo pensar que su empleo pueda ser moneda corriente para un estado soberano -recibiendo la cobertura de una súper potencia como Rusia- marcaría un nuevo nivel de atrocidad. Es un hecho fáctico que Assad comanda fuerzas que han masacrado a cientos de miles de civiles sirios y que su gobierno usa armas químicas para aterrorizar a los que se oponen.  Si Trump, que con un ataque con misiles Tomahawk -previa alerta a Rusia- se ganó en un santiamén la confianza y respeto de las monarquías del Golfo ante la inacción internacional, busca que Assad deje de usar armas químicas pero decide hacer la vista gorda ante los asedios, torturas y ejecuciones en masa, el presidente sirio estaría encantado de firmar ese acuerdo. Todas las personas que abogan por una solución política en Siria descuidan un claro detalle: Assad no está buscando un compromiso sino una victoria total. Ya repitió hasta el cansancio que “toda la oposición es terrorista”.

Si Trump, que con un ataque con misiles se ganó la confianza de las monarquías del Golfo ante la inacción internacional, busca que Assad deje de usar armas químicas pero decide hacer la vista gorda ante los asedios, torturas y ejecuciones en masa, el presidente sirio estaría encantado de firmar ese acuerdo.

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Ya no es 2013 y los ataques de Trump, probablemente, no pongan en riesgo el dominio de Assad. Pero sí una apertura para aquellos a quienes no les importa la escandalosa situación de los  sirios asesinados por Assad con la anuencia de Rusia.

Así, la denominada izquierda antiimperialista eleva su grito al cielo y dice: debemos poner fin a la guerra. Cuando en verdad esto significa continuar no haciendo nada y entregar incondicionalmente a los sirios a su dictador. Es importante recordar que la impunidad es el núcleo de la crisis de Siria y uno de las mayores crisis humanitarias del siglo XXI. Una impunidad que sólo fue posible con la activa inacción de 6 años de la comunidad internacional.

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