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17 de junio 2020

Lucas Nine

BLUES PARA UNA GATA NEGRA

Tiempo de lectura: 5 minutos

Una mirada a partir del asesinato de George Floyd

En la década del 60, era imprescindible que cualquiera que frecuentase los salones hubiese leído “Los condenados de la tierra”, de FrantzFanon. No hacía falta tragarse todo, con el prólogo alcanzaba. Era de Jean Paul Sartre y en él nos presentaba al autor, psiquiatra y filósofo de la Martinica (territorio de ultramar francés), de raza “negra” -uso el término en el sentido que el mismo Fanon le daba-, que, después de un paso formativo por la metrópoli francesa, había luchado en la guerra de liberación de Argelia desde su rol de teórico.

Fanon era el elegido por Sartre para explicar el carácter de esta revolución al resto del mundo, primero porque admitía como único camino posible al del socialismo -administrado por Europa- (“cuidado con las terceras vías”, advertía el filósofo estrábico). Pero, ante todo, Fanon era el vocero habilitado de la revolución argelina precisamente porque no era argelino, ni árabe o musulmán. Era un intelectual laico, formado en París; un producto del imperio colonial francés. La revuelta anticolonial sólo podía permitirse en la medida en que las viejas cadenas fuesen reemplazadas por otras, no menos indelebles pero un poco más sutiles.

Convertir a una guerra de liberación en un logro del colonialismo no es una paradoja monstruosa de la historia o algo que haya quedado relegado al rincón de las curiosidades; la relación entre dos conceptos en aparente pugna que terminan siendo uno y el mismo es la variable discursiva más común de los últimos siglos. Uno podría recordar que la síntesis es la inevitable culminación de todo proceso dialéctico, pero algunas grietas aparecen en el edificio hegeliano cuando se introduce en él la sospecha de que el orden de los factores es el inverso, con la síntesis fijada de antemano a modo de escenario para que tesis y antítesis sigan representando su comedia de cachetazos hasta el final de los tiempos. Por lo general, estas estructuras se desbaratan al ser trasladadas al mundo de las realidades concretas: afirmar que Argelia, en tanto nación que lucha por su independencia, tiene necesidad dialéctica de un Imperio contra el que luchar, expone la superchería.

Más cercano a nosotros, el lema de “civilización o barbarie” pone en escena un ejercicio similar. Se sabe que sus detractores solían limitarse a invertir los términos. Sin embargo, civilizados que pasan a ser bárbaros o bárbaros que devienen civilizados no suponen una verdadera superación del eje planteado por el iracundo sanjuanino, sino su refundación.

Fanon era el vocero habilitado de la revolución argelina precisamente porque no era argelino, ni árabe o musulmán. Era un intelectual laico, formado en París; un producto del imperio colonial francés

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Gato negro, gato blanco.

En los últimos días, varios estallidos de violencia sacudieron a los Estados Unidos a raíz del brutal homicidio de un ciudadano afroamericano a manos de la policía. No es un fenómeno nuevo, si recordamos la oleada de fusilamientos durante la administración Obama. En 1992, los “disturbios de Los Ángeles”, que causaron más de 60 muertos, contribuyeron a la victoria del candidato demócrata, Bill Clinton, al año siguiente.

Ahora, el asesinato de George Floyd dispara una discusión amplia sobre racismo, sin que la naturaleza del concepto a debatir quede del todo clara. El término es amplio y ubicuo y difiere enormemente según el interlocutor. Propongo entonces abrir el paquete del “racismo norteamericano” para analizar sus componentes y poder distinguirlos de la producción autóctona, como haría cualquier buen comprador. Aclaro de antemano que no tengo demasiados papeles que exhibir a la hora de proponerme como apto para esta empresa, salvo una prolongada y alegre exposición a los productos de esa cultura. Se trata de un ejercicio de curiosidad al alcance de cualquier gato.

Como aparte de los gatos me gusta la historieta, recurro al libro “KrazyKat- a Life in Black and White” de Michel Tisserand. Se trata de una biografía sobre el autor de la historieta “KrazyKat”, George Herriman (1880-1944). La tira diaria que Herriman produjo durante 35 años es justificadamente una de las mayores creaciones artísticas del siglo pasado. El libro, publicado en 2016, ganó varios premios y fue señalado por la crítica con el dedo índice. En su prólogo, el célebre Chris Ware llega a comparar a Ignatz Mouse (uno de los personajes) con Donald Trump, lo que indicaría que no leyó al original muy de cerca. Pasemos por alto el detalle.

George Herriman provenía de una familia creole de New Orleans de origen variopinto: afroamericanos, franceses, cubanos, anglosajones. Tisserand ejecuta un retrato de la New Orleans previa a la guerra civil interesante para el neófito, un lugar en el cual era frecuente que propietarios afroamericanos fueran poseedores de esclavos afroamericanos. Cuando George nació, las cosas habían cambiado lo suficiente como para que la familia, relocalizada en California, comprendiera que era mejor mantener cierta reserva sobre su “afro componente”. Cualquiera que haya visto una foto del dibujante, recordará que el sombrero era una parte inamovible de su atuendo. Tisserand sugiere que esto se debía al cabello rizado, un elemento “inquietante” que podía complicar las relaciones sociales de su propietario y aún su permanencia en el puesto de trabajo. Sin embargo, esta tensión oculta surgía una y otra vez en el “blackcat” que Herriman dibujaba, y Tisserand considera este conflicto como central y a él subordina cualquier otro. Para ilustrarlo, recurre al caso de otros autores “creole” que también “pasaron por blancos”, como el escritor Anatole Broyard. Según el New York Times: “Who was the man behind “Krazy Kat”? This fascinating biography and guide to the work of the cartoonist, who passed for white, tells the full story.”

Cuando George nació, las cosas habían cambiado lo suficiente como para que la familia, relocalizada en California, comprendiera que era mejor mantener cierta reserva sobre su “afro componente”

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Recorrer la biografía de GH es, para un fanático del Krazy Kat como yo, una experiencia feliz. O lo es hasta que la sombra inquietante de una duda empieza a cernirse sobre la página. ¿No es curioso que Tisserand, quien se encuentra lejos de ser un cruzado del Ku Klux Klan, no cuestione en ningún momento el centro mismo del concepto de “pasar por blanco”, ni lo hagan los elogiosos comentaristas del libro, que coinciden en lo triste que resulta que el creador de una obra tan bella tuviera que “engañar” al resto del mundo sobre sus orígenes? Es lógico que alguien que tendría problemas de todo tipo de verse incluido en un colectivo, siga de largo frente a la cuestión, como uno seguiría de largo frente a las demandas de una esfinge de intenciones poco amigables. Sin embargo, el sistema de “labels” que Herriman eludió y que propone la nomenclatura norteamericana jamás es cuestionado en el libro, como sí lo son las reticencias de George.

¿Por qué resulta posible que alguien pueda “pasar por blanco” mientras que es imposible que la misma persona “pase por negro”? La única explicación lógica estaría en la “mácula” esencial que representa la herencia africana para la cultura de la intelligentsia norteamericana; concepción de cuño metafísico que excede cualquier relato práctico sobre desventajas económicas. Quizás esto sea lo más cercano que el puritanismo anglosajón pueda llegar al concepto de pecado original.

Pero el afán por la etiqueta excede la agenda racial. No otra cosa se expresa en las nomenclaturas de los “gendermovements”(1). Todos los años, una nueva consonante se suma a las anteriores, en un puzzle generado por el cruce de dos conceptos contrapuestos: sólo es válido aquello clasificable, y, sin embargo, lo inclusivo intenta escapar a categorías estrechas. El resultado es una de esas paradójicas maquinarias borgeanas, condenadas de antemano por una contradicción insalvable. ¿Cuál será el combustible de semejante artefacto?

Tengo una idea, como siempre, pero la dejaremos para más adelante. Ya estuvo bien.

— 1 El tema no era ajeno a la creación de Herriman, de cuyo protagonista se ignoraba si era gato o gata. La pregunta se planteó en varias oportunidades en el curso de la tira y Krazy, al igual que Geo, eludió el tema con frases enigmáticas del tipo de “I am a HeppyKet”.

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Comentarios

  1. Diego

    el 18/06/2020

    Genial!

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