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10 de marzo 2019

Pablo Touzon

CHARLES MAURRAS: LA LOCURA DE LA RAZÓN

Tiempo de lectura: 8 minutos

Reseña de “Charles Maurras, el Caos o el Orden” de Stéphane Giocanti, Ed. Acantilado

Lo primero que uno siente frente a la tarea de Stéphane Giocanti es respeto por su audacia: ¿como construir la biografía de un personaje tan desmesurado e inabarcable como Charles Maurras? Poeta, periodista, político, pintor de Provenza, escultor griego, cantor de Mistral, critico literario, polemista, panfletario, activista, agitador, Maurras siempre quiso serlo todo. Su vida tiene una potencia y una energía vital rara, casi demoníaca; tanto que logró como ningún otro francés no solo encarnar una época, sino también crearla. Ser moderno siendo antimoderno. Del suceso literario a la cárcel, del esteticismo sublime a la miseria del antisemitismo, Maurras recorre todo el espinel de la experiencia humana. La grandeza y la bajeza. 

El hilo conductor que encuentra Giocanti para organizar todas esas vidas en una sola es la política. Incluso a pesar suyo: durante todo el libro se percibe la voluntad de singularizar la obra poética y literaria de Maurras más allá de su actividad ensayística y política, encontrar un punto de apoyo por fuera de las pasiones que ésta desató. Porque Maurras es un monarquista ferviente, fundador de la Acción Francesa, crítico acérrimo de la República y de la democracia y acusador principal de Alfred Dreyfus en el famoso juicio por traición que estructuró durante años el sistema político francés. El ideólogo y creador del llamado “nacionalismo integral”, criatura que pretendió ensamblar o reconciliar el positivismo ideológico de su época con las viejas tradiciones conservadores del trono y el altar. 

Maurras es hijo del clima político e intelectual posterior a 1871, marcado por la derrota militar frente a la Alemania de Bismark y la salvaje represión de la Comuna de París. Nace una Tercera República malquerida e involuntaria, casi una precuela espiritual de la República de Weimar alemana. El ciclo largo de la Revolución Francesa termina en el Sena ensangrentado de aquellos fusilados comuneros que querían tomar el cielo por asalto, y el nuevo régimen encontrará en el anticlericalismo su factor unificador, la única política revolucionaria y promesa incumplida de la Revolución que podía o quería llevar a cabo. Su razón de existir. La lucha ideológica se trasladará a la educación y a las universidades- se la llamó también La République des Professeurs– en un intento de crear una nueva conciencia nacional republicana por siempre jamás. El poeta Maurras pasará casi toda su vida en el combate cuerpo a cuerpo contra la nueva República, usando el lenguaje de su tiempo. Las revistas, el periodismo, el ensayo, la polémica: Maurras es un antidemocráta con métodos democráticos. Todo en su vida es una larga e interminable paradoja. 

Seguidor de Taine y Renan, su obsesión es la “décadence”, casi una segunda piel para la sociedad francesa de la era posterior a la victoria alemana. La filosofía contrarrevolucionaria del poeta cifra la clave interpretativa de este fenómeno en 1789, en la Revolución que deshizo la obra maestra de “los 40 reyes que hicieron Francia”. Maurras es un nacionalista peculiar: regionalista, aboga por la recuperación literaria y política de las viejas lenguas romances de Francia. Antijacobino, sostiene un federalismo descentralizador que devolvería la vida a un interior francés sometido por París. Por momentos se inspira en viejos modelos latinistas de la cuenca del Mediterráneo, a los cuales rescata del olvido; por otros en los usos y costumbres de la corona británica y su monarquía basada en la historia y en la empiria de la Common Law. Maurras rechaza el idealismo rousseaniano y las utopías que nacen de él, prefiere la experiencia antes que la razón, la historia antes que la ideología. Y sin embargo, ¿cuánto hay de idealismo en la premisa de remodelar Francia al estilo británico? Alexis de Tocqueville ya había demostrado de qué manera la construcción del Estado centralista francés precede en mucho a los jacobinos, quienes solo profundizaron en ese punto la obra monárquica de Luis XIV en adelante. El poeta que quiere ser pragmático termina abrazando la utopía. 

Maurras es un monarquista ferviente, fundador de la Acción Francesa, crítico acérrimo de la República y de la democracia y acusador principal de Alfred Dreyfus en el famoso juicio por traición que estructuró durante años el sistema político francés.

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Positivista, Maurras propone una corona que no esté sustentada en la Fe sino en la Razón; una monarquía entendida como un medio más que como un fin en sí mismo: el modelo político posible de un nacionalismo integral “comtiano” (“demostramos la necesidad de una monarquía como un teorema”).Un monarquismo político, no espiritual, que concede indirectamente la victoria ideológica a sus adversarios republicanos: Joseph de Maistre le podría haber replicado que la contestación “integral” a los valores de 1789 no podía hacerse sin rechazar a la vez la metafísica en la que estos se sustentan. La cerveza sin alcohol de Maurras pecaría de excesiva racionalidad. 

Algo similar le sucede al escritor con su Fe. O mejor dicho, con la ausencia de ella. Es un agnóstico reconocido, pagano, casi un politeísta. Frecuentador del tomismo en sus años formativos, este no acierta a calar en su alma. Contemporáneo, Maurras no cree en Dios pero cree en la Iglesia, a la cual corteja y defiende como órgano político milenario. Su Iglesia sin trascendencia mística -su Iglesia sin Cristo- representa toda una metáfora de las paradojas de su ideario político. Una vez más, cristaliza el triunfo intelectual de sus adversarios políticos, al bajar de categoría a la institución que pretende tener un pie en el Cielo y otro en la Tierra, convirtiéndola en un órgano político más. Un mini Imperio Romano. La teología política de un mundo desencantado y sin magia, y que busca desesperadamente la validación del positivismo de época. El provenzal completa su credo con la profesión de un antisemitismo que también se pretende racional y “francés”. Maurras rechaza el antisemitismo racial y pretendidamente “científico” (“son pamplinas”)y su cuestionamiento se basa en la imposibilidad de la asimilación completa de los judíos a la “comunidad francesa”. No quiere “dobles lealtades” en el seno de la “comunidad nacional”, lo cual hace probable que, de vivir en el siglo XXI, Maurras sería hoy también un notorio islamófobo. 

“De Apollinaire a T.S. Eliot, de Eugenio D´Ors a Josep Pla, de Maillol a Max Jacob y la pintura italiana del Novecento, su presencia se hace sentir con fuerza en el núcleo estético que busco en la mediterraneidad su esencia y en el clasicismo no académico su programa”.Su biógrafo despliega en la vida de los años de preguerra de Maurras la descripción idílica del espíritu del 1900, de esa París epicentro del mundo artístico e intelectual de la Belle Époque. Los amores, los honores, la literatura y la poesía coexisten en la vida de Maurras con el periodista y el político, el editor de la revista de L’ Action Française y de la organización política que se forma en torno a ella, en la que fuera una precuela civilizada y decimonónica de las ligas de ultraderechas de los años 20 y 30’s. 

Contemporáneo, Maurras no cree en Dios pero cree en la Iglesia, a la cual corteja y defiende como órgano político milenario. Su Iglesia sin trascendencia mística -su Iglesia sin Cristo- representa toda una metáfora de las paradojas de su ideario político.

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Las guerras rompen el idilio intelectual y el clima de efervescencia cultural de esta prolífica bohemia de derechas. Cuando termina la primera guerra mundial ingresan el siglo XX y la plebeya política de masas; el final abrupto de la edad de la inocencia maurrasiana, esa política hecha de clubes, debates y duelos caballerescos celebrados de madrugada en las calles de París. Cuando finalmente llega la crisis tan anunciada y buscada de la Tercera República, Maurras entra en crisis con ella. Una relación simbiótica. Como el hijo no reconocido de su época que es, el poeta convive mal con la estrella del nuevo fascismo europeo. En diciembre de 1926 la Iglesia Católica condena oficialmente el accionar de L’Action Française, en un episodio lleno de intrigas vaticanas: Roma considera que la Acción Francesa es más francesa que católica, y que el “anglicanismo” de Maurras es potencialmente peligroso. La ruptura que produce esta condena en el seno del universo de la derecha francesa tiene ecos que resuenan hasta el día de hoy; a los maurrasianos les sucede un poco como a los templarios, también mayoritariamente franceses. Charles Maurras como un Jacques de Molay del siglo XX. 

Al poeta le resulta cada vez más difícil la separación entre sus distintas vidas. “El demonio de la Política”, la pasión del siglo XX, no reconoce esferas. Los años 30’ descubren un Maurras entregado a denunciar el peligro del rearme alemán frente al pacifismo irrealista del círculo rojo republicano. Antigermanista por convicción desde la más tierna infancia (siempre consideró a los alemanes unos “barbaros” apenas civilizados, como un romano asomándose al borde del Rhin), el hitlerismo se le aparecía como la ultima encarnación de esa barbarie. Un Huno de métodos y prácticas bolcheviques: “Hitler sigue siendo nuestro enemigo número uno”, declaró en 1937. Esta concepción hacía imposible cualquier “unidad” en la familia de las derechas entre los nuevos fascistas de la Internacional Negra y los viejos cultores del nacionalismo integral (como descubrió el viejo activista en sus encuentros con Mussolini y Franco, a los cuales quiso acercar a una hipotética resistencia latina contra el peligro alemán). Por eso quizás sea el ultimo acto de la vida de Maurras tan grotesco y aparentemente incomprensible.

Su objetivo central fue el de muchos conservadores después de la Comuna: encontrar la fórmula de un nacionalismo francés divorciado de la Revolución que le dio origen. La invasión nazi de 1940 -que encuentra a un Maurras ya anciano- vuelve a poner sobre la mesa y de la manera más cruel la vieja dicotomía entre nacionalismo republicano y reacción extranjerizante, que tiene su hito fundacional en el intento de fuga del Rey Luis XVI durante la Revolución. Entre la Clase y la Patria, Luis eligió la primera. ¿Entre Hitler y la República, entre Vichy y Londres, qué va a elegir Maurras?

En su decisión se cristaliza el destino de una generación política. Porque Maurras se queda en Vichy y celebra al nuevo orden del Mariscal Pétain, el viejo general que firma el armisticio con Hitler y lleva a Francia a la vía de la “colaboración” con su enemigo alemán. El poeta se inventa coartadas e internas, halcones y palomas. Argumentos para estar ahí. Critica a los exiliados y la entente “gaullo-comunista” entre Londres y el Partido Comunista Francés, y llama a la Resistencia “terrorista”. El “patriotismo intransigente” de Maurras -en ese sacrosanto culto a la unidad típico de la ideología monarquista- quiere evitar la guerra civil, y lo que logra es sumergirse en ella.

El escritor militante de un “realismo pragmático” terminó inventando un realismo sin realidad.

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Maurras detesta a De Gaulle (quien, por otra parte, supo ser su lector atento) porque le rompe la coartada, la idea paradójica de que era posible resistir colaborando “desde adentro”. Parte del odio político y personal -sostenido gran parte del siglo XX- contra este General nace del off side histórico al que hizo quedar no sólo a los colaboradores, sino también a gran parte de la Francia política, que en los hechos entre la Patria y el anticomunismo eligió pactar con el fascismo. El fracaso definitivo de Maurras se resume en que su “Nacionalismo Integral francés” tuvo su ultima sede -la definitiva- en Berlín. 

“Mi destino es una celda”. El nuevo gobierno de la Liberación encarcela a Maurras por colaboración con el enemigo, cárcel de la que será indultado después por la nueva cuarta República. Muere derrotado y encerrado por el peso de sus propias paradojas, típicas de la banquina que suele esperar en los hechos concretos y reales a casi todos los pretendientes a “superar los valores de 1789”. “Esta es la revancha de Dreyfus”, declara. El poeta parece no hacerse cargo de los monstruos que su propias ideas ayudaron a engendrar. Los días de la guerra lo muestran aislado y desesperado, como un Victor Frankestein que ya no puede hacer regresar a su criatura al laboratorio.

Maurras sufrió una sordera física intensa durante gran parte de su vida adulta; tal vez una metáfora física de la evolución de su pensamiento, que terminó fatalmente encapsulado en la abstracción paradójica y en las fronteras de su propio cuerpo. La originalidad de Maurras, su impronta- ese blend entre poesía de la Provenza, monarquismo comtiano, metafísica mediterránea y paganismo conservador- acabó siendo irreproducible fuera de los límites de su propia vida y personalidad. El escritor militante de un “realismo pragmático” terminó inventando un realismo sin realidad. Un final resumido en la sentencia irónica de De Gaulle: “Charles Maurras es un hombre que se volvió loco a fuerza de tener razón”. 

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