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29 de octubre 2019

Fernando Rosso

CHAU VIEJA, TE VOY A EXTRAÑAR

Tiempo de lectura: 6 minutos

Fue una mujer, pero podría haber sido cualquier otra cosa: una brisa suave de un amanecer tranquilo, el acorde preciso en la canción más conmovedora o la palabra justa que alivia un dolor y nos recuerda que jamás debemos perder la ternura.

Fue una mujer, pero podría haber sido cualquier otra cosa: incluso, mi madre. ¿Cómo abarcar la inmensidad de una vida que para uno tuvo una significación tan inmensa?

Podemos remontarnos a un pueblo perdido en el norte santafesino a fines de la década del ’50 del siglo pasado. El verde imponente, el sol que desborda, el olor a la tierra mojada a la vera de un brazo del Paraná. Dos hermanas adolescentes, algún sábado por la noche bajo un cielo despejado. La anécdota se narró mil veces en las tertulias familiares para describir como era “la Normita”. Por hache o por les habían prohibido concurrir al baile y como el pueblo era un pañuelo el barullo de la música y la fiesta se escuchaba desde cualquier rincón. Tía Mirta no se hacía tanto problema, tiempo después descubrió que a ella le gustaba bailar con las palabras, flirtear con los secretos de la poesía y volverse cómplice de las letras en un mundo construido por su imaginación literaria. Pero vos vieja, vos querías ir a bailar y llorabas toda la noche hasta el preciso momento en el que se apagaba la música. No importaba que tía Mirta te dijera que no pasaba nada, que tenías todos los sábados por delante, que no era ni el primero ni último baile y que seguro el próximo iba a estar mejor. No, para vos la anatomía de ese instante era única. Las canciones se escuchaban esa noche como sólo esa noche se escucharían, quizá tus amigas tenían ganas de divertirse en aquellas horas como nunca antes ni después o en una de esas te estaba esperando un amor que nadie podía garantizar que siga ahí una semana después. Te perdías todo eso por las reglas burocráticas del mundo que le concedían la autoridad a un miembro de la familia (en este caso, el abuelo Simón) para disponer autorizaciones o prohibiciones de acuerdo a su antojo. No era justo y nadie podía quitarte el derecho imprescriptible de llorar hasta que se apague la música.

Pero vos vieja, vos querías ir a bailar y llorabas toda la noche hasta el preciso momento en el que se apagaba la música

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Quizá, en esa minucia adolescente se cifra toda tu historia mínima.

Lo demás vino después. Formar parte del primer grupo de relucientes maestras graduadas en el Colegio del pueblo, la utopía del príncipe azul, la familia ideal y el progreso soñado. El arribo a la gran ciudad colmada de promesas y oportunidades, debajo de cada adoquín una playa de felicidad. Un destino condenado al éxito con la prosperidad a la vuelta de la esquina.

Lo que siguió fue el desierto conurbano de lo real. Aquellos años grises que la memoria intenta olvidar (porque olvidar lo malo también es tener memoria) y que regresan sin pedir permiso en sueños confusos alguna que otra noche, en los rostros de pánico o de ira de algún borracho colgado en la barra de un bar (que siempre es el mismo rostro, con matices), en la frustración de alguna mujer con las venas abiertas por las heridas del alma. Tiempo después aprendí teóricamente la “cuestión de la mujer”, la doble opresión, la triple explotación, las mil formas de violencia inaudita e inconcebible.

Puede sonar un lugar común del macho tanguero afirmar que “te debo todo lo que soy”. No es así en este caso, porque soy básicamente un militante y el temprano impulso para tomar es rumbo estuvo marcado en gran parte por lo inaceptable de tu realidad:compartiendo tu existencia llegué a una conclusión, como dijera Ernest Bloch para fundamentar por qué escribió su Principio esperanza: porque “esto que existe no puede ser verdad”. El mundo no puede o no debe exponer a las personas a ninguna forma de violencia, ni simbólica ni material, no se debe condenar a nadie a vivir una vida a la defensiva.

Tiempo después aprendí teóricamente la “cuestión de la mujer”, la doble opresión, la triple explotación, las mil formas de violencia inaudita

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Paradójicamente, cierta “liberación” de aquella media noche de tu siglo corto vino con el ingreso al mundo de la esclavitud asalariada. Para mí terminar con la mentira de la familia fue un alivio. Soy de la quinta en la que todavía eran mal vistos en los barrios populares los hijos de “padres separados”. Seguro salíamos torcidos, con problemitas de conducta de jóvenes y con aberrantes deformaciones de grandes. Todo eso me parecía una soberana estupidez. Si bien envidié a aquellos amigos o familias que tenían, digamos, una comunicación más fluida que la nuestra; siempre pude captar la hipocresía de las que hacían “como si” y eran muchas, sino la mayoría.

Fueron los años de tu transformación en “Rosarito Vera Peñaloza”, la maestra más buena de todo el sur del conurbano. Un dato certificado por compañeras de trabajo, alumnos y alumnas, padres, madres y hermanos, porteras, asistentes sociales, policías o chorros.

Con ese pequeño acto de liberación y autonomía más la impronta del divorcio alfonsinista retornó la búsqueda de la música. Bolichearla los sábados y recrear las ilusiones perdidas. Así apareció el “loco” Miguel y su familia más tana que el espagueti: su mamá, Doña Ema, que sufría “síndrome maníaco-depresivo” y una semana estaba postrada en la cama y a la siguiente era una ráfaga que hablaba hasta por los codos; el hermano Jorge, aventurero y baqueano en submundos de negocios que florecían en el límite de la legalidad; el endeble Sergio, que heredó sólo uno de los polos de la “bipolaridad” de su madre: el de la depresión; Don Jorge, que estaba absolutamente convencido de que en el mundo existían sólo dos cosas: sus discos y él, en ese orden. Una vez que el “loco” Miguel entendió que no tenía que esforzarse por cumplir ninguna función paterna, nos llevamos bien. Me gustó el ensamble que hicimos con esa familia por un tiempo. En esa casa vimos el dramático mundial del ’90 y entre las muchas cosas útiles que aprendí, estuvo la de insultar a Codesal en italiano ¡Vaffanculo, cazzo, pezzo di merda! Esa tanada argentina a las puteadas limpias contra sus compatriotas a la par del odio visceral del Diego, fue un espectáculo único.

En el bingo, esa compañía de viejos solitarios que van en busca de la maldita suerte, tuviste tus inocentes derrapes.

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Pero también de ahí en algún momento soltaste y partiste con el convencimiento de que ya no habría rayo del amor que te parta en dos,que tal vez era tiempo de presentarle tus credenciales a la soledad. Acomodarte a la vejez que es una forma de exilio. En el bingo, esa compañía de viejos solitarios que van en busca de la maldita suerte, tuviste tus inocentes derrapes. Alguna vez te jugaste un mango de más de la magra jubilación y junto con los generosos regalos que comprabas con la tarjeta para tus nietas creíste que estabas en un default terminal. Salimos a bancarte (ya estabas enferma) con ese camión que tengo como hermana y a saldar la deuda. En tren de confesiones, alguna vez creíste que tenías que contarme estos actos terribles. Te dije: “Vieja, esto que contás es la buena acción del día en la vida de gran parte de la gente que habita este mundo de mierda”.

Los últimos años, paradójicamente, fueron los de una recuperación de un vínculo más intenso. Nos unió el amor y el espanto: el amor de siempre y el espanto de pensar que atravesábamos los claroscuros de un sol que se apagaba.

Lo correcto -política e ideológicamente- en este momento para un hombre de mi condición sería afirmar que soy consciente de que estamos de paso en este mundo, que no hay nada más allá ni más acá, que lo importante es qué hacemos para transformar este desastre en un paraíso, que el materialismo y que la dialéctica. O también podría apropiarme con hidalguía la famosa anécdota narrada por Borges sobre el momento de la muerte de su abuela. Nuestro poeta nacional reveló que poco antes de partir la mujer los llamó a todos y les dijo: “No hay razón alguna para que esté alborotada toda la casa, lo que está sucediendo es una cosa muy trivial. Es simplemente una mujer vieja que está muriéndose muy despacio. No hay nada interesante en todo esto”.

Que en algún rincón haya una cocinita donde calentar el agua para el mate y que nos sentemos a conversar sin apuros ni urgencias, ni recetas, ni autorizaciones, ni estudios, ni laboratorios, ni tomografías portadoras siempre de malas nuevas

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Pero no logré ninguna de esas valientes actitudes, el valor es una cualidad muy relativa en cada persona y para cada circunstancia. La verdad es que mi más ferviente deseo en este momento sería que exista un cielo blanco arriba de las nubes, con un Dios negro de amplia sonrisa luminosa como Morgan Freeman. Que en algún rincón haya una cocinita donde calentar el agua para el mate y que nos sentemos a conversar sin apuros ni urgencias, ni recetas, ni autorizaciones, ni estudios, ni laboratorios, ni tomografías portadoras siempre de malas nuevas. Que me digas que en el examen de la vida estoy más o menos aprobado. Nada sobresaliente ni muy bien diez felicitado como los que habrás regalado tantas veces para arrancar las sonrisas de niños con vidas demasiado grises. No, un aprobado nomás. Pero que me digas que logré respetar a grandes rasgos los tres o cuatro principios que aprendí de tu admirable forma de ser para con el mundo, de tu don de gente, de la ternura, el respeto y el amor para con las personas.

Lamentablemente nada de eso existe, pero igual me arrogo el derecho a elegir. No puedo aún unir la estrechez de la palabra muerte a la inmensidad tu vida. Entonces, elijo pensar que no te fuiste a ningún lado, que no partiste hacia ninguna parte, que no pasaste de un estado particular a otro radicalmente distinto. Elijo pensar que simplemente te dormiste cuando se apagó la música.

Te voy a extrañar.

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Comentarios

  1. Joaquin

    el 29/10/2019

  2. Gonzalo

    el 29/10/2019

    Se publica Monteiro Rosso, diria Pereira, que lindo , relato, nota, necrologica no se como se categorizara, y que feo momento debe ser, un abrazo

  3. Adriana Silvina Acosta

    el 29/10/2019

    Hermoso y conmovedor. Un abrazo y que te acompañe siempre su recuerdo amoroso.

  4. Eduardo

    el 29/10/2019

    Impresionante. Me conmovió profundamente. Abrazos. Hermoso lo qie decís.

  5. Noemí Hamilton ?

    el 29/10/2019

    Gracias, no puedo ni escribir, sólo Gracias ?

  6. María Julia

    el 29/10/2019

    Yo no tengo esa manera exquisita de escribir, pero sí pude sentir cada palabra. Gracias por permitirme poder leerte

  7. María Julia

    el 29/10/2019

    Yo no tengo esa manera exquisita de escribir, pero sí pude sentir cada palabra. Gracias por permitirme poder leerte

  8. Pepe

    el 29/10/2019

    El amor ,escrito.

  9. Maria Cristina Scibona

    el 29/10/2019

    Sentido relato, acerca de una mamá que vivió su vida, tratando de dar lo mejor de si y a la vez no olvidarse de vivir. Un abrazo.

  10. Olga Margarita

    el 29/10/2019

    Te mando un beso de madre y abuela.

  11. Gringa

    el 30/10/2019

    Bella despedida…

  12. Raky

    el 30/10/2019

    Simplemente Hermoso…Me hiciste llorar
    Y que en esa cocinita siempre este la mecha encendida
    Abrazos..

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