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21 de marzo 2020

Florencia Benson

CORONAVIRUS: EL TRIUNFO DEL NO LUGAR

Tiempo de lectura: 7 minutos

La propagación del COVID-19 ha forzado la unificación espaciotemporal de nuestra voz y nuestro cuerpo, nuestro lugar imaginario y el físico, y ha vueltonuestra mirada hacia nosotros mismos. Nos preguntamos —en voz alta, en las redes y en los medios—, ¿qué hacemos con este cuerpo en este espacio durante este período de tiempo? Las respuestas son variopintas: angustias, consejos, actividades, memes. Descubrimos que la soledad y la ermitañedad no son lo mismo.

¿Cómo llegamos a esta situación? No mucha gente está buscando culpables. La pandemia se vive como una catástrofe natural, una desgracia, una plaga nueva que se transita del mismo modo que las antiguas: con resignación. Sin embargo, cabe preguntarse si no hay realmente responsables de todas estas muertes y sufrimiento.

“No es una cuestión de si sucede sino de cuando suceda”, abre Pandemia, el documental de Netflix realizado hace unos años y estrenado ahora. Hace dos años, un grupo de epidemiólogos advirtió en la OMS sobre el peligro de una epidemia grave causada por un patógeno desconocido, de origen animal y que se propagase por varios países con una tasa de mortalidad mayor que las cepas de gripe estacional, causando alarma global.La llamaron “Enfermedad X” en el marco de un plan de protocolos de prevención. Por supuesto no es sólo un grupo de iluminados sino que los científicos especialistas vienen advirtiendo que la amenaza principal para la supervivencia humana no es una guerra nuclear ni el cáncer, sino la propagación de una pandemia invulnerable a las herramientas de la medicina actual. Estos virus se originan en especies animales (aves, murciélagos, cerdos, chimpancés) y se transmiten al humano, que no tiene los anticuerpos para lidiar con él. Las cepas, además, mutan con el tiempo y las vacunas que alguna vez fueron eficaces se vuelven inocuas.

Portada de la revista TIME del 15 de mayo de 2017

La trayectoria del COVID-19 se origina en Wuhan, una de las regiones más industrializadas del planeta, una de las ciudades más pujantes y populosas de su país, llamada (por su centralidad neurálgica en la red de transporte nacional) “la Chicago china”. En Wuhan no sólo se producen manufacturas sino también conocimiento de última generación, con grandes centros investigativos y universidades. Con China dominando el mercado del retail global, a través de técnicas comerciales de gran escala y eficacia como el dropshipping, el golpe a Wuhan parece estratégico para debilitar la supremacía comercial de la potencia asiática. En guerra comercial abierta con Estados Unidos, ¿acaso éste plantó el virus durante los Juegos Mundiales Militares, tal como acusa China? ¿Es decir que habría enviado a uniformados a una misión suicida, como los terroristas que dice combatir? La pandemia y el terrorismo comparten no pocos rasgos, entre ellos su carácter impredecible, rizomático y letal. La guerra contra el virus isthe new guerra contra el terrorismo, una narrativa cuyos frutos han probado ser riquísimos para la rapacidad comercial y bélica (y la supremacía estadounidense como centinela del Mundo Libre). El virus es entonces el terrorismo por otros medios, el perfeccionamiento del dispositivo del terror.

Es también y sobre todo un stress test sobre nuestra propia subjetividad, si reaccionamos de manera más o menos adaptativa a la revolución post-laboral en ciernes

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Como sea, desde China se exporta el virus a los epicentros turísticos europeos, Italia y España, dispersándose al resto de Europa en poco tiempo y finalmente a Estados Unidos. Los contagios en los países en desarrollo son escasos y tardíos, aunque países con metrópolis importantes y élites cosmopolitas como Buenos Aires, CMDX o San Pablo son focos de riesgo.

¿Por qué, entonces, la insistencia en llamar a este muy previsible outbreak (precedido por el SARS, H1N1, MERS y otros) un “Cisne Negro”? La negligencia de los actores políticos y económicos (y su consiguiente falta de preparación) ante las repetidas alertas de la comunidad científica difícilmente catalogue como una excepcionalidad. Un Cisne Negro es por definición la materialización de una posibilidad estadística cercana a cero, ¿cuáles serían las chances, estadísticamente hablando, de que se concretara un ataque terrorista en el territorio continentalestadounidense, la primera potencia bélica mundial por lejos? Nula, diríamos. Pero sucedió: he ahí un Cisne Negro. Ahora bien, una pandemia que estaba prevista —incluso su comportamiento intrínsecamente rizomático—, pero que fue ignorado o minimizado por las autoridades: eso tiene otro nombre.

La pandemia COVID-19 es un stress test no sólo sobre la infraestructura sanitaria, económica y habitacional (es decir, estatal) de cada país. Es también y sobre todo un stress test sobre nuestra propia subjetividad, si reaccionamos de manera más o menos adaptativa a la revolución post-laboral en ciernes. No es descabellado plantear que nos encontramos en las puertas de un nuevo paradigma económico y el sistema quiere saber cómo nos adaptamos a nuestra nueva fábrica, nuestra nueva estación de trabajo o, lo más probable, de no-trabajo.

No mucha gente está buscando culpables. La pandemia se vive como una catástrofe natural, una desgracia, una plaga nueva que se transita del mismo modo que las antiguas: con resignación

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Desde luego, esta primera iteración de la prueba está sacando a relucir lo mejor y lo peor de nuestra humanidad: cómo se organizan nuestras sensibilidades, nuestras herramientas cognitivas frente al fake news, nuestros lazos solidarios e ideológicos, todo ello se manifiesta como un síntoma más del coronavirus. Sin embargo, creemos que la fuente más profunda de nuestra histeria colectiva no se vincula con la xenofobia ni con el contagio, sino que estriba en la realización de que las tareas que llevamos a cabo cotidianamente se demuestran superfluas, redundantes o innecesarias (“esta reunión pudo ser un email”) y, efectivamente, el coronavirus es el agente que el mercado ha designado para notificarnos de nuestra prescindencia.

Porque el mercado post-laboral no es para todos ni para muchos, ni del lado de la oferta ni de la demanda.

Tal cual lo señala la película Parasite (y su título premonitorio), el sistema socioeconómico tiende cada vez más a organizarse en tres grandes estamentos: los ricos, un entorno que lesproveen bienes y servicios, y todos los demás (trabajadores a parias). Esta brecha entre los dos primeros y el estamento inferior tiende a transformarse de manera cualitativa y exponencial, la desaparición del dinero en efectivo, las criptomonedas y los activos digitales, las apps, sólo son accesibles para quien tenga acceso a la última tecnología (la más cara) y, sobre todo,determinado capital cultural para navegarlo.

creemos que la fuente más profunda de nuestra histeria colectiva no se vincula con la xenofobia ni con el contagio, sino que estriba en la realización de que las tareas que llevamos a cabo cotidianamente se demuestran superfluas, redundantes o innecesarias (“esta reunión pudo ser un email”)

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Por ejemplo, los servicios de entregas, hoy tercerizados en gran medida en inmigrantes que pedalean para ganarse el mango, serán reemplazados por drones. En las fábricas habrá mayoría de robots y algunos humanos, que serán middle management, a cargo de cierto equipamiento pero supeditados a su vez a otros equiposmás sofisticados, como computadoras cuánticas, capaces de tomar decisiones críticas en un nanosegundo. Los techmoguls como Elon Musk o Mark Zuckerberg están en la vanguardia de esta ola y desde esa posición militan incesantemente el ingreso universal, algo que en Argentina ya se está implementando progresivamente y de hecho, empezando por los más vulnerables (jubilados, beneficiarios de AUH) hacia el centro (pymes, monotributistas).

Todo parece indicar que la fantasía o utopía marxista del fin del trabajo asalariado está porhacerse realidad, finalmente, aunque sin dictadura del proletariado sino por la vía de la obsolescencia humana. Y nos toca en este momento lidiar con esa información por primera vez, con este shock de ser ¿libres? y excedentes. El impacto que esto tiene en nuestra psiquis, en las narrativas que nos contienen hace años, en nuestra propia identidad individual, es —tiene que ser— inconmensurable. La medida en que nuestro trabajo, nuestra ocupación, nuestra formación, nos define, no puede ser subestimada. ¿Con qué ocuparemos ese vacío? ¿Cómo elaboraremos una identidad, sobre qué premisas, qué nos hará valiosos para nosotros mismos y para el otro?

Cuando Marc Augé acuñó el término “no lugar” para designar los grandes espacios impersonales en donde no existe un vínculo comunitario o afectivo perdurable, por ejemplo los aeropuertos, los shoppings y las autopistas, las redes sociales no existían. En la actualidad, el antropólogo francés también incluye Internet como no lugar por excelencia, recordando también que una de las acepciones del término ‘virtual’ es la de algo que nunca se va a cumplir, que queda en estado imaginativo o potencial, en oposición a ‘actual’.

AirSpace y la estética millenial

Muchos de los nuevos excluidos pertenecen a la clase media, trabajadores cuentapropistas o empleados del sector servicios, que poseen herramientas y redes de contención para hacer frente a este momento paralizante y la confianza, eventualmente, dereinsertarse una vez que la crisis termine. Mientras tanto, se vuelcan a Internet para generar contenidos de resistencia, solidaridad, humor y tips para mantener elevada la moral, muchos de ellos vinculados al auto-mejoramiento, desarrollando nuevas (o perfeccionando) aptitudes creativas, cognitivas o físicas. Byung-Chul Han ha descripto este mecanismo de autoexplotación en libros como En el enjambre y Psicopolítica, que el autor propone como una evolución de la biopolítica foucaultiana.

Esta respuesta sobreadaptada que obedece al precepto de productividad quizás demuestre, mejor que cualquier otro comportamiento (la obediencia a las normas de aislamiento, las compras, la higiene), que la fuerza de trabajo está alistada para responder al desafío post-salarial.

Todo este torrente libidinal, asimismo, se conduce y modula a través de la estética millenial dominante en las redes —con su combinación agradable e impersonal de colores nude y ocre, plantas, madera y subway tiles—, una estética que resuena con cierta calidez uterina estratégicamente preparada para recibirnos y acomodarnos, haciendo del AirSpace nuestra nueva fábrica global y del no lugar nuestro nuevo hábitat. 

una estética que resuena con cierta calidez uterina estratégicamente preparada para recibirnos y acomodarnos, haciendo del AirSpace nuestra nueva fábrica global

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Una vez que nos hayamos adaptado a las nuevas circunstancias, que hayamos procesado y aceptado esta modificación en el sistema y el nuevo lugar que nos asigna,que nos hayamos acostumbrado a pasar largas horas usando nuestra creatividad y recursos para no ser mordidos por el virus de la alienación, de la ansiedad, de la locura; que hayamos alcanzado la destreza de canalizarlos de manera productiva —porque la productividad no se pierde, sino que se transforma— y la de fortalecer los vínculos emocionales mientras mantenemos nuestra distancia corporal, entraremos en una nueva fase de disociación para la que esta unificación temporaria nos ha preparado.

Quién sabe, la próxima puede llegar a ser una generación de sabios ermitaños que han dominado el arte de conectar selectivamente con otros, sin la presión de trabajar para comer, pagando el precio en una fuerte restricción de movilidad física (porque así lo demanda la sociedad de control) y, sobre todo, en la sisífica tarea de tener que construir diariamente una narrativa que les provea un sentido de valor propio y de utilidad social. Todo parece indicar que hacia allá vamos.

Imagen: Anthony Wallace / AFP

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Comentarios

  1. Anibal

    el 21/03/2020

    Excelente. Venimos hablando de esto con gente amiga, tu aporte encadena tópicos que en nuestro debate aparecían aislados.

  2. Nacho M.

    el 22/03/2020

    Tremendo, Florencia.

  3. Carlos Gomez

    el 22/03/2020

    Cómo siempre, nos cagan.

  4. Claudio

    el 25/03/2020

    Buen análisis, para sentirlo completo le falta un capítulo que profundice sobre el estado presente y solidario que emerge como un nuevo keynesianismo teiunfante, sobre las fórmulas liberales del modelo meritocratico.

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