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03 de octubre 2015

Giordano Marziotti

DECONSTRUYENDO EL REALISMO TRADICIONAL

Tiempo de lectura: 4 minutos

 

La modernidad, entendida en sentido amplio, funciona como la fuerza rectora de lo que actualmente entendemos por realismo. El pecado originario infringido por Descartes se convierte en hybris intelectual en manos de Kant y se hace carne poética en las de Goethe. Las desventuras del joven Werther, marcan con fuego en la historia literaria el ingreso de la figura del escritor como personaje y de la literatura como tema. Werther encarna con su voz y con sus llantos lo que Cervantes había inmortalizado unos años antes con su Quijote: somos lo que leemos y la realidad solo puede ser literaria.

Esta idea de realismo que arremete sobre el mundo como una fuerza humanizadora que engulle todo indicio de naturaleza a su paso, encuentra su cenit y caída en nuestra querida época posmoderna. Finalmente cansados de vernos en todos lados y en todas las cosas, entregamos nuestras armas y nos acercamos pacíficamente hacia el otro lado. Esperamos a que pase la tormenta producida por el choque de paradigmas y, en una especie de tregua momentánea, nos dejamos llevar por el devenir de una existencia compartida.

Este es el espíritu que se respira en la obra de Violeta Gorodischer. Un corpus literario que se reparte entre trabajos de ficción y no-ficción y que, pese a ello, sigue ostentando una extraña coherencia. En Los años que vive un gato (Tamarisco, 2011), el minucioso trabajo de construcción de un prolijo bildungsroman se enrarece por la utilización de hechos que, la escritora sabe, se leerán en forma autobiográfica. En su libro de crónicas, Buscadores de fe (Emecé, 2012), la respetuosa dualidad entre cronista y hechos fácticos se va diluyendo desde el prologo hasta el último capitulo, donde se funden finalmente en una fiesta de reconciliación apoteósica. En su ultimo libro, Sueños a 90 centavos (Seix Barral, 2015), todo indicio explícito de autoreferencialidad pareciera desaparecer pero traslada el conflicto entre ficción y realidad al juego con las voces narrativas que la autora propone para cada uno de los cuentos:

“En este libro el ‘yo’ eclosiona en cada uno de los personajes, pasando de la primera a la tercera y dejando huellas autoreferenciales, algunas más evidentes, como los que refieren al periodismo o la literatura, y otras más sutiles, como en el cuento ‘Antonio'”.

Los relatos mas audaces e interesantes con respecto a este punto resultan ser “Un ramo de flores” y “Mamushkas”. Utilizando un registro similar al de ciertas obras de Virginia Woolf o Marguerite Duras, las historias avanzan siguiendo el ritmo discursivo de sus personajes pero sin caer nunca en el uso de la primera persona. De esta manera, Gorodischer produce una sensación de transparencia narrativa -intensificada por una textura seca y sin accesorios- que, sin embargo, no dudara en quebrar cada vez que considere que el lector se encuentra ya demasiado cómodo: combinando el discurso indirecto del narrador con las voces de los personajes; intercalando imágenes y sonidos en el flujo de pensamiento de los protagonistas; escamoteando deícticos temporales que desdibujan el presente de la narración de las referencias al pasado.

Las historias que componen Sueños a 90 centavos -ganador del premio del Fondo Nacional de las Artes- coquetean recurrentemente con alusiones a la realidad cotidiana pero emergen del papel como una especie de magma indisociable de voces, personas y objetos. Solo por momentos pueden hallarse en sus relatos ciertos destellos de una realidad que despunta con mayor claridad y autonomía. Este es el caso de la triada de aguafuertes culturales compuesta por “Sueños a 90 centavos”, “Sudan, divino tesoro” y “Hombres bomba” donde las referencias a los ámbitos del arte, el periodismo y la literatura adquieren por momentos una relevancia que llega a eclipsar el protagonismo de sus personajes. Esta cualidad, a su vez, se intensifica cuando ciertos discursos provenientes de la realidad histórica se filtran en los relatos como fugas de gas intertextuales, por ejemplo, en las proclamas montoneras que Gorodischer intercala en la novela del escritor de “Hombres bomba”.

Esta aparición repentina de la realidad en su mayor grado de pureza, trae a la mente las reflexiones del Barthes tardío o postestructuralista. Tanto en Lo obvio y lo obtuso como en su ensayo “El efecto de lo real”, el semiólogo francés identifica a la idea de realismo con la introducción de elementos o descripciones que no pueden ser ni reducidas ni asimiladas por el sistema de significación propio de la obra: “colocando lo referente como real, fingiendo seguirla de una manera servil, la descripción realista evita dejarse incluir en una actividad fantasmal (precaución que se creía necesaria para la ‘objetividad del relato’)”.

Esa “objetividad del relato” que durante años de desarrollo cultural se fue configurando para dar una imagen segura y tranquilizadora de lo que se encuentra allá afuera, es justamente lo que desarticula el discurso de Gorodischer a través de sus flashes de realidad y su problematización de la autoreferencialidad clásica. De esta manera, el sentido de la literatura ya no proviene de un sujeto todopoderoso ni de una realidad material que se impone sino -según afirma Josefina Ludmer sobre Los años que vive un gato– de un estado de ambivalencia:

“vos la leés y no sabés si eso ocurrió o no ocurrió, si los personajes son reales o no. Parece una autobiografía pero no tenés modo de demostrarlo salvo preguntándole al escritor y ella tampoco te lo va a decir. Entonces esa ambivalencia alrededor de si es literatura o no es literatura, si es ficción o no es ficción (…) tiene un efecto, digamos, más fuerte, que si constantemente decís ‘esto es literatura'”.

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En este punto, resulta una feliz coincidencia la reciente publicación a través del sello editorial Caja Negra del libro de Graham Harman, Hacia el realismo especulativo. Como si formaran parte de un mismo espíritu de época, la escritora argentina comparte con el filosofo norteamericano un mismo deseo de reformular la concepción tradicional de realismo por medio de una revalorización de la potencia literaria de lo real. O, al menos, de hacer posible un contacto menos esquemático y mas armónico entre el hombre, el arte y la realidad.

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