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04 de septiembre 2020

Marcelo Ohienart

EL CABALLERO CANTOR

Tiempo de lectura: 4 minutos

1.

Nació en Troina, provincia de Catanzaro en Sicilia el 13 de febrero de 1891 con el nombre de Andrea Ignazio, hijo se Socorro Salomone y de un padre que sólo le legó su apellido. Con apenas 5 años arriba con su madre a Buenos Aires, instalándose en el conventillo de Corrientes “angosta” Nº 1318, entre Talcahuano y Uruguay. El inquilinato también supo ser hogar de una encumbrada cantante y actriz, al punto que en la vereda una placa recuerda que allí vivió la gran Tita Merello. Luego de tiempo la familia se muda al barrio de Boedo y de allí a Carlos Tejedor.

“los pájaros me enseñaron la espontaneidad de su canto, sin testigos, en el gran escenario de la naturaleza. Aprendí a cantar como ellos, naturalmente y sin esfuerzos”

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2.

La mayoría de quienes se ocuparon de contar su historia coinciden en afirmar que Doña Socorro y su pequeño hijo, se emplearon en la “Estancia 10 de noviembre”, a unos 30 km de C. Tejedor camino a Pehuajó. La madre como mucama y el muchacho como boyero. La “10 de noviembre” era en esos años un establecimiento que tenía más de 300 empleados entre puesteros, mensuales, boyeros y peonada, pero quizá los lectores la recuerden porque fue el lugar donde se precipitó a tierra el helicóptero de Rubén Di Palma y que le costara la vida al gran corredor. Sin embargo, tengo para mí que no habría sido así. Otra fuente consultada para esta nota, más precisamente un vecino de Carlos Tejedor, me refirió que Socorro y su hijo Andrea Ignazio fueron empleados de Don José Llovera y su esposa Rosa, hacendados de la zona de Timote, próximo unos 20 km de Tejedor. Sea cual sea la verdad, lo cierto es que para 1901 vuelven a Buenos Aires y se instalan en la calle Artes y Oficios (hoy QuintinoBocayuva) 567. Lo que sin dudas no olvidó de esos años en los pagos de Tejedor fue lo que él mismo Ignacio Corsini, de quien hablamos, supo rememorar alguna vez: “los pájaros me enseñaron la espontaneidad de su canto, sin testigos, en el gran escenario de la naturaleza. Aprendí a cantar como ellos, naturalmente y sin esfuerzos”.

3.

Otra de las tantas cosas que me dejó para siempre mi abuelo Américo fue el gusto por el tango. Aún conservo el viejo Wincofón valvular con el que escuchábamos los longplay, ubicado en esa mesita de cuatro patas que debajo tenía espacio para guardar los discos. El abuelo era fana del gordo Troilo y de casi todos los cantores que pasaron por su orquesta, desde, por citar algunos, Alberto Marino pasando por Floreal Ruiz hasta el Polaco Goyeneche. Cuando los domingos el abuelo iba al patio a enfrascarse en la rutina del asado y antes de encender la portátil para escuchar turismo nacional en la voz de Eduardo González Rouco, solía llevar la mesita del winco y escuchar unos tangos mientras la ceremonia religiosa del fuego comenzaba. Me emocionaba particularmente un tango, aquel que dice: “bandoneón arrabalero, viejo fueye desinflado…”. Sin embargo, Don Américo, a pesar de lo troileano que era, tenía un LP que ponía tan sólo para escuchar una sola canción.

4.

Así como en una época brillaron en el fútbol Farro-Pontoni-Martino, el terceto de oro de San Lorenzo, antes hubo un trío en otro rubro, tan famoso como aquel, el de Gardel-Magaldi-Corsini. Don Ignacio Corsini, el caballero cantor, trabajó para la compañía circense de Pepe Podestá y en la de Pepe Ratti, siendo el joven galán de la obra “Nido de cóndores” en el Teatro Apolo. Siendo participante de la obra teatral “El bailarín del cabaret” estrena en 1922 el tango “Patotero Sentimental”, tenía 31 años y ya llevaba más de diez años de casado con Victoria, trapacista e hija de otro circense, José Pacheco, con quien tendría un hijo. Más allá del éxito que logró con Patotero, podemos decir que su interpretación de “La Pulpera de Santa Lucía”, de Blumberg y Maciel, estrenada en 1928, lo catapultó definitivamente a la fama. Fue cuando se le abrió la puerta del séptimo arte en el incipiente cine argentino, trabajando en “Idolos de la radio” y “Fortín Alto”. Sin embargo, esa fama ya ganada, se haría aún mayor cuando se sumó en 1934 a la orquesta de Francisco Pirincho Canaro. Ya no tuvo techo. Se retiró joven, en 1949, con apenas 58 años, un años después del fallecimiento de su esposa. Decidió entonces recluirse en su domicilio de Otamendi 676, en Parque Centenario. En 1954 dio a conocer un tango que grabaría Alberto Marino: “Aquel cantor de mi pueblo”. En esa composición, a la que le puso música Enrique Maciel, Corsini plasmo en letras todo su dolor: Dolor de ausencia en los ojos/Y un color radiante en su pelo/Romántico soñador/Era el cantor de mi pueblo/Tenía una dulce tristeza/Cuando evocaba cantando/El dolor de un amor muerto/O el alfa de nuestros campos. No fue hasta 1961 que se volvió a saber de él cuando no pudo negarse a participar del programa “Volver a vivir” de Canal 7 que conducían Blackie y D’Agostino.

Su voz se calló para siempre el 26 de julio de 1967 cuando tenía 76 años. Fue para muchos, la voz más particular que cantó tangos.

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Comentarios

  1. osvaldo tangir

    el 04/09/2020

    Gran serie de notas. Me gustaría una evocación sobre Vadarkablar, el Pocho Soto, Free Lance, Legui, Forli…. Ojalá el Abuelo haya transmitido al nieto el gusto por los chuchos…

  2. marcelo

    el 04/09/2020

    Gracias Osvaldo. De ese gremio era mi viejo! tremendo estudioso de la sección turfistica!

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