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04 de octubre 2016

Mariano Schuster

Jefe de redacción de La Vanguardia. Editor en Nueva Sociedad.

EL ESTE ES ROJO

Tiempo de lectura: 6 minutos

Había iglesias y sinagogas. Templos y religiones. Y una única bandera roja. Era Londres. No el de Westminster, ni el del Buckingham Palace, ni el del British Museum. Era el Londres de la religión revolucionaria como expresión del deseo de esos obreritos pobres dispuestos a entrar con tanquetas a la Cámara de los Lores. Todos se congregaban y se abrazaban y se amaban y estaban dispuestos a levantar crucifijos y estrellas de David, con la condición excluyente de que se alzaran rosas, hoces y martillos y que, al lado de la imagen de Cristo, de la cruz o del shofar, se asomase, como en un espectáculo de ciencia ficción, la cabeza Marx que miraba todo desde el Cementerio de Highgate.

En la Fulbourne Street se destacaba el  Jewish Socialsit Club (Club Socialista Judío) y en la Jubilee Street se montaba, como una secreta guarida donde ejercer amores y placeres, el Anarchist Club. Mientras el espíritu de Jack the Ripper se dejaba sentir con su cuchillo amenazante dispuesto a derramar las vísceras de putas proletarias; en las inmediaciones de Whitechapel, el sentimiento roji-negro, la disposición a alzarse contra el reino del dinero y el poder, se había apoderado de los corazones justos. El East End, esa zona híbrida de resistencias, ya comenzaba a ser la Tierra Prometida: judíos, musulmanes, cristianos y marxistas gozaban de su vocación teleológica que los llevaría a una Nueva Jerusalén.

En el East End vivieron Lenin y Trotsky, escribió Conan Doyle y se desarrollaron rebeliones de mujeres comunistas

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¿Una zona de cobijo para amantes y borrachos? ¿Una isla en medio de la inmensidad? ¿Un solar de rebeldía? El East End lo es todo. Fue allí donde Stalin y Trotsky se vieron la cara por primera vez, y donde las sacras paredes de la Parroquia de la Hermandad de Southgate Road contuvieron a Lenin y a sus camaradas planificando el 5to Congreso de los comunistas rusos en el exilio. Fue allí donde el futuro Comisario de Relaciones Exteriores de la URSS, Maxim Litvinov, caminó como un paria buscando camas para los bolches entre las harapientas calles de Stepney. Fue allí donde un señor adusto llamado Arthur Conan Doyle escribió sobre su maniático Sherlock, y donde la bella Sylvia Pankhurst organizó al feminismo comunista con un particular llamado: ¡Votos para las mujeres!

El East End, esa casa de justos y bellos, vive en resistencia. No cuesta imaginar que allí se haya producido la batalla callejera más épica de la historia.

Primera Imagen

Corría el año 1936 y el fascismo ya era un estado maloliente en buena parte de Europa. Franco se levantaba en armas contra la II República, Mussolini agitaba los cañones del corporativismo, y Hitler apuntaba sus garfios contra judíos, gitanos, árabes, homosexuales y marxistas. Oswald Mosley, un laborista devenido en fascista, encontró un buen marco para demostrar su fuerza. El rey Eduardo VIII, recientemente coronado, mostraba simpatías con los Camisas Negras y ya mostraba su vocación de aplicar la ley y el orden con el brazo extendido. El líder de los fachos británicos decidió mostrarle que era posible.  El 4 de Octubre, una imponente columna de la British Union of Fascists comandada por Mosley avanzó a caballo por Cable Street, una imponente calle del Este londinense. La policía antidisturbios, armada con sus porras, llegó al lugar, enviada directamente por el gobierno para apoyar al fascista. Mientras el bigotudo avanzaba con sus columnas, judíos, comunistas y anarquistas salían a bloquearle el paso. La consigna era clara: They shall not pass (No pasarán). Cada minuto que pasaba, nuevos camaradas se sumaban al enfrentamiento. Después de un combate de horas, Mosley, cansado y aturdido por aquellos judíos decididos a arrojarle knishes en la cara desde los balcones, emprendió la vuelta. El fascismo había perdido.

Mientras el Mosley avanzaba con los Camisas Negras, en el Este de Londres lo acorralaban al grito de No Pasarán

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La Batalla de Cable Street dio lugar a un período romántico. Fortaleció una hermandad social y política que unificó a musulmanes, judíos,  comunistas y trotskistas. Nunca un territorio británico se alzó tantas veces para defender lo justo. En 1976, el National Front, una organización neonazi, asesinó a Altab Ali, un trabajador textil de 25 años recién llegado a Londres desde Bangladesh. La Anti-Nazi League, organizada por el Socialist Workers Party, se movilizó durante meses y años contra los fascistas. Frente al asesinato de cada hindú, de cada negro, de cada pakistaní y de cada judío, siempre se erigió una rebelión. Cuando Thatcher propagó el odio a los mineros y a los trabajadores, el Este no dejó de mostrar sus garras. La Dama de Hierro no era bienvenida en el territorio rebelde.

Aunque lo machaquen y lo castiguen, aunque lo excluyan y maltraten,  en el East End, sobrevive el espíritu. Los cockneys –habitantes lúmpenes de los bajos fondos que caracterizan la zona y que retrató Charles Dickens con su habitual perfección – siguen reclamándose como los dueños de la ciudad. Allí están, para corroborarlo, los jóvenes punks que entre melodías de los Sex Pistols matan el tiempo rompiendo tachos de basura, los outsiders que escupen al suelo e insultan al conservador de turno, y las mujeres árabes que bajo sus burkas esconden una secreta vocación por el amor y los levantamientos armados. Entre las pulgas de los mercados, del olor a curry que emana de Brick Lane y de las muestras de la Whitechapel Gallery – donde Picasso alguna vez mandó a exponer su Guernica -, sobrevive la Freedom Press, una vieja librería anarquista. Se recomienda a los lectores caminar por el pasadizo que conduce hacia ella. Y estrechar la mano de sus libreros y editores. Cualquiera que entre allí saldrá convertido en un Bakunin dispuesto a incendiarlo todo.

Segunda Imagen

El resto de Londres, sin embargo, no es igual. Mi amigo Pablo se mudó allí hace veintinueve años. Dejó una mochila de pasiones y sueños y se entregó al espíritu de la ciudad. Buscó sus guaridas y sus amaneceres calientes, los amores desenfrenados y las sustancias que asesinan el tiempo. Organizó luchas solitarias y se conjuró espíritus con ácratas de diverso pelaje. Porque Pablo es un guerrillero en busca de pasión. Un iluminado perteneciente a la tribu de los perdedores que hacen la historia.

Hoy escribe mails dolorosos en los que se define en un estado de Catch-22. Vive en una ciudad que se le aleja cada día. Ya no visita a Marx en Highgate ni acude a buscar libros revolucionarios a la Freedom Press. Solo mira como Londres cambia desde su ventana.

Su edificio, ubicado en Camden  Town – otrora zona rebelde y libertaria en la que hasta el mercado se ha convertido en una trampa turística – está por ser aniquilado. Se trata de una torre sesentista en la que se alojan decenas de familias; un edificio bello destinado a pobres, refugiados políticos, madres solteras, adictos en recuperación, toda clase de outsiders, y a los que no pueden – ni quieren – pagar un rincón para yuppies. El gobierno municipal, de signo laborista – es decir de “izquierda”… – hace el trabajo de la derecha: le entrega las viviendas sociales al mercado inmobiliario y expulsa a los actuales habitantes. El proceso tiene un nombre contundente: limpieza social. Ahora, la torre se convertirá en un edificio moderno destinado a los nuevos burgueses. La gentrificación asesina el espíritu.

En Londres expulsan a los ciudadanos de sus casas. Necesitamos repetir No Pasarán

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Mientras la especulación inmobiliaria se lleva puestos sueños y pasiones, y el Consejo Municipal habilita la llegada al edificio a los live in guardians -suerte de vecinos “vigilantizados” dedicados a garantizar el negocio-, Pablo resiste en la Torre Condenada. El poeta Reynaldo Sietecase, con quien sostiene una histórica amistad, habló de su lucha.

La mole es una afrenta utópica

para esa ciudad de casas bajas  (…)

Los mejores amaneceres se refugian

en sus ventanales

Sus camas saben de pasiones

Sus mesas de conjuras  (…)

Parapetado en el piso 17

mi amigo prepara la defensa

Recuerda alboradas

Brinda con fantasmas

Evoca a sus héroes

Holmes

Dupin

Philip Marlowe

Montalbano

acuden en su ayuda.

Hoy, 4 de Octubre se cumplen 80 años de la Batalla de Cable Street. Los judíos, los comunistas y los anarquistas ya no están allí. Nos queda, sin embargo, un líder de izquierda enfrentando al poder en un duelo todavía demasiado solitario.

Hoy, 4 de Octubre, los ingenieros continuarán destruyendo del edificio de Pablo. Liquidarán amores e historias. Hagamos un Cable Street para defender la torre. Tenemos la consigna: No Pasarán. Será más que una proclama

Tercera Imagen.

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