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12 de enero 2016

Pablo Touzon

Politólogo. Panamá línea fundadora. Mono de metal. Soldado de De Gaulle.

EL NEGRO Y EL INFINITO

Tiempo de lectura: 7 minutos

Claudio Uriarte escribió el mejor libro sobre el Proceso: la biografia del Almirante Massera. Libro extraño: por perfecto, por one-hit-wonder, por atemporal. Publicado en 1993, no posee sin embargo ninguna característica especial de época. Ni lágrimas por la frivolidad menemista, ni lamentos por el fin de la Historia, ni siquiera el ánimo justiciero del libro periodístico de los 90. Su registro alterna entre el periodismo, la historia y la literatura, con un tono sorprendentemente humorístico por tratar del tema que trata y con una ironía desapegada pero no cínica. Un ejercicio de alta complejidad para hablar de un asesino complejo. De un asesino que fue jerarca del Proceso.

Porque “Almirante Cero” es un libro sobre El Proceso más que sobre La Dictadura. Las torturas en la ESMA no ocupan más de diez páginas, y su descripción sucinta tiene más que ver con explicar su rol en el peculiar sistema de organización y distribución del poder dentro del régimen que con el relato de las víctimas. En esa “asepsia”, se intuye la decisión fundamental del autor. La barbarie de la dictadura es de tal magnitud que quien pretenda diseccionar su ethos político, su dinámica, sus internas, su sociedad, tiene que deliberadamente poner de costado la enumeración infinita del horror. El terror descarnado que fascina y repele, y en cuyos productos culturales (El Nunca Más, La Noche de los Lápices) no puede existir explicación, tan solo repulsión y rechazo moral. Un agujero negro de sentido que impide, e inhibe, la perspectiva política.

Almirante Cero es un libro sobre El Proceso más que sobre La Dictadura. Las torturas no ocupan más de diez páginas

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Es posible reconstruir la política argentina ’55/’83 -esencialmente no democrática- a través de sus conspiradores. En este sentido, tanto El Timerman de Graciela Moschosvky como el Gelbard de Seoane, con esa atmósfera ’60s del Mad Men argentino de whisky, desarrollismo, anteojos de carey y dictablandas, funcionan como una suerte de precuela de “Almirante Cero”. De la conspiración suave a la conspiración genocida, cuando el juego se volvió letal. Finalmente, mientras Massera ascendía al máximo poder, Timerman era torturado en las cárceles de Camps y Gelbard recorría el mundo en busca de asilo. Una década daba paso a la otra

“Almirante Cero” es un libro político y una biografía. Una mamushka de círculos concéntricos que parten y terminan en un hombre. En Massera Uriarte encuentra a su César Borgia, la personalidad que encarna -en casi todos los sentidos posibles-una época. En ese condottiero sangriento al hombre que lo sintetiza todo.

peron-militares

Uriarte debuta en arqueólogo. En “Almirante Cero” existen brigadieres que manejan grillas de canales, amantes de coroneles con pisos en Libertador, capitanes de navío que negocian vidas con ex diputados en lobbys de hotel, generales que imaginan paritarias y egresados del Colegio Militar portadores de triple apellido. Estudios, vacaciones, misas, balnearios en la Costa. La Sociedad, rica, densa, del Partido Militar. En una historia que suele revestir una curiosa circularidad como la Argentina,  la extinción de la civilización militar con todos sus ritos, costumbres e idiosincrasias sorprende por su contundencia inapelable. De ella solo restan, melancólicas, algunas ruinas romanas como las del Regimiento Primero de Patricios, su pasto crecido y su supermercado.

De esta, y en esta, sociedad nacerá Emilio Eduardo Massera. Su existencia estará determinada, fatalmente para alguien que se soñó político “civil”, por la pertenencia a, y diferencia con, esta familia militar. Pero, a diferencia de los fracasados estructurales de la plana mayor del Tercer Reich, en general descastados de la sociedad burguesa a la que sustitutivamente deseaban defender (aunque la mataran en el ínterin), la plana mayor del Proceso era Sociedad. Con sus rutinas, ascensos, destinos. Y con reglas propias, que Uriarte detallara como preámbulo e introducción necesarios a lo que vendrá. El vacío y el fracaso político de 1975, que tendrá como corolario el golpe y la  inexorable fusión entre la sociedad militar, el partido militar y el Estado. El apogeo máximo del poder castrense. Como esas estrellas que brillan más fuertes que nunca antes de morir.

Almirante Eduardo Massera en Esquiú 2-7-78

Sin esta metástasis entre el Estado, la sociedad y el poder militar  no hubiera habido Massera. Uriarte debe realizar para esto la operación más delicada de su obra. Una “política” del Proceso que más allá del mecanicismo de clase y de la denuncia institucional y moral explique su dinámica interna. Si toda la política y la sociedad argentinas se encontraban subsumidas en su interior – incluyendo a aquellos que eran torturados en sus chupaderos y cárceles- solo entendiéndola es posible explicar a Massera.

Su ascenso paulatino (y vertiginoso en los años post muerte de Perón, 1974-75) estuvo marcado por una estrategia bifronte entre el languidecente poder civil y el cada vez más fuerte poder militar. Pero será el golpe del ’76 el que marcará su verdadero ingreso a la Historia. El paso del Almirante “Massera” al “Cero” de la represión y al “Negro” de la política. Su cara diurna y su cara nocturna. Graciela Alfano y el Tigre Acosta. Y se hará con las características de este nuevo poder, del cual es a la vez causa y consecuencia.

En la Argentina modelo 76 la acumulación primitiva de capital político se realizaba mediante la represión.

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La nueva dictadura fue diferente a todas las anteriores, y no solamente en intensidad represiva. O, mejor dicho, su intensidad represiva se explicará por el rol que tenía en la distribución del poder político. En la Argentina modelo 76-77-78 la acumulación primitiva de capital político se realizaba mediante la represión. En la singular división del Estado en porcentajes (el 33% del territorio nacional y del Estado para cada arma, en términos aproximados), quien más reprimía más poder acumulaba, lo cual favorecía una suerte de competencia interna que amplificaba los efectos de la represión. La ESMA masserista respondía a esta lógica,  con el bonus track propio del personaje. La reconversión forzada de detenidos para su proyecto político personal. Una isla dentro de una Isla dentro una Isla. La paradoja del Estado autoritario pero balcanizado.

Massera fue causa porque su ambición de ver recortada la función del comandante en jefe y Presidente de la Nación (al no poder serlo él mismo, en tanto marino) fue en parte creadora de este sistema de loteo. Y fue consecuencia porque gran parte de sus limitantes en la construcción de poder político posterior fuera de las Fuerzas Armadas se deberán a esta politización hasta la médula del aparato del Estado. Nunca pudo encarnar de manera homogénea la herencia política del Proceso, ni de las Fuerzas Armadas en su conjunto. Caudillo solo de su propia Marina, la anarquía organizada que le había sido funcional en los primeros años se le volvió contra la cara en los años posteriores. El grotesco checks and balances entre armas que reemplazaba al funcionamiento institucional (que era, en realidad, el funcionamiento institucional) así lo impedía.

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La fuerza de este poder militar, que en su misma división interna (como gatos reproduciéndose) mostraba la invulnerabilidad externa y su preeminencia sobre el resto de los poderes de la Argentina, solo podía decantar en la autonomizacion  absoluta frente a los sectores que lo habían apoyado. Y fue Massera  “el transgresor”, el que frente al respeto reverencial del chupacirios Videla o del abúlico Agosti llevó la represión al seno misma de la familia burguesa y militar.  La antiperonista Elena Holmberg, el lanussista Sajón, el radical “P” Hidalgo Solá e incluso el marido de su amante Marta McCormack, Fernando Branca, entre otros, cayeron bajo la guadaña del G.T 3.3.2. El Príncipe Massera era la autonomía del poder militar. Y Malvinas, años después, su desastroso desenlace colectivo.

En las Memorias que Albert Speer, ministro de planificación del nazismo y arquitecto de Hitler, escribió en la prisión de Spandau solo se menciona la palabra Auschwitz una vez. Menos previsible que esta omisión es el relato caricatural, y no menos perturbador, que hace de la plana mayor y mesa chica del Tercer Reich. Un Goering borracho, morfinómano y corrupto, superficial coleccionista de arte; duros generales de la Wehrmacht haciendo cola para refugiarse en un baño; un Himmler vanidoso y narcisista, sacándose selfies. Uriarte logra algo similar con su personaje, con el agregado que no necesita, como Speer, exculparse de nada. Una combinación entre perversidad e imbecilidad que no hace menos macabra a ninguna de las dos. No la banalidad del Mal, sino la Estupidez del Mal.

El florentino Massera, con su infinita astucia, “rapidez” y perversidad, finalmente se rosqueó encima

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El paso del Massera “militar” al  Massera “civil” tiene la misma cadencia del paso de tragedia a comedia. Precursor del “peronismo gorila” (práctica que consiste en reproducir del peronismo sólo sus fetiches – el vino, el chori, lasmasserapresidente patas en la fuente,  “el sentimiento”- suscribiendo en modo instrumental lo que de este piensa el gorila que es)  toda la carrera política post almirantazgo es una cadena infinita de torpezas y lugares comunes.

Como Galtieri en su propio estilo, funcionaban como una suerte de anti-Perón, atados por siempre jamás a la institución que les dio autoridad, incapaz de reproducir política fuera de las Fuerzas Armadas. Solo restaba el simulacro: “Asados con el pueblo”, camisa arremangada, campechanismo impostado, empanadas, el Príncipe Massera no superó en su fase “populista” el desempeño de un político de comité.

La paradoja masserista representa en alguna medida la paradoja política argentina: la de una sucesión de individuos hábiles y brillantes que sin embargo  producen un resultado colectivo mediocre. Su proyecto personal, forjado en los sótanos de la ESMA, no tuvo más continuidad que la que dieron las armas sobre las que estaba sentado. Incluso el hecho de tener más sobrevivientes en su feudo que el de sus colegas lo sometió a una exposición mucho mayor en los tribunales cuando llegó la democracia. El Florentino Massera, con su infinita astucia, “rapidez” y perversidad, finalmente se rosqueó encima.

Claudio Uriarte escribió un libro sin héroes de mármol,  pero a la vez (o tal vez por eso) lleno de inteligencia y humanidad.  Un ojo despiadado que construye un involuntario tratado sobre el poder en Argentina. Un ejercicio que, en este país, solo puede realizarse a través de biografías.

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