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22 de marzo 2018

Pablo Semán

EL SUBSUELO DE LA PATRIA SUBLEVADO

Tiempo de lectura: 6 minutos

Creo que era  2002, un verano en que todos los gatos eran pardos. Orlando Barone, que todavía escribía en la Nación y compartía su programa radial con Clara Mariño, que le ponía hábitos de institutriz inglesa al diálogo hostil con la “clase política”, y con Diego Valenzuela que a fuerza de estudios, vocación e innovaciones notables en el arte de seducir al electorado, sería en 2015 el killer de Hugo Curto en la intendencia de Tres de Febrero. Lo que sí recuerdo con claridad es que incluso en el momento más crítico para la legitimidad de los doctores en moneda, los consultores económicos, las calificadoras de riesgo, los “ciudadanos de la convertibilidad“ estaban ahí a la ofensiva contra el populismo, el clientelismo y los políticos que según ellos parecían dictadores “africanos”. Mientras el neoliberalismo doctrinario se había vuelto impresentable, y sólo Carlos Avila, un grasa total, ya olvidado, ponía la cara por ellos, seguía ahí una subjetividad de larga data en la que es preciso leer cambios, continuidades y tensiones.

Carisma, construcción política y, por qué no, carambolas, le permitieron al menemismo domar la inflación y luego soportar las crisis del sudeste asiático y el efecto tequila con el exclusivo recurso de la rigidez del timón, de manera que también se amplificaron, pero con sordina, los daños iniciales, dolores y rencores que volvieron inviable a Menem en 2003. En esa fosa cayeron los trabajadores industriales, las PYMES, los trabajadores del estado, una parte de los productores rurales, comerciantes, científicos, farmacéuticos ideas de desarrollo. Por un momento todo eso era tan natural que el centroizquierda desarrolló como máxima y única aspiración una agenda ciudadana para el país blanco y planes sociales para los que sobraban (la revista Tres Puntos era el Pravda del neorrealismo socialdemócrata). Y no por traer a colación este tópico nos olvidamos aquí de todos los beneficios que esa política le trajo a fracciones importantes de la sociedad que todavía hoy la añoran y anudaron a ella su ser más profundo: desde la estabilidad hasta la modernización de algunos consumos y estructuras (que se pagaron carísimas pues se pagaron como innovaciones e inversiones recontraremil amortizadas).

La combinación de los beneficios parciales de la convertibilidad, el carisma de Menem y la eficacia de la alianza que construyó el peronismo inmunizó temporariamente a unas elites cuya habilidad principal fue transferirle a la sociedad el costo fatal de sus errores y ambiciones

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Esa acumulación contradictoria de pauperización, desempleo, “modernización” que el bueno de Roque Fernández, recordando sus años trotskistas en el FIP, tuvo la humorada de describir como un “desarrollo desigual y combinado” fue luego prolongada por el gobierno de la Alianza. Todo un período en que en alguna oscuridad se acumularon los gases que fueron la energía con que Néstor Kirchner cargó el lanzallamas para denunciar el pasado del que había participado, críticamente a partir de cierto momento. La combinación de los beneficios parciales de la convertibilidad, el carisma de Menem y la eficacia de la alianza que construyó el peronismo inmunizó temporariamente a unas elites cuya habilidad principal fue transferirle a la sociedad el costo fatal de sus errores y ambiciones. Pero a la salida de esa sobrevida esperaban batallones de agraviados de todos los momentos de los 90. No era todo lo mismo. Una parte de las clases medias protestaban porque no podía soportar que aquel remanso de estabilidad y dólar barato no durara para siempre. La canción de Turf, más allá de su intención, hacía vibrar algo de esa sensación en las trasnoches que animaban Laje, tal vez Hadad y no me acuerdo si no estaba ahí Rolo erosionando desde el vamos a los nuevos héroes populares. Recuerdo especialmente una emisión entera destinada a lamentar la imposibilidad de comprar notebooks. Esas clases medias nunca fueron las que se describieron ilusionadamente como protagonistas de la unidad de los piquetes y las cacerolas. Pero tampoco eran el resultado exclusivo de la economía: también eran el eco transformado de la prédica por los derechos humanos y la “seguridad jurídica” que inmortalizó el Frepaso y por ello profundamente demócratas y globales.  Sólo una parte que se descubrió primero progresista y luego peronista y, en el climax, superadora del peronismo e incluso, aspirando vahos de vaya a saber que cloaca, lopezreguista de izquierda, pregonaba esa solidaridad. En esos tiempos Barone fue cambiando, Clara Mariño se mantuvo en la suya y Valenzuela, cambió, pero en sentido diferente al que lo hizo Barone. Algo parecido ocurrió con las clases medias. La mayor parte de ellas se había expresado muy claramente votando en blanco en las elecciones de octubre de 2001 luego de haber votado a Cavallo y a Liendo, y la geografía de los cacerolazos tenía al menos un modo (en sentido  estadístico) altamente correlacionado con ese voto. Habían llegado exhaustos y diezmados a aplaudir la llegada de Anoop Singh en 2002, para rehacerse en el voto a López Murphy (y tal vez a Menem) en 2003. No se trata acá de reponer por vías civilizadas el jauretcheo de la clase media: las clases medias en cualquiera de sus desarrollos políticos actuales no son casquivanas con todo lo de paternalista y patriarcal que tiene ese diagnóstico/insulto. Son hijas de un despliegue gobernados por su experiencia de la inestabilidad y el temor. Hasta el más consolidado patrimonialmente de los habitantes de Las Cañitas teme la caída en un país en el que, cada vez más, todos hacemos equilibrismo sin red. La grieta en tanto guerra de clases medias se desarrolla en un espacio imaginario que nos gobierna desde el inconsciente y, realmente, no es tan improbable: el naufragio de un Titanic en el que disputaremos sin ninguna cortesía ni código el bote salvavidas de nuestros hijos.

No se trata acá de reponer por vías civilizadas el jauretcheo de la clase media: las clases medias en cualquiera de sus desarrollos políticos actuales no son casquivanas con todo lo de paternalista y patriarcal que tiene ese diagnóstico/insulto

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Los ciudadanos de la convertibilidad se rehabilitaron y le pusieron coto a las aspiraciones kirchneristas de sucesiones alternadas entre Cristina y Néstor. Eso y, claro, tal vez, la caída en la confusión de que triunfo electoral equivale a hegemonía, cuestión que se pondría todavía más confusa en 2011. La batalla electoral que se dio en Misiones en 2006 y, sobre todo, el resultado electoral de 2007 hablan de una latencia que ni el kirchnerismo de ese momento, ni el posterior registraron (casi tampoco sus rivales). Tenía algo de razón Carrió en su insidia: el gobierno padecía la segmentación social de su legitimidad. Además el FPV ganó Santa Fe por poquísimo y Córdoba la perdió al igual que la CABA. Como lo observó hace un tiempo Pablo Gerchunoff: el resultado de la elección de 2007 podía preocupar a la oposición, pero seguramente había dejado secretamente preocupado, y mucho, a Néstor Kirchner. Se iba de la presidencia con una notable imagen positiva, pero el porcentaje de votos obtenido hacía incierto el liderazgo kirchnerista en un peronismo que pronto iba a reclamarle la seguridad de triunfos y cuotas de poder.

No todas las clases medias acompañaron esa dinámica, pero este análisis basta para suponer que la “eternidad del kirchnerismo” estaba amenazada desde antes de lo que se supone por la continuidad de la matriz que había hecho nacer, mucho tiempo antes, al contingente de los ciudadanos de la convertibilidad. Esa nación que contra todas las expectativas incubadas a la luz de las lecturas extensivas de Naomi Klein y el engolosinamiento con las asambleas barriales apareció después como parte fundadora de la sensibilidad actual de Cambiemos. El “error técnico” de las retenciones móviles, que venía a superponerse a la necesaria discusión estructural que se venía acerca de las relaciones entre estado y mercado, elevó la temperatura y permitió que se fundieran en un mismo caldero esas clases medias que se conciben a sí mismas como santas no reconocidas y los grupos sociales que habían perdido la iniciativa en los 2000 y veían ahí a la mano, la oportunidad de su “vamos a volver”.

El kirchnerismo jugó a la reforma primero y a la revolución después mientras el lobo no estaba, o se estaba lamiendo las heridas o poniendo los pantalones

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Tiene algo de razón Trímboli que describe el aspecto revolucionario del kirchenrismo por haber logrado sino evitar al menos diferir lo que podía venirse.

Pero es justamente en esas constantes sociohistóricas que funcionan por actualización y no por inercia que se encuentran las bases de una posibilidad hegemónica que se relanza pese a sus tropiezos. Posibilidad a la que no la desmienten ni la afirman un resultado electoral, una batalla parlamentaria ni mucho de lo que ocurre día  a día que es a título de lo que Gramsci llamaba “pequeña política”. El kirchnerismo jugó a la reforma primero y a la revolución después mientras el lobo no estaba, o se estaba lamiendo las heridas o poniendo los pantalones. No entraremos aquí en el debate inabarcable de si se podía hacer otra cosa o no. Pero esa lógica de las alianzas sociales, de la pluralidad de las clases medias, de la permanencia de algunas de sus tendencias debería ser un motivo de reflexión en la oposición. Esa es parte de la respuesta a la pregunta implícita que una parte de la oposición lanza como queja ante la realidad huidiza a su diagnóstico mecanicista basado en la economía y, también, en una sensación de injusticia histórica que les hace decir como a Pierre Nodoyuna en el fracaso de cada una de sus estrategias  barrosas ¿por qué a ellos sí les salen y a nosotros no? La respuesta se sabe: el que juega con la cancha inclinada en contra tiene que ser muchísimo mejor.

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