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07 de noviembre 2016

Fernando Casullo

ELIGE TU PROPIO JACOBINO

Tiempo de lectura: 8 minutos

¿Qué te pasha, Robespierre?

Isaac Deutscher, acaso el mejor biógrafo de la Revolución Rusa, supo al escribir sus monumentales obras sobre Stalin y Trostsky que reseñar la vida de ciertos hombres excepcionales no era tarea sencilla. Que en la historia hay individuos que, si se dan juntas una cantidad abracadabrante de circunstancias excepcionales, se montan sobre su destino y tienden a volverse orfebres de la realidad de millones de personas. Este punto, acaso evidente en la positivista historia de los grandes hombres y los próceres, adquirió una dimensión tanto más pesada a la luz de las concepciones historiográficas revolucionarias que desde la segunda mitad del siglo XIX comenzaron a hacer hincapié en la dimensión objetiva del cambio social.

Así, los demonios que principalmente desató Carlos Marx con su corto y juguetón XVIII Brumario obsesionaron a los historiadores marxistas del siglo XX como Deutscher, Edward Carr o E.P. Thompson. ¿Hasta qué punto en una encrucijada como la Revolución Gloriosa o la Revolución Francesa era el líder el que decidía el curso de los acontecimientos?, ¿hubiera habido Octubre de 1917 sin el puño férreo de León T. en el Ejército Rojo? ¿Podían las acciones de una sola persona cambiar el curso de de una intentona revolucionaria?, ¿o en realidad se trataba de marionetas movidas por los hilos de las determinaciones económicas? Gente fachera, seductora, encendida, como Robespierre o Cromwell, pero a la final esclavos de un demiurgo parco pero profundo: el modo de producción (o la estructura en la propuesta más matizada de los Braudelers).

Una ruleta rusa de 12 años surgida luego de la crisis de representaciones de los 90

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El libro de Mario Wainfeld sobre Néstor Kirchner adopta, creemos, aquel tono en clave deustecheresca a la hora de describir un lapso en la vida de NK.

“Es difícil o filo imposible presidir un país. Son contadas las personas que desean hacerlo en serio. Algunas son lunáticas o de extrema vanidad, desubicadas. Puesto en solfa: gentes que se deliran creyendo que podrán ser como Barack Obama, Napoleón o Lionel Messi (p. 29)”.  

Si bien el título (y la recopilación de imágenes) nos hace sentir de movida que estamos frente a un relato sobre la vida del Pingüino que no odiaba a Batman, la lectura del texto nos hace pensar mucho más en un relato sobre la Argentina en la encrucijada pos 2001. No solo por la renuncia explícita de Wainfeld a historiar el resto de la vida del múltiple gobernador de Santa Cruz, si no mucho más por el registro casi de crónica que se adopta en torno a los febriles días del 2003 y los posteriores, y epilépticos, años del ciclo K hasta la muerte de aquel acaecida en 2010. Una ruleta rusa de 12 años surgida luego de la crisis de representaciones de los 90. Un cuento sobre el Kirchnerismo -y Néstor como excusa-.

¿Que te pasha, Lenin?

Las quejas del marxismo caviar o sus variantes más champagne parecen casi evidentes: ¿cómo se puede comparar a un proceso tibiamente reformista con las revoluciones más poderosas de la historia moderna?, horror, ¿acaso se le cortó la cabeza de Espartaco al cuete, caramba? Calma, cazadores de tesoros conceptuales, en esta reseña no se trata centralmente de analizar (¿juzgar?) al populismo ni al peronismo, ni mucho menos al kirchnerismo.

No solo no han faltado en la Argentina de la grieta los textos que acometieron tal empresa si no que, por momentos, sobraron. No hay lugar acá para los haikus sobre el 46 o el 2003, tan de moda últimamente. Por supuesto que la Marcha peronista no tiene los ecos de la Marsellesa o la Internacional (si es necesario aclararlo una vez más). Nadie quiere darle un bobazo a Milcíades Peña y no es necesario volver a blandir las siempre lapidarias acusaciones de bonapartismo a la hora de pensar los reformismos populares. Y eso por el win de la izquierda, porque desde la derecha también estará la caracterización de “populismo” siempre acechante a la hora de borrar de un plumazo la tradición surgida en la latinoamérica de los socialismos commodities.

Lo que interesa y traemos a colación a la hora del análisis sobre el texto es la clave narrativa, no la analogía. De hecho en ningún momento del texto de Wainfeld se hacen comparaciones de tal talante y no sería correcto situarlo en el campo de batalla de una historia comparada pintoresquista. Más bien lo que aparece en una primera lectura general es una obra que trata de apartarse con soltura de los postulados del canon de la literatura política de actualidad. Ese campo editorial donde florecieron mil majules, tan redituable en los últimos años como opaco en su capacidad de brindar explicaciones consistente sobre la realidad. Al menos en principio el de Wainfeld no parace ser un libro condenado a ser carne de cañón de las mesas de saldo del futuro. El porvenir parece ofrecerle algo más que enchastrarse de sapolán de zanahoria en una carpa en alguna playa bonaerense olvidada en algún tórrido verano del futuro.

kirchner-mirada

Reforzando un poco aquel tono de teoría social que el autor le quiere dar a su ensayo es que aparecen una batería -poco usual en el campo de la divulgación- de epígrafes al inicio de los capítulos donde vemos pasar de Weber a Borges, de Hobsbawm a Castel. Todos nombres amables para el bolsillo del intelectual y la cartera de la académica pero no del todo presentes en los libelos sobre la coyuntura. Pero a su vez también se interpela dicho apartado erudito con citas apócrifas (y el uso de personajes irreales prototípicos como el becario sueco y su novia pelirroja que son propios de las columnas del autor en Página 12). La obra queda así como una especie de gran paper cimarrón y autodidacta. Una actualización al mundo de las redes sociales del Jauretche que condensa todo aquello y que resulta la deuda intelectual más explícita que asume Wainfeld.

¿Qué te pasha, Stalin?

Es relevante entonces el tropo en el que echa raíces el texto y sus reglas. De alguna manera toda historia del cambio social puede escribirse desde un inicio Jacobino y personalista hasta la llegada de un Termidor anónimo en donde el peso de la historia produce los sucesivos reflujos y pases a disponibilidad de las pasiones. Y sin embargo si nos atenemos al ciclo K narrado en Néstor el tipo que supo los pasos se cumplieron pero al revés.

Según Wainfeld en el 2003 hubo que hacer los mil y un cabriolas girondinas para llegar recién en el 2009 -derrotas con el campo y alika alikate mediante- a modos más radicales. Ser tibio en el gélido 2003 ya parecía una audacia, y levantar la temperatura de la caldera en el 2009 también. El Kirchnerismo, y Néstor, tuvieron la capacidad de ir metiéndole a la Argentina una convención jacobina de contrabando.

“Elaborar el fracaso de la 125 o la Ley de Retenciones Móviles equivalía, en el manual de la política, a retroceder. O, por la parte baja, a frenar. (…) Cristina y Néstor dieron el ejemplo, tras ser vencidos con la 125. Aprendieron mucho, recalcularon con el GPS. Apostaron a todo o nada, más de una vez, y se consagraron a reconstruir mayorías amplias con proyectos más ambiciosos, congregando un núcleo de aliados o precedentes con historia y rodaje previo (p. 231)”.

En Kirchner el tipo que supo se le da al paso 2001-2003-2009 una suerte de tono en clave de thriller político en donde da la sensación que se está al borde de la catástrofe a cada momento. Ese es uno de los grandes aciertos del libro. Por más que, históricamente, conocemos el final, no podemos menos que seguir leyendo página a página. Nunca se sabe del todo si el muchachito al final se quedará con la muchachita y vencerá a los malos, un poco como con películas como Operación Walkiria o Trece Días. Esto es un logro narrativo dado que el texto comienza, obviamente, con la muerte de Néstor Kirchner y las mil y un miradas surgidas en torno a ella.

El Kirchnerismo, y Néstor, tuvieron la capacidad de ir metiéndole a la Argentina una convención jacobina de contrabando

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Quiero abordar aquí una semblanza del presidente que llegó, casi de chiripa, a gobernar un país devastado, es decir sin Estado, sin moneda, sin gobierno, en default. Con índices socioeconómicos escalofriantes, una población desolada, incrédula y enfurecida (p. 21)”

El relato no está estructurado cronológicamente (más bien hay una decisión evidente a una clave caleidoscópica y los capítulos se asemejan a una sucesión de polaroids) y da la sensación que el peso del libro recae sobre el primer Kirchnerismo y recién a partir del capítulo 14 (de 20) se narra la continuidad en los gobiernos de Cristina Fernández. De todos modos, dicha segunda etapa es descripta a la luz de una continuidad sostenida en el uso de la experiencia política por parte de los “k” y los golpes recibidos.

“El aprendizaje del kirchnerismo tras esa debacle fue monumental, incitado por la urgencia política. El aumento de la capacidades estatales y de consolidación de instituciones que emprendió a partir de allí refleja que bien elaboró la derrota (p. 261)”.

En la primera sección se narra a un Néstor menos determinista que lo que hoy se lo recuerda (incluso deseoso de pactos policlasistas que frenaran la puja sectorial generadora del secular stop and go, bestia negra del desarrollo nacional). Un Presidente dispuesto a dar unos cuantos guiños a la burguesía nacional, la linda y la fea. En dicha sección se enlistan con peso específico temas como el canje de deuda del 2005, el giro en la RRII -Cumbre del 2005 en Mar del Plata incluida-, el cambio de paradigma en el terreno de los Derechos Humanos -y el cuadro descolgado- y Blumberg y Cromagnon comos los primeros grandes desafíos de la gobernabilidad pingüina. Hay luego un intermezzo en el capítulo 12 que es donde se describe el surgimiento de la Concertación como intento nestorista de garante de continuidad del “proyecto” y la última sección que recorre los temas centrales del gobierno de Cristina. Crisis con el Campo, Ley de Medios, Ley de Matrimonio Igualitario. En un intento de simetría con la primera sección, se narra aquí por ejemplo la continuidad del nuevo escenario continental con la aparición de la UNASUR y la presidencia de esta por parte de Kirchner. Todos estos temas ya son para los ojos del lector contemporáneo una suerte de greates hits, todos los conocemos hasta el hartazgo. Tal vez allí la vuelta de tuerca intentada es contarlos desde la óptica de Néstor, ya entonces un ex presidente, un actor (un poco más) de reparto. León herbívoro agazapado.

el pensamiento político de un Néstor que se dormía con Perón y se despertaba con Frondizi

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Es en aquel pase del momento fundacional del 2003 al refundacional del 2009 donde tal vez esté una de las mayores deudas del libro, que es explicar las diferencias más ideológicas entre un momento y otro. La pluma del autor estiliza y por momentos reduce las diferencias a los estilos de Néstor y Cristina. O la correlación de fuerzas vivida por uno y otro. Da la sensación que bien puede hacerse allí un esfuerzo un poco mayor por reconstruir esa(s) fauna(s) ideológica(s) que consolidaron estilos de gestión tan diferentes y dinámicas sectoriales tan vertiginiosas (condensadas, por caso, en el paso de la fusión con Multicanal a la Ley de Servicios Audiovisuales). En el libro, curiosamente, en lo ideológico aparece mejor descripto el cristinismo que el nestorismo.  Tal vez esto sucede porque el primero está bien datado en su génesis (el cristinismo como fase superior de…) y en cambio el segundo no tanto. Salvo menciones menores al Grupo Calafate y al papel del peronismo progresista en el armado de Duhalde previo a las elecciones del 1999 no se intenta una genealogía nestorista. Tal vez allí haya bastante tela para cortar en futuros trabajos reconstruyendo el pensamiento político de un Néstor que se dormía con Perón y se despertaba con Frondizi. Cultor de un neodesarrollismo en mocasines nacido con los glaciares y la obra pública del sur. Gobernador hiperactivo no tan afecto a la liturgia peroncha y más dado a la gestión de un keynesianismo erosionado por los vientos. Acaso heredero de Felipe Sapag pero que pudo trascender a las grandes ligas nacionales.

De todos modos, claro está, ningún libro clausura por si mismo un campo, ni muchos menos un período como aquel que se inauguró allá con la crisis del 2001. Algo así supo Isaac Deutscher al escribir sobre 1917 y parece que también Mario Wainfeld al escribir sobre el 2003.

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