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02 de febrero 2018

Ricardo Vallarino

ELOGIO DE “ELLE”

Tiempo de lectura: 6 minutos

Elle (2016) es el encuentro de por lo menos dos grandes cineastas (el adjetivo ya es canónico para ambos casos): el director holandés Paul Verhoeven y la actriz Isabelle Huppert. Como a casi todo gran cineasta europeo, a Verhoeven le llegó su etapa francesa. Y a Isabelle Huppert, con esta película, le han dedicado un nuevo tributo. No es casual, y ahora que ya ocurrió parece destinado, que ambas personalidades trabajen juntas en una película.

Como a casi todo gran cineasta europeo, a Verhoeven le llegó su etapa francesa.

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Elle es un thriller que se mueve con humor en temas a la vez difíciles, serios, arriesgados, siempre actuales y populares. De esta última característica adquiere su forma cinematográfica, el género de suspense (AKA thriller, thriller psicológico, etcétera), una de las vías más aptas para el “entretenimiento”. Los temas, claro: el sexo y consecuentemente, las relaciones de poder; y consecuentemente, la violación; y por extensión, el supuesto misterio insondable del sexo y de la psiquis femenina, el S&M. Y también la familia, porque Verhoeven (como en Robocop, como en Bajos Instintos, como en El libro Negro), siempre nos muestra el anverso y el reverso de las imágenes que nos pone delante. Es, además, un cineasta que descoloca a fuerza de mostrar de frente: heridas en primer plano, frases y actitudes chocantes, personajes complejos y difíciles de querer (pero con los cuales es fácil identificarse, de ahí la repugnancia).

Aunque menos corrido al límite del género, Verhoeven, como De Palma (Doble de Cuerpo, Ojos de Serpiente, Femme Fatale), nos muestra el proceso que va de la imagen a su develación, a la exposición de la ilusión. Es decir, elabora una crítica de la imagen sin necesidad de romper las reglas del género. El tema es arriesgado, sobre todo porque, como diría Richard Brody, una escena de sexo expone al director en términos íntimos: nos dice más acerca de sus fantasías y representaciones sobre el sexo que sobre la de los intérpretes.

Verhoeven ya es grande y está curtido: en Hollywood recibió la aclamación por el morbo que despertó Sharon Stone en Bajos Instintos, y el oprobio por exponer demasiado la fantasía sexual del norteamericano promedio en Showgirls. Es decir, se metió con Las Vegas. También allanó un poco el terreno para que muchos años después Soderbergh se metiera en el mismo mundo y con el mismo actor -gracias también a Verhoeven- asociado al sexo como es Michael Douglas con su Liberace.

Verhoeven es un cineasta que descoloca porque muestra de frente: heridas en primer plano, frases y actitudes chocantes, personajes complejos y difíciles de querer

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Pero Huppert también se encuentra cómoda en estos temas. Es imposible no asociar Elle a La profesora de Piano de Haneke. Esa película queda impresa en nervios ópticos y auditivos de cualquiera que la haya experimentado, y se mueve exactamente en el mismo circulo (¿edípico?) que describe Elle. Haneke es austríaco y Verhoeven, holandés; cineastas afines temáticamente pero disímiles temperatura y tempo; uno gélido y en silencio de blanca, el otro caliente y en semicorchea. Pero Isab-elle ostenta el privilegio de ser nacida y criada en francés parisino. Es lógico que los cineastas vayan a ella como polillas a la luz o como los mejores cineastas angloparlantes a Blanchett y Winslet: después de todo se trata de una actriz bendecida por el malditismo gracias a haber trabajado en múltiples oportunidades no sólo con Haneke sino también con Chabrol, los hermanos Taviani, Marco Bellochio, Wajda, Werner Schroetter, Ursula Meier, pero también con ilustres de otras generaciones como Mia Hansen-Love, Hong Sang-Soo y Brilhante Mendoza. Actriz de múltiples formatos y continentes, de gran expresividad con pocos gestos, se constituyó, gracias a sus excelentes elecciones de papeles y a la condensación de una extensa carrera, en la MILF arquetípica, la madre con la que todos quisieran filmar. ES, al mismo tiempo, más fálica que la torre Eiffel.

Huppert es una actriz de múltiples formatos y continentes, de gran expresividad con pocos gestos que se constituyó en la MILF arquetípica, la madre con la que todos quisieran filmar.

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Más incentivos para verla

La actualidad de las peripecias más asombrosas del feminismo se pueden encontrar en esta película. Desde la prescripciones sobre qué hacer con la violación (Virginie Despentes vía su influyente y en perpetua reedición Teoría King Kong) hasta el debate feminista sobre la pornografía: entre Mc Kinnon y Butler, esta película cae del lado de la segunda y de su intelectual insignia, Gayle Rubin. La República de las luces y del sexo, y del cine, de Voltaire, de Robespierre, de Olympe de Gouges y de Sade ( y de Gide, de Genet, de Proust y de Foucault) revisará todo lo que venga del otro lado del atlántico: una vez que los Lumiére se impusieron a Edison, a Griffith se le opondrá Meliés; y luego la competencia, el desprecio y la admiración: el gran cine de posguerra gringo hecho con mano de obra alemana, la Nouvelle Vague. Mientras tanto, a Marylin se le opone  Bardot; y a Butler no la salva inspirarse en Francia para ser menospreciada y contrapuesta por Bourdieu, Despentes y  Preciado. Por cada inocente Meryl hay una pérfida Isabelle (1). Y al #MeToo, se le opuso un polémico manifiesto firmado por artistas francesas. Esta enumeración esquemática e irresponsable no hace justicia a la historia del cine. Tampoco a las feministas francesas que se indignaron con esa carta pública que acusaba los excesos supuestamente puritanos del #MeToo.

La actualidad de las peripecias más asombrosas del feminismo se pueden encontrar en esta película: desde la prescripciones sobre qué hacer con la violación hasta el debate feminista sobre la pornografía.

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Razones para desconfiar de las representaciones del sexo en el cine mainstream norteamericano no faltan (¿alguien vio alguna vez una teta antes, durante o después?), pero de ahí a meterse con la exposición de la omnipresente y silente microfísica del abuso calificándola de “moral victoriana” sin mediaciones críticas, hay una laguna importante. Una de las firmas de aquella carta que causó estupor fue nada menos que las de Deneuve, valiente firmante hace más de cuarenta años de un importantísimo manifiesto a favor del aborto. Actriz emblema de la posguerra, inició su carrera con menos de veinte años, interpretando a una inocente damisela francesa que en sus fantasías se hacía fajar a latigazos. Sí, la actriz de Belle de Jour, dirigida, sí, por Luis Buñuel.

Buñuel es el afluente principal de Elle. Me refiero no sólo a la homófona Él (sobre un hombre violento y obsesionado con los pies de sus amantes), sino a la también la mexicana Ensayo de un Crimen (amor, fetichismo, redención de la misoginia), así como a las francesas El discreto encanto de la burguesía y Ese oscuro objeto del deseo. La obra de Buñuel es pródiga en personajes femeninos fuertes pero que están fuertemente subsumidos al régimen masculinista del sexo (male gaze mediante). Hay también una burla al catolicismo que no se priva de un cameo del Papa. En su Starship Trooper, otra obra de culto, Verhoeven también atendía nuestros íconos con un goce muy local: una obra del norte nos borra del mapa al minuto que reconoce nuestra existencia: Buenos Aires (metonimia argentina), ciudad natal y tropicalísima de los protagonistas, junto a todos sus habitantes, era reducida a cenizas por un meteorito lanzado por extraterrestres.  Una muy buena variante para el fin de la Argentina (véase El eternauta).

La obra de Buñuel es pródiga en personajes femeninos fuertes pero que están fuertemente subsumidos al régimen masculinista del sexo

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Sonará estéticamente contradictorio, pero a pesar del surrealismo y su explotación de la imaginación onírica como productora de imágenes y de todos sus vicios (misticismo, cosificación de “la” mujer porque el inconsciente, bueno, es machista), y también gracias ellos, Buñuel era sobre todo un cineasta cínico. Y es en esta honestidad en describir el sexo tal cual es, que Verhoeven y Huppert imaginan su potencia, parodia de los sexos mediante. Elle se inscribe en el género que creó Hitchcock, que debía todo a Buñuel (véanse Vértigo y Él). Pero Buñuel no le debía nada a Hitchcock. Autodefinido como un “republicano español” nunca pudo estar mucho tiempo en Estados Unidos en tiempos de Mc Carthy (2) y de protección de las potencias occidentales a Franco. Verhoeven, en cambio, pisó al norte de la frontera en este lado del atlántico y regresó para contarlo. Eran otros tiempos y tenía otro pasaporte.

 

(1) Julia y Juliette son tan parecidas en todo que funcionan para despejar la variable continental: si Juliette es esporádicamente admitida en Hollywood, de ninguna manera Julia será filmada en Europa continental. Es que es objetivamente imposible dado que Julia filmó Notting Hill y ese atentado contra las mujeres, el sexo, la inteligencia, y lo peor de todo, la imaginación que se llamó Mujer Bonita.

(2) La maldición del código Hays, la mayoría moral del reaganismo-thatcherismo, y finalmente, incluso años antes del lanzamiento del regreso de Twin Peaks en Netflix, hizo que Lynch se transformara en un Buñuel para norteamericanos (pero sin tanto sentido del humor). Pero esa es otra historia.

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