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09 de mayo 2014

Bruno Bauer

Dibujo en Playboy y Mu. Escribo en Crisis y La Vanguardia.

FRÁGIL

Tiempo de lectura: 5 minutos

El día que me explicaron cómo funciona el corazón comprendí que éramos frágiles. Viví toda la infancia obsesionado por depender de un pequeño músculo que trabajaba aún cuando yo dormía. Confiaba más en un auto o una licuadora hechos de plástico y acero que en este cuerpo hecho de líquidos y tejidos blandos. Podemos morir en cualquier momento.

Con el tiempo, me dejé llevar por otras obsesiones: entré a la Facultad y, en noviembre de 2000, me puse de novio. Éramos bellos, jóvenes, inteligentes e izquierdistas. Gobierno de derecha, el dólar a un peso. Todo estaba en su lugar, nada podía fallar.

En marzo de 2001 mi viejo perdió el laburo. Con más de cincuenta años, era difícil que consiguiera otro buen trabajo. Mi abuela se mudó y malvendimos su casa: me despedí del patio fresco bajo la parra y la estufa a leña en donde se calentaba el té. Con la indemnización y la plata de la casa abrimos un plazo fijo en dólares. En agosto se sancionó la ley de intangibilidad de los depósitos, nunca más veríamos de vuelta ese dinero. En septiembre, dos aviones chocaron contra las Torres Gemelas. Mi abuela lloraba frente al televisor pensando en su hermana, que nunca había estado en Nueva York y que había muerto. El alzheimer ya la estaba arrasando. En diciembre renunció De la Rúa. A dos cuadras de mi casa hubo un corte de ruta que fue reprimido con palos y gases. Uno de ellos fue a parar frente a mi portón. Corrí a entrar al perro y aspiré el primer gas lacrimógeno de mi vida. En el jardín de mi casa, por rescatar a un perro.

La sociedad demostraba ser más frágil que el cuerpo humano. La economía depende de las decisiones individuales de una multitud de agentes económicos egoístas y descoordinados. El Estado depende de la buena voluntad de la policía, los punteros y de la obediencia de sus ciudadanos. Todo funciona si y solo si creemos que un billete representa riqueza y que un diputado nos representa a nosotros. Nada de eso es así. El estado de naturaleza nos espera siempre dos cuadras más allá, pasando la vía. Podemos morir en cualquier momento.

Todo funciona si y solo si creemos que un billete representa riqueza y que un diputado nos representa a nosotros. Nada de eso es así

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Y en medio de todo aquello mi novia descubría su propia fragilidad. Cada llamada era un llanto; cada despedida, un drama. En un país que no aceptaba leyes ni mediación alguna, nosotros dos también quisimos ser intensos. Al igual que ustedes, yo también me probé las sopas de Jack Dawson y corrí al rescate en colectivo con un ramo de flores. Mientras tanto, buscaba un trabajo peor que otro. Recuerdo un aviso para abrir bolsas de papas en Pepsico. Por suerte, poco después hubo una gran huelga y nunca me llamaron.

Cuando podía hacer andar mi vieja compactera, Robert Smith me cantaba:

this dream always ends I said

this feeling always goes

The time always comes to slip away

this wave always breaks I said

this sun always sets again

The time always comes to say goodbye

this tide always turns I said

this night always falls again

And these flowers will always die

 Con la plata que cobré por censar más lo que aportó mi novia nos fuimos de vacaciones. Tardes de playa, noches de peatonal y un cacerolazo suave que llegó a los centros turísticos. Volví para cursar Historia de Rusia. Martín me decía que estábamos ante un “gran movimiento anticapitalista” y que las asambleas eran “la multitud”. Yo asentía, pero estaba aterrorizado y quería que aquella pesadilla terminara de una vez. Una de las clases fue interrumpida por militantes de izquierda para avisar que habían fusilado a dos piqueteros en Puente Pueyrredón. El profesor reanudó la clase y yo fui uno de los pocos que se quedó.

Las elecciones de 2003 parecían un trámite desabrido e inútil: ya habíamos decidido gobernarnos sin políticos. Pero una presencia concitó el interés de todos. Carlos Menem estaba de vuelta y venía a proponernos un sueño: pagar un pancho con dólares de verdad. Un cambio total, un baño frío de capitalismo duro y puro. Pero el cuerpo social había demostrado ser demasiado frágil para eso, nadie quería una revolución: yo también voté al candidato conservador, Néstor Kirchner, el que proponía juntar los pedazos que quedaban del país y armar algo.

Hay revoluciones modernas y revoluciones antiguas. Revoluciones que proponen saltar hacia adelante y revoluciones que proponen volver a una Edad de Oro. Cuando el subversivo nos propuso capitalismo y dolarización, preferimos el país en serio del ´45 o del ´83: una tierra de pequeños hombres felices.

Después de las elecciones conseguí trabajo, mi novia estaba contenta. Al año me dejó. Nos despedimos con tristeza y cortesía, corté y me quedé junto al teléfono esperando que llamara arrepentida… durante un año. Sin amor pero con dinero, me dediqué a invertir en melancolía. Cognac, cedés, ropa negra, libros ilegibles que, para peor, leía. Salía del puterío e iba al Colón, pedía una entrada arriba de todo y me dejaba engañar por la música, por la idea de totalidad, de un mundo entero.

Con veintipico de años, tenía el ingreso de un trabajador calificado y el consumo de un adolescente, al igual que todo un país que compraba autos y televisores mientras dejaba podrir los trenes y los cables de teléfono. De a poco, el kirchnerismo nos enseñaba a ser burgueses de nuevo: me abrí un plazo fijo y empecé a buscar un departamento para mudarme solo. También instalé banda ancha para conectarme con la aldea global mandando mails y viendo pornografía. Tardé en descubrir que podía leer e, incluso, comentar en sitios como “Yo contra el mundo”, “No te vayas estúpida”, “La ciencia maldita”, “Grillomation” y “Ramble Tamble”. El kirchnerismo nos educaba en la propiedad, el cosmopolitismo y el debate en la esfera pública.  Burgueses otra vez, con derechos humanos.

El kirchnerismo nos educaba en la propiedad, el cosmopolitismo y el debate. Burgueses otra vez, con DDHH

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Pero ya sabíamos que todo es frágil. En 2008 sintonicé mi programa oficialista preferido, Telenoche, y vi a un gordo sin dientes gritando enfrente de un tractor. El “campo”, ¿qué es eso? En el paisaje social que aprendí en la Facultad el enemigo era el capitalfinancierointernacional que afectaba a la industria nacional y los trabajadores. El campo era algo tan vetusto como Balbín diciendo “con una cosecha nos salvamos”. Y sin embargo, allí estaba: como un enemigo de otro tiempo, un villano de cuento de hadas. Terratenientes, oligarcas, señores feudales, violadores de las hijas del peón. El gobierno salió a pelear: perdió la ley pero ganó la calle. Nacía el kirchnerismo como izquierdismo, el proyecto, el Nestornauta, coreado por cientos de jóvenes como yo, con un plazo fijo y banda ancha.

Lo peor había pasado, pero las cicatrices estaban allí, durmiendo en los umbrales y hurgando en la basura, recordándonos lo frágil que era todo. La promesa a cambio de todo ese dolor había sido un mundo sin dinero ni políticos, sin mediaciones, un mundo “real”. La felicidad no nos bastaba, queríamos ser intensos. Después de bailar el Bicentenario, queríamos nuestra propia revolución, aunque fuera la historieta de una revolución. Por esos años les mandé a mis amigos un dibujo mío por mail. A todos les gustó y seguí haciéndolo hasta que Jorge, tirado en mi pieza tomando Cindor, me dijo: “Siempre te dibujás a vos, buscate un personaje”. “No sé”, le dije, distraído, pensando que al día siguiente tenía que ver un departamento para mudarme con mi nueva novia. “La zona es linda –me decían–, Tigre está creciendo mucho”.

 

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  1. SIC TRANSIT GLORIA MUNDI | Panamá Revista

    el 15/12/2015

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