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Arturo Frondizi y su criatura desarrollista hoy están “IN”, como escribió Julio Burdman en El Estadista. El “Desarrollismo” se tornó cool, con esa sonoridad porteña cuando la “ll” se confunde con la “y”. Frondizi is so hot right now, como Hansel en Zoolander, es protagonista y debe nombrarse cada vez que un micrófono lo permita. Hasta no hace mucho tiempo, durante los segundos noventas y los primeros dosmil, el boliche de moda era “El Progresismo”, el paladín anti corrupción. En cambio hoy, los principales candidatos, los que según las encuestas que pululan en los medios dicen que sumarán el 90% de los votos, se dicen desarrollistas. El progresismo, por su lado, apenas si lucha por el 5% y parece cerca de retirarse de la pasarela. El desarrollismo ya está aquí, llegó para quedarse y no se va a ir.

Este resurgir frondizista sin embargo no es tan nuevo. En el 2008, cuando se cumplieron 50 años de la llegada de aquel al poder, Diego Valenzuela (intuyendo el paso de antorcha de un ismo a otro) señalaba en La Nación como todas la fuerzas políticas, oficialismo y oposición, venían haciendo hace al menos un lustro su invocación elogiosa “al Presidente intelectual”. Sin embargo, la pluralidad de voces a su favor conllevó una estandarización de su figura que construyó una especie de “Frondizi para todos” funcional a todas las gargantas. Así, terminamos con un Frondizi macrista, uno sciolista y hasta uno progresista… multifruta. Dicha entronización no es nueva y suele presentarse con la llegada de elecciones. Así, conforme una suerte de doble compás izquierda/derecha estatismo/liberalismo, van rotando en el sitial desde Roca hasta Perón, Alvear y Alfonsín. Pues bien, en 2015 es el correntino el que sacó la sortija de la calesita de canonizaciones express. El Presidente dandie, aquel que venía a darle un toque de civilización a la barbarie, se ha vuelto para algunos una suerte de radical moderno, peronista benigno y/o liberal humanizado. El referente para el bolsillo del caballero, la cartera de la dama y el lápiz del ghostwriter. ¿De dónde surgió esta plasticidad? ¿En qué momento se volvió el White Album de los Presidentes argentinos?

Yo desarrollo, Tú desarrollas, Nosotros desarrollamos

En años de neokeynesianismo, commodities pujantes, y diversificación de la matriz productiva, el bueno de Arturo recobró protagonismo por las mismas dicotomías que habían instalado su figura intransigente en su tiempo. Modernización versus atraso, periferias versus centro, industria versus agro, yuyo versus autos: díadas sesentosas que recobraron inusual actualidad en el siglo XXI. El motor de esta segunda juventud del frondizismo parece entonces que no hay que buscarlo en el propio Frondizi sino en cómo éste logró transformarse en una sinécdoque viviente del Desarrollismo, el cuerpo de ideas que mejor cobijó aquellos dilemas. De hecho, tomando al referente la UCRI a secas, vemos que surgió de una agria subdivisión del entonces sexagenario partido radical -cuándo no- y lideró un gobierno caracterizado por fuertes polémicas. Solo basta recordar los planteos militares, el “Pasar el invierno”, la fallida entrevista con el Che, la toma del frigorífico Lisandro de la Torre; una galería repleta de luces y sombras. Hasta su hermano Risieri, a la sazón rector de la UBA, marchó en su contra a propósito del debate sobre el decreto-ley 6403 y todo el conflicto en torno a permitir o no a las universidades privadas emitir título habilitante.

No parecería ser tanto Frondizi, el hombre, el que está de moda. Es, en todo caso, un individuo acotado el que se idealiza, el que se hace uno con el Desarrollismo, el que va de 1958 a 1960. Es verdad que, vía Rogelio Frigerio y la revista “Qué”, Frondizi fue el franquiciante estrella de aquel pero no asi su propietario exclusivo: grosso modo desarrollistas también fueron Gómez Morales y el II Plan Quinquenal, el Plan Prebisch de la Libertadora, la tecnocracia antipolítica de Onganía, el Plan Gelbard del peronismo vegano. “El Desarrollismo está en boca de todos” afirmaba con realismo el dirigente de la Acción Católica Enrique Shaw en 1963. Desarrollistas eran los radicales, los peronistas, los antiperonistas, los católicos, los laicos, vos, yo y ella, todos.

Ahora bien, la simpatía generalizada de la que goza(ba) el Desarrollismo partía de una idea vaga y una falta de definición clara de sus principios más específicos. Si Desarrollismo era apostar por un país moderno e industrial en pleno auge fordista de posguerra todos podían guarecerse bajo su paraguas. Carlos Altamirano ha llamado sugestivamente “Desarrollismo Genérico” a aquella concepción cuasi ecuménica de la doctrina desarrollista que apostaba a generar mejoras en los sectores capital-intensivos para así eludir los cuellos de botella del modelo agroexportador e insertar a la Argentina en el plano de las naciones industriales desarrolladas. Si había algo que enlazaba a todas las tonalidades del espectro político de la época –desde el militarismo nacionalista hasta las versiones latinoamericanas del marxismo–, era la necesidad de transformar una estructura económica que había crecido al amparo de la producción primaria. El desarrollo industrial aparecía entonces como la solución ideal para una variada gama de problemas que iban, según el punto de vista ideológico, desde el reforzamiento de la soberanía nacional hasta la liberación de las tenazas del imperialismo. La posibilidad de modificar ese estado de situación había que buscarla en el papel del estado en materia de planificación y, especialmente, en todo aquello relacionado con el montaje de una infraestructura para el crecimiento “hacia dentro”. Industrias hidroeléctricas, siderúrgicas y químicas por todos lados: una suerte de II revolución industrial en modo fast forward. Los cincuenta y los sesenta eran años donde planificar la economía y la sociedad se volvió el mainstream y pocos negaban la importancia del estado y sus agencias de desarrollo.

Sin embargo, ese estimulante relato encontraba sus límites cuando debían indicarse las pasos a cumplir para plasmar dicho ideal. Y el gobierno de la UCRI no fue, ni por asomo, la excepción. En primer lugar, a la hora de refinar el diagnóstico, el desarrollismo frondizista coincidía muy poco con su símil peronista (más allá del circunstancial apoyo del Pocho a su candidatura). La entente comandada por Rogelio Frigerio desconfiaba del proteccionismo propio del ciclo inaugurado en 1946 y su keynesianismo sui géneris iba más por el lado de ampliar las posibilidades de la oferta que del consumo. Para el referente ideológico de la UCRI mientras reinara en soledad la industria liviana de sustitución de importaciones no se podría salir de la pobreza. Sin nuevas industrias y sus correspondientes eslabonamientos la Argentina seguiría condenado al fracaso del stop and go.

El stop and go, mito de sísifo de la sociedad argentina desde 1949, era ese comportamiento pendular de la economía nacional donde las divisas que llegaban vía ‘el campo’ eran utilizadas en el marco de un mercado interno urbano e industrial que no las producía pero si las necesitaba. Esta mala complementación sectorial dibujaba un comportamiento pendular de auges y depresiones de las variables de la macro. Ciclos de Kondratiev epilépticos que no podían si no generar fuertes por pujas en un país caracterizado por sindicatos empoderados y empresarios atravesados por sus contradicciones. De esta manera los sueños compartidos de modernización iban a encontrar límites bien concretos: déficit fiscal, atraso tarifarios, problemas cambiarios. Y el gobierno de Frondizi los sufrió con creces, de hecho mucho de su capital político comenzó a perderse luego de la implementación de medidas ortodoxas con el plan de estabilización de 1958 (ajuste de precios y tarifas, eliminación de subsidios y de permisos para importar, contención monetaria, liberalización del tipo de cambio). La implosión del salario real acaecida entre el segundo trimestre de 1958 y el tercero de 1959 y el paulatino aumento de la desocupación en más de cinco puntos (rozando el 8% en 1962) le hicieron gastar la carta ganadora del acuerdo con los trabajadores. Pero tampoco la relación con la industria fue un nido de rosas como muestra por ejemplo la deficitaria experiencia del estímulo automotriz (que llegó a producir 30.000 unidades al año y lograr pasar de una ratio de 50 habitantes por automóvil a una de 35, pero con una tecnología que continuó siendo subóptima y un mercado que en neto siguió sin ahorrar divisas al no lograr alcanzar la exportación de sus producto).

A su vez, los límites del discurso nacionalista del Desarrollismo fueron bien concretos con la famosa “batalla del petróleo”, que le costó renuncia del vicepresidente Alejandro Gómez. Así, uno de los objetivos más caros al Desarrollismo genérico como era el autoabastecimiento petrolífero, encontraba de pronto en la necesidad de inversiones externas una bifurcación que haría desviarse del camino a los sectores a la izquierda de Frondizi (Frigerio incluido). Como el oro negro solo se podía sacar del subsuelo de la patria con mucha inversión parecía un momento más para el gran capital internacional que para la burguesía nacional (contradicción que también le facturaron al peronismo varias veces, incluso hoy con la apetecible Vaca Muerta). Quedaba claro, de manera violenta, que no todos hablaban de lo mismo cuando hablaban de desarrollo nacional.

pag 00 - tapa

Desarrollómetro.

Ante tantas idas y venidas sobre la doctrina que se intentó plasmar bajo los años de Frondizi, hoy nos encontramos con el advenimiento declarado a coro de una nueva etapa del desarrollo, aunque unos arreglando necesidades y otros con necesidades saldadas, o algo así parecen sugerir los spots. Cuando no, los argentinos corriendo tras la supuesta oportunidad perdida, el tren del progreso o desarrollo (dependiendo del momento), la condena al éxito, etc. No hay que usar anteojos de marco grueso para rescatar a Frondizi, o Frigerio llegado el caso, como tampoco para ser hipster. Tampoco hay que tener una receta oftalmológica para ver que en la nueva colección de Mugatu que se despliega en la pasarela 2015 hay mucho de remiendos y pastiches del querer ser que puebla el inconsciente colectivo y poco de propuestas concretas que provean el impulso hacia el ponderado desarrollo, con la excepción de alguna corrección de último momento de campaña. Quizás, más que invocar su nombre, resulte importante y sustancioso explorar los objetivos que se concretaron en esos años desarrollistas, cuáles fueron positivos, cuáles no y a qué costo, en lugar de correrse con un Desarrollómetro para ver quien cae mejor parado en el lugar común. Lo mismo respecto a idealizar por temporadas a personajes como Frondizi que, con sus luces y sombras, resultan enriquecedores sin necesidad de caer en mentiras piadosas.

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Comentarios

  1. Arturito

    el 20/10/2015

    Ni cerca estos candidatos a las ideas del desarrollo que se predicaba en esos tiempos, por mas que la realidad fue otra y no se pudo se intentó, hoy lo tiran como un concepto más pero el desarrollo sigue lejos de la agenda. Lejos, lejos de las propuestas ambiguas que acompañan la frase “es desarrollo” de los afiches de Scioli, ni del Frigerio que goza el PRO, ni del apoyo de Zaffore y el MID actual a Massa.
    No estoy tan de acuerdo que el desarrollismo se frustró por cuenta propia, el precio de la industrializaciòn nacional es el mas caro de todos y las potencias se lo hicieron pagar. No se olviden que la de Frondizi fue una de las presidencias con mas intentos de golpe de estados y a su vez más huelgas y levantamientos sindicales, históricamente los sectores más cipayos y vendepatrias. Para mi la supuesta ambigüedad del concepto desarrollismo que tira el artículo no es así, al contrario, es una de las políticas mas pragmáticas que tuvimos la suerte de tener. No hay nada mas concreto que el acero, el petroleo, y toda la industria pesada.
    En definitiva el desarrollismo siempre es “moda” en épocas de elecciones, pero lo que no es moda y perdura para siempre es nuestra gracia y desgracia eterna, el peronismo. Ninguno de estos candidatos va a dejar de ser peronista para ser desarrollista, quédense tranquilos. Lo que podemos esperar al menos de los futuros dirigentes, es que lean un poco más seriamente la obra de Frondizi y que la vayan incorporando por mas que signifique pelearse con todos.

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