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la cautiva

 

 

¿Acaso mi Pax Rosista no vale?

Fue al finalizar el primer período como gobernador de Buenos Aires de Juan Manuel de Rosas que el círculo rojo (ahora punzó) volvió a demostrar interés por la frontera sur. Rosas se colocó al frente de la “primera conquista del desierto”, de manera similar a lo que sucedería medio siglo después. Realizó así un avance en múltiples frentes, con los caudillos Aldao en el oeste, Ruiz Huidobro y Quiroga en el centro y él mismo en el este. El tridente llegó hasta la vera del río Negro entre 1833 y 1834, tiempo para matear con Charles Darwin incluido. El futuro “Restaurador de las leyes” surcó las pampas señalando amigos, aliados y enemigos entre las culturas que encontraba a su paso (por supuesto, apalancado en las décadas de historia de la frontera que hemos reseñado antes).

El futuro “Restaurador de las leyes” surcó las pampas señalando amigos, aliados y enemigos entre las culturas que encontraba a su paso.

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Sin embargo, pese a esta primera y sangrienta avanzada (Rosas se jactaba de haber eliminado a más de 3.000 aborígenes), la presencia a perpetuidad no parecía figurar en carpeta. La estrategia final en los 30 no aparentaba tener por objetivo la instalación en aquel territorio indómito, pese a la tentadora cesión a Rosas de la totalidad de la isla de Choele Choel o 60 leguas en Lobería, lo que le fuera más tentador. Organizar un Estado nacional era una complicación y Juan Manuel, que no mostraba demasiadas intenciones de hacerlo en su fracción del territorio, menos lo pensaba en la inmensidad de la meseta. Su conquista no funcionó como faro para unificar posturas, sino que fue como la demarcación de un cordón sanitario para su zona de comfort productiva. Esta falta de interés, junto con el advenimiento de la revolución de los restauradores que pronto estallaría en Buenos Aires reclamando su presencia, harían finalizar con balance agridulce su incursión, dejando como resultado algunos fuertes y fortines de avanzada más allá del Salado como lo serían Bahia Blanca (algo anterior) y Azul.

Esta suerte de inercia conveniente en la que se colocó el Estado -provincial- rosista cambió tras la Batalla de Caseros y el abrupto final de la Pax Rosista. En Buenos Aires en particular, con la revolución del 11 septiembre de 1852 en contra de Urquiza, la necesidad de institucionalizar la centralidad del poder tomó otra consistencia. De pronto, la construcción del Estado Nacional se volvió tentadora para muchos y la expansión territorial hacia ese Sur cimarrón y ventoso que seguía su vida normalmente, también.

De pronto, la construcción del Estado Nacional y la expansión territorial hacia ese Sur cimarrón y ventoso se volvió tentadora.

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Tren al Sur

La Provincia de Buenos Aires, separada de la Confederación Argentina a partir de 1852, debió organizar en los meses siguientes su territorio de una manera efervescente: su situación no era del todo la de un Estado 0 km, la de un país nuevo, sino más bien la de una administración entre el limbo y el purgatorio. En contraposición con lo que sucedía río arriba en Paraná, Buenos Aires estableció en su propia Constitución su pretensión territorial al demarcar una línea que corría recta desde la laguna Mar Chiquita en Junín hasta los Andes y de ahí hacia el sur. Esa descripción incluía territorios que nadie en la elite porteña liberal (salvo el puñado que había acompañado a Rosas a caballo veinte años antes y que ahora lo llamaba tirano) había siquiera soñado.

La tarea no era sencilla. Una de las llaves para alcanzar ese objetivo hercúleo fue impulsar inmediatamente la instalación del ferrocarril. La apuesta no era descabellada, hasta Alberdi, alguien más bien contrario a los intereses de una Buenos Aires independiente, reconocía el poder de los caminos de hierro: “El ferrocarril hará la unidad de la República Argentina mejor que todos los Congresos. Los Congresos podrán declararla una e indivisible; sin el camino de hierro que acerque sus extremos remotos quedará siempre divisible y dividida contra todos los decretos legislativos”. En aquella empresa férrea se sumaron quienes serían los más autonomistas de los gobernadores que tuviera el estado de Buenos Aires: Pastor Obligado y Valentín Alsina. Sin embargo, cuando los rieles buscaban ir más allá de Flores, esta expansión a toda máquina encontraba su límite en los malones.

Cuando los rieles buscaban ir más allá de Flores la expansión encontraba su límite en los malones.

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Con la llegada de Mitre a la cabeza del gobierno porteño hubo un cambio en los objetivos y las ambiciones, cayendo los autonomistas acérrimos y triunfando los que creían que una Argentina con Buenos Aires adentro y liderando era deseable. Los Alsina, Valentin y su hijo Adolfo, rechazaban la ambición mitrista, pero eran minoría. Con la crisis producida por el choque entre ambas facciones, se volvió a poner a la frontera en un segundo plano, aunque mientras tanto, a través de la expansión ferroviaria, se iba empujando de facto.

Después de la unificación nacional y las idas y vueltas entre Cepeda y Pavón que dejarían finalmente a Buenos Aires como primus inter pares de la Confederación, durante las gobernaciones de Mariano Saavedra y Adolfo Alsina, recrudecieron las incursiones aborígenes, los robos de ganado, las muertes y los raptos. Como bien señala Mandrini, si algo marcaba la sola presencia de los malones en la frontera era una alternancia inestable entre paz y guerra en aquellos complejos ecosistemas culturales donde cada quien atendía a su juego. De hecho, pese a este aumento en la intensidad del conflicto de frontera, seguía presente un fluido intercambio comercial entre las poblaciones e incluso una creciente convivencia. Fue justamente bajo el gobierno de Alsina cuando se fundaron  en los extremos del territorio pueblos como Los Toldos y Olavarría.

Pese al aumento en la intensidad del conflicto de frontera, seguía habiendo un fluido intercambio comercial entre las poblaciones.

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Tras la guerra del Paraguay en 1870 y con el regreso del ejército a sus posiciones de frontera, la “cuestión del indio” pasó a ser el principal “problema” a resolver -epidemias de cólera y fiebre amarilla mediante-. Para un Estado que crecía institucional y económicamente, tener poblaciones “indómitas” dificultando la expansión de la frontera agraria era un dolor de cabeza. Para Walter Del Río es precisamente en los ‘70 cuando se produjo el mayor cambio de matriz relacional, después de siglos de relaciones entre la sociedad hispano-criolla y los pueblos originarios que había generado la concreción de un sin número de acuerdos, tratados de paz y convenios. Por citar un ejemplo, el propio Sarmiento instruyó a los militares que los tratados de paz con los indios deberían desde entonces denominarse in toto, independientemente de su contenido, “convenios”. Esta decisión fue debido a que llamarlos “tratados” los colocaba dentro del derecho de gentes y, de esta manera, dentro del derecho internacional. Tratándose de una única nación desplegándose dentro de su propio territorio, no había lugar para tratados. Así, a partir de 1870, a los tratados/convenios se los interpretaría como un acuerdo entre grupos de particulares y un Estado soberano al cual debían obedecer. Se había acabado el tiempo de los reconocimientos mutuos.  

Es en este marco que debe entenderse acaso el proceso más importante vinculado con los indígenas previo a la Conquista Del Desierto: la Zanja de Alsina. La Zanja fue un gesto político que unificó a la elite gobernante superando las fiebres de la guerra recién concluida. La administración de Avellaneda se abocó a generar y concretar un plan de avance sobre el supuesto desierto bajo la idea de hacer avanzar la nación blanca. Con el protagonismo esencial de Adolfo Alsina, ministro de Guerra y Marina, se urdieron las medidas a seguir bajo la concepción de líneas sucesivas que permitieran la ganancia de nuevos territorios. El 2 de agosto de 1875, el Ejecutivo envió un mensaje al Congreso Nacional que solicitaba la aprobación de doscientos mil pesos para fundar pueblos, establecer sementeras, formar plantaciones de árboles y levantar fortines fuera de las líneas actuales de fronteras. Era objetivo general desgastar a las sociedades indígenas con la llegada paulatina de la ‘civilización’. También se planteaban como propósitos más puntuales, confeccionar un mapa topográfico del terreno donde poblaban los indígenas, fomentar la creación de nuevos pueblos en sitios estratégicos, ofrecer a los pobladores los materiales necesarios y formar una nueva comandancia en sitios avanzados.  

La Zanja fue un gesto político que unificó a la elite gobernante superando las fiebres de la guerra recién concluida.

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Una vez establecidos en los frentes de ocupación las instalaciones mínimas allí donde aproximadamente comienza la Pampa seca, cerca de Bahía Blanca, con un vigoroso movimiento de soldados, técnicos y hasta familias, se comenzó con la construcción de la zanja. Con el objetivo principal de disuadir el robo de ganado, esta no impedía los malones, que siguieron ocurriendo, sino que dificultaba la huida, dando tiempo para alcanzar al ganado robado. Al mismo tiempo, establecía un límite al propio avance blanco, postergando la resolución final del conflicto para otro momento. Podría caracterizarse incluso como una idea autonomista, acorde al espíritu alsinista, de organizar el nuevo territorio de Buenos Aires primero, ya que el área que se extendía del Río Salado a las sierras continuaba ligeramente poblada y pobremente administrada más allá de las reivindicaciones al Sur.

Sin embargo, el relato del éxito de la estrategia de Alsina en el corto plazo se vio cuestionado por varios contemporáneos, para los que el desarrollo del plan era en extremo costoso y poco efectivo. En efecto, para los críticos del plan oficial, los destinatarios del desgaste en realidad podían saltar la zanja, esquivar los fuertes y desbaratar así parte del bloqueo. Si bien se ha citado evidencia que muestra que tampoco se estaba frente a un fracaso total con la metodología de Alsina, pronto comenzaron a madurar nuevas concepciones, menos sigilosas en el desplazamiento de las tropas y que consideraban que se debía llegar hasta los últimos confines habitados por los indígenas con otra velocidad.

Julio Argentino Roca fue la figura que sintetizó esta posición. Crítico de la línea de fuertes, donde según él se perdía la disciplina y la moral en una pusilánime espera, Roca denunciaba el saqueo constante de cabezas de ganado más allá de las prevenciones. Sostenía asimismo la necesidad de frenar esa situación con un desplazamiento brusco de la línea de frontera. El estilete debía clavarse bien profundo, como 45 años antes, cercano al río Negro.

Roca sostenía la necesidad de frenar esa situación con un desplazamiento brusco de la línea de frontera.

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Las pugnas en torno a la estrategia a seguir hallarían solución en la propia zanja. Alsina, quien fuera vicepresidente bajo Sarmiento y líder de un importante espacio político, el autonomismo, con figuras como Alem, Pellegrini, Del Valle y Rocha en sus filas, vio su vida extinguirse tras una recorrida por los fortines de “frontera” en Carhué, en el sudoeste entonces profundo de la Provincia de Buenos Aires. Su prematura salida permitió que Julio Argentino Roca pase a formar parte del gabinete en su lugar.

Vale más Buenos Aires en mano que desiertos volando

Ya para 1878 el tucumano Roca, presentaba en el Congreso un nuevo plan para la ‘Conquista del Desierto”. En este plan criticó lo hecho por Alsina y desplegó su propuesta de un avance más sostenido y agresivo. Según aquel, la extensión del control argentino hasta el río Negro eliminaría las expectativas territoriales de Chile sobre esa región y abriría una vasta cantidad de tierra que sería el núcleo de un nuevo y poderoso Estado federal. Este cambio en la actitud quedó plasmada en la Ley 947 de distribución de la tierra de 1878, donde se habla de sometimiento o desalojo de los indios bárbaros de la Pampa, desde el río V y el Diamante hasta los ríos Negro y Neuquén, bien distinto del lenguaje usado once años antes en una ley similar (215) que detalla la concesión de todo lo necesario para la coexistencia pacífica.


Con el apoyo de la Sociedad Rural Argentina y la facción del Partido Autonomista Nacional comandada por Dardo Rocha (otrora sostenes de Alsina), Roca logró una rápida aprobación del Congreso. Se emitieron bonos sobre las tierras a conquistar para financiar la expedición y se dio forma a una nueva etapa del avance estatal sobre la Patagonia. Finalmente, luego de meses de logística, en marzo de 1879 comenzaron a desplazarse las cinco divisiones dispuestas para llevar a cabo la labor. El 25 de mayo con la instalación en Choele Choel, se dio por concluida la segunda etapa de conquista.


El 27 de mayo, Roca y su Estado Mayor partieron a la Confluencia de los ríos Limay y Neuquén, punto final del plan de ocupación. Tras la elaboración de un plan de defensa de la línea y de fijación de los fuertes, el 25 de junio emprendió el regreso hacia Buenos Aires. La frontera había logrado ser corrida hasta la línea militar del Río Negro. De todos modos, este relato del éxito también es contrastado por quienes consideraban que el desgaste de Alsina había logrado parte de su cometido, y que el avance se produjo en condiciones mucho más favorables que las que sus protagonistas estaban dispuestos a reconocer. Incluso hay quienes han hablado de operación mediática y excursión turística en la marcha de Roca, como señala David Rock. Según se denunció entonces, lo de Roca en el Desierto no fue mucho más que una selfie en sepia.

Según se denunció entonces, lo de Roca en el Desierto no fue mucho más que una selfie en sepia.

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El avance producido y consolidado hasta mayo de 1880 con la línea de fortines, tuvo una brusca interrupción por los conflictos políticos que caracterizaron el final del gobierno de Avellaneda. El enfrentamiento de la administración nacional con Carlos Tejedor, gobernador de Buenos Aires, suerte de agonística por el poder del Estado entre Buenos Aires y el Interior, distrajo la atención sobre las nuevas regiones. Una vez derrotadas las intentonas autonomistas porteñas, se avanzó en la ocupación definitiva del territorio por los cuerpos militares argentinos con la campaña del Nahuel Huapi y la de los Andes. Como dicen Navarro Floria y Nicoletti, el resultado de esta fue “el sometimiento del norte de la Patagonia a las autoridades del Estado nacional, la destrucción de la economía y la sociedad indígena y su progresivo reemplazo por una sociedad de inmigrantes y criollos europeos”. Esto puede verse por la velocidad con la que se fueron formando colonias de recién llegados, franceses en Pigüé, alemanes en Coronel Suarez, etc.; espacios que hacía, en casos, apenas un lustro que el Estado estaba presente.

Sin intentar agotar el problema de la Conquista, diremos que la presencia del Estado en la Patagonia desde entonces estaría dada de maneras absolutamente nuevas y en varios sentidos más poderosas. Por otro lado, desde este lugar, Julio Argentina Roca, un ministro en campaña, se calzó con sus movidas en el Sur argentino la medalla de estratega que consolidó una carrera presidencial exitosa. El Desierto se transformó en programa político y campaña presidencial que no podría frenar ninguno de sus adversarios.  

Con sus movidas en el Sur argentino Roca se ganó la medalla de estratega que consolidó una carrera presidencial exitosa.

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¿Hubiera habido un desenlace distinto? ¿Se hubiera evitado una conquista o hubiera primado una campaña con la supervivencia de Alsina? Esa es la gran pregunta. En términos actuales, podríamos especular que con su zanja Alsina estaba ganando tiempo para las elecciones de 1880. Cual Metrobús de las pampas, con la zanja pretendía mostrar algunos avances para así asegurar una candidatura top. La idea del “Rodillo”, la que implementara Roca tras su muerte (avanzar desde múltiples frentes hasta el río Negro y en un ligero, rápido y repentino movimiento empujar y expulsar a los beligerantes nativos de las áreas de conflicto), ya daba vueltas en los pasillos y cajones de su ministerio.

A diferencia de Rosas, quien construía relaciones con las poblaciones consideradas amigas, en esta ocasión el objetivo era llevar el Estado al Desierto, lo que convertía todo ese juego de seducción en una pérdida de tiempo. El espíritu de los tiempos, los mencionados hierro y sangre, y los apremios trasandinos demandaban un avance sobre el territorio considerado propio. El estallido de la guerra del Pacífico en abril de 1879 consolidó y dio mayor sustento a la postura de Roca. Su triunfo electoral un año más tarde sellaría el camino elegido para dar solución al problema indígena. Los tiempos de paz y administración extenderían la fórmula de ocupación del territorio, replicándola hasta el extremo sur y hacia la frontera norte con Paraguay y Brasil.

El espíritu de los tiempos, los mencionados hierro y sangre, y los apremios trasandinos demandaban un avance sobre el territorio considerado propio.

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El rol del Estado y cómo fortalecerlo fue una grieta que atravesó casi todo el siglo XIX. Sin embargo, al mirar al sur, había un común acuerdo sobre la necesidad de expandirse hacia allí. Pocas veces en la historia de la joven Argentina sucedió esta coordinación de objetivos: fuera una manera de garantizar la calma como con los Borbones, una reacción como en tiempos de Martín Rodríguez, una aventura como con Rosas, o con objetivos claros y ejecuciones sistemáticas como con Alsina y Roca, el Sur siempre estaba. La idea de la frontera como un espacio de bloqueo perenne entre civilización y barbarie, fue algo más bien tardío y poco sustentable en el largo aliento de nuestra historia. Esa narrativa de la Patagonia en clave de una Galia amenazante fue un fenómeno muy propio del espíritu imperialista que en la segunda mitad del siglo XIX armó un relato de superioridad racial. Una herramienta propagandística, algo que la ilustrada generación del ‘37 manejaba a su antojo y que la del ‘80 supo copiar.

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Comentarios

  1. FRONTERA SUR | PRIMERA PARTE – Notas copadas

    el 20/03/2018

    […] Rodríguez haría tres incursiones, la primera como respuesta a los malones de fin de 1820 y otras dos con pretensiones de acabar definitivamente con aquellos, empujando la línea de frontera en dirección sudoeste, incluso con el objetivo de alcanzar el río Negro, lo que no cumpliría. Las campañas hacia el interior de la provincia servirían de boceto para las próximas, en particular al señalar lo endeble de llevar adelante iniciativas de un solo frente. Paralelamente a la contención de la frontera sur llevada adelante junto con Rauch y Rosas, Rodriguez haría la paz al norte con otros caudillos, a través de los tratados de Benegas y del Cuadrilátero, permitiendo una relativa calma en Buenos Aires. Ésta se vio plasmado en obras lideradas, entre otros, por su secretario de gobierno Rivadavia, que llevaría adelante importantes reformas involucrando al clero, la fundación de la Universidad de Buenos Aires y cierto empréstito que precede en reputación a todo lo anterior. La guerra con el Brasil y la crisis política posterior, que tendría entre otros resultados la muerte de Dorrego y Rauch y que crearía la oportunidad para el ascenso de Rosas, pondrían una pausa a las pretensiones expansionistas, quedando la frontera por algo más de un lustro en un segundo plano. […]

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