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26 de septiembre 2019

Lucila Melendi

Politóloga.

GREEN GRETA

Tiempo de lectura: 6 minutos

El infierno de los vivos no es algo que será;
hay uno, es aquel que existe ya aquí,
el infierno que habitamos todos los días,
que formamos estando juntos.

Italo Calvino, Las ciudades invisibles, 1972

Greta Thunberg habló ante la Asamblea General de la ONU y se movió mi modesto avispero digital. Vi de todo. Los que la bancan, se emocionan, dicen que habla de lo que otros niegan. Los que la bardean, dicen que quiere volver al Neolítico, la acusan de incoherente por usar computadoras. Vi que la desautorizan por ser joven, y vi a los que acusan a esos de hacer adultsplaining. Leí a uno que define lo que ella hace como chantaje moral. A otro que dice que igual no importa porque la vida no tiene sentido. También, claro, que por qué no se preocupa por el hambre en el mundo. Me cansé de Twitter. Fui a ver la novela. Me quedé pensando. ¿Por qué exponer así a una piba?

Hace unos años Martín Caparrós escribió Contra el cambio, un libro de ensayos sobre jóvenes afectados por el cambio climático cuyo reporteo encaró como un castigo, sin curiosidad, sólo por trabajo. Fue a pedido del Fondo de Población de Naciones Unidas. Un poco de crónica, mucho dato, ninguna conclusión. Mas acá en el tiempo, los yanquis Naomi Oreskes y Erik Conway hicieron Merchants of Doubt. Consiguieron mostrar que el consenso científico sobre el cambio climático era unánime, mientras que del otro lado había una estrategia corporativa diseñada para sembrar la duda. Si manejás el concepto de fake news y viste el primer capítulo de Mad Men, la sacás de toque: es la estrategia que inventaron las tabacaleras cuando se descubrió que dañaban la salud. No necesitan demostrar lo contrario. Alcanza con ponernos a discutir hasta que querramos ir a ver la novela. Entonces siguen haciendo lo que saben hacer: ganar plata.

Si manejás el concepto de fake news y viste el primer capítulo de Mad Men, la sacás de toque: es la estrategia que inventaron las tabacaleras cuando se descubrió que dañaban la salud.

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Está bien lo que dice la piba. Podemos agradecerle haber reinstalado el tema en la agenda pública global, celebrar su compromiso con una causa justa. Hacer lo propio. Pero exigirle que encima tenga la solución es, cuanto menos, cruel. Cruel y un tanto funcional. Eso pensé el lunes. Hoy escuché el discurso y supe que, junto a otros quince niñes, presentó una queja legal contra Argentina, Brasil, Alemania, Francia y Turquía, los “cinco mayores emisores de gases de efecto invernadero”. Después tuvieron que aclarar que sólo son los cinco mayores entre los que firmaron la Convención sobre los Derechos del Niño (que EEUU no firmó) y un protocolo adicional que permite a los niños peticionar directamente ante Naciones Unidas (y reduce significativamente la cantidad de países a los que podían reclamar). Nos demandan “acción”. Es decir: que aceptemos las recomendaciones que la ONU nos va a hacer sobre qué leyes modificar para “acelerar la respuesta al cambio climático” y que hagamos presión diplomática sobre los grandes contaminadores: Estados Unidos y China.

Si fuera un chiste sería gracioso.

La cuestión ambiental ya nació internacional, en una secuencia que se inició con la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano en 1972, recibió el apoyo del Vaticano y, en lo que a nosotros respecta, fue asumida como prioritaria por Juan D. Perón, que legó un mensaje cuya profundidad de análisis y vigencia programática sorprendería a más de uno. En la década de 1980 los (diversos) movimientos ambientalistas crecieron tanto que consiguieron frenar grandes proyectos de inversión tales como aquellos que relocalizaban poblaciones enteras para construir hidroeléctricas o talaban la Amazonía para abrir rutas. Brasil ocupó un lugar tan central en esos debates que la siguiente conferencia se organizó allí: Rio ‘92. Esta vez se llamó de “Medio Ambiente y Desarrollo”. En 2002, cuando conmemoraron los diez años, la Cumbre Mundial ya era de “Desarrollo Sostenible”.

João Márcio Mendes Pereira investigó al Banco Mundial. Lo caracteriza como un actor político e intelectual. Para enfrentar la crisis de legitimidad que atravesó producto de la resistencia ambientalista, en 1990 el Banco resurgió de las cenizas con la genial idea de ‘combatir la pobreza’. En 1991 -después de haberlo denostado- por fin encontró una función que asignarle al Estado, armonizada con el mercado y permitiendo la maximización de la competencia entre agentes privados. En 1992 -en una de las tantas reversiones de “¡Si no puedes vencerlos, úneteles!”– asumió una posición de liderazgo internacional al incorporar al ‘ambiente’ en su paradigma dominante. Publicado un mes antes de la Conferencia de Rio ‘92, el World Development Report de ese año tenía el propósito de hacer el eslogan ‘desarrollo sustentable’ compatible con la liberalización económica. Es un artefacto conceptual fantástico. La idea de que pueden sostenerse los niveles de producción y consumo incorporando unas pocas medidas mitigadoras o compensatorias. Zhouri, Laschefski y Paiva lo conceptualizaron como “paradigma de la adecuación ambiental”. Se podría cuidar el ambiente sin cuestionar la inexorabilidad de los emprendimientos. Todos contentos.

La cuestión ambiental nació internacional, y fue asumida como prioritaria por Juan D. Perón, que legó un mensaje cuya profundidad de análisis y vigencia programática sorprendería a más de uno

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San Francisco debe ser una de las ciudades más ecofriendly del planeta. Están orgullosos de su prolijo modo sustentable de vivir, donde los bondis ostentan carteles de Clean Air Vehicle porque son eléctricos, y la gente sale a la mañana a correr por la bahía porque sus cuerpos también son el ambiente y hay que cuidarlos, y hay supermercados enteros que venden sólo comida orgánica y cosméticos veganos y etcétera. El problema es que el huevo duro orgánico que el corredor compra en el kiosko para cubrir su dosis de proteínas viene en un pote de plástico, un derivado del petróleo por el cual hacen la guerra. Como la bolsa de la ensalada y la botella del jugo de arándanos. Y las baterías de sus soberbios colectivos está llena del litio por el cuál aquí, en este mismísimo país, se organiza la violencia contra las comunidades de Salinas Grandes, en Jujuy. Esas comunidades bombardeadas o removidas de sus tierras necesitan que los jóvenes del primer mundo cuestionen todo, como los hippies cuestionaron Vietnam, pero el cambio climático tal como está planteado por Children vs Climate Crisis o el Movimiento Sunrise acaba invisibilizando la violencia. El problema no es el apocalipsis que vendrá, sino el infierno que ya es.

Combatir la pobreza es una idea genial para distraernos de discutir la riqueza, su contraparte necesaria. Del mismo modo, y aun cuando sea real, el cambio climático es un significante demasiado vacío para organizar una lucha efectiva. Hace tiempo que en los foros internacionales se discute la reducción de emisiones de gases usando el argumento ambiental pero procurando ventajas económicas para países centrales cuya producción compite con algunas del hemisferio sur. Flaco favor le hicieron los discursos conservacionistas a la expansión de la frontera de la soja en Argentina, persiguiendo a pobladores por cazar un chancho hasta lograr que migren a las ciudades. Otro tanto se puede decir de las ‘plantaciones forestales sustentables’. En Misiones el cultivo industrial de pinos destruye el hábitat de los yaguaretés, por cuya preservación después te piden que compres agua mineral. La lista es larga porque el campo ambiental es una arena de disputa política. Las luchas son dinámicas: los poderosos suelen tener la capacidad de apropiarse de las banderas para usarlas a su favor.

Del mismo modo, y aun cuando sea real, el cambio climático es un significante demasiado vacío para organizar una lucha efectiva.

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En su discurso Greta dice que no debería estar ahí sino en la escuela. Tiene razón. También se niega a creer que exista el Mal. Ojalá fuera una cuestión de fe. En los márgenes de la escena, comunidades pequeñas acaban siendo la última trinchera contra el avance de poderosísimas corporaciones transnacionales que son las responsables del cambio climático, del hambre en el mundo, y de todo lo que hay de peor. Esas corporaciones sin patrón, que pulverizan la responsabilidad y concentran la ganancia, son herederas directas de las compañías coloniales. Estarán chochas de vernos discutir previsiones del calentamiento global durante horas. Porque saben bien que el freno no es técnico sino político. El único obstáculo que encuentran a su expansión es la resistencia popular. Primero le responden con responsabilidad social empresaria, después persiguen a los líderes y, si nada de eso funciona, los muelen a palos. Por eso el reclamo más radical seguirá siendo, siempre: paz, amor y control estatal del capital.

Si la Conquista de América fuera hoy, la contarían como un conflicto ambiental. La codicia es un deseo que no entiende razones. Librados a su voluntad, harán lo que siempre han hecho los de su clase. Morirán como los primeros exploradores del Brasil: de hambre con tal de llenarse las manos de oro.

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Comentarios

  1. Jc

    el 26/09/2019

    Aplausos!

  2. Nahuel

    el 28/09/2019

    Buenísimo el artículo. Solo una salvedad: en sintonia con las palabras de Rita Segato, no hay tal pretérito imperfecto del subjuntivo en la conquista de América. Quiero decir que el proceso de conquistualidad sigue vigente, no es cosa del pasado.
    Saludos

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