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30 de abril 2021

Pablo Dacal

HOY TODO EL HIELO EN LA CIUDAD

Tiempo de lectura: 8 minutos

Rodolfo García, el baterista de Almendra y músico de mil batallas, se cayó en su casa y no parece ser simple que vuelva a levantarse como siempre. Es buen tipo y se le nota: un militante y luchador incansable que no arrugó cuando hubo que ponerse al frente de una secretaría o un sindicato o trabajar detrás de un escenario. Ama a la música y a las personas sin las cuales la música no sería casi nada: los músicos. Pero no todos los tipos buenos, ni los militantes comprometidos con su causa, tocan la batería como Rodolfo se decidió a tocarla. Cuento cuatro y arrancamos:

1.

Para el inconsciente popular todos pueden tocar la batería y escribir un poema. Casi todos lo hacen o lo han hecho alguna vez: llevan el ritmo con las manos sobre la mesa y escriben, en secreto, lo que sienten. Pero la verdad es que son muy pocos los que tocan bien la batería y escriben buenos poemas. Porque escribir poemas buenos es algo mas que un golpe de suerte para encontrar la palabra que nombre un sentimiento escurridizo. Se trata, al parecer, de descifrar el pulso que reúna la inquietud del pensamiento, detrás de un sentimiento entrevisto, en un determinado recorte de realidad. Un recuerdo, un nuevo atardecer o una situación cualquiera que ponga en funcionamiento la maquinaria del lenguaje hacia el terreno de lo insólito. Y hacen falta malos poetas, como reclamaba Fogwill, para que estallen las diez mil flores del poema. Pero no creo que hagan falta malos bateristas para que estalle el ritmo en las ciudades. Y, si así fuese, ya están llenas de malos bateristas dispuestos a intentarlo. Pero tocar bien la batería, ¿qué es tocar bien la batería? ¿tocar fuerte y seguro? ¿tocar rápido y con definición? Hay pocos bateristas que pongan al tiempo de su lado y conozcan las sutilezas de cada golpe, con sus estilos y tradiciones. Que comprendan eso que solo los buenos músicos llegan a entrever: el swing. Un cantautor puede tener poco swing y salir adelante con su palabra, su onda y su estilo, pero un baterista sin swing debería dedicarse a otra cosa. El swing, el groove, el mood, son las definiciones que encontró el jazz para señalar esa cualidad del ritmo que lo vuelve contagioso y movedizo. Cada género, con sus diferentes ritmos, tiene el suyo. Y Rodolfo fue detrás de todos: tocó rock salvaje y delicado, jazz, folklore y canciones sin fronteras con la misma destreza y conocimiento, quizás por no pensar en el manual de los estilos sino en lo que la obra precisa para contagiar su entusiasmo. Sabía muy bien que un golpe de más o uno de menos, dentro de una canción, puede modificar al espíritu que la enuncia y al que la recibe.

tocar bien la batería, ¿qué es tocar bien la batería? ¿tocar fuerte y seguro? ¿tocar rápido y con definición? Hay pocos bateristas que pongan al tiempo de su lado y conozcan las sutilezas de cada golpe, con sus estilos y tradiciones

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2.

Una batería es una instalación: fierros, tambores, tuercas, llaves, pinzas, platos de bronce y una alfombra debajo. Ni los guitarristas llenos de pedales con efectos o los tecladistas más exquisitos se acercan a todo ese equipaje. Una batería, de hecho, no es instrumento: es un conjunto de instrumentos de percusión reunidos alrededor de una persona. El baterista. Llevan su propia banqueta o elijen la silla adecuada, sacan los palos de su funda y empiezan a tocar. Con un pie golpean el bombo, con el otro cierran la pareja de platos y con las manos dan el peso justo a los palillos, para caer sobre los parches y disparar un nuevo armónico al espacio. Cuatro miembros independientes, de un mismo cuerpo, que se encuentran en la música para reinventarla: uno marca la tierra, otro subdivide el tiempo y los demás amplían el panorama con estallidos, comentarios y silencios. Son un organismo vivo. Pueden desconocer la tonalidad del tema en que están tocando pero allí van, marcando los acentos necesarios para que el ritmo camine, apoyando las frases de los demáspara darle espesor a sus notas. Batería, la palabra, viene del latín battuere, que significa golpear y nació para señalar todo lo que ha sido forjado a los golpes. Cacerolas y tambores. Hierro, acero y bronce. Rodolfo comenzó golpeando las cacerolas, como casi todos los bateristas, hasta que sus padres le compraron un bombo, una chancha, un redoblante y tres o cuatro platillos. Antes tocaba un acordeón, con el que habrá conocido las posibilidades armónicas sobre un instrumento migrante que influenció a buena parte del folklore del continente, desde Buenos Aires hasta México. Declaró nunca sentirse demasiado cómodo con el fuelle aunque finalmente lo tocó para toda Latinoamérica, más de treinta años después, en el unplugged de Spinetta. Le faltaría contundencia. La fuerza del golpe. Benjamín Franklin inventó la batería eléctrica y la definió como “un conjunto de unidades conectadas capaces de descargar potencia”. Un aparato, la batería, que es capaz de generar suficiente energía como para activar otros objetos.

Una batería, de hecho, no es instrumento: es un conjunto de instrumentos de percusión reunidos alrededor de una persona

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3.

Ana no duerme es el último tema del lado A del primer disco de Almendra. Un disco celebrado hasta el hartazgo y para el que siempre hay un nuevo adjetivo posible. ¿Premonitorio? ¿Sofisticado? ¿Renovador? Todo eso y mucho mas esconde el payaso que Spinetta dibujó dos veces, porque el primero fue extraviado por algún directivo de la compañía con la secreta intención de hacerlo desaparecer. Hasta nuestros días sigue presentando los “temas que están en el brillo de la lágrima de mil años que llora el hombre de la tapa”, los “temas que canta el hombre de la tapa desmayado en el vacío” y los “temas que les cantan los hombres a esa lágrima del hombre de la tapa, atados a su destino”. Entre estos últimos se encuentra “Ana no duerme”. Espera el día. Comienza con seis notas distorsionadas en la guitarra eléctrica y el bajo, hasta que entran la otra guitarra y la batería, juntas, para tocar las notas que dejan a la batería, sola en su cuarto, por tres compases más. ¿En qué pensaría Rodolfo durante aquellos compases? Estaba anunciando lo que vendrá: Ana quiere jugar. Con el platillo mas largo empieza el ritmo vertiginoso de una ciudad galopante y ya en el primer compás, entre los tiempos débiles y los fuertes, hay un movimiento. Una variación imperceptible, como de quien se acomoda para contar su historia, que no volverá a suceder hasta el final de la estrofa. En la segunda, mientras toca su sombra y cuenta las luces, todo suena mas lúdico. Rodolfo, sobre la alfombra, se está divirtiendo. Pero llega la estrofa tercera y la gran ciudad se pone peligrosa. Estamos en el año 69, caen presos una vez por semana y a veces les rasuran el pelo, ese que Rodolfo no volverá a cortarse jamás. Ana juega con nada como Diana divaga y tal vez mañana despierten, ambas, sobre el mar. Hoy todos lo sabemos pero ellos solo presentían el peligro latente: sobre el mar despertarían, algunos años después, los cuerpos que no pueden dormir de noche. Rodolfo, entonces, parte el tiempo al medio y la marea se agita: las guitarras se liberan, las voces se encuentran en coro y la batería busca el tiempo fuerte mucho mas adelante, perdido entre las aguas de un océano revuelto. Regresan sin solución de continuidad a la noche en que Ana canta palabras y se torna en luz, desquiciada, hasta caer nuevamente al mar. Otra vez el mar. Pero ahora, en medio del oleaje, desaparece el vaivén e irrumpen unos compases en siete por cuatro. ¿Quién decidió quitarle un tiempo al compás de una canción tan urgente? La verdad es que no parecen haberlo meditado demasiado porque, mas allá de la libertad jazzística con que toca Rodolfo, está siguiendo una frase demasiado sencilla y alejada de los experimentos polirrítmicos de Dave Brubeck o Piazzolla, tan presentes en la época. Están jugando en la habitación de Arribeños, con la misma inocencia y picardía de Ana en su propio cuarto. Pero cuando vuelvan a comenzar ya nada volverá a ser lo mismo: no se puede ser el mismo después de haber caído dos veces al mar. El pulso es mas denso, partido a la mitad del anterior, y Rodolfo no tiene mas sonrisas que ofrecer. Así la versionó Spinetta con el trío, en la década de los noventa. Y ese flow, cercano al de Jimmy Hendrix, es el que le permitió arrimarla al hip hop. Ya no hay vértigo: hay vacío. El hi-hat se abre y suena oscuro, los platillos estallan con furia y tras la última caída, la tercera, solo un acorde abierto y alterado hasta el final del surco. Fin del lado A: dalo vuelta si sos guapo.

Estamos en el año 69, caen presos una vez por semana y a veces les rasuran el pelo, ese que Rodolfo no volverá a cortarse jamás. Ana juega con nada como Diana divaga y tal vez mañana despierten, ambas, sobre el mar

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4.

Los bateristas no son de armar un repertorio propio: Javier Martínez o Rodrigo Gómez son una excepción. Los bateristas necesitan de un grupo, o al menos de un amigo, para empezar a tocar. Son como los actores, que esperan deseosos por una nueva propuesta, mientras que los directores generan sus proyectos y los iluminadores o escenógrafos colaboran con todos. Buscan enamorarse de una nueva obra, para poder darle vida y sentirse ellos mismos un poco mas vivos. Mientras tanto pueden quedarse a la espera o salir a buscar algún corazón ardiente. Y esto es lo que hizo Rodolfo: salir en busca de canciones y autores nuevos para promocionarlos, defenderlos y sacarles brillo. Escucho grupos que buscan un lenguaje propio, dijo a comienzos del nuevo milenio. Siempre fue un tipo atento.

La música sigue bailando gracias a los bateristas. Como el teatro, una vez mas, que sigue vivo por sus actores. No se preocupan por el cartel sino que quieren armar un grupo y salir a tocar para ejercer su oficio. Será que a ambos les falta algo. O que en ambos casos el cuerpo se juega entero, en cada nueva aventura, porque tocar la batería es también un ejercicio físico y un deporte. Un juego.

Un baterista no dirá nunca que no tiene lo suyo, en una sobremesa, porque cualquier elemento puede ser su instrumento y este es quizás su mayor talento: aprender a escuchar los armónicos que solo conocen los oídos prodigiosos y descubrir el golpe que los revele, así sea en un vaso de vino o en una botella vacía. No pueden nombrarlos, ni ordenarlos, pero los escuchan y elijen la tímbrica deseada. Un grave y un agudo. Un golpe seco y otro brillante: el secreto está en sus manos.

Vi varias veces a Rodolfo y siempre nos entendimos. En el San Martín, en la Perla de Once o en cualquier manifestación. La última vez que lo crucé fue en los pasillos de Nacional rock: salía de promocionar un concierto en el mismo programa al que yo estaba llegando. Era fácil reconocerlo en la distancia por su pelo blanco y enrulado. Ese pelo era una toma de posición y una propuesta, como el de Patti Smith, el de Bob Dylan o el de Susan Sontag. O el bigote de Charly García. No era solo un pelo largo: era completamente blanco y ondeado. Tenía swing. Dicen que el pelo no deja de crecer, mas allá de lo que suceda con nosotros. Seguiremos bailando con Rodolfo hasta que se acabe la batería.

Aquelarre, España, 1976.

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Comentarios

  1. Hector

    el 01/05/2021

    Que lindo Pablito que lindo!!! Te Abrazo en este universo sin fronteras.

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