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16 de septiembre 2015

Mariano Schuster

Jefe de redacción de La Vanguardia www.lavanguardiadigital.com.ar

JEREMY CORBYN: PANTALONES CORTOS Y MEDIAS LARGAS

Tiempo de lectura: 7 minutos

I

Con los brazos extendidos y una indisimulable sonrisa en el rostro, Jeremy Corbyn levantó el puño derecho, mientras unas decenas de militantes y sindicalistas lo aplaudían con sus ales y sus bitters en la mano. En ese antiquísimo pub de Westminster, todos menos el ganador de la interna laborista –que es abstemio y vegetariano– celebraban la victoria a base de cerveza. Afuera, sucedió lo que nunca antes: miles de remeras rojas y cientos de carteles con la leyenda We vote Corbyn coparon las calles.

De repente, entre las copas y los vasos largos, Corbyn se dio media vuelta. Abrazó a un joven, lo palmeó en la espalda y le pidió que le entregara su bandera. El veterano izquierdista la levantó al grito de: “Este es nuestro mensaje”. En ella podía verse el rostro de Tony Benn y una consigna que le servirá a los seguidores de este rojo de cara al futuro: “La esperanza es el motor del progreso y el miedo es la prisión en la que te ponés a vos mismo”

Su primer recuerdo, a horas de ser elegido, fue para un hombre que, como él, se había acostumbrado a la derrota. Benn, que a principios de los ochenta intentó torcer la deriva derechista del Labour apoyado en los sindicatos y en la tendencia trotskista Militant, fue el autor del programa de 1983, “la nota de suicidio más larga de la historia”, que deparó los peores resultados electorales del Laborismo.

Aquel manifiesto, cargado de prédicas sociales, de planteos de nacionalizaciones y fortalecimiento de la clase trabajadora, fue señalado como el responsable de las sucesivas derrotas ante Margaret Thatcher y John Major. Y es hoy el programa que Corbyn pretende reactualizar. En marzo de este año, cuando todavía no soñaba con liderar el Partido, escribió El manifiesto de 1983 es aun altamente apropiado para hacer frente a la crisis financiera y bancaria que ha afectado a la gente más pobre de nuestro país y de toda Europa”

Así es y así piensa el nuevo líder del Partido Laborista. El veterano que anda en bicicleta, que rehúsa cada vez que puede de la corbata y que pide el fin de la monarquía, mientras devora una Mousaka de vegetales en el Gaby’s Deli, su restaurante favorito.

corbyn

II

“Delirante”, “extremista”, “perdedor” son algunas de las lapidarias etiquetas que Corbyn recibió en estos tres meses de campaña. Cuando se lanzó, nadie esperaba su triunfo y su mera participación ya era motivo de risa.

De hecho, después de la derrota de Ed Miliband en las elecciones generales y el consiguiente llamado a internas para un nuevo líder del partido, la izquierda más reacia a los virajes centristas se preparó, una vez más, para la derrota segura. John McDonnell, el viejo candidato del ala rebelde, aseguró que no se presentaría otra vez. Diane Abbot, también veterana, lo acompañó. Pero ambos sabían quién era el indicado. A mediados de abril, decidieron hacerlo: atravesaron juntos los extensos pasillos de la House of the Parliaments para convencer al que sería el nuevo mártir.

–Jeremy –dijo McDonnell– . Esta vez te toca a vos.

El veterano izquierdista volteó su cara angulosa y, después de mirar un segundo la bandera del Partido colgada en su despacho, asintió:

–Ok, dejen que yo haga el papel ridículo esta vez.

Consiguió los treinta y cinco avales necesarios para presentar la candidatura solo dos horas antes del cierre. Y ni siquiera eran propios. Algunos Members of the Parliament (MPS) le entregaron sus avales como se le regala a un niño un caramelo: para que no moleste. Dejarlo participar de la interna era una forma de exhibir que el laborismo era un partido abierto en el que hasta un “loco” podía dar testimonio. Nadie pensó que ocurriría lo que finalmente ocurrió.

III

Corbyn siempre fue ese señor de pelo blanco y barba rala que vemos en las fotografías. Incluso de joven ya tenía ese aspecto de caballero socialista alicaído, al que los trajes le sientan tan mal como bien le queda una palabra crítica ante alguna injusticia circundante.

Desde su infancia en Shropshire, Jeremy supo que formaba parte del bando perdedor. Sus padres se conocieron en una campaña a favor de la II República Española y le enseñaron los valores del socialismo. A los quince años, tuvo su primer contacto con la política: se sumó a las campañas de desarme nuclear que movilizaban a miles de personas en todo Reino Unido. Luego, fue voluntario en Jamaica y trabajó para la Unión Nacional de Empleados Públicos hasta que, en 1974, llegó al Parlamento por el distrito de Islington North. Desde entonces, fue elegido seis veces sin interrupciones y se transformó en uno de los voceros del ala más izquierdista del Partido. Tanto que, en 1984, fue encarcelado por protestar contra el Apartheid en la puerta de la Embajada de Sudáfrica en Londres y, en 2001, cuando Blair llevó a su partido a la aventura de Irak, se unió al movimiento Stop the War.

IV

En su extensa carrera vio como perdía cada una de sus batallas. Quizás, la más dura haya sido la del 29 de abril de 1995, cuando en el imponente Central Hall de Westminster, el laborismo aprobó la modificación de los estatutos partidarios. La cláusula 4, que rezaba el viejo objetivo de “la propiedad común de los medios de producción, distribución e intercambio” fue sustituida por otra, más acorde a la economía capitalista. Esa modificación dio inicio al Nuevo Laborismo de Tony Blair, que ganó las elecciones dos años más tarde.

Los años de Blair fueron el fin del laborismo tal como Corbyn lo conoció. Se abandonó la prédica pro sindical y la idea de una NHS, el servicio de sanidad pública creado por Clement Atlee, sin ninguna intromisión privada. El laborismo consiguió ganar las elecciones y romper la malaria de la época de la Dama de Hierro con un discurso que echaba por la borda las ideas fundamentales del socialismo democrático. Aún así, Corbyn nunca abandonó el partido, no por organicidad a una estructura, sino por la convicción de que, por más giros al centro o la derecha, el Labour siempre sería el partido de la working class. No pudo haber tenido más razón.

IV

En medio de la campaña, asediado por militantes y trabajadores, Corbyn supo hacerse de momentos personales. “Estoy leyendo De Profundis”, aseguró a la prensa. La extensa carta de Oscar Wilde, escrita durante su estancia en la cárcel de Reading, muestra cómo es y qué piensa nuestro personaje. Admirador de Yeats y de la literatura latinoamericana, no tuvo tiempo, sin embargo, para ver al Arsenal, el equipo fundado en 1896 por los trabajadores de armamento y del cual es fanático. Tanto como para presentar, a modo humorístico, una moción en el Parlamento para declarar al club como “el mejor del mundo”.

Lo cierto es que Corbyn nunca rehuyó a lo exótico. En el Parlamento, pidió que el servicio de salud financie los tratamientos homeopáticos, presentó una moción para defender la ginebra Beefeater (inconseguible en algunos pubs años atrás), solicitó la reducción de horas de trabajo los días de excesivo calor y llamó a boicotear el queso brie y las baguettes en 1995, después de que el gobierno francés hundiera el buque de Greenpeace, Rainbow Warrior. Además, se manifestó publicamente a favor de la legalización de la marihuana y escribió una moción parlamentaria contra el MI5 que planeaba utilizar palomas como bombas voladoras. “Este Parlamento cree que los humanos representan una de las especies más obscenas, pervertidas, crueles, incivilizadas y letales del planeta y espera con interés el día en que los golpeen asteroides y los borre de la tierra, así la naturaleza puede empezar de nuevo”, dijo en tono jocoso. Además, añadió su crítica a “la falta de gratitud con las palomas, que tanto nos ayudaron como mensajeras en la II Guerra Mundial, y que son criaturas suaves”. En la mejor tradición de George Bernard Shaw, Corbyn apela a esta consigna: humor y revolución.

V

En las últimas semanas de campaña, los blairistas no lo dejaron en paz. Liz Kendall, la candidata predilecta del ex Primer Ministro, admitió que no formaría parte de un shadow cabinet (gabinete en las sombras) de Corbyn y llamó al Partido a “terminar con la locura”. El propio Blair lo atendió sin anestesia: “Escucho a la gente decir: mi corazón me dice que vaya con Corbyn. Yo le digo a esa gente: si su corazón está con Corbyn, pida un trasplante”. Yvette Cooper, la nena mimada de Gordon Brown que salió tercera en la elección, aseguró que tampoco trabajaría con él en un gabinete en las sombras. Solo Andy Burham, el joven candidato de la centro-izquierda que logró el segundo lugar, puso las cosas en su sitio: “Yo sí estaría con Jeremy, como estaría con cualquier otro laborista”.

Otros dirigentes del Partido, como Alastair Campbell y Chuka Umunna, alertaron sobre los peligros de una división. No fueron pocos los que recordaron a Roy Jenkins, el viejo líder del ala derecha del Labour que, en 1981, ante el ascenso de las ideas de Tony Benn, decidió fundar su propia organización: el Partido Socialdemócrata (hoy Liberal-Demócrata).

A pesar de haber sido acusado de “amigo de Hamas” y de “terrorista”, Corbyn siguió adelante. Su programa de crecimiento sin austeridad, justicia fiscal, lucha contra el cambio climático, reestatización del transporte y las industrias básicas, conectaron con un laborismo decepcionado por los años de Blair y las derivas derechistas. Ed Miliband, que no se pronunció por ningún candidato, pidió respeto para Corbyn y ya suena como Ministro de Medio Ambiente en su shadow cabinet. Sería justicia para alguien que también intentó correr, aunque no de esta manera, el eje del Partido hacia las necesidades de los ciudadanos.

Corbyn Segunda Imagen

V

Corbyn pertenece a esa antigua y buena escuela británica de caballeros socialistas. Es un viejo austero y protestón, acostumbrado a luchar contra las injusticias del capitalismo desde un partido cuyos lazos con los trabajadores siguen siendo potentes. Un orgánico de toda la vida que vive como piensa y piensa como vive.

Esa imagen de austeridad, en el sentido que la planteaba Berlinguer (el olvidado lider del Partido Comunista Italiano), contrasta con la de los poderosos socialdemócratas de los últimos decenios. Quizás, la expresión más extrema de esa forma de vida, la haya dado Corbyn el día anterior a ganar la interna laborista por el 59,5% de los votos. Mientras trabajaba en las últimas políticas de campaña, salió de su casa en el norte de Londres. Llevaba una chomba vieja, una carpeta verde gastada y el único rasgo de modernidad eran sus zapatillas. El dato más curioso: vestía medias largas y pantalones cortos. Como un niño viejo que sale a la cancha, decidido a ganar.

 

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Comentarios

  1. Maria Agostina Saracino

    el 16/09/2015

    Linda y esperanzadora nota 🙂

  2. graciela carnevale

    el 16/09/2015

    Muy interesante artículo para conocer a este personaje de la política inglesa.
    Ojala no se convierta en otra decepción. Gracias y felicitaciones. Un abrazo

  3. a feret

    el 17/09/2015

    Todo bien pero el NHS fue creación de A.Bevan

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