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07 de junio 2018

Lucio Fernández Mouján

Politólogo y miembro del Grupo de Estudios sobre Participación y Movilización Política, Instituto Gino Germani, UBA, y del PEPTIS (Programa de Economía Popular y Tecnologías de Impacto Social), UMET/CITRA.

LA COMUNIDAD ORGANIZADA

Tiempo de lectura: 3 minutos

El martes pasado la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) presentó una carta para pedir su incorporación formal como sindicato en la CGT. Un hecho quizá nimio para la dinámica actual dominada por el ajuste, la restricción externa y la negociación con el FMI. Pero que, para quienes participan del proceso y quienes lo observamos al costado del camino, tal como sucede con la legalización del aborto, tarde o temprano sucederá.

Definir o precisar los límites de qué es un trabajador de la economía popular es una ardua tarea. De hecho, es algo que se viene haciendo desde la misma práctica. Una mirada hacia la composición interna -cartoneros, trabajadores de infraestructura social de lo que fuera el Argentina Trabaja, vendedores ambulantes, costureros, cuidacoches, campesino y feriantes, entre otros- muestra que tienen muchas cosas en común. Son los trabajadores más precarizados, casi ninguno tiene patrón, muchos son empleos de subsistencia sin capital, no tienen gremio que los defienda. Quienes integran la economía popular son hijos del neoliberalismo. Muchos participaron del movimiento de desocupados y a su vez se inventaron su propio trabajo. Son los que el kirchnerismo no pudo incorporar. Muchos ya llevan dos generaciones de trabajo en el sector aunque su nombre no tenga más de diez años. Casi ninguno ha vivido una experiencia gremial.

Definir o precisar los límites de qué es un trabajador de la economía popular es una ardua tarea

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Se los critica por legitimar la precarización. Un dirigente contó que en la etapa de gestación, allá por 2011, decían: “ante la nueva realidad nosotros teníamos tres opciones, o tomábamos todas las fábricas, algo utópico, proponíamos la reducción de la jornada de trabajo, algo que recién se empieza a discutir en los países centrales, u organizábamos las demandas de los trabajadores más precarizados, para ir subiendo los pisos de dignidad”. Esa nueva realidad es un mercado mundial cada día más transnacionalizado, donde la robótica y la inteligencia artificial reemplazan al trabajo. Es el fin de la sociedad salarial, lo dijo Robert Castel hace cuarenta años. En la Argentina son uno de cada tres trabajadores, por ahora.

Los descamisados

La idea del sindicato toma fuerza. Desde la marcha por San Cayetano en agosto de 2016 hasta la Marcha Federal de la semana pasada confluyeron el Movimiento Evita, el MTE, La Dignidad, Barrios de Pie, la CCC, la Darío Santillán, el FOL, la Seamos Libres, la Unidad de Trabajadores de la Tierra, Vía Campesina, Misioneros de Francisco, entre otras organizaciones. Algunas dentro de la CTEP, otras por fuera. Lo que todos saben es que el sindicato aglutina, da institucionalidad, derechos y más.

“Son los nuevos descamisados” dijo Juan Carlos Schmid luego de aquel San Cayetano. ¿Lo dijo porque son los trabajadores más pobres? ¿Porque son la “masa en disponibilidad” como hubiera dicho Germani? ¿Los que no están agremiados? ¿Los olvidados? Algo que sin dudas los distingue es que no habrá nadie que diga “mis” descamisados.

“Son los nuevos descamisados” dijo Juan Carlos Schmid luego de aquel San Cayetano

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Es el eterno retorno de lo reprimido. Un gremialismo potente, pero desprestigiado, cuyo último recuerdo de lucha es el reclamo por el impuesto a las ganancias, tiene el desafío de volver a hacerse cargo de la clase trabajadora en su conjunto. Aquellos que fueron expulsados a partir de la última dictadura han vuelto. Son un tercio de los trabajadores, hay que remarcarlo.

La marcha está oxidada, del PJ quedan sólo escombros, pero hay algo en esa idea de la comunidad organizada que siempre está latente, que queda en el inconsciente colectivo y amenaza con volver. El neoliberalismo no logra borrar la memoria popular.

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