19 de Abril de 2024 •

11:41

Columbus
58°
niebla
87% humidity
wind: 21m/s W
H 63 • L 52
62°
Fri
55°
Sat
57°
Sun
62°
Mon
57°
Tue
Weather from OpenWeatherMap
TW IG FB

22 de mayo 2019

Martín Plot

LA CRÍTICA AL PODER

Tiempo de lectura: 6 minutos

Propongo la siguiente hipótesis interpretativa: Cristina Fernández de Kirchner no le propuso a Alberto Fernández que encabece una fórmula presidencial en la que ella fuese la candidata a vice a pesar de que éste había sido muy crítico de su segundo mandato y de cómo ella manejó la vida interna del movimiento que ellos dos, junto con Néstor Kirchner y varios otros, habían puesto en marcha a mediados de la década pasada. Cristina Fernández de Kirchner se lo propuso precisamente por eso, porque Alberto Fernández fue el único, o quizás el principal, de aquellos que entendieron que la continuidad de ese proyecto político no estaba garantizada por la encarnación del movimiento en el cuerpo de un o una líder -el modelo teológico-político de liderazgo político, el modelo de los dos cuerpos del rey, el físico y el simbólico, como lo ilustró sutilmente el historiador Ernst Kantorowicz. La continuidad del proyecto, en cambio, debía buscarse en la aparición plural de liderazgos y discursos en continuidad/discontinuidad con lo ya hecho, de nuevas visiones y nuevas pasiones que hicieran de cada renovado escenario político una oportunidad de regeneración y creatividad y no meramente una de repetición y retorno de lo mismo.

No quiero decir con esto que la falta de efectividad del liderazgo teológico-político sea un dato permanente de la realidad. Muy por el contrario, bajo ciertas circunstancias históricas, en ciertas coyunturas, cuando el tipo de proyecto que se quiere prolongar en el tiempo le es consubstancial, esta forma de liderazgo puede ser, y de hecho ha sido, sumamente pregnante con la realidad. Lo que quiero decir con mi hipótesis interpretativa, en cambio, es que bajo las circunstancias históricas de la democracia argentina moderna, en la coyuntura de una reactivación de una imaginación igualitaria con profundas raíces en la cultura nacional y dado que la pregnancia del tipo de proyecto que se quería prolongar en el tiempo estaba profundamente entrelazado con ambos fenómenos—con la democracia argentina moderna fundada en 1983 tanto como con la reactivación de la imaginación igualitaria a partir de 2003—ese modelo de liderazgo político terminó mostrando una y otra vez sus limitaciones políticas y electorales.

Alberto Fernández fue el único, o quizás el principal, de aquellos que entendieron que la continuidad de ese proyecto político no estaba garantizada por la encarnación del movimiento en el cuerpo de un o una líder

Compartir:

En 2013, alcanzó con que La Nación y Clarín lanzasen la bengala de que CFK buscaba una victoria contundente en las elecciones parlamentarias para luego impulsar una reforma constitucional y perpetuarse en el poder, para que otro ex-Jefe de Gabinete suyo, con muy pocas herramientas políticas, lograse ganarle las elecciones en la Provincia de Buenos Aires y pusiese así fin a aquellas especulaciones. No tengo cómo corroborar esta intuición, pero creo que a CFK realmente nunca le tentó mucho la idea de perpetuarse en el poder. Como sugiere ella misma en el video lanzando la nueva fórmula con Alberto Fernández a la cabeza, los verdaderos dirigentes no buscan el poder sino quedar en la historia, y quedar en la historia no se logra por la mera duración cronológica sino que es el resultado del tiempo de los acontecimientos, del actuar de la manera que los tiempos demandan.

CFK, quizás porque llegó a titubear ante aquella bengala, nunca la refutó. Eso hizo que el fantasma de la perpetuación en el poder siguiera incidiendo en la realidad. Esa incidencia hizo que otros líderes importantes del movimiento iniciado en 2003, dirigentes que legítimamente aspiraban a ponerse a la cabeza del proyecto cuando la necesidad del recambio gubernamental ya asomara en el horizonte, fueran sucesivamente alienándose del gobierno de CFK. Cuando llegaron las PASO de 2015, solo uno de ellos, quizás no el más adecuado para la ocasión, quedaba aún en pie: Florencio Randazzo. A tal punto era éste último el único que quedaba como opción de recambio cuando el proceso electoral ya se ponía en marcha, que una derrota segura de éste en las primarias a manos de Daniel Scioli hubiese sin duda significado una derrota de CFK a manos del gobernador provincial, alguien que de ninguna manera expresaba con lucidez la regeneración creativa del proyecto político kirchnerista. Esta fue la segunda encerrona a la que llevó la tentación con el modelo teológico-político de liderazgo: había que bajar la candidatura del delfín, porque su derrota significaría la derrota de la líder. Así fue como se decidió “ungir” a Scioli de “candidato del proyecto”, algo que este representó mal. Y, como ya sabemos, eso condujo a la inauguración en diciembre de 2015 de un proceso político de signo completamente contrario al que se soñaba con continuar.

El régimen presidencialista argentino y su sistema electoral de prohibición de re-elección indefinida, pero no así de retorno de un/a ex-presidente al gobierno luego de un mandato intermedio, hizo lo suyo para prolongar la validez de la hipótesis teológico-política. El candidato fallido en 2015 quiso hacer su reaparición. CFK podría haber utilizado esa reaparición para tejer una victoria apabullante en las PASO y llegar así ambos unificados a las elecciones de octubre. Pero los tiempos nuevamente no fueron leídos de ese modo: como dice Marcos Peña de Mauricio Macri, “a un presidente no se lo somete a una interna”. Trasladando el concepto a un liderazgo que no debe ser cuestionado para poder extenderse en el tiempo, CFK o sus principales asesores del momento decidieron romper y ratificar en las urnas, pero sin debate interno, el vínculo de la líder con las masas. El resultado fue la nueva victoria en la Provincia de Buenos Aires de un ignoto y limitado candidato, nuevamente aprovechándose del desfasaje—i.e. la falta de pregnancia—entre una concepción de liderazgo político y los sentidos, horizontes y expectativas que dominan la vida política de la democracia argentina contemporánea.

Aunque Cristina quiera quedar en la historia, algunos de sus seguidores preferirían que ella simplemente dure. Este es un problema, pero quizás la aceleración de los tiempos electorales contribuya a su superación

Compartir:

Como muy bien describió Ernesto Laclau, el investimento catéctico de la o el líder es lo propio del vínculo teológico-político—o, como él prefirió llamarlo, del vínculo populista entre el líder y el pueblo. La presencia en la vida pública de esta forma de identificación no acepta por respuesta un sí o un no. Es decir, no puede sostenerse que: o esta identificación existe y por lo tanto es lo propio de la “ontología” de lo político; o esta no existe y por lo tanto es una mera fantasía producto del delirio del ególatra. Este vínculo existe: entre Cristina y muchas y muchos argentinos, como también existe (o existió por un tiempo, quizás) entre Macri y aquellos argentinos que hacía décadas buscaban a un líder que pudiese encarnar su desprecio por los sectores populares y por todo lo malo—menos las dictaduras y los neoliberalismos, por supuesto, que fueron muchas y muchos—que le ocurrió al país “en los últimos setenta años”. Este vínculo existe, pero no es la única forma de articulación política en sociedades complejas y plurales.

El investimento catéctico de CFK es en parte uno de los componentes de la vigencia del proyecto político surgido de la crisis de 2001/2; pero también es, quizás, una de sus principales limitaciones. Esta es la cuadratura del círculo que CFK, en su creciente soledad como líder, precisamente por la dificultad de resolución de este dilema, no logró desentrañar en 2013, 2015 y 2017. Esto es lo que, en 2019, la fórmula Fernández-Fernández tratará de transformar. De todos modos, las primeras reacciones “hacia adentro” de muchos de aquellos más inclinados a la fidelidad y a la repetición que a la regeneración y la pluralidad no son promisorias. Aunque Cristina quiera quedar en la historia, algunos de sus seguidores preferirían que ella simplemente dure. Este es un problema, pero quizás la aceleración de los tiempos electorales contribuya a su superación. Si esto no ocurriera, de todos modos, si esta vez no fueran solo La Nación y Clarín sino también los más fieles seguidores los que insistan con la fórmula teológico-política—los dos cuerpos del rey: Fernández (Alberto) al gobierno Fernández (Cristina) al poder—2019 quizás termine siendo un episodio más del intento hasta ahora fallido de subordinar la identificación emocional con un/a líder al imperativo democrático de que el mañana, y sus protagonistas, no será igual ni los mismos que ayer.

La crítica de Alberto Fernández no fue una crítica al poder sino a la incomprensión de su ejercicio en un contexto de pluralidad

Compartir:

Otro historiador (Reinhart Koselleck), en su interpretación de la inestabilidad política característica del siglo XIX europeo, sostuvo que la práctica de la crítica, una práctica surgida del horizonte filosófico y moral de la Ilustración, no es capaz de construir un orden político estable. En sus antípodas, el sociólogo y filósofo Jürgen Habermas, construyó todo el andamiaje de su teoría democrática sobre la base de la subordinación de la vida política al ejercicio de la crítica en condiciones de una “situación ideal de habla”. Para Koselleck, el fin del modelo teológico-político lleva inevitablemente a la inestabilidad de la democracia del debate y la indecisión. Para Habermas, el modelo teológico-político tiene un solo adversario democrático: el modelo de la comunicación transparente y la acción sin pluralidad y sin adversarios. La crítica que Alberto Fernández desarrolló a la forma de ejercicio del poder de Cristina Fernández de Kirchner nunca fue la politización de una crítica moral: en democracia hay adversarios, pero también hay pluralidad y hay comunicación. Su crítica no fue la de Kant sino la de Maquiavelo: actuar políticamente de la forma en que se estaba actuando llevaba a la derrota y al deterioro de la efectividad tanto comunicativa como política del proyecto democrático e igualitario. La crítica de Alberto Fernández no fue una crítica al poder sino a la incomprensión de su ejercicio en un contexto de pluralidad. La invitación de Cristina Fernández de Kirchner a que éste encabece la fórmula presidencial fue la sabia decisión de llevar esa crítica al poder.

Dejanos tu comentario

Comentarios

  1. Alejandra

    el 22/05/2019

    Impecable artículo!! Acuerdo totalmente. Gracias!

  2. Horacio

    el 01/06/2019

    Excelente nota.

  3. Martín

    el 08/09/2019

    Gracias Horacio! Saludos.

  4. Martín

    el 08/09/2019

    Gracias Alejandra! Parece que la aceleración de los tiempos electorales está, en efecto, dándole un giro a la cuadratura del círculo, no? Saludos.

Bancate este proyecto¡Ayudanos con tu aporte!

SUSCRIBIRME