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17 de abril 2021

Juan Di Loreto

LA ESCENA DE LA ESCRITURA

Tiempo de lectura: 6 minutos

“¿Por qué precisamente escribir, hacer por escrito esas evasiones y esas conquistas? Es que, detrás de los diversos propósitos de los autores, hay una elección más profunda e inmediata, común a todos.” (Jean-Paul Sartre)

Se puede proponer una hipótesis: la lectura es una cuestión del tiempo y la escritura es una cuestión del espacio. El lector se acomoda en cualquier parte, los subterráneos atestados, los colectivos bamboleantes. No parece tener problemas con el espacio: encuentra el hueco y lee. Va, viene, contesta una notificación, el mundo que lo circunda transcurre.

La situación de los escritores es diferente. Cada escritor traza sus coordenadas, tiene en claro las circunstancias que lo acercan o lo alejan de la escritura. Hemingway decía que todo en la sociedad estaba preparado para impedirle escribir: política, amantes, familia, amigos. El ambiente tiene que ser propicio, porque el escritor sabe que el material con que trabaja nunca termina de pertenecerle. Como decía el finado Derrida: tengo una sola lengua, no es la mía. La palabra no deja de ser un territorio que siempre hay que volver a conquistar. 

Revista Panamá charló con escritores y escritoras para interrogar acerca de qué necesitan a la hora de sentarse a escribir. ¿Qué no les puede faltar en ese momento? Y, además, hacer una pregunta que, no por obvia, deja de ser siempre interesante de formular: ¿por qué escribe?

Los escritores consultados (por orden de aparición): Martín Kohan (Buenos Aires, 1967), su último libro es La vanguardia permanenteAriel Basile (Buenos Aires, 1980), autor de Un muerto en el baúl, editada el verano último;Guillermo Martínez (1962, Bahía Blanca), autor de Los crímenes de Aliciaentre otras novelas; Paula Puebla (Berazategui, 1984), autora de Una vida en presentePablo de Santis (Buenos Aires, 1963), su última novela Hotel acantiladoMariana Enríquez (Buenos Aires, 1973), autora de Nuestra parte de la noche.

El espacio es un marco, pero no un fundamento para la escritura. Germán García decía que al escribir se piensa que algo falta y al leer se comprende que algo falta en uno.

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Dónde escriben los que escriben

Templada y riente, como cualquier otro día, muere la tarde de Buenos Aires. A Martín Kohan lo encontramos en algún bar de la ciudad. “Hay una escena predilecta en mi vida: una mesa de café, en lo posible al lado de una ventana. No es una escena de escritura solamente, pero incluye la escritura”. El hombre tiene su lugar, una posición, un aroma que lo circunda. Aclara: “No es una escena de escritura solamente porque paso mucho tiempo en bares, y no necesariamente porque vaya a escribir; es también el lugar donde me gusta leer, preparar clases, juntarme a conversar o simplemente estar.” Pero el bar es el ambiente propicio, es su cocina de la escritura dice el autor de La vanguardia permanente: “En el bar estoy lo suficientemente solo (y a la vez, lo suficientemente acompañado estando solo) como para contar con lo que necesito como entorno de escritura. Un cuaderno, una lapicera y un bar: eso es todo. Nada especial”. 

Más lejos, o más cerca, en pleno Boedo, Ariel Basile cambió la noche por el día: “Antes solía escribir tarde. Después mis tiempos cambiaron, me volví algo más diurno. Al principio eso me descolocó. Empecé a escribir en bares, a mano. A la noche lo pasaba a computadora y corregía ”. Si bien no tiene una rutina, hay algo que no puede faltar: “Lo único que no puede faltar es la idea, aunque sea vaga, de una historia por contar.” Pero advierte: “También necesito evitar las distracciones, a la hora que fuera. Es difícil en tiempos de Twitter, Netflix, Whatsapp y tantos etcéteras”, concluye.

Guillermo Martínez no tiene dudas respecto de su momento para escribir: la mañana lo reclama. “Es el mejor momento para escribir, mejor si es desde muy temprano, con la casa en silencio y mi escritorio despejado, con libros cercanos o afines al tema de mi novela”. Pero agrega un detalle importante: “Lo que no puede faltar: la sucesión té-café-té mientras pasan las horas”.

En otro lugar de la ciudad, Paula Puebla reflexiona sobre la exasperada conciencia del ambiente de su escritura: “Existe una diferencia en el modo de escribir entre una mujer, generalmente a cargo de la gestión doméstica, y un hombre que, aún encuarentenado en la misma casa, está culturalmente signado por otras cuestiones.” Ahora en el momento de la escritura, Puebla necesita crear una burbuja impermeable a la demanda. “Lo que no me puede faltar a la hora de escribir es la bruta sensación de soledad y de insignificancia frente a la omnipotencia del mundo. En cuanto a lo escénico, me conformo con que haya cierto orden a mi alrededor, porque de otro modo siento que ese desorden demanda mi mano de obra, me llama, me requiere. Entonces si escribo en el cuarto, necesito que la cama esté tendida. Si me voy a un bar, algo que hago con frecuencia siempre que puedo, que el café se mantenga caliente, que no haya estridencias sonoras. También me gusta tener una ventana cerca”.

Ya de noche sobre la ciudad, Pablo De Santis cuenta: “Escribo la primera versión a mano, en cuadernos escolares, a veces en la mesa donde comemos con mi familia. También me gusta escribir en la terraza”. El espacio no parece ser un escollo para De Santis. Pero su experiencia de la escritura pasa de un arrebato inicial y continúa con trabajo y oficio. “Hay un primer momento en que todo fluye y uno tiene la ilusión de que escribir un cuento o una novela es fácil. Después, todo se complica. A esa complicación la llamamos “escribir”.

Mariana Enríquez, por su parte, es muy concreta a la hora de escribir. “No soy muy ritualista, en general en mi oficina y con música”. Aclara: “Nunca escribí en bares. En público no puedo, necesito estar muy cómoda”. 

Cada escritor traza sus coordenadas, tiene en claro las circunstancias que lo acercan o lo alejan de la escritura. Hemingway decía que todo en la sociedad estaba preparado para impedirle escribir: política, amantes, familia, amigos.

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Por qué escriben los que escriben 

El espacio es un marco, pero no un fundamento para la escritura. Germán García decía que al escribir “se piensa que algo falta” y al leer “se comprende que algo falta en uno”. Por qué escriben. Las respuestas serían simples si sus efectos no fueran -permítaseme la expresión- inconmensurables. Alguien se sienta a escribir y produce un texto. Pero la posteridad de ese acto es incalculable. Lecturas, encuentros, deseos de otros textos, películas, conversaciones, críticas. La diseminación misma de la escritura. 

Pero entonces, ¿por qué escriben? Martín Kohan responde “La razón es muy simple: porque me gusta. Podría añadir otros factores, pero serían secundarios; porque, si no me gustara escribir, si no disfrutara haciéndolo, no lo haría (sé que hay quienes escriben pero no lo disfrutan; se obligan o se disciplinan para ponerse y hacerlo, la verdad es que no entiendo muy bien ese espíritu de sacrificio)”.

Ariel Basile dice: “Nunca me hice la pregunta. Hay una mezcla de necesidad y de placer. Disfruto escribir una historia que en principio me entretenga a mí. También disfruto del recorrido de ir construyendo un cuento o una novela. Después hay una necesidad de sacar a flote algo que subyace, pero eso es una suposición más que una certeza. Tal vez una necesidad de eludir la locura. Y, en el orden del ego, hay también una idea del libro como trascendencia. Los libros como hijos. Con los árboles no me meto”.

Guillermo Martínez ensaya varias respuestas: “Una respuesta parcial podría ser “porque es lo que siento que hago mejor”. Otra es que escribir me lleva a la conformación de un mundo de pensamientos, posibilidades, lecturas, que tiene algo de filosófico, sin ser filosofía, algo de racionalidad, sin ser matemática, algo de lo humano, sin ser psicología”. Y remata: “Un mundo donde me interesa estar y descubrir lo que puede haber de belleza, paradoja, creación”.

Paula Puebla divide en dos planos su por qué de la escritura. La primera que podemos identifican como el plano de lo público: “Escribo porque es en la escritura misma donde pienso los temas que me interesan. Es la zona donde me siento habilitada para hacer exorcismos, de temas, de personas, de fantasmas, de modelos, incluso de vivencias. En ese sentido, creo que escribo porque es mi forma de hacer política, de aproximarme e intervenir, de generar diálogos con los lectores, diálogos que de otra forma me serían imposibles sostener, por las numerosas limitaciones de carácter que tengo o que, en rigor, me tienen. Al mismo tiempo, la escritura funciona como excusa, como agujero donde solo hay lugar para uno. Entonces también escribo para poder estar sola, para refugiarme de la locura exterior en la locura propia”. Por otro lado, hay una respuesta en el plano de lo íntimo: “De chica fui extremadamente introvertida, ahora que lo pienso, supongo que escribir también es vengar esa historia de dolores en silencio. Escribo por todo lo que no pude decir. Y porque no me queda otra”.

Pablo De Santis viaja del pasado al presente para encontrar su respuesta: “Escribo desde los 11 o 12 años. Dejé de jugar y empecé a escribir, y por eso me parece que la escritura es una continuación de los juegos de infancia. Es un juego serio que es, a la vez, construcción y descubrimiento”.

Mariana Enríquez es sintética y contundente: “¿La respuesta más sincera? Porque me gusta y creo que lo hago bastante bien”.

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