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29 de marzo 2020

Tomás Di Pietro

LA GLOBALIDAD AL DESNUDO

Tiempo de lectura: 6 minutos

La crisis desatada por el coronavirus ha dejado en ridículo al concierto internacional. La información fluye con interferencias, las estrategias inconexas brotan como setas en la lluvia y cada país escribe su propia receta.  La Unión Europea se descubre como la Reunión Europea, una merienda entre conocidos que se desconfían. Una agregación de soberanías. Italia reaccionó tarde y mal. España, con el diario del lunes lo hizo aún peor si cabe. Alemania, entre tanto, escondía los barbijos.

La timba financiera esperaba al acecho cualquier señal negativa para derrumbar la economía y la señal llegó en forma de crisis sanitaria y cuarentena. Un terremoto que acontece sin grandes estadistas. Nadie quiere asumir tal rol.  Si la llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos pudo ser leída como el momento de la historia en que éste país decidió dejar de gobernar el mundo para dedicarse a sí mismo, el actual marco podría empujar a Xi Jinping al centro del ring antes de tiempo. Pero todo parece indicar que no lo hará. Como vienen señalando desde hace años globalifóbicos, euroescépticos y peronistas, el ser global no existe y los objetivos planetarios tampoco. 

Describe el filósofo Luigi Ferrajoli que  “existe un desajuste entre la realidad del mundo y la forma jurídica y política con la que tratamos de gobernarnos. Los problemas globales no están en las agendas nacionales”. Uno podría complementar que las agendas nacionales encuentran graves problemas en la globalización –en eso estábamos antes de estallar la crisis. Pretender un gobierno global de momento es una utopía. Sin embargo el fortalecimiento de unas instituciones mundiales todavía truncadas, coordinación internacional eficiente, una Organización Mundial de la Salud y una ONU ejerciendo roles vitales más allá de meras relatoras se imponen como efectos colaterales de este temblor.

La Unión Europea se descubre como la Reunión Europea, una merienda entre conocidos que se desconfían. Un terremoto que acontece sin grandes estadistas. Nadie quiere asumir tal rol. 

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Una breve oportunidad le fue brindada a Alberto Fernández y la aprovechó al recibirse de presidente “gracias” a esta crisis. El coronavirus lo sacó de la siesta e impulsó a su Gobierno y ahora sí, se mueve rápido, escenificando el rol de piloto de tormenta duhaldista que lleva dentro y que la historia le tenía reservado. Cabe enfatizar que el único conteo que sirve es el de los muertos dado que el de los contagios positivos solo expresa portadores del virus entre los que acceden a un test aún faltante. Mientras que el Reino Unido, Francia o España decidieron la cuarentena total cuando tenían 336, 148 y 143 muertos por el virus respectivamente, Argentina reaccionó al tercer deceso.  

Brasil y EEUU prefirieron no hacerlo y pronto seremos testigos del triste resultado de esta estrategia, creada por Boris Johnson, hoy contagiado y arrepentido. Trump dijo que el coronavirus no era nada, luego cerró el país, a los siete días lo volvió a abrir abrazando la tesis de “el remedio no puede ser mas dañino que la enfermedad”, aprobó un rescate billonario, aseguró tener una buena corazonada respecto la utilización de la droga que se usa contra la malaria… un auténtico personaje de los Simpsons.

@Mecasullo tuiteaba por estos días “El abanico de gobiernos mundiales a cargo de la peor emergencia desde … ¿1945? nos deja una enseñanza: no votar idiotas o payasos. Lo ideológico es secundario”. Como se extrañan los Churchill…

La Argentina -autopercibida, y con razones, siempre como escasa– tiene 500 camas de hospital cada 100.000 habitantes. España tiene 300, brasil 220, México 150. La India, con prácticamente un cuarto de la población mundial, tiene menos de 20. Y 8 médicos para la misma cantidad de habitantes. El infierno tiene varios subsuelos.

Alberto se movió rápido y ganó legitimidad, pero la fiesta dura poco. Toca ahora entender cómo se sobrevive al coronavirus sin rematar una economía herida gravemente, en el marco de una depresión global que torturará al tercer mundo, como es habitual. Parece un problema sin solución.

Como dice Borges, cada uno nace donde puede. 

A nosotros nos tocó este planeta.

Mientras que el Reino Unido, Francia o España decidieron la cuarentena total cuando tenían 336, 148 y 143 muertos por el virus respectivamente, Argentina reaccionó al tercer deceso.

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En su último artículo publicado en el Financial Times, Yuval Noah Harari ensaya una oda a las democracias liberales de Oriente. Singapur, Corea del Sur, Taiwán parecen reemplazar por estos días a los escandinavos como sociedad modelo. Harari las describe como “sociedades bien informadas” –cabría agregar obedientes y contemplativas– y apunta en esa dirección como contraste al modelo chino. El ser humano, describe, debe decidir entre la vigilancia totalitaria o el empoderamiento de la ciudadanía. Aislamiento nacionalista o la solidaridad global. La geopolítica contemporánea insiste con una realidad decepcionante.

La libertad es el otro

La primera vez que viajé a Asia aún creía que la costumbre de usar barbijo se correspondía con un “miedo al otro”. El uso de barbijo para no contagiarse. Sin embargo, la razón fundamental por la cual los asiáticos usan el barbijo es para no contagiar. Lo usan “por el otro”. Se cuidan entre ellos. Han incorporado un elemento incómodo para proteger al prójimo. ¿Será posible que ésta escena se incorpore a la vida cotidiana de Occidente de aquí en más? Para ello, primero Occidente tendrá que empezar por fabricarlos. Entonces luego podrá reconocer que su uso sí funciona. No son pocas las voces que aseguran que el uso de barbijos podría ser clave para torcer radicalmente la curva de contagios.

Como señala con cinismo Byung Chul Han, Europa impide actualmente que entren extranjeros pero sería más sensato decretar la prohibición de salidas de europeos, para proteger al mundo de Europa, epicentro del virus. Agrega luego que “en Asia impera el colectivismo. No hay un individualismo acentuado. No es lo mismo el individualismo que el egoísmo, que por supuesto también está muy propagado en Asia”.

La primera vez que viajé a Asia aún creía que la costumbre de usar barbijo se correspondía con un “miedo al otro”. El uso de barbijo para no contagiarse. Sin embargo, la razón fundamental por la cual los asiáticos usan el barbijo es para no contagiar. Lo usan “por el otro”

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La pandemia ridiculiza un poco a la obsesión de libertad de Occidente. ¿De qué sirve la libertad en el marco de una cuarentena? Los “policías de balcón” que insultan y denuncian vecinos son tan libres como esos vecinos que siguen haciendo fiestas privadas o saliendo a la calle 60 veces al día con cualquier pretexto “porque es insoportable estar en casa tanto rato”. Si el fin del mundo se acerca, todo occidental se siente con derecho a buchonear o a pegarse su fiesta inolvidable en igual medida, ya sea por colectivismo o por celebración del individuo, por supervivencia o por morir con las botas puestas. 


Es también probable que cuando todo esto termine presenciamos un retroceso de algunas libertades. Quizás ya no haya normalidad a la que volver. Y como tuiteó @alexkohan “Tampoco estábamos exactamente en la normalidad”.

Michel Houellebecq describe en su novela La posibilidad de una isla un futuro de reproducción mediante clonación para cuando el homosapiens cese la vía sexual definitivamente. El contacto directo trocará en digital. El prójimo como amenaza, uno mismo como amenaza. Todo lo humano como amenaza. Seguridad y eternidad a cambio de la pérdida de emociones auténticas y digitalización definitiva. Aldous Huxley incluía el ingrediente “psicoactivos” en sus novelas Un mundo FelizLa Isla. Las drogas eran utilizadas en la primera para manejar y controlar las masas, y en la segunda para la Iluminación y el autodescubrimiento. Liberación de serotonina mediante ayudines sintéticos y gaming online como destino para una humanidad encerrada, deprimida y aburrida.

La pandemia ridiculiza un poco a la obsesión de libertad de Occidente. ¿De qué sirve la libertad en el marco de una cuarentena?

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Al igual que el personaje “salvaje” de Un mundo Feliz, Houellebecq relata en la citada obra algunos seres humanos marginados que permanecen en un estado de retroceso evolutivo en la escala animal, exiliados fuera de fronteras electrificadas. Escena que recuerda capítulos finales de la profética serie Years and years. Los temporales. Los efímeros. Los nostálgicos. Conservan la “pureza animal” y saludan desde el andén mientras el tren digital parte hacia la estación de la eternidad solitaria.

El mundo nunca fue un lugar seguro. Tampoco el desarrollo garantizó alguna vez un mundo mejor o más feliz. Mediante relatos y ficciones nos hemos adoctrinado para transitarlo. Cada tanto suena la alarma.

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