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08 de enero 2016

Luciano Chiconi

Política y Pop, última misión.

LA GRAN ALDEA BONAERENSE

Tiempo de lectura: 5 minutos

La derrota del Partido Justicialista en la provincia de Buenos Aires en una elección ejecutiva para gobernador fue el evento político que le dio cierta irreversibilidad ganadora a Cambiemos en el balotaje nacional. El humor social bonaerense fermentó al calor de una constelación de abandonos de representación en temas como la inseguridad (y dentro de ella la proliferación del delito violento), los servicios educativos y sanitarios exangües que no encontraban un correlato con la presión impositiva exigida por el gobierno peronista provincial a los sectores medios-bajos no estatalizados, y ya dentro de la instancia electoral, la detección de que la candidatura ofertada por el peronismo oficialista no sintonizaba con un esquema de representación “ganador”.

El triunfo de María Eugenia Vidal está integrado por dos fases sucesivas (pero bien distintas) de acumulación de votos: en las PASO cohesionó con eficacia el voto no peronista para llegar al 30%, y a partir de allí hubo una suma silenciosa de voto panperonista de 10% para llegar a los 40% de la victoria. Vidal mostró una mayor capacidad expansiva que Macri sobre el mismo territorio, y a la vez quebró la tendencia ascendente de voto panperonista bajo el que la provincia evolucionó porcentualmente desde 1983 hasta hoy.

La composición del voto a Vidal sirve para mapear las posibles fortalezas y límites de su gobierno, pero también algunas de sus singularidades frente al escenario político nacional, la integración coalicional de Cambiemos y los intereses del gobierno nacional.

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A diferencia de Macri, Vidal optó por abrir el juego rápidamente en la legislatura con leyes troncales para la gobernabilidad como las emergencias, el presupuesto y el endeudamiento, y cedió la presidencia de la Cámara de Diputados a un partido de la oposición (Frente Renovador), mostrando así una confianza en la gimnasia política y en el roce parlamentario como hipótesis de legitimación política que todavía no se manifiesta como estrategia franca del gobierno nacional.

Para gobernar bien la provincia de Buenos Aires se necesita explorar una serie de interfaces políticas que están más allá de una racionalidad técnica de la gestión, y que si no se entienden y atienden, pueden frustrar la eficacia de las decisiones del gobierno. Al llegar al poder a través de una coalición que no es hegemónica en la provincia, el manejo de esas interfaces intangibles de “la política” son una debilidad que Vidal debe corregir rápidamente para fijar autoridad. Por ejemplo, frente a zonas álgidas como el servicio penitenciario y la policía es importante conocer “la interna de la interna” que le permita al nuevo poder político operar sobre el conflicto y evitar boomerangs sobre la gestión. En este aspecto, la nación es más fácil de gobernar que la provincia.

La salida del PJ de la gobernación después de 28 años y el ingreso en su lugar de un partido sin tradición bonaerense y sin homogeneidad territorial (Pro) respaldado por un radicalismo sin gimnasia operativa en la discusión del poder provincial es un cambio abrupto que obliga a una redistribución del equilibrio de las fuerzas políticas originada en la “escasez” del momento no-hegemónico que vive la provincia: Vidal ganó pero no tiene mayoría parlamentaria, el PJPBA se quedó sin esa referencia de su acción política que era Balcarce 50, y el Frente Renovador se mantuvo en pie pero no tuvo la expansión territorial que necesitaba plasmar en este turno electoral.

Sin hegemonía en el horizonte, el sistema político bonaerense se ve obligado a una confluencia parlamentaria para sostener la gobernabilidad. El 2001 financiero que deja la gestión Scioli no da margen para la existencia de una discrecionalidad de “los poderes ejecutivos”, y quizás la sabiduría de la dirigencia política radique en comprender que es necesaria la reconstitución de ambientes institucionales básicos (parlamento, banco provincial, órganos de la administración pública, fuerzas de seguridad) para que la provincia recupere una gobernanza decente que perdió hace muchos años, y que ya no puede ser solucionada políticamente “desde afuera”: la idea de que para gobernar la nación hay que someter a la provincia de Buenos Aires terminó en un no-gobierno que diluyó la figura política del gobernador y dejó sub-administrada áreas de impacto directo en la población.

 

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Más que un requisito republicano, la instancia parlamentaria es el lugar posible que encontró la política bonaerense para ser más productiva para todos los sectores en pugna luego del fin de las tasas chinas y la profusión presupuestaria que Kirchner había manejado con trazo grueso para abastecer a los municipios. Este proceso se sofisticó a partir de 2007 cuando los intendentes cualifican su representación política dejando atrás el “baronismo defensivo”, pero luego de un ciclo prolongado de atraso cambiario y consumo público-privado yendo a bienes no transables que generó la restricción externa (2011-2015) la centralidad política de los intendentes deja de expandirse por los problemas fiscales de la Nación y la Provincia.

Que María Eugenia Vidal haya interpretado que las perspectivas de un buen gobierno empiezan en la habilitación de la discusión legislativa es un mérito que no habría que desestimar, en la medida que sincroniza agenda con las necesidades de la oposición y los intendentes ante el nuevo escenario, y pone a prueba cual es la correlación de fuerzas realmente existente tanto en el oficialismo como en la oposición.

En ese aspecto, la sesión frustrada por el presupuesto dejó al descubierto de qué magnitud es la balcanización operativa del FPV: intendentes cristinistas, intendentes pejotistas, figuras sin tierra (Randazzo, Scioli), legisladores resistentes. Sin una unidad de acción que los contenga, aquel designio setentista donde Walsh explicaba a la clase media montonera (¿a si mismo?) que el repliegue a lo conocido era “lo sindical”, se repite como farsa: ahora el retorno a lo conocido del PJ es “lo kirchnerista”, aun cuando en este acto se sacrifique una oposición productiva (vandorista, lúcida) para los peronistas con votos, y se lancen esquirlas a destiempo sobre la gestión Vidal.

Al igual que Vidal, ningún peronista con votos querrá que fracase el esquema de discusión parlamentaria; si el FR de Massa tiene ese tema saldado, en el FPV hay un problema interno entre quienes piensan que hay que hacer “la gran Cafiero” y quienes piensan en una oposición nítida desde lo ideológico, aunque menos sólida desde el punto de vista de la representación.

Las diferencias entre Macri y Vidal tienen otra singularidad: la tendencia panperonista del electorado bonaerense hará que Vidal necesite una coalición de votos más amplia que la que pueda necesitar Cambiemos en el resto del país para integrar una base electoral ganadora en 2017. Socialmente, Vidal no puede calcar el gobierno de Macri porque necesita expandir para sí muchos más votos peronistas que sostengan a Cambiemos como primera minoría frente a dos ofertas como FR y FPV que van a trabajar con más fluidez sobre esa zona electoral. Pero también es cierto que si FR y FPV mantienen sus caudales sin cambios sustanciales no habrá una superación “ganadora” de la representación peronista. Como vemos, en 2017 puede reflejarse el empate no-hegemónico que hoy registra el juego parlamentario, y cuya mutación positiva para todos los sectores dependerá de cuánto pueda gobernar María Eugenia Vidal en estos primeros dos años.

 

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