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08 de febrero 2019

Luciano Chiconi

LA POLÍTICA DE LAS SENSACIONES

Tiempo de lectura: 7 minutos

La pax macrista de tasas altas y dólar financiado del FMI cerró la etapa gradualista del gobierno con la supervivencia de la mayoría de sus problemas macroeconómicos (el de la inflación a la cabeza) pero ya sin las respuestas políticas que Cambiemos ensayó en esa etapa para moldear el costo social del “ajuste selectivo” frente a las expectativas de la clase media e inclusive de los pobres estatalizados. Más que sobre la inercia estatal y política que pudo haber construido después de manejar el poder durante tres años, el gobierno llegó a esta pax estival montado sobre una inercia social preexistente a su llegada al poder, y que en gran medida explicó su triunfo en 2015.

Cambiemos: duranbarbismo a la carta y 100% lucha

La mala praxis del BCRA en abril de 2018 produjo sobre el gobierno una sangría de confianza sobre núcleos electorales que hasta allí venían colocando cierta expectativa en la capacidad de Cambiemos como partido de gobierno frente a una crisis cambiaria. La creencia no era infundada: la combinación de experiencia privada (Quintana, Cabrera) + gurúes estudiosos de la película macroeconómica argentina (Galiani) + técnicos del Estado (Sturzenegger, Lopetegui) invitaba a una resolución, si no ortodoxa, bastante rápida y pragmática de la crisis. Finalmente, el gobierno tardó ocho meses en apaciguar el frente cambiario a costa de un congelamiento poco discriminado de la economía productiva “menos competitiva” que a su vez es parte mayoritaria del mercado interno argentino. Las esforzadas excursiones del ministro Sica para fogonear una feria de pescado para todos en Malvinas Argentinas no alcanzaron para compensar la tablita de Sandleris. 

Agotada políticamente la capacidad de la economía de dar “buenas noticias” (salvo que pensemos que un primer cargamento de mandarinas a Brasil tenga relevancia electoral), el gobierno viró hacia una agenda política cargada de mayor significado simbólico, apoyada básicamente sobre dos inercias que preceden a la presidencia Macri: el progresivo autogobierno de la justicia federal a partir de la muerte de Kirchner (después de funcionar durante casi veinte años como retaguardia del partido del orden) que termina colocando al discurso de la corrupción como una materia política y electorable concreta en franjas cada vez más significativas del electorado, y la fractura social entre clase media baja y pobres estatalizados originada en la falta de políticas de seguridad pública ante la novedad cultural del narcotráfico.

Las esforzadas excursiones del ministro Sica para fogonear una feria de pescado para todos en Malvinas Argentinas no alcanzaron para compensar la tablita de Sandleris. 

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No se trata tanto de que Macri tenga respuestas institucionales a la corrupción y la inseguridad, sino de que son temas que le permiten explotar su posición relativa en el escenario político, que debe durar lo que dure el verano. 

La “discusión interna” con Carrió excluye al peronismo de cualquier debate sobre la corrupción que luce clave para recuperar volumen electoral en la clase media, y la centralidad política de Patricia Bullrich “hace bulto” sobre ese mismo electorado en disputa con el peronismo. Hay un dato clave: el aumento del robo callejero violento en el AMBA durante el último mes, que hace que el discurso “punitivo” sobre la inseguridad permeé sobre la disociación entre clase media baja y pobres estatalizados (la gran grieta social “intraperonista” sobre la cual se sostiene la productividad de Cambiemos). 

En esa línea, el gobierno aprovechó el verano para salir con tres temas cien por ciento grietistas: la extinción de dominio, Venezuela y el aumento permanente de tarifas. Con la extinción de dominio, Macri toma un proyecto pensado por el peronismo no kirchnerista para diferenciarse de los problemas judiciales de la dirigencia de Unidad Ciudadana. El tema Venezuela sirvió para que reconfirmaran adhesiones a cada lado de los sectores medios politizados que conforman la grieta. Y el aumento permanente de tarifas tiene un costado grietista más riesgoso para las aspiraciones del gobierno: que gran parte de los sectores perjudicados por la infinitud de los aumentos comiencen a comparar su situación de pago actual con la que tenían en la época del kirchnerismo, ya no por una cuestión de afinidad ideológica sino por traspasar el umbral de tolerancia social a lo que más genéricamente el votante  de 2015 involucraba en “los costos aceptables para bajar la inflación”. Como en otros temas, en éste Cambiemos se juega a una polarización pírrica: hacer hocicar a la clase media del “partido del ballotage” en nombre del retorno del kirchnerismo, sin ofrecerle beneficios atribuibles a la cosecha macrista. Macri parece solo dispuesto a brindar el más verosímil mundo de sensaciones.

She’s a sensation

En el filo de las Fiestas, Cristina salió a difundir una foto con Alperovich, consciente de que la foto Schiaretti-Urtubey-Massa-Pichetto había trasuntado quizás demasiado rápidamente a una convocatoria y adhesión de varios gobernadores peronistas. El día que el kirchnerismo perdió su tercera elección consecutiva en la provincia de Buenos Aires, Cristina subió al escenario a explicar el origen y destino de Unidad Ciudadana: prevalecer, aunque sea como minoría, en la interna peronista. La foto con Alperovich (el único gesto político concreto de Cristina en el verano) que pudo ser defensiva en diciembre, hoy ganó unos puntos y puso a meditar a Manzur. Mientras la variopinta dirigencia peronista sin votos vocifera la unidad como santo y seña para entrar a la casa segura de Cristina, ella parece tener clara su estrategia: plantar un candidato de UC (Gioja, Alperovich, Urribarri) en cada provincia peronista que no sea funcional al escenario polarizado que necesita para tener chances de ganarle a Macri en octubre.

En un plano más introspectivo, Cristina tantea los contornos sociales de la nueva representación que el sistema político le asigna a este “neoperonismo segmentado”: su reunión decembrista con Grabois, el sherpa oficial de los políticos hacia el mundo escarpado de la pobreza, es darle nitidez a las novedades que aparecen en la representación de sectores sociales que están en la huella histórica el peronismo, pero que ya no pueden ser contenidos por lo que el peronismo representó en la era de la sociedad salarial. Grabois “le sirve” a Cristina para oxigenar la vidriera pública de su propio peronismo como partido de los pobres, y quizás los vaivenes de la sociedad polarizada concedan ese fin de la representación policlasista a la que este “kirchnerismo de oposición” parece apostar como mecanismo de retorno al poder. Como un espejo invertido del posibilismo macrista, Cristina también apuesta a “un pleno” pírrico: un hartazgo violento del electorado flotante de clase media que la haga añorar los tiempos dorados anteriores a diciembre de 2015.

Grabois “le sirve” a Cristina para oxigenar la vidriera pública de su propio peronismo como partido de los pobres, y quizás los vaivenes de la sociedad polarizada concedan ese fin de la representación policlasista a la que este “kirchnerismo de oposición” parece apostar como mecanismo de retorno al poder.

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Si esta nueva etapa de peronismos de nicho supone para Cristina un armado que sincere la clausura electoral de la clase media a partir de un proyecto político propio, tampoco queda claro cuál es la propuesta estable para la inmensa clase precarizada: prometer lo que ya se tiene (AUH, pensiones, monotributismo social) no parece compensar una ecuación económica nacional que para 2019-20, si se hace “todo bien”, puede ofrecer un distribucionismo a la baja bastante inferior al que pudo brindar el kirchnerismo en el pasado. Allí radica el principal problema de Unidad Ciudadana: la sociedad ya fue testigo de las dificultades económicas (restricción externa) que tuvieron los gobiernos distribucionistas de la región para administrar  la crisis pos-tasachinista que derivó en el triunfo de Cambiemos. Cristina parece orientada a brindar una sensación anímica contraria a esa realidad: que la falta de fierros y conducción macro de su segundo mandato no se va volver a repetir.

Temporada Lavagna verano-¿primavera?

Las medias pálidas Nike con sandalias fueron el hit del verano político por fuera de la grieta. Lavagna: el sueño húmedo de un peronismo con sector privado, un peronismo que no sea solo la ceremonia sagrada del Estado y la acción social. Un sueño hoy tan fragmentado como el peronismo mismo, pero que existe como expectativa de un tercio social. La pregunta es si Lavagna puede traducir esa materia prima social en un tercio político. En el mundo politizado, Lavagna es una estampita bastante transversal: lo quieren macristas frustrados, poskirchneristas culposos, socialistas, radicales. Lavagna cumple el requisito frentista básico de ese “tercer sector” de la política si quiere romper la dicotomía Macri-Cristina. ¿Pero qué pasa en la sociedad? ¿Se necesita “más crisis” para que sea visto como una opción ganadora, alguien ya votable en PASO? ¿Es el Mujica que rompe con el lastre de la vejez en la política posmoderna nacional?

Lavagna: el sueño húmedo de un peronismo con sector privado, un peronismo que no sea solo la ceremonia sagrada del Estado y la acción social. Un sueño hoy tan fragmentado como el peronismo mismo, pero que existe como expectativa de un tercio social.

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Una hipotética candidatura de Lavagna parece no ser algo dado, sino algo que se tiene que construir. Esa “sensación transversalista” se desgastaría si Lavagna tiene que ir al roce de una PASO con Massa y Urtubey. En ese sentido, el peronismo alternativo (o híper-racional) tiene que desanudar un problema operativo interno: liberar a Lavagna del riesgo-derrota en una PASO para que sea un candidato competitivo en primera vuelta. Pero la pregunta demoníaca, cínica, sería: por qué Massa o Urtubey deberían bajarse, si una polarización acelerada del escenario electoral (ya en instancia de PASO) los puede beneficiar en la “interna” del peronismo alternativo. Si bien las condiciones no son las mismas, sirve mencionar la experiencia de la Renovación Peronista: los cuadros políticos que la hicieron (Grosso, De la Sota, Bordón) no la protagonizaron y trajeron a un viejo símbolo como Cafiero para unificar la oferta electoral (en aquel caso, ganar la provincia de Buenos Aires era cambiar la correlación de fuerzas nacional) y acrecentar la sensación ganadora.

Petróleo y sangre en la costa electoral

Los efectos ansiolíticos de la pax macrista del verano se vieron coronados con el “No sabemos qué hacer” de Grabois. Lo que algunos dirigentes depositan como malestar dirigido al peronismo político expresa en realidad dos cosas: una persistencia dañina en pensar al peronismo exclusivamente como partido de la crisis (“por qué la gente no reacciona si estamos cada vez peor”) y las dificultades para asumir que existe una fractura social del “viejo bloque peronista” desde la cual se debe pensar cualquier propuesta política.

un peronismo político que fuera del poder fue un histórico león herbívoro: la resistencia la hicieron los cuadros sindicales, el peronismo proscripto de los sesenta sobrevivió gracias a la política pendular de Vandor, el repliegue ante El Proceso lo comandó la CGT, la oposición al alfonsinismo fue Ubaldini.

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Al peronismo político se le pide todo: la unidad, que tenga el mejor candidato, el mejor programa, la mejor consigna, la mejor oposición, se le pide que ganen o mueran. Asistimos a un malestar de la cultura peronista consigo misma que deposita todas sus quejas y expectativas en un peronismo político que fuera del poder fue un histórico león herbívoro: la resistencia la hicieron los cuadros sindicales, el peronismo proscripto de los sesenta sobrevivió gracias a la política pendular de Vandor, el repliegue ante El Proceso lo comandó la CGT, la oposición al alfonsinismo fue Ubaldini. Recién ahora algunos peronismos sociales empiezan a hacerse preguntas sobre sí mismos: los límites estatalistas de los movimientos sociales, la fractura salarial dentro de la aristocracia obrera según rama de la producción que inhibe a la CGT. La pax macrista del verano se nutre todavía del principal pecado peronista: describirle bien a la sociedad lo mal que está pero todavía no ofrecerle cómo salir de acá.

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Comentarios

  1. raul cejas

    el 10/02/2019

    excelente recorrido por todas las caras de la actualidad

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