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LA POSIBLE PARADOJA DEL 2017

Tiempo de lectura: 5 minutos

La Cámara de Senadores pesa más que la de Diputados. Bastante más. Por decoro, se lo dice despacito. Pero todos en la política nacional operan con ese dato como certeza. No sólo se trata de sus mayores atribuciones en el reparto de roles legislativos. A diferencia de EEUU, su titular viene antes en la escala de la sucesión presidencial. Las provincias preexisten al Estado nacional, y la cámara alta es su sindicato. Desde allí plantean sus intereses en la compleja dinámica del federalismo. La reforma constitucional de 1994 diputadizó el Senado, al establecer la elección directa de sus miembros y agregar un representante para quien llega en segundo lugar; y senadorizó la cámara baja, estipulando un piso mínimo por provincia. Estas modificaciones alteraron la fisonomía que se pensó para el Congreso en 1853, pero no esfumaron la preponderancia senatorial.

Nunca desde 1983 el peronismo, en sus diversas acepciones, perdió el predominio en ese recinto. Tampoco nadie estuvo tan en desventaja allí como lo está hoy el presidente Mauricio Macri: apenas quince cambiemistas, de los cuales sólo seis son PRO -factor de momento irrelevante porque hasta aquí la coalición parlamentaria oficialista ha funcionado a la perfección-.

La crisis de 2001 conmovió a los partidos políticos. Sin excepción, no sólo a la Unión Cívica Radical. Tampoco el Partido Justicialista volvió a ser el mismo después de aquel terremoto. La unidad total devino, en una y otra familia, mero recuerdo y/o aspiración: el radicalismo K no fue una excepción. La renovación de Antonio Cafiero, en la vereda de enfrente, parecía serlo en su momento, pero, luego de la primera consagración presidencial de Carlos Menem, nunca faltaron escisiones tanto en uno como en otro de los dos grandes espacios políticos argentinos. Hasta 1989, el grado de correspondencia entre las estructuras partidarias nacionales y las provinciales era muy superior. De ahí en más, pero sobre todo luego de la salida de Fernando De La Rúa de Balcarce 50, fue mucho más frecuente toparse con rivales nacionales que podían compartir boleta en alguna comarca (Macri y Sergio Massa en Jujuy), o viceversa (Cambiemos en Capital Federal y Santa Fe).

Las provincias preexisten al Estado nacional, y la cámara alta es su sindicato

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Aunque los partidos políticos siguen mandando (Macri necesitó de la UCR para llegar, los Kirchner del PJ para durar), es indudable que los personalismos han ganado terreno en las definiciones electorales. La elección directa de los senadores nacionales ha reforzado esa tendencia. Hasta 1994, ello tenía más que ver con relaciones de poder estrictamente locales.

¿Cuál será entonces el eje organizador de la confección de frentes para la elección de medio término de 2017? Cuando los comicios son generales, el debate nacional no determina pero condiciona. Con excepciones y novedades: el Movimiento Popular Neuquino, que gana siempre, independientemente del resultado de las presidenciales; Aníbal Fernández en 2015, primer candidato a gobernador de Buenos Aires que pierde triunfando en la provincia el postulante máximo (Carlos Ruckauf 1999 podría ser otra singularidad, pero corría con dos boletas, la de Eduardo Duhalde y la de Domingo Cavallo; doble empuje que le permitió derrotar a Graciela Fernández Meijide aunque De La Rúa venció también allí al ex intendente de Lomas de Zamora).

En relación a los de renovación legislativa, por su parte, puede arriesgarse una tesis: contar con el gobierno nacional permite vertebrar frentes más ordenados en todas las provincias; si se es oposición a nivel federal, en cambio, cada realidad distrital define. Pero tampoco es una verdad absoluta: el kirchnerismo, a lo largo de doce años, ha participado de distintos oficialismos locales. No es lo mismo, por decir algo, el Frente Renovador de la Concordia misionero que el zamorismo santiagueño (Frente Cívico) o la (hoy extinta) liga con la que Carlos Soria ganó los únicos veinte días de gobierno del peronismo en Río Negro desde la vuelta de la democracia.

Macri necesitó de la UCR para llegar, los Kirchner del PJ para durar

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Además, la propia Casa Rosada puede estimular esa diversidad de armados según la provincia de que se hable, para reforzar su robustez parlamentaria. Gerardo Zamora compitió en 2013, y ganó, las tres bancas de Santiago del Estero (una de ellas, la que todavía hoy ocupa). Todas le responden, y las puso al servicio de Cristina Fernández de Kirchner mientras ella mandó. En La Rioja, por su parte, Luis Beder Herrera acordó en 2011 con Carlos Menem para, a cambio de bancarle la campaña por la reelección, incorporar tropa propia en su lista, cuestión de hacerse de dos curules independientemente del resultado. Efectivamente, triunfó el ex presidente (a diferencia de 2005, cuando accedió por la minoría); con boleta corta y pese al vendaval cristinista. Pero su segunda, Hilda Aguirre, inmediatamente se incorporó al bloque del Frente para la Victoria. Sale o sale.

De ahí que la bancada que hoy encabeza Miguel Pichetto sea la que más arriesga en agosto/octubre. Tiene las tres bancas de Misiones, una por San Luis y dos en Buenos Aires, Formosa, Jujuy, La Rioja y Santa Cruz. Pero el peligro va más allá de lo numérico: ¿serán posibles todas las alquimias previamente comentadas sin, como antes, el sustento de la chequera de Olivos?

No es tan improbable, así las cosas, que el gobierno nacional no salga tan machucado de este examen, aún cuando lo afrontará en el marco de un desempeño socioeconómico deteriorado por mala praxis. Pero eso en cuanto a la cantidad de recursos institucionales que se ponen en juego. ¿Puede que su bancada crezca y, así y todo, salir perdiendo? Aquí es donde irrumpe el caso de la provincia de Buenos Aires. De lejos, el más complicado de los exámenes que afrontará Cambiemos. Macri perdió tres veces allí en 2015: PASO, primera vuelta y balotaje. Y el conurbano, la zona más densamente poblada de la provincia, es también una de las geografías en las que más se sufre la regresión puesta en marcha por el ex alcalde porteño, entre reducciones de subsidios tarifarios y definiciones anti industriales.

¿serán posibles todas las alquimias previamente comentadas sin, como antes, el sustento de la chequera de Olivos?

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Las elecciones de medio mandato no siempre definen la suerte de las presidenciales subsiguientes. No fue así en 2009/2011. Del mismo modo, Cafiero era número puesto en 1987/1989, Graciela Fernández Meijide en 1997/1999 y Massa en 2013/2015: ninguno de los tres fue presidente. Es que las renovaciones legislativas barajan y dan de nuevo fichas y un mensaje a través del cual trabajarlas. Reconfiguran el escenario, sí: pero son recién el inicio de otro juego, no su definición.

La pelea en la provincia más grande puede hacérsele muy cuesta arriba al macrismo, no así al vidalismo: la Gobernadora parece comprender bien las peculiaridades del territorio que gobierna. Macri debería, pues, cederle el protagonismo a la que fuera la apuesta más fuerte de su carrera y, lejos, mejor ponderada que él entre los bonaerenses. Algo similar sucedería con una hipotética postulación de Elisa Carrió (en la que sería su tercera migración, luego de su Chaco natal y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires), acostumbrada a ocupar el centro de la escena. Todo esto empeoraría si el peronismo corrige su dispersión justo allí donde mayor cantidad de dolores de cabeza acumula el oficialismo nacional. La posibilidad de que el PJ-PBA elabore una fórmula que contenga “a todos” es más importante que la de que Cristina Fernández encabece o no esa papeleta.

Entonces, y recapitulando: siendo que la única chance de nacionalizar un comicio eminentemente distrital es el marcador en provincia de Buenos Aires, Macri corre el riesgo de que el título del diario del lunes sea de derrota aún cuando hubiera recortado la desventaja respecto del peronismo en ambas cámaras. Eso cambiaría la dinámica que le permitió gobernar durante catorce meses pese a su significativa minoría. Sobre todo porque podría darle una perspectiva distinta al peronismo: el vencedor en una provincia grande, cosa de la cual hoy carece ese espacio, podría sintetizar al resto. Eso sumado a la cercanía del recambio presidencial disminuiría los incentivos colaborativos con que se ha regido la lógica senatorial desde la irrupción amarilla. ¿Explicará esto que María Eugenia Vidal haya dicho que perder no era la muerte de nadie? Con todo, harían bien los rivales de Macri en descartar la subestimación con que suelen enfrentarlo.

Las elecciones de medio mandato no siempre definen la suerte de las presidenciales subsiguientes

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