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07 de mayo 2019

Florencia Angilletta

LAS MUCHACHAS DE ANTES

Tiempo de lectura: 5 minutos

A mis abuelas

Una mujer en un mundo de hombres. Eso fue Eva. Mujeres en un mundo de hombres: eso fueron las muchachas de los años cuarenta que salieron a los subtes, a las Academias Pitman, a las confiterías, a bailar tango, a comprar guantes en las avenidas, al mundo del trabajo asalariado, al sindicato, a la política, a las revistas literarias. No fueron las primeras –anarquistas como Salvadora Medina Onrubia, socialistas como Alicia Moreau de Justo y liberales como Victoria Ocampo ya venían corriendo el límite de lo posible, entre tantas otras– y no fueron las últimas. Fueron lo que fueron. “Emma Zunz”, el cuento más extraordinario de Borges, publicado en la revista Sur un año después de la sanción del voto femenino, honra esa generación.

María Eva Duarte nació hace cien años, en Los Toldos. Junto a sus hermanos fue criada por su madre, una malabarista en hacer de todo por su sobrevivencia, y costurera. Eva, como tantas más, encarna el “ciclo de las costureritas”, aquellas que desobedecieron el mandato de ser costureras y se animaron a dar un mal paso por fuera de lo socialmente disponible: la maternidad, la docencia o la costura. Las inflexiones de las trayectorias de las jóvenes que se aventuraron del pueblo a la ciudad, del barrio al centro, está cristalizada en la poesía de Evaristo Carriego “La costurerita que dio aquel mal paso”, de 1913.

las muchachas de los años cuarenta que salieron a los subtes, a las Academias Pitman, a las confiterías, a bailar tango, a comprar guantes en las avenidas, al mundo del trabajo asalariado, al sindicato

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Eva fue la última de las costureritas: partió joven a Buenos Aires con el sueño de iniciar una carrera en el mundo del espectáculo. Fue fotografiada como modelo para revistas y participó en obras de teatro y en radioteatros; al principio con privaciones y después con un éxito ondulante. Tenía veinte años cuando la Argentina reconfiguró las vinculaciones entre gobierno, representados y clase política. Conoció a Juan Domingo Perón, quien la doblaba en edad y con quien convivió antes de casarse. No tuvieron hijos. Su último trabajo artístico fue en la película La pródiga, que no llegó a estrenarse.

Nunca antes de ella en la historia del país la esposa de un presidente había hecho de sí misma una figura política: impulsora y presidenta del Partido Peronista Femenino, forjó nuevas cruces entre la presidencia, los sindicatos y los trabajadores. A través de Evita se canalizó la modificación entre el concepto “moral” de beneficencia hacia una idea “política” de justicia social, mediante la Fundación Eva Perón. Bajo su nombre figuran sus Discursos, de compilación póstuma, La razón de mi vida y Mi mensaje. A los 33 años murió de cáncer.

A través de Evita se canalizó la modificación entre el concepto “moral” de beneficencia hacia una idea “política” de justicia social

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Evita contiene la luna y el lado oscuro de la luna: lo hizo todo, pateó el tablero, se inventó a sí misma, pero apalancada por un varón. Estaba afuera de la alfabetización feminista de la época: no tenía biblioteca ni círculo. Las tensiones por meter –con tanta justeza como anacronismo– a Evita en el feminismo cristaliza una pulsión más bien actual; no se autopercibía feminista, no tenía organicidad con la causa pero los modos de producción de subjetividad habilitados para las mujeres trastocaron las relaciones de fuerzas de su tiempo.

Eva hoy es institución. Es un póster en un Ministerio. ¿Y entonces? ¿Qué de ella no entra en el museo de ella? ¿Qué hacés con lo que la vanguardia te hace? Me gusta de Evita lo que aún sigue teniendo de indigerible, ya sea fogoneado por la verosimilitud o por los mitos: nacida de esa Argentina profunda, de esa mezcla de sangres, traída al mundo por una comadrona india, tan bastarda como aspiracional, recién llegada, ligera de cascos, infértil. Ésa que se mide con la Historia, con un tiempo que no se vuelve viscoso sino con la dimensión histórica de lo que significa hacer lo que ella hizo, cuando lo hizo.

Eva no es de nadie, pero todos tenemos una Evita de consumo personal. Evita no es de nadie, pero es todos. Evita es del mercado: es un ícono pop y vende. Evita es del Estado: nomina calles, hospitales y escuelas. Evita es del arte: es un personaje literario. Evita es de la alta cultura: ¿quién no la quiere legitimar en su tesis? Evita es de la política: con quien hay que ir a medirse al panteón de la maternidad democrática. Porque no la estamos discutiendo a Evita, estamos discutiendo sus apropiaciones. Evita es mía, dicen unas voces. Evita es nuestra, dirán otras. Evita es sólo de ellos, dicen más fuerte. La Historia. ¿Cuántas luchas de clases medias corren tras el cuerpo de esa mujer? ¿Pero corregir los “usos de Evita” quizá no reinscriba el mismo gesto que se pretende denunciar? ¿Acaso no constriñe a Evita nuevamente a una propiedad privada de la que se la pretendía cuidar? Fantasmas de Evita: la sobre interpretación.

Una manera de decir todo sin decir nada: Evita es del pueblo. ¿Pero dónde vive el pueblo? El pueblo vive a la vuelta del museo en la calle Lafinur en alguna profesional hija de la movilidad social que alquila un consultorio, en una ama de casa de Los Toldos que no está alfabetizada en el feminismo, en la olla popular de las compañeras que la homenajean en La Matanza, en una universitaria que la estudia becada con perspectiva de género en Caballito.

Evita contiene la luna y el lado oscuro de la luna: lo hizo todo, pateó el tablero, se inventó a sí misma, pero apalancada por un varón. Estaba afuera de la alfabetización feminista de la época: no tenía biblioteca ni círculo

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Evita inauguró una fase inédita de la lengua política e hizo que lo que hasta entonces era ruido se convirtiera en voz: “grasitas”, “descamisados”. Pero tanto como hizo crujir el poder de los nombres supo hacer de sí el médium donde distinguir representación y representados; quién más que ella sabía lucir ostentosos vestidos y exquisitas joyas. Eva comiendo un choripán: sólo en la literatura argentina. De algún modo, Eva organiza parte del trauma de la relación de los intelectuales con el peronismo, “guardianes” del vínculo con el pueblo, del movimiento con las mediaciones, de las mediaciones con el Estado. Y así.

División sexual del peronismo: los varones escriben sobre los varones y las mujeres escriben sobre las mujeres; pero sobre Evita han escrito y queremos escribir todos. La historia de las ideas argentinas puede contarse a través de cómo pensamos a Evita. No todo es tan nuevo; ésta es otra más de las internas peronistas: la patria feminista. ¿Son los feminismos las formas contemporáneas de yuxtaponer clase media y peronismo? ¿Qué se instala en esta nueva disputa sobre Evita? ¿El retorno de aquel mismo drama entre peronismos e izquierdas? ¿Y cuáles son hoy las patas en la fuente? ¿Las de una adolescente que escribe con lenguaje inclusivo? ¿Por qué al glitter sólo se le puede decir sí o no? ¿Qué es pueblo, Evita? Se puede tener el pañuelo verde y se la puede tener a ella. Pero no necesariamente en la síntesis de ponerle el pañuelo verde a Evita. Porque al final, ¿qué pueblo es ése? Quizá uno que ni exista.

De todas las Evitas me quedo con esa que no se regodeaba en su propia épica sino que seguía los flujos ciegos de la Historia. Como las muchachas de antes.

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Comentarios

  1. bruno

    el 08/05/2019

    Evita abre camino en la historia, según pasan los años ella sigue creciendo.

  2. xx

    el 08/05/2019

    Evita es un asco

  3. FABIAN DEL POZO

    el 08/05/2019

    Aplausos para la autora, excelente enfoque para un mito sobre el que se ha escrito por miles de millones de caracteres. Excepcional aire tanguero inicial, remitiendo al Ferrer de La última grela o muchos Centeyas reunidos de a fragmentos. Más argentina no se puede.

  4. FABIAN DEL POZO

    el 08/05/2019

    Excelente nota, felicitaciones a la autora. Tiene un comienzo de prosa cuasi tanguera además, onda Ferrer de La última grela o el Centeya de tantos otros. Más argentin@ no se puede.

  5. FABIAN DEL POZO

    el 08/05/2019

    Aplausos para la autora, excelente enfoque para un mito sobre el que se ha escrito por miles de millones de caracteres. Excepcional aire tanguero inicial, remitiendo al Ferrer de La última grela o muchos Centeyas reunidos de a fragmentos. Más argentina no se puede.

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