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10 de enero 2016

Ernesto Semán

Historiador y escritor. Nacido en enero de 1969. Días más, días menos, estará festejando su cumpleaños para cuando usted esté leyendo esto. Ultimo libro, "Soy un bravo piloto de la nueva China" (novela, Mondadori, 2011)

LAS VEINTE VERDADES

Tiempo de lectura: 10 minutos

Verdad 4:

Si hay pobreza que sí se note. Si no se nota, es que el peso está sobrevaluado. Devaluarás con dolor

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La forma en la que se mira a la sillita de Rivadavia, y su poder intrínseco, no depende sólo del origen social del Presidente. Pero esa relación entre el Presidente y su poder abre una puerta lateral a un problema mayor: la notoria debilidad del poder político para disciplinar a los agentes económicos. Una debilidad que se ha visto siempre como congénita al Estado argentino. Y que parece ser difícil de revertir ahora que el Estado ya no es lo que era y que, como construcción histórica, padece de la fatiga del material y el envejecimiento del caso (razón en parte por la que todos nos corremos más allá del Estado para tratar de entender qué más pasa en la sociedad. Pero por un rato, volvamos a él.)

“¿Qué hacer?”

Obra en ocho actos con comentario social.

PRIMER ACTO:

Marzo de 1988. La primera explicación sobre la vulnerabilidad extrema de la economía argentina a los vaivenes de su sector externo me la dio Jesús Rodríguez por esa época, en una mesa del Café Plaza de Caballito sobre uno de los ventanales que dan a la calle Doblas. Caballito era un barrio bien cuidado, el Parque Rivadavia tenía esa pseudo barranca de no más de dos metros cubierta de pasto. Éramos jóvenes, yo tenía pelo, Jesús no. Alfonsín vivía. A los tumbos, pero vivía. Néstor era intendente de Río Gallegos y nadie había escuchado de él. Un par de días antes, Gabriel Galar había entrado al café con un bolso negro del tamaño de una caja de zapatos pero mucho más pesado. Fue el primer teléfono celular que vi en mi vida, provisto por Radio Argentina, a la vanguardia tecnológica. Si no me acuerdo mal, la torta de manzana en el Plaza estaba a unos 30 australes (en general me acuerdo bien.)

Mi analista: “Ernesto, su problema no es cómo hacer para acordarse de las cosas. ¡Su problema es cómo hacer para olvidarse!”

Jesús, con paciencia y sabiduría en cuotas generosas: “Los precios del sector transable de una economía se ajustan al resto de los precios internacionales. Si tu mercado interno no es muy fuerte, esos precios a la larga se transfieren a la economía local, porque el tipo que vende trigo a 10 afuera, no lo va a vender a 5 adentro. Eso termina por definir también la formación de precios de los bienes no transables, como los servicios o los salarios. A la larga tus precios se internacionalizan. Cuando tenés precios, costos y salarios de Estados Unidos, para una economía que no produce como la de Estados Unidos estás en problemas. Para hacerla sustentable, se financia con deuda y se puja para moderar el crecimiento de alguno de esos números: los salarios, los productos, las ganancias, los impuestos. Hasta que una devaluación reajusta los precios de la economía real en una enorme transferencia de recursos de los sectores no transables, como los salarios, a los sectores transables, como los exportadores de trigo.”

Me afilié a la UCR.

SEGUNDO ACTO:

Abril de 1994. Menem y Cavallo llevan un par de años de convertibilidad exitosa. José Luis Machinea, con bastante tino y los argumentos referidos en el Primer Acto, sugiere en un documento que circula generosamente que las mismas razones que hicieron al plan exitoso son las que generan cuellos de botella difíciles en la economía de solucionar sin una devaluación gradual, presentada como medida técnica más que como un plan económico en sí. Machinea forma parte de un sector político en declive (la Unión Cívica Radical, partido fundado en 1891 por Leandro N. Alem, al que estoy afiliado). Menem y Cavallo, al margen de ver los mismos obstáculos que denuncia Machinea, encuentran que la salida de la convertibilidad es una vida a la intemperie. Y nadie quiere vivir en la intemperie.

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TERCER ACTO:

Enero de 1999. En el baño del Hotel Edelweiss, en Davos, Suiza, mientras le sostengo el maletín, Domingo Cavallo me explica que no hay que salir de la convertibilidad. Es el Foro Económico Mundial de Davos: la Ferifiesta que la Fede organizaba en Palermo, con algo más de elan y con muchos más recursos. Y, correspondientemente, muchísima más capacidad para negar la realidad y hacer de esa negación una realidad en sí. Davos es, sobre todo, un ejercicio caro de auto referencialidad ritual. Para los que aún necesitan confirmar la fluida relación entre modernidad y tradición, y entre capitalismo y jerarquías, Davos es la mayor evidencia de que el capitalismo vive de ceremonias que confirman relaciones de poder producidas sobre todo en ese mismo imaginario.

Pocos meses antes, Brasil acababa de poner en marcha una devaluación controlada del Real que pone a la Argentina aun más en evidencia. El ministro de economía de Fernando Henrique Cardoso, Pedro Malan, camina por los pasillos del hotel como si tuviera peste. Argentina pierde competitividad frente a un socio cercano e increíblemente mayor, da igual. Cavallo es un ministro sin cartera ni nación, pero es el personaje más popular de la feria entre los mil espejitos que ofrecen los mercados emergentes. Los funcionarios de Menem presentes en Davos coinciden con Cavallo. En el foro también están Fernando de la Rúa, Graciela Fernández Meijide y algunos referentes de la Alianza que llegará al gobierno poco tiempo después (1999 inauguró la idea un tanto descabellada que Macri y Massa repetirán este años, en la que el gobierno y los opositores van juntos y coinciden en todo, algo que el resto de los presentes en Suiza observaba con la curiosidad de un espectáculo freak.) Como pueden, ellos suman su cuota de apoyo. Todos muestran acuerdo en lo que damos por llamar, en letra grande en los diarios, nuestra Política de Estado.

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CUARTO ACTO:

1 de febrero: Termina la Feria de Davos, un ejercicio caro de autoreferencialidad ritual. Para los que aún necesitan confirmar la fluida relación entre modernidad y tradición, y entre capitalismo y jerarquías, Davos es la mayor evidencia de que el capitalismo vive de ceremonias que confirman relaciones de poder producidas sobre todo en ese mismo imaginario. Decido quedarme en los Alpes suizos para aprender a esquiar. Voy con los viáticos de Clarín, que son generosos y que, como hice antes en Página/12, abulto más allá de los límites imaginables. Mi relación con el capital, en ese punto, es impiadosa. Mi modesto ataque a la propiedad, mi pequeña forma de “subversive hypocrisy“. En el teleférico que nos lleva arriba de la montaña me encuentro con George Soros. Para un chico que nació en una villa al ritmo de la proletarización de la izquierda argentina no está nada mal. Pienso en hacerle un reportaje pero el día anterior Larry Summers, por entonces subsecretario del tesoro norteamericano, me interrumpió una entrevista a los 30 segundos tratándome de estúpido (“that’s stupid” es la cita exacta), reacción que con el tiempo atribuí alternativamente a mi inglés, el carácter de Larry Summers, el imperialismo, y la pregunta en sí misma.

1994. Mi pequeña economía argentina está a la par de la norteamericana, sin generar la misma cantidad de riqueza.

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Bajando la montaña empiezo a darme cuenta de que algo está mal. Mis ingresos argentinos en mano (catorce sueldos al año de 4.200 dólares, más salud y todo lo demás. Más que lo que gano 15 años después viviendo en Estados Unidos), está a la par de mi colega del New York Times. Los viáticos de Clarín son aún mejores que los de mis colegas norteamericanos. No importa cuánta buena voluntad le ponga, mi trabajo y las ventas de Clarín no tienen el mismo valor (económico) que los del New York Times. Mi pequeña economía argentina está a la par de la norteamericana, sin generar la misma cantidad de riqueza. Es muy bueno poder encontrarse con Soros antes de salir a las pistas (él esquiaba más rápido que yo, que llevaba 24 horas de práctica), pero algo en esa foto no encajaba y era yo. O mis ingresos.  Soy el personaje de una historia que me contaron antes. Estoy viviendo el problema que Jesús describió en el Primer Acto.

QUINTO ACTO:

Mayo de 1999. En las oficinas de la FADE (Fundación Argentina para el Desarrollo con Equidad) Machinea organiza un simulacro de devaluación por si, como todo sugiere, en pocos meses le toca gobernar. Ocurre en plena campaña de la Alianza. Machinea lo prepara como si estuviera al frente del Manhattan Project en Los Alamos. Mi impresión es que lo hace sin el conocimiento de De la Rúa y con el de Alfonsín. Me entero de alguna manera, porque hasta el Manhattan Project estaba lleno de ratas, y lo llamo para preguntarle. La palidez de Machinea se ve hasta por el teléfono. Machinea primero busca una forma distinta de describir la reunión, luego me implora que no la publique. Esa misma noche, mis superiores me informan que ‘la empresa’ quería seguir el tema con atención, que sacáramos la nota más adelante. Fue la primera de una cierta cantidad de veces en los que la empresa imponía su criterio e interés sobre mi trabajo (Y no. No se siente como censura. Para alguien al que le interesa mucho más el poder que el periodismo y su banalidad cotidiana, se siente genial.) Machinea me invita a charlar, con algo de culpa, algo de control de daños y mucho de bonhomía. Es un domingo a la noche lluvioso y estamos en el café de la esquina de Córdoba y Callao, uno de los lugares más feos de Buenos Aires. Me explica todo lo que me tiene que explicar. Me explica, franciscanamente, cómo todo lo que él anticipó en 1994 (Segundo Acto) era igual o peor. Pero como en 1994 también, nadie encontraba la forma de salir sin que la economía y/o la política le estallara en la cara. Cuatro días después, una versión de aquella reunión, modesta y autocensurada con entusiasmo, sale en Clarín.

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SEXTO ACTO:

1999-2001. Historia conocida. La Alianza construye la cárcel que al mismo tiempo que le garantiza un amplio consenso político, le empeora una recesión que hereda desde principios de 1998, acentuándole los costos sociales que erosionan su propia legitimidad. Empresarios con deudas en pesos y en dólares, gobiernos volcados al servicio de que las empresas de su país no pierdan el valor internacional de sus inversiones en Buenos Aires, bancos de acá y compañías privatizadas de allá, emprendedores de cuando ese sustantivo no era un adjetivo, aventureros, un tramado de nombres e intereses bien insertos dentro del gobierno, que ofrecen una versión realista de la debilidad del Estado para organizar al prójimo. Para quienes las presenciaron, la última reunión de De la Rúa con José María Aznar en Madrid a fines de octubre de 2001 y los encuentros con Felipe González en Buenos Aires días antes de la debacle fueron indicadores de que el gobierno tenía los días contados, pero también de que, para la audiencia, las limitaciones de De la Rúa disimulaban convenientemente las de su cargo. Recordando los episodios descriptos en los actos ut supra, trato de escribir en Clarín recordando siempre que no se trata de que los economistas sepan o los políticos puedan, que hay algo más allá de ese lenguaje prescriptivo, mientras abandono el escenario por una puerta lateral.

SÉPTIMO ACTO:

Diciembre de 2001. El día antes de salir despachado para Alemania en alguno de esos viajes que aparecían por el diario, escucho los primeros rumores del corralito. En las 24 horas que me quedan antes de subir al avión, logro conversar con Ricardo Handley, por entonces al frente del grupo Citibank. Me dice, a no más de doscientos metros de la Plaza de Mayo, que no le ve sustento político al plan, que intuye violencia social creciente. Me ofrece detalles sobre cómo se producirá la violencia social que resultan ser proféticos. Javier Auyero podía haberse ahorrado el trabajo de su enorme libro reconstruyendo la lógica de los saqueos: Handley había hecho todo el trabajo de investigación aún antes de que sucedieran. ¿Por qué un banquero sabe cómo van los saqueos con precisión etnográfica?

2001 ¿Por qué un banquero sabe cómo van los saqueos con precisión etnográfica?

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También hablo con economistas del gobierno y sus aledaños, gente formada, honesta, con décadas de trabajo y estudio, que me insisten con que el plan, técnicamente, es impecable. Cuando escucho la expresión “técnicamente impecable” llevo la mano a mi revolver. Desde el aeropuerto llamo a dos personas, mi madre y Franco, el amigo familiar que conduce la inmobiliaria de abajo de mi vieja casa de Floresta. Les sugiero sacar sus ahorros de donde estén. Aún hoy, Franco me considera la reencarnación de Nostradamus.

OCTAVO ACTO:

2002. Con el amigo Mark Healey, publicamos en American Prospect un par de notas muy simpáticas explicando a la gran audiencia norteamericana algo de la caída de la Alianza. A las pocas semanas, el 28 de enero, recibo un email de Machinea. Conservando milagrosamente la misma bonhomía de antaño, se refiere a las críticas, vistas hoy un tanto cándidas pero no por eso menos ciertas, a la dificultades de la Alianza para manejar la economía: “En diciembre yo creía que había que devaluar (la verdad lo pensaba en setiembre, junto con la necesidad de reestructurar la deuda). Ahora bien, uno puede tomar la devaluación como una medida técnica o como una medida progresista. Cuando yo era un ‘poco más’ joven, los progresistas eran los que no querían devaluar porque eso bajaba el salario real. Ahora vengo descubriendo que es un poco al revés: devaluar es progre, pero bajar el salario nominal sin devaluar es reaccionario. Alguien me lo explicará alguna vez…”

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Machinea (que como ministro peleó y estuvo a un milímetro de lograr la primera caída de una privatización: la del Correo Argentino que, en manos del Grupo Macri, transformó en pocos años una empresa rentable con 20 mil empleados en una máquina deficitaria que para el 2001 no pagaba ni el canon al Estado ni el salario a los trabajadores. El Grupo Macri logró frenar esa iniciativa de la Alianza, y el contrato lo rescindió recién Kirchner en el 2004. Hablemos de la debilidad del Estado y los nombres y apellidos que construyen economía en esa porosidad.), también describe a la Convertibilidad, de hecho, como un síntoma de esa debilidad intrínseca del Estado para adiministrar la economía: “Claro, algunos dicen: Pero si otros países pudieron devaluar [esto es, Brasil], ¿por qué nosotros no? Se olvidan de que la gente piensa en dólares y hace contratos en dólares.” Y explica algunas cosas que, media vida después, cobran una actualidad temeraria: “El desastre que vemos ahora no es el resultado de no pagar la deuda o de la devaluación, ¡es consecuencia de que no lo hicimos antes! Por lo tanto la medicina es la correcta siempre… simplemente ahora es más difícil.”

Como en el ’94, Machinea volvía a tener razón. Le faltó agregar: siempre es ahora.

¿Cómo se llama la obra?

En un Estado amenazado por su propia debilidad es muy difícil abandonar políticas que han permitido consolidar algo de poder político, aún cuando las mismas ya no generan ese mismo poder y, más aún, empiezan a acentuar más aún la debilidad inicial de la que se intentaba huir.

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Continuará…

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Comentarios

  1. LAS VEINTE VERDADES | Panamá Revista

    el 11/01/2016

    […] Continuará…. […]

  2. Tincho

    el 12/01/2016

    Estupendo

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