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03 de enero 2016

Ernesto Semán

Historiador y escritor. Nacido en enero de 1969. Días más, días menos, estará festejando su cumpleaños para cuando usted esté leyendo esto. Ultimo libro, "Soy un bravo piloto de la nueva China" (novela, Mondadori, 2011)

LAS VEINTE VERDADES

Tiempo de lectura: 8 minutos

Verdad 1

El poder se ve distinto desde arriba y desde abajo

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Es agosto de 2003, todos somos más jóvenes, Néstor vive. Estoy en una reunión en la Casa Rosada. Por la puerta del costado, entra Néstor Kirchner. Es un día infernal en Argentina, pasa prácticamente de todo, uno de esos días difíciles de imaginar en otra parte. Tiene las mejillas un poco coloradas, pero fuera de eso es la personificación de un funcionario poderoso y ocupado. Murmura un saludo, dice dos cosas, pregunta una, preocupante, y cierra la puerta detrás suyo. Deja la perplejidad y el miedo de este lado de la puerta. “¿Es así, lo que dijo?” “Puede ser. Algo que pasa acá es que uno siempre piensa que le quedan 24 horas.”

Siempre fueron 24 horas y luego el abismo de la precariedad política. El kirchnerismo gobernó durante doce años con la urgencia de creer que se iba al día siguiente, una década gobernando para ver si en esa huida hacia adelante construía algo parecido al poder político. Sobrevivió al primer día, y a los 3761 restantes.

La crisis del 2001 es apenas la parte inmediata de esa precariedad. Hay algo más duradero que tiene que ver con la dificultad histórica del Estado para disciplinar a los agentes económicos y sociales, y la extrema facilidad con la que quienes llegan al Sillón de Rivadavia perciben que se trata de una sillita. La transición democrática que empezó en 1983 es un proyecto de aspirantes. Abogados de pueblo que con los años y mucho esfuerzo se hicieron más o menos ricos o poderosos para los estándares modestos del lugar. No es el Planalto o La Moneda, desde donde se construye la certeza, real o imaginaria, de que uno mira el país hacia abajo. Para quienes lo hemos visto o vivido de cerca, al Banquito de Rivadavia se lo relojea con dosis iguales de fascinación pavor, con la certeza de que no tienen (ellos ni el banquito) lo que hace falta para sobrevivir al fantasma de turno que corporiza la amenaza.

Cada uno lo resolvió como pudo (o no lo resolvió), pero todos gobernaron cada día para que no fuera el último, marcados por la claridad que da la política para percibir la debilidad del poder público a la hora de organizar díscolos de abajo, contener  a los de arriba, e incorporar oportunistas de todos lados. El de Argentina es un poder político de arribistas, una nación imaginada por Sarmiento, un outsider implacable y brillante pero pobre y destituido, que fundó no tanto un orden jerárquico en el que resituarse como lo que probablemente sea la matriz intelectual más prolífica del pensamiento moderno argentino: el imaginario contra fáctico de lo que pudo habernos salvado pero no lo hizo, de que, como dice en algún lugar del Facundo, si Lavalle hubiera hecho la campaña de 1840 en carruaje inglés y con paletó francés, hoy estaríamos a orillas del Río de la Plata arreglando la navegación de los vapores y distribuyendo terrenos a los inmigración europeos. Una fuga hacia adelante.

Macri no. La política mirada desde arriba es distinta. Y este es el primer presidente que no sube a la presidencia, sino que baja a la misma. Mira el bastón y se pregunta ahora qué hago, no con la desesperación de la incertidumbre sino con la torpeza de un rico para pagar la cuenta en una pizzería. Todo lo cual no significa que desconozca la precariedad del poder que sustenta como Presidente respecto del que lo constituye como Macri, al contrario. Se relacionará con esa precariedad desde algún lugar distinto al de un abogado de pueblo. Un enigma entonces es cómo irá entendiendo el nuevo presidente la construcción de su poder político y la identidad del movimiento al que dio forma en los últimos años. Las decisiones clave durante la campaña electoral de Cambiemos así como las primeras semanas de gobierno sugieren que su versatilidad trasciende la caricatura. Pero también evidencian, a quien quiera verlo, los aspiraciones más convencionales de la esperanza modernizadora que resurge periódicamente en América Latina en los intersticios entre ilusión y desencanto.

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Verdad 2:

La política es tan difícil de entender como la sociedad, no la condenes al lugar común

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A esta altura de la soiree, no sabemos nada sobre cómo funciona la política en la parte superior del Estado, cómo se produce el proceso de toma de decisiones en los ministerios y en las oficinas reservadas y en la casa de gobierno, desde donde sale una parte importante de lo que conocemos como “política”. No hay buena etnografía del poder político argentino en su capa superior, y menos aún una teoría social sobre el mismo. Cientistas sociales varios se pasan años estudiando a los pobres, los ricos, los curas, los putos, los militares, las burocracias estatales y los periodistas, pero nadie sabe qué pasa con esos mismos tipos cuando se convierten en gobernadores ministros o presidentes. Eso por no hablar de los historiadores, que súbitamente desconocemos la existencia de limitaciones de recursos, tiempo y espacio e ironizamos por la lentitud de un gobierno en reaccionar, pero tardamos veinte años en escribir un libro y trabajamos para editoriales que se toman seis años para publicar algo que, si tuvieran los recursos, podrían hacerlo en seis meses. O de los cientistas políticos, en general poco adeptos al estudio etnográfico y la teoría social.

En el último tiempo, el auge de la narrativa periodística de no ficción ha venido a tapar el sol con la mano, terciarizando la parte que ellos no hicieron ni harán. Para muchos, el periodismo de no ficción es el asistente de investigación que el Conicet contrató sin darse cuenta, mientras las ciencias sociales salían a la calle y se olvidaban un poco de volver a las oficinas. No es un detalle menor.

Hay notables excepciones en los bordes de este problema, como el trabajo de Gabriel Vommaro, Sergio Morresi y Alejandro Bellotti sobre el PRO, el libro de Mariana  Heredia sobre los economistas y el poder o, entre los historiadores, la investigación de Martín Sivak sobre el grupo Clarín.) Pero nada sobre el Presidente, los Gobernadores y los Ministros. Claro que, como bien apunta Claudio Benzecry, que sabe de los esfuerzos de una investigación, es difícil, sino imposible, hacer un trabajo etnográfico en esos espacios (salvo que, como parte de sus requisitos para recibirse, el sociólogo también tenga que ser presidente.) El punto, entonces, es reconocer en esa imposibilidad el abismo inenarrable que existe entre la experiencia política que se produce en esa esfera del Estado y la forma de contarla. De lo contrario, tenemos un montón de cientistas sociales increíblemente lúcidos y formados que a la hora de reflexionar sobre qué va a hacer un gobierno o qué no va a hacer vuelven al jardín de infantes. La misma inteligencia que les sirve para ver la opacidad de lo social se deshace frente al escritorio de un ministro, dónde todo, el lenguaje y los intereses y las relaciones sociales, son transparentes. Usan categorías normativas, como imaginar que el gobierno kirchnerista tenía que aprovechar un periodo de calma para normalizar el INDEC, como si el gobierno en verdad hubiera estado buscando ese momento. O se posan en fotos estáticas, en las que un gobierno o un ministro puede corregir alegremente sus errores sin preocuparse por la catarata de efectos que eso genere y que en general incluyen la pérdida del poder político que necesita ya sea para corregir esos errores o para insistir en ellos. Sin la riqueza que su propias herramientas conceptuales proveen al conocimiento de lo social, muchos analistas se relacionan con la política de la misma manera que los políticos se relacionan con los economistas: desconociendo activamente el universo de las restricciones.

Al final del día, no es sorprendente que el único grupo profesional que toma a la función pública como parte de su formación sea el de los economistas. Lo cual provee de un generoso arsenal de vulgata en la forma de un lenguaje de una fuerte carga ideológica que ocupa aquello que el resto de las ciencias sociales no explica, casi con la naturalidad con la que el músculo de un ojo compensa con el tiempo lo que el otro deja de ver. De esas contribuciones, la más divulgada es la de “el ministro tal sabe bien lo que hace” y “el ministro cual no tiene idea de economía,” como si la evolución de la necesidad de aumentar el déficit fiscal en un periodo recesivo a tener que contener ese déficit cuando en ese periodo recesivo desaparece el financiamiento externo fuera algo que cualquier ministro desde Cereijo hasta hoy no lo hubiera cursado en Economía 1 y 2. La búsqueda de un lenguaje del saber como forma suprema de la crítica inmanente.

Foto Verdad 3

Verdad 3:

Me hice peronista por conveniencia, ahora lo soy por convicción

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Pablo Touzón, de Panamá línea fundadora, describió en esta misma pantalla el final entre apoteótico y apoplégico de un kirchnerismo convertido en una secta de masas. Escribe en el último día de gobierno kirchnerista, mientras en el espejito retrovisor empieza a alejarse más y más la imagen alocada de esa plaza inexplicable. Mucho antes de la insólita reaparición del ministro de economía saliente en una plaza pública repleta, anticipa que “el fin del 2015 y el periodo de la Transición parecen repetir de manera calcada el esquema ya fracasado. De un Parque Centenario a otro, si los noventa vuelven, vuelven para todos. Mochilitas con clavas, “Amor si, Macri no ” y kirchnerismo “racial”, étnicamente puro, parecen ser la fórmula de la resistencia de tribu urbana ante la nueva mayoría.”

Poderosa imagen. Contrasta con precisión la rigidez ideológica kirchnerista con la llegada de un movimiento que se presenta pragmático y más decidido a ganar que a tener razón.

Propongo poner estas dos fotos en una secuencia más extensa durante las próximas tres verdades, para devolvernos una imagen que si no es opuesta, es bien distinta. Todo esto ocurre en un país en el que el fanatismo ideológico no es, como en otros casos, el organizador principal de los alineamientos políticos. El juego contra fáctico al que somos tan adeptos nos llama:

-¿Alguien se imagina a Néstor Kirchner como parte de un proyecto fácil de asociar con el de Macri?

-¡Si!

La participación marginal y activa de Néstor Kirchner en el peronismo durante el gobierno de Menem nos ahorra la imaginación (y no, esto no es una crítica, sino un elogio a la capacidad de contención que la UCR y el PJ supieron conseguir. Y para los progres que chapaleamos contra los partidos tradicionales, esperemos tres años y le vamos a ir a sobar el pie en fila a la estatua de Marcelo T. de Alvear.) Para la enorme mayoría de la dirigencia del partido y del Estado, el peronismo era sobre todo un campo de posibilidades: un terreno desde el que cada uno imaginaba cuál era su mayor margen de maniobra. De Carlos Grosso a Carlos Corach y de Jorge Yoma a Néstor Kirchner, todos podían compartir la percepción de que por fuera del peronismo estaba la intemperie. Y dentro de él, un terreno no ilimitado, pero lo suficientemente vasto como para contenerlos. Con la excepción de Chacho Alvarez y su grupo, buena parte de los que se identificaban a sí mismos como progresistas y/o eran generacionalmente nuevos, la llegada de Menem convirtió al peronismo en un “sello de goma” inevitable desde el cual imaginar sus futuros personales y sus proyectos políticos.

Un famoso agregado obrero de Perón sintetizó esta ambivalente relación fundacional con el movimiento. Aún en el épico año de 1948 y nada menos que ante un grupo de trabajadores soviéticos, confesaba: “Yo me hice peronista por conveniencia, ¡pero ahora lo soy por convicción.”

La generación de los ’70 y ’80 recorrió el camino inverso, y en ese mapa de peronistas convenientes, los Kirchner era un caso paradigmático. Para una pareja que había iniciado su carrera política en Santa Cruz creando el ateneo Juan Domingo Perón, los Kirchner tenían en los ’90 un peronismo de bajísima intensidad. Bastante lejos del DPP (Despacho Peroncho Promedio) de la época, era difícil encontrar una gran despliegue de iconografía peronista en la Casa de Gobierno de Santa Cruz, el despacho del Senado Nacional, o el departamento que la pareja ocupaba en la calle Juncal.

Continuará….

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Comentarios

  1. LAS VEINTE VERDADES | Panamá Revista

    el 17/01/2016

    […] si invertimos la pregunta retórica de la Verdad 3?: ¿Podríamos imaginar a Macri apoyando a un gobierno con las características que tuvieron los de […]

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