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07 de noviembre 2019

Lucila Melendi

LULA LIVRE

Tiempo de lectura: 4 minutos

Los hermanos sean unidos
porque esa es la ley primera
tengan unión verdadera
en cualquier tiempo que sea
porque si entre ellos se pelean
los devoran los de ajuera

José Hernández, Martín Fierro, 1872

Alberto Fernández salió jugando. Lejos de ser un descuido, la denuncia de la prisión ilegítima del ex presidente Lula en pleno festejo electoral parece la punta de lanza de una estrategia de reposicionamiento regional. Desde que en julio viajó a Curitiba para visitarlo, Alberto le está poniendo el cuerpo a esa causa como hasta ahora nadie-nunca. En un mundo desacostumbrado a ver movilizaciones de apoyo a políticos en ejercicio, su foto haciendo la ‘L’ ganó la tapa del diario Folha de S. Pablo. Los videos circularon por Whatsapp e hicieron ilusionar a los brasileños de la oposición: quizá este triunfo sea el comienzo de un nuevo tiempo para América del Sur. Nos preguntan: “¿Será?”. Cuesta pensar que pueda ser por declamación, pero Lula librepuede pensarse como la consigna más concreta y menos intervencionista desde la cual (intentar) articular una nueva unidad.

El reclamo eliminó toda posibilidad de pacto con el actual mandatario de Brasil. En todo caso, mejor que distanciarse por acusaciones cruzadas de corrupción o misoginia es hacerlo en nombre del Estado de derecho, una exigencia justa -y elegante- que respeta el principio de autodeterminación de los pueblos. Bolsonaro ya había dicho que el Frente de Todos integraba la “banda” de Dilma Rousseff y el Foro de San Pablo -en la que incluyó a CFK, Maduro y Fidel Castro (sic)-, que esperaba vernos huir en masa a Rio Grande do Sul, que pensaba en retirar a Brasil del Mercosur, que nos habíamos equivocado al votar y un largo etcétera de improperios que encontró un remanso sólo después de que Trump y los industriales de San Pablo actuaran con un mínimo de cordura: saludó el primero, aseguraron los segundos que el Mercosur estaba a salvo. Desensillar hasta que aclare, diría un General que Bolsonaro no leyó.  

Lejos de ser un descuido, la denuncia de la prisión ilegítima del ex presidente Lula en pleno festejo electoral parece la punta de lanza de una estrategia de reposicionamiento regional.

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En 2015, el triunfo de Mauricio Macri en Argentina fue un aliciente para los sectores que entonces decidieron aceptar la apertura del proceso de impeachmentcontra Dilma Rousseff, aún cuando no se cumplían los requisitos mínimos para admitir tal procedimiento. Después, cuando la destituyeron sin tomarse el trabajo de esgrimir pruebas, el gobierno de Macri fue el primero en reconocer a Michel Temer como legítimo presidente. Argentina le dijo al mundo que el barrio estaba en orden. El encarcelamiento de Lula por condena en segunda instancia en una causa en la que tampoco hay pruebas, funciona como una proscripción al líder más popular del país y constituye una amenaza para la estabilidad de la región en su conjunto. Aunque haya capitalizado el discurso anti-PT, el triunfo de Bolsonaro en las últimas elecciones fue del orden del acontecimiento, y no se explica sin considerar la proscripción de Lula. 

Diez meses después de haber asumido, Bolsonaro enfrenta grandes dificultades para implementar su programa y se advierte una crisis de gobernabilidad que siembra dudas sobre los tres años de mandato que le restan cumplir. Mientras está cada vez más comprometido judicialmente, los murmullos en su contra ya son cantos enérgicos que se extienden por cuanta concentración pública haya. Tan cierto como eso es que la oposición política no consigue canalizar el descontento. Por ahora.

Unos días después de la muerte de Kirchner, en 2010, el noticiero internacional de la TV Pública emitió un especial en el que entrevistaron a Jorge Taiana. Le preguntaron por el rol que Kirchner había cumplido junto a Chávez, cuando éste dijo “ALCA al carajo”. Taiana respondió que la condición para que eso fuera posible había sido la alianza entre Argentina y Brasil. Lo repitió varias veces. Muy lindo todo lo demás, pero en América del Sur lo que se necesita para inclinar la balanza -en cualquier dirección- es que Argentina y Brasil se pongan de acuerdo. Para Methol Ferré, Argentina y Brasil constituían la estructura geopolítica básica de la unidad latinoamericana: el único centro de articulación real de América del Sur, bloque fundamental de América Latina, cuya otra mitad está constituida por México y Centroamérica.

En 1985, Raúl Alfonsín y José Sarney pusieron fin a la carrera nuclear. Anunciaron que el tiempo de las hipótesis de guerra había pasado y que la paz traería prosperidad. En 1991, Menem y Collor de Mello bautizaron a esa promesa “Mercado Común del Sur”. Ya con Fernando Henrique Cardoso hicieron su parte para que la libertad de consumo pudiera extenderse alrededor del globo: privatizaron, desregularon, se abrieron. Néstor Kirchner y Lula llevaron el diálogo a otro nivel: se hicieron amigos. Poco después de asumir, Lula viajó a Argentina para apoyar explícitamente la campaña de un gobernador ignoto de apellido impronunciable. Volvió a viajar en octubre de 2003 y entonces firmaron el Consenso de Buenos Aires, veintidós puntos en los que avisaron lo que se proponían hacer: integración para el crecimiento con inclusión social; una línea de acción que se mantuvo durante los gobiernos de Cristina Fernández y Dilma Rousseff.

el gobierno de Macri fue el primero en reconocer a Michel Temer como legítimo presidente. Argentina le dijo al mundo que el barrio estaba en orden

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La ausencia de Brasil como socio será el principal escollo de cualquier estrategia regional que se plantee Alberto Fernández. Cuando asuma la presidencia, el próximo 10 de diciembre, será la primera vez desde la redemocratización en que los proyectos de ambos países no coincidan. Juan D. Perón enfrentó ese problema durante sus primeras presidencias, no consiguió concretar la unidad de Argentina, Brasil y Chile (ABC) que juzgaba el objetivo prioritario de su política internacional. En un discurso de 1953 lo explica detalladamente y defiende la idea de que las grandes transformaciones deben hacerse a través de la organización del pueblo, porque los gobiernos cambian “como se cambian las camisas”. Sólo la organización vence al tiempo.

El reclamo por la liberación de Lula es el eje de un libreto que transforma debilidad en iniciativa, pero sin acuerdo entre Argentina y Brasil habrá que esperar para saber si el acercamiento al México de Andrés Manuel López Obrador puede darle al nuevo presidente margen de maniobra política en un escenario interno y externo que se le presenta por demás hostil.

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