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08 de septiembre 2016

Juan Carlos Schmid

Integrante del Triunvirato de conducción de la CGT.

LUZ AMARILLA

Tiempo de lectura: 5 minutos

Con motivo de la Cumbre 2016 del Grupo de los 20 (G-20) y las reuniones ministeriales que la precedieron, se han dado a conocer una serie de informaciones que resultan de interés para los trabajadores argentinos; y también de preocupación, en particular si vinculamos las declaraciones del Ejecutivo en los días previos al viaje a China, lugar del encuentro de los líderes mundiales este año.

Un llamado de atención del L-20, grupo que reúne a representantes sindicales de países del G-20, advierte que la Cumbre “se celebra en un contexto de contracción del crecimiento y una persistente crisis social”, ante la cual los gobiernos deben “tomar medidas para promover el crecimiento y el empleo mediante políticas expansionistas basadas en la demanda” y aplicar “un programa de políticas estructurales que restablezca instituciones del mercado laboral fuertes con vistas a crear empleos de calidad y a reducir la desigualdad de ingresos”. Más específicamente, denuncian el debilitamiento de los mecanismos de negociación colectiva, el alto nivel de desocupación y “un aumento significativo de la inseguridad en el mercado laboral”, es decir, una creciente precarización del trabajo.

En el mismo sentido, el Comité Asesor Sindical de la OCDE (organismo del que participan 35 países, incluidos los más industrializados), cuando evalúa los resultados de las políticas del G-20 en materia laboral y social, señala que no se han cumplido las metas de crecimiento ni los compromisos asumidos en anteriores cumbres. Ninguno de los países intensificó las medidas destinadas a fomentar la inversión productiva, el consumo y el crecimiento con menor desigualdad. Por el contrario, en todos ellos se amplió significativamente la brecha entre el índice de productividad laboral y el índice del salario real. Mientras la productividad no ha dejado de aumentar de manera sostenida (luego de una leve caída durante la crisis mundial del año 2009), el nivel de ingresos reales de los trabajadores se mantiene virtualmente estancado. Y la tendencia es que esa desigualdad siga profundizándose.

la Cumbre 'se celebra en un contexto de contracción del crecimiento y una persistente crisis social'

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A eso hay que sumar un dato todavía más preocupante: esa presión a la baja de los salarios con respecto al aumento de la productividad no se ve compensada por una mayor generación de puestos de trabajo, en tanto disminuye el empleo de calidad. La conclusión es que “mientras la gente pierde beneficios, no gana empleos”, lo que se convierte en un círculo vicioso en el que se contraen la demanda agregada (inversión y consumo), la producción y el empleo. La proyección a futuro de los asesores de la OCDE es que la desocupación seguirá aumentando en el mundo hasta el final de la década: “De no cambiar las actuales políticas, el déficit de empleo continuará aumentando y, para 2019, más de 212 millones de personas estarán sin trabajo”, afectando sobre todo a los más de 70 millones de jóvenes de hasta 24 años que actualmente buscan ocupación.

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Si tenemos una mirada de largo plazo, estos problemas se vinculan con cambios estructurales en las relaciones de trabajo, a los que hay que prestar atención. En la actualidad, en comparación con el momento de mayor expansión industrial en el mundo, como fue la década de 1950, sin duda hay muchos más trabajadores, así como hay una mayor población en nuestro planeta. Pero los tipos y la calidad del trabajo, y también las normas regulatorias de las relaciones laborales, han cambiado y todo tiende a señalar que en el futuro estaremos ante cambios más profundos. Parte de ellos son atribuibles a transformaciones tecnológicas, que es necesario incluir en el análisis para que su implementación sea socialmente aceptable, y no resulten los trabajadores los únicos que paguen el precio de las innovaciones. Como advierten los informes internacionales mencionados, en los cambios que se observan es mayor la incidencia de las políticas que privilegian la especulación, en lugar de la producción, y tienden a generar una alta desocupación estructural.

El estatus de 'economía de mercado' favorecerá a las exportaciones chinas

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Al respecto, el caso de China, sede de la Cumbre del G-20, debe llamarnos a la reflexión. El gigante asiático ha encarado su papel de país anfitrión de esta cumbre en el contexto de la estrategia por ser reconocido como “economía de mercado” que viene desarrollando desde su incorporación a la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2001. Ese reconocimiento tiene importancia por los mecanismos previstos por la OMC para los casos de dumping, es decir, de exportaciones por debajo de los precios internos del país de producción. El estatus de “economía de mercado” favorecerá a las exportaciones chinas, al incrementar los requisitos para que un país le imponga barreras a su ingreso. A lo largo de estos años, en todos los convenios comerciales y acuerdos de cooperación económica, préstamos e inversiones, China exigió de la otra parte el reconocimiento de ese estatus, y lo consiguió en la mayoría de los casos; entre ellos, Argentina, Brasil, Chile, Perú y Venezuela. En cambio, Estados Unidos, la Unión Europea y Canadá,  hasta ahora se han negado a hacerlo, preocupados por la inundación de productos chinos en el mercado mundial. Estos países, que tienen un sólido tejido industrial, altamente tecnificado y con innovación permanente, están en condiciones de competir con China, sin embargo muestran cuidado ante las exportaciones chinas que están afectando ya a algunos sectores, por ejemplo, el de la industria siderúrgica europea. Países intermedios, de un escalón superior en cuanto a su integración industrial, como Brasil o Australia, cuentan también con algunas defensas; por eso mismo  en aquellos donde el entramado industrial es de baja intensidad, con una estructuración  insuficiente como para desarrollar una alta competitividad, como es el caso de la Argentina, las presiones resultan fenomenales. Ya en su momento, al aprobarse el convenio marco de cooperación económica e inversiones de nuestro país con China, pudo comprobarse la fuerza de esa presión, cuando se acordó la compra de material rodante para los ferrocarriles, en lugar de promover su producción local mediante la reactivación de los talleres ferroviarios que fueron orgullo de nuestro país, lo que hubiera impulsado tanto su innovación tecnológica como la generación de empleo de calidad para miles de argentinos.

Recordemos que en China, a los muy bajos salarios y la extrema precariedad de las condiciones laborales, se suman serias denuncias de trabajo esclavo, todo lo cual no la convierte precisamente en un modelo a seguir. Si se produce la apertura indiscriminada a sus productos y la “competitividad” que se aspire a alcanzar para la economía argentina se habrá de guiar por esos parámetros, entonces se estaría pretendiendo someter a los argentinos a un retroceso laboral.

sin dato alguno que los avale, predican contra 'el ausentismo' como un mal de nuestra realidad laboral actual

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En este sentido preocupan los dichos de funcionarios que nuevamente recurren al viejo discurso de que “hay que bajar el costo del empleo” en nuestro país, cuando todo señala una fuerte caída del salario real; o que sin dato alguno que los avale, predican contra “el ausentismo” como un mal de nuestra realidad laboral actual. No son los trabajadores los que ponen “palos en la rueda” cuando  reclaman el cumplimiento de convenios y acuerdos firmados;  por el contrario, corresponde prestar atención a las recomendaciones que emite la Cumbre en China que incluye la declaración del L-20: es necesario reconocer el papel de los sindicatos y el diálogo social y asegurarse de que los interlocutores sociales sean efectivamente consultados.

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