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29 de noviembre 2020

Mercedes Viola

MARADONA EN NÁPOLES

Tiempo de lectura: 6 minutos

En un barrio pobre de Nápoles, un hombre sentado en una silla de plástico llora mirando el piso. Con una mano fuma, con la otra le da palmadas al perro y no se sabe quién consuela a quién.

A los pies del mural de Diego Maradona, alto cuatro pisos en el barrio Quartieri Spagnoli, han improvisado un pequeño altar. Una mesa vestida de celeste y en el medio su foto, una corona de flores, y una pasarela sobre la cual sus deudos (nosotros) llegan de todos los barrios de la ciudad a darle el último saludo, a dejar una ofrenda: camisetas, flores, cartas, dibujos de niños, velas encendidas y, pegada a la pared, una carta furibunda hacia la prensa que empieza así:

Ahórrennos  sus comentarios hipócritas,

sus lágrimas falsas, y sus cocodrilos.

De hecho, para contarles lo que les quiero contar tengo que evitar dos peligros: el sentimentalismo y la retórica. Dos insidias que intentaré sortear con lucidez ya que en algún lado, chiquito y avergonzado me late un corazón novelero que se revolcaría en el sentimentalismo como un chancho en un chiquero.

me preguntó de dónde era. “Argentina”, le dije. Se llevó una mano a la cabeza y se bajó el tapabocas “Maradona, mamma mia, ¡Maradona!” repetía sin parar, con los ojos llenos de lágrimas

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Hace quince años me fui de Argentina a vivir a Italia, a Milán. Antes de irme le pedí a mi familia que cualquier cosa que sucediera me la comunicaran enseguida, de cualquier manera. El 25 de noviembre a la tardecita mi teléfono daba ocupado y mi madre me escribió un whatsapp: murió Maradona.

Lloré como cuando murió un amigo pero sin entender bien por qué. Fue como dijo la periodista Luciana Dalmagro “el día en que nuestros hijos nos vieron llorar y nos consolaron”.

Mientras lo velaban en la Casa Rosada saqué un pasaje para acercarme lo más posible a la Argentina y al otro día me fui por primera vez a Nápoles. Quería saber qué pasaba, vivir ese día de la historia y contarlo, pero también quería entender por qué lloramos.

Al mediodía siguiente bajé en la estación de trenes y subí a un taxi. El taxista se llamaba Fabio, era morocho y retacón como el Diez y al escuchar mi acento me preguntó de dónde era. “Argentina”, le dije. Se llevó una mano a la cabeza y se bajó el tapabocas “Maradona, mamma mia, ¡Maradona!” repetía sin parar, con los ojos llenos de lágrimas. De repente yo no era más usted sino vos, éramos hermanos. “Te llevo a donde quieras, te llevo a todos lados. Dejá la mochila en el hotel y te llevo al estadio, te muestro donde vivía.” Y allá fuimos. De camino llamó a la esposa y a la madre “Estoy con una guagliona (piba en napolitano) argentina, estamos llorando a Maradona”.

¿Por qué estás tan triste? – le pregunté. “Porque Maradona era mi padre, el padre de todos nosotros, y hasta ayer yo lo pensaba y sabía que él estaba allá. Ahora lo pienso y no sé dónde está, y me siento perdido.”

Fuera del estadio, periodistas de todo el mundo hablan frente a las cámaras y de espaldas al estadio San Paolo que, como anunciado por el Intendente, llevará el nombre de Diego en su memoria y en su honor. Antes de irnos un periodista de la CNN en español me pregunta por qué van ahí los niños conmovidos si ellos nunca lo vieron jugar.

La respuesta la encontré en el barrio Quartieri Spagnoli, donde entré con Eleonora Dell’Aquila. Eleonora trabaja como educadora en la Associazione Quartieri Spagnoli Onlus y la palabra educadora no le gusta, “implica una verticalidad que no se corresponde con la relación, y solo dentro de una relación verdadera se puede provocar un cambio”. Su trabajo -dice- va a poner parches donde no debería haber agujeros.

Quartieri Spagnoli es una pieza de un puzzle pobre encastrada a la perfección en el centro comercial de Napoli. Calle Toledo separa los dos mundos. Entrando al Quartieri -como lo llaman sintéticamente- la realidad te pide todas tus luces, solicita toda tu atención. Los scooters te pasan cerca a toda velocidad, llegan de atrás y de frente tocando bocina en los cruces, y van, esquivan personas y cosas sobre el empedrado irregular con una maestría sorprendente.

El olor a mezcla de moto es envolvente y me hace sentir en casa. El ruido, la gente que te mira a los ojos, hablan, gesticulan, fatigan y fuman, gritan, se llaman, se ríen. Lloran. Lloran a Maradona. El Rey, D10S, un padre, un hermano.

“¿Que no lo vimos jugar? Todo vimos. Además importa eso. Es Maradona: Él nos amaba y nosotros lo amábamos a él.”

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Las calles son estrechas, y en casas de pocos metros cuadrados, con solo una ventana por la cual nunca entra el sol en planta baja, viven familias de varias personas. Las calles son parte vital y los días sin lluvia una bendición. En la calle se cuelga la ropa, se tira el agua con jabón y los niños juegan hasta tarde en la noche, un laberinto lleno de gente y ruido, más vivo que la vida misma.

En alto, al final de la calle donde está el mural, una escuela grande y la Iglesia de la Merced forman una L. En el medio un espacio precioso en la angostura que domina el barrio debería ser el espacio de esparcimiento de los niños. Y lo es, en medio de las botellas y las colillas de cigarrillos que quedaron de las noches de todos los tiempos.

“No piensan en el futuro, viven al día. La escuela obligatoria termina en segundo año del secundario, y a partir de ahí son grandes. No sueñan algo más. Diego era como ellos y llegó a la cima del mundo. Lo aman por esto, pero no se atreven a soñar lo mismo para ellos.”

Recorro otros barrios, subo al Vomero (que en Nápoles como en mi Paraná natal es todo un subir y bajar) y siento el respiro del espacio que se abre, arboles en las veredas, ya no hay ropa colgada en los balcones y no hay niños jugando afuera. No hay Maradona en ningún lado hasta que tímidamente, colgando de un balcón en una percha, sale del closet una camiseta.

Vuelvo al Quartieri. Me llama el ruido y la vida que ahí se manifiesta, caótica y sincera, feliz y atormentada, a veces peligrosa. Sacrifico otras zonas para volver al velorio. Me siento en una silla y dos niños, Lorenzo y Giuseppe, se sientan a mi lado y hablamos. “Usted no sabe lo que era ese día. Todos llorábamos. Toda la gente que encontrabas te decía: ¿sabés que murió Maradona? Es tan triste.” Y ustedes que nunca lo vieron jugar, ¿cómo llegaron a amarlo? “¿Que no lo vimos jugar? Todo vimos. Además importa eso. Es Maradona: Él nos amaba y nosotros lo amábamos a él.”

En Nápoles cuando alguien muere se pegan en las calles los avisos fúnebres. También Diego tuvo el aviso que nadie hubiera querido imprimir y que termina con una frase que resume qué es lo que hay entre Nápoles y Diego.

La felicidad que regaló, la generosidad que tuvo siempre con los más necesitados, el rescate social de llevar Nápoles, como llevó a la Argentina, a la cima del mundo, de lustrarnos el nombre, decirlo sacando el pecho irreverente sobre esas piernas hechizadas. No hizo solo bien y se hizo casi solo mal. No sé si estoy derrapando hacia el sentimentalismo, pero no me importa. Nápoles es loca y compleja y hermosa, como Argentina, tenemos tanto en común que no podría tener la estúpida pretensión de haberla capturado o entendido o cosas así, que pasan por la inteligencia. Puedo sí decir que Nápoles le prendió las luces del estadio cuando se fue para que su viaje tuviera una vela que mirar en la tierra. Que sin disturbios ni violencia convirtió el estadio en un corazón rojo muerto de dolor y agradecimiento cuando el Nápoles jugó. Puedo decir que Nápoles sabe hablar de amor de mil maneras, pienso que por eso Diego la ha elegido y ella lo eligió a él. El aviso fúnebre dice “Quien ama no olvida”. Que los sociólogos lo estudien, los periodistas lo cuenten, lo exalten o lo defenestren, los moralistas lo sermoneen desde sus reinos de la mediocridad, mientras los que lo lloran, lloran lágrimas de amor.

Fotos: Mercedes Viola.

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Comentarios

  1. Luis

    el 29/11/2020

    Muchas gracias por compartir esas imágenes humores, colores olores y Sentimientos!!!. Hoy y siempre son un gran alimento amoroso

  2. silvia

    el 29/11/2020

    conmovedora nota,no podes dejar de leerla,pensaba que en alguna esquina del Quartieri, el Diego iba a aparecer

  3. Juan viola

    el 29/11/2020

    Tan real como lo describis que se puede sentir y entender desde tan lejos a toda esa ciudad de Napoles.

  4. Juan

    el 29/11/2020

    Tan real y tan gráfico que se puede sentir como describis a toda esa ciudad de Napoles.

  5. Juanma

    el 30/11/2020

    Gracias por escribir un texto tan lindo y llevarme un ratito a Nápoles.

  6. Patricia

    el 30/11/2020

    No pudiste expresar mejor los sentimientos de un pueblo como Napoles que lo vio regalarles lo qur mas querian ser vistos y reconocidos, reconociendolo a el su idolo graciassss mercedes

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