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09 de agosto 2019

Ernesto Semán

MUERTOS DE MIEDO

Tiempo de lectura: 9 minutos

Eche cincuenta australes en la ranura si quiere ver la vida más ochentosa. En la vida de un hombre común hay alfonsines a través de los cuales observar los hechos más dispares, un supermercado, una caminata a la escuela en una mañana fría de otoño o un discurso presidencial en la Sociedad Rural. Alfonsines tornasolados que no son más que ilusiones del pasado para entender el futuro.

Yo hice mi primer peregrinaje a Chascomús el 8 de julio de 1989. Alfonsín dejaba el gobierno en el tumulto hiperinflacionario y un montoncito de estúpidos imberbes subido a unos micros escolares naranjas viajó un par de horas para alentar a su cascoteado líder. Chascomús era un pueblo modesto, a la medida de Alfonsín. La laguna y el pequeño casco rodeado de unas cuantas casas viejas, la plaza, el edificio municipal de Francisco Salamone (uno de los más insípidos de su carrera), el club náutico en el que Alfonsín había ritualizado la rosca alrededor de un plato de pejerreyes con puré.

En la vida de un hombre común hay alfonsines a través de los cuales observar los hechos más dispares, un supermercado, una caminata a la escuela en una mañana de otoño o un discurso presidencial en la SRA

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El último peregrinaje fue hace pocas semanas, ya no imberbe. Apenas una hora después de cruzar el riachuelo, el pueblo cambió mucho, pero también el ojo que lo juzga. La versión telúrica del “boom turístico” se hace invisible en los cuatro gatos locos que caminan por la costanera, las mesas desvencijadas del café y los juegos despintados de la plaza, aún si los hoteles están completos, la casa de Alfonsín es un bed and breakfast, y los pejerreyes del club náutico son del criadero contiguo que renueva los que pierde la laguna, más otras tantas de la provincia de Buenos Aires, del interior y de Brasil. Frente a la costanera está la estatua de Alfonsín, bastante fea, con algún parecido a Juan Gelman y el gesto de estar caminando contra el viento, los hombros apesadumbrados, vencido o a punto de.

El homenaje más verdadero, es decir el más inventivo, está en una de las paredes del palacio municipal. Es un mural realizado por Marcelo Carpita en el 2018 en la gestualidad neoperonista de Santoro o Angeles Crovetto, un estilo que miró de reojo al muralismo de entreguerras y al Carpani peronista (temas presentes en la carrera de Carpita) para revestir a la Argentina kirchnerista durante la década pintada. Las líneas rectas y luces claras separan escenas litúrgicas del Estado de Bienestar alfonsinista (la mujer que alimenta, cura y educa) de militares rindiéndose. Pero la imagen más poderosa está en la parte superior derecha, arriba de un Alfonsín enérgico, donde aparecen un carnero (ni siquiera una vaca: un carnero) con una cucarda que sólo puede referir a la Sociedad Rural y, asomando por detrás, el hombrecito rojo de Clarín. Es una sociedad binaria en la que el pueblo tiene enemigos que son identificados y denunciados desde el púlpito presidencial.

Es el cuadrante populista de Raúl Alfonsín.  

El discurso de Raúl Alfonsín ante la Sociedad Rural de 1988 es memorable, y a él volveremos, volveremos, siete párrafos más abajo. Por sobre todo, la Rural 88 sirve para postular la siguiente cronología histórica, involuntariamente rescatada en el mural: el abucheo ruralista y la calentura presidencial marcan el punto culminante del fracaso del proyecto antipopulista democrático con el que Alfonsín llegó al gobierno en 1983, y al que le dio forma retórica con el discurso de Parque Norte dos años más tarde. El extremismo del discurso del Presidente Macri ante el mismo auditorio en 2019 no sólo evidencia que estamos ante la elección con mayor tensión ideológica desde 1983, sino que habilita la reinvención del alfonsinismo bajo una nueva luz.

el abucheo ruralista y la calentura presidencial marcan el punto culminante del fracaso del proyecto antipopulista democrático con el que Alfonsín llegó al gobierno en 1983

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En Parque Norte, Alfonsín sintetizó lo que imaginaba como una forma de antipopulismo democrático. En un país “donde la intransigencia… era considerada una virtud” Alfonsín llamaba a los radicales a encontrar espacios de consenso en los que el ciudadano pudiera regenerarse como parte de una masa democrática. El Presidente criticaba el egoísmo liberal que había “debilitado la solidaridad social, generando situaciones de desamparo y miedo que nos han hecho particularmente permeables a las seudo soluciones mesiánicas -populistas y otras- en las que el individuo aislado busca una instancia en la cual reconocerse y bajo la cual protegerse”. Para Alfonsín era la fragmentación y no el hombre de la multitud lo que había jodido a la Argentina. ¡Escuchen!: “El egoísmo ha sido el caldo de cultivo tanto del autoritarismo seudo liberal como del mesianismo populista”. Con la esperanza puesta en rescatar un liberalismo ahistóricamente verdadero, Alfonsín convocaba a su proyecto modernizador a las masas peronistas, “protagonistas de una experiencia histórica donde la justicia social conmovió como proyecto a nuestra sociedad y veían en la democracia su necesario sostén”.

Surgido de las cabezas de Juan Carlos Portantiero y Emilio de Ipola, Parque Norte culminaba tres décadas de reflexiones originadas en el esfuerzo de la nueva izquierda por entender cómo corno interpretar la adhesión de las masas al peronismo más allá de ideas de cooptación y manipulación. Alfonsín capturó esa idea en un momento clave de la Argentina. Imaginó que esa incorporación de las masas sería posible no tanto por la bondad del peronismo o la genuflexión sindical, sino por su capacidad de acomodar a las elites, sus ideas y sus propiedades en un proyecto socialmente inclusivo.

Alfonsín no era estúpido. Era de otra época. Vista tras la explosión del consumo de masas y la estratificación flagrante que caracterizaron a los ’90, la Argentina de los ’80 era una tienda Tehuelche, de comercio módico, de subsistencia más o menos amena para una gran cantidad de la población. Viajes en avión para pocos, buenas rotiserías para muchos, frutillas para casi nadie. Atraso oligárquico más beneficios peronistas. Un lugar más chico, pero para nada más sencillo. Uno en el que las elites políticas que administraron el declive podía tener más en común con un comerciante que con un propietario. Hay un grupo de dirigentes dispares, desde Alfonsín a Harguindeguy y desde Balza hasta Robledo que vivían más o menos en un mismo departamento: ponele, un semipiso bajo en la Avenida Santa Fe en algún lugar entre Pueyrredón y Paraná, grande y oscuro y con una sala para “recibir”. Si me apurás, en la parte de atrás tenían una cocina común para todos donde el personal preparaba el almuerzo: un día para el general, un día para el doctor. El país de esa clase dirigente desapareció con los maletines de cuero y los ceniceros de los bares de tribunales.

Alfonsín fue el último presidente del País de la Brecha Chica. Y uno de los últimos en enterarse.

Lo que sucedió desde 1985 fue un desmantelamiento progresivo de lo que Alfonsín imaginó en Parque Norte. La convocatoria amplia, relativamente ecuménica e inclusiva fue cediendo a medida que el Estado postdictadura mostraba formidables dificultades para ser el espacio marxiano donde las clases dominantes resuelven sus contradicciones con un proyecto que contenga aunque sea de forma desigual a los miembros de la nación. Alfonsín fue un incomprendido, y el primero en incomprenderse fue él.

Parque Norte culminaba tres décadas de reflexiones originadas en el esfuerzo de la nueva izquierda por entender cómo corno interpretar la adhesión de las masas al peronismo

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En la medida que Alfonsín mantenía el horizonte de una democracia política fuertemente vinculada a la inclusión social, la imperfección de su antipopulismo democrático radicaba exactamente en que lo democrático se convertía en una válvula por la que emergían, como síntoma de su fracaso, componentes del populismo que buscaba desterrar: la conformación de un pueblo abigarrado antagonísticamente contra un enemigo identificable, el intento (medio frustrado) de colocar detrás suyo a una masa movilizada, la identificación del líder como héroe y víctima.

Progresivamente, Alfonsín se carajeó en persona con la Iglesia Católica, con Clarín, con Reagan. Con los militares no. Fue un cagón: se conformó con encarcelar a las juntas, el acto de bravura más trascendente de la transición democrática en América Latina, del que es tributaria la tradición política y social más igualitaria del siglo XXI.

La frase completa: “Son los que muertos de miedo se han quedado en silencio cuando han venido acá a hablar en representación de la dictadura”. Surge en la calentura presidencial del momento, pero revela, para quien quiera hacer algo con el análisis de ese momento, mucho más que eso. En contra de lo que postulan buena parte de la sociología, las teorías de la modernización, el funcionalismo y la psicología de masas, era el miedo de las elites, y no el de las masas irracionales, lo que conducía a una sociedad al autoritarismo. “Muertos de miedo” desnuda el mundo paranoico de las elites de una forma que se proyecta en el tiempo, un mundo monstruoso de gente parapetada en su soledad, disparándole a todo lo que se mueva en grupo y feliz. En la misma escena final del antipopulismo democrático de Alfonsín, se estaba forjando el corazón del antipopulismo autoritario cuya duración y eficacia sería mucho mayor. Y ese enroque no podía ocurrir en otro lugar que no fuera la Sociedad Rural.

Hay un grupo de dirigentes dispares, desde Alfonsín a Harguindeguy y desde Balza hasta Robledo que vivían más o menos en un mismo departamento: ponele, un semipiso bajo en la Avenida Santa Fe en algún lugar entre Pueyrredón y Paraná

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De aquí, dos reflexiones que son la verdadera razón de estas líneas. La primera es que si las explicaciones sociales del origen del populismo aún tienen validez, éstas tienen que prestar menos atención a la irracionalidad de las masas viviendo algún tipo de transición hacia el mundo moderno y más a la demencia de las elites a la hora de defender su lugar sin temor siquiera a agudizar los conflictos que perciben como amenaza. La forma promiscua y militarizada del encuentro de Macri con el campo en la Sociedad Rural fue la puesta en escena de esa coalición como un proyecto electoralmente viable. Es ese formidable poder de las elites modernas para preservarse, y no otra cosa, lo que tiene a la Argentina de hoy al borde del abismo. En la Argentina de hoy, el populismo es una expresión radical y pluralista de mayorías movilizadas y la verdadera opción entre la civilización y la barbarie de un mundo de desigualdad, coerción y violencia creciente.

La segunda, en línea con lo que María Esperanza Casullo esboza en su último libro, es que el populismo es un locus dinamizador y permanente de una democracia en expansión. Siempre hay un puto que es un empleado que es un groncho que es una loca que es un vegano que es un Alfonsín que es un aborto que es una mina que es un gaucho que es un Néstor que es un aguinaldo, que es un hotelito que es un divorcio que no tienen nada en común, salvo el rebencazo que les cruza la espalda. La Sociedad Rural es, para producir esa formación, un significante saturado. En su momento, al kirchnerismo le faltó una lectura homeopática de Laclau tanto para entender los legados en los que inscribirse como para anticipar el futuro luctuoso que le esperaba y que, con muchos años de demora, la candidatura de Alberto Fernández intenta corregir.

Es ese formidable poder de las elites modernas para preservarse, y no otra cosa, lo que tiene a la Argentina de hoy al borde del abismo

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Lo que me lleva a terminar esta divagación con un recuerdo personal. En el 2009 y de forma un poco estrafalaria, formé parte de una comitiva que acompañaba a Julio de Vido a una reunión con la dirección editorial del New York Times. En la antesala, alguien sugirió la conveniencia de inscribir la expansión de derechos producida durante el kirchnerismo a una tradición nacional democrática encarnada por Alfonsín. El ministro reaccionó ofuscado, dijo que “nosotros no tenemos nada que ver con esos traidores”, balbuceó algo sobre “los muertos los pusimos nosotros”, definió a Alfonsín como un cagón (¡ni siquiera como un cagador!).

¡Alto, fuerte y lejos le pega Blas Armando Giunta! De Vido era un personaje rústico, limitadísimo, supuestamente necesario. No sé si merecía la cárcel por eso, pero al menos un par de bifes de alguien que le dijera “mocosito vaya a estudiar teoría política con Antonio Tróccoli y después abra esa bocaza”.

No le di ese coscorrón. Pero ahí también se cifraba el futuro demencial de la Argentina. En el palier del New York Times éramos cinco. De Vido está preso. Otro era un diplomático de carrera, de los que no hablan ni oyen hasta el momento de pedir por sus ascensos, porque como los milicos, entendieron antes que nadie y sin leer a Weber que el PJ y la UCR son, por encima de todo, dos formidables maquinarias para acceder a posiciones en el Estado. Otro ingresó al programa de arrepentidos. Otro está muerto, arrojado al vacío del dolor por los personeros del antipopulismo autoritario, que pintaron “viva el cáncer” en las paredes de la ciudad con la brocha del tribunal. El otro soy yo, que vivo a 12.032 kilómetros de Floresta y que solo creo en lo que escribo.

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Comentarios

  1. Sergio Cassia

    el 09/08/2019

    Gracias Viejo. Hermosas reflexiones.

    Muchas Gracias.

  2. Ernesto Bohoslavsky

    el 10/08/2019

    Brillante! La más clara demostración de que la mejor ciencia política requiere de más palabras que de Excel y que la mejor perspectiva de la historia es la que ilumina el presente.

  3. Pato

    el 10/08/2019

    Que buena escritura, da gusto leerlo incluso mas alla de las ideas

  4. Ezequiel

    el 10/08/2019

    Clap, clap, clap.

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