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12 de octubre 2018

Lucila Melendi

Politóloga.

NO ESTÁN LOCOS: ESTÁN EXHAUSTOS

Tiempo de lectura: 6 minutos

Cree el aldeano vanidoso que el mundo es su aldea

y con tal que él quede de alcalde ya da por bueno el orden universal (…)

sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas

y le pueden poner la bota encima. 

Lo que quede de aldea en América ha de despertar (…)

los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse,

como quienes van a pelear juntos. 

José Martí, 1891

Jair Bolsonaro va camino a ser el próximo presidente de Brasil y en Argentina nadie parece entender nada. ¿Que cómo pudieron votar a ese energúmeno? Bueno, muchos porque piensan como él y otros tantos porque no lo ven así. Los que hicieron campaña en su contra están igual que la mitad que en 2015 perdió contra Macri: complicados y aturdidos. Sólo que Bolsonaro es más violento, y sus seguidores también: en los últimos días asesinaron al maestro de capoeira Moa do Katendê, en Bahía y hubo palizas a manifestantes en Curitiba, Porto Alegre, Belo Horizonte, Recife y Piauí, por lo menos. “Yo no tengo control sobre millones y millones de personas que me apoyan”, dijo. Qué se le va a hacer.

El mundo sería un lugar mejor sin encuestas de intención de voto. No se me ocurre un sólo motivo noble para justificar su existencia. Los que las siguieron minuto a minuto no encuentran consuelo. Confiaron en el pronóstico y salieron sin paraguas, cuando bastaba abrir la ventana para ver la tormenta. Aún cuando estén diseñadas con buen criterio, esas encuestas tienen al menos dos supuestos: que las personas saben a quiénes van a votar y que están dispuestas a confesarlo. Los números de Bolsonaro podían crecer: porque al principio era un consumo vergonzante y porque a medida que se acercaba el día de la elección la sensación de que aumentaba su apoyo -y su rechazo- atraía a cada vez más personas. En cambio, desde que el PT confirmó la candidatura de Fernando Haddad, no debió haber uno solo de sus votantes que no estuviese dispuesto a declararlo al primero que preguntase. La manía por las encuestas se volvió insoportable cuando una porción importante se convenció de que el PT jamás podría ganar un segundo turno: ahí comenzaron a hacer campaña por Ciro Gomes –“Vire Ciro”. Al final, en vez de discutirse programas, se discutían números generados quién sabe por quién ni de qué forma. En Argentina, entre quienes miraban encuestas haciendo fuerza como si fueran carreras de caballos, se repitió que el cuchillazo a Bolsonaro habría sido un auto atentado que lo catapultó sobre el final. Esa hipótesis tiene tanto sustento como la del asesinato de Alberto Nisman. Es decir: ninguno.

¿Que cómo pudieron votar a ese energúmeno? Bueno, muchos porque piensan como él y otros tantos porque no lo ven así

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El 46% votó a la extrema derecha y está orgulloso de haberlo hecho: lo presume en la calle, en las redes sociales, en los grupos de WhatsApp. Si tuviera que formular una hipótesis alternativa diría: ¡es el golpe, estúpido! Perón decía que los pueblos siguen la táctica del agua: lo quisieron contener y les pasó por encima, torrencial y tumultuosamente. El PT perdió esta elección, pero la runfla que lideró la destitución de Dilma Rousseff, también. No sólo Geraldo Alckmin y Henrique Meirelles fracasaron en sus aspiraciones presidenciales, sino que quedaron afuera del Senado tipos que ya eran parte del inventario: Magno Malta, de Espírito Santo; Romero Juca, de Roraima; Eunício Oliveira, de Ceará. Los brasileros salieron a la calle en 2013 creyendo que habían aprendido a hacer política por mano propia, y desde entonces no pararon de asistir al deterioro de todas las instituciones y figuras públicas del país. Están hartos, no quieren saber más nada. Habrían votado a Lula, pero no como quien confía en que el sistema puede cambiar, sino como quien sabe que es el único que garantiza estabilidad: como quien llama a un padre. Desde 2015 el golpe se desdobla en actos. Los últimos fueron contra él: después de meterlo preso, lo proscribieron y lo censuraron. Por ahora, nadie piensa en una revolución para liberarlo.

Todos tienen miedo. En el Norte, temen que Venezuela los invada: ya hace unos meses que el enfrentamiento entre pobres vernáculos y pobres migrantes se volvió cotidiano en Roraima y ese miedo se extiende a los estados limítrofes del oeste; en otros, como Amazonas o Pará, ya hace años que la lucha es de vida o muerte entre las comunidades y los grandes proyectos que las expulsan del territorio. En el Nordeste, tienen miedo de volver a tener hambre. En el Sur y el Sudeste los ricos tienen miedo de los pobres y los pobres tienen miedo de la policía. Todos tienen miedo de las mujeres, los putos, las lesbianas, las travestis. Bolsonaro ofrece que cada uno defienda lo que le pertenece: menos impuestos, ningún control sobre la prensa, familia occidental y cristiana, tolerancia cero frente a los delincuentes y armas para todos. Una parte importante lo vota por lo que es. Lo peor del pueblo brasilero es peor que lo peor nuestro. La memoria de la esclavitud se siente: desde el señor que no comparte ascensor con su mucama, hasta la naturalidad con que se aprende a esquivar cuerpos rotos en la vereda.

Los brasileros salieron a la calle en 2013 creyendo que habían aprendido a hacer política por mano propia, y desde entonces no pararon de asistir al deterioro de todas las instituciones y figuras públicas. Están hartos, no quieren saber más nada.

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Frente a la saturación del debate político y las posturas impostadas, Bolsonaro es genuino. No caben dudas de que dice lo que piensa y su campaña es el sumun de la austeridad. Cuando se conocieron los primeros resultados del escrutinio, habló a través de un video de Facebook: un video casero, con mala luz, sin un solo banner, en un escritorio que podría ser el de su casa, con una bandera de Brasil mal colgada en el fondo. Como en una película de terror en la que hagas lo que hagas el malo avanza, todo lo que se esgrime contra Bolsonaro es usado a su favor. Consigo empatizar con el mecanismo que hace que uno pondere lo bueno de su candidato por sobre cualquier otra consideración, sobre todo cuando está por ganar. Eso no está pasando con Haddad. Él no es el candidato de nadie, es la barricada con la que esperan contener el avance de las tinieblas, pero al parecer así no se ganan elecciones. Cuando se trae a colación alguna aberración de Bolsonaro, como sus manifestaciones de apoyo a la dictadura o de reivindicación de la tortura, la secuencia de defensa es más o menos así: es una noticia falsa, ya no piensa eso, está sacada de contexto, era una broma, el PT es peor. Si la prensa local o internacional señala el peligro que representa para la democracia ¿por qué hacerles caso? No tienen ninguna autoridad moral para decirle al pueblo cómo votar. Cuando él o sus seguidores hacen el símbolo de un arma con la mano, siempre ríen. La risa pone en ridículo a aquellos que se rasgan las vestiduras frente a eso.

Hay novedades que deberán ser estudiadas. En esta campaña fue evidente como nunca antes la trascendencia de WhatsApp como vehículo fundamental para la circulación de noticias falsas, quirúrgicamente ideadas en contra de todo lo que se parezca a un movimiento social. (Que con Haddad el gobierno elegiría el género de los niños, que los manuales de jardín de infantes tenían imágenes sexuales, que iría a liberar a los presos, que los venezolanos recibían títulos de elector para votar, etcétera.) Hay otras cosas que vamos a discutir toda la vida. Si Lula hizo bien en entregarse; si debía o no intentar su candidatura, si eligió el mejor reemplazo, si fue correcto dilapidar las posibilidades de alianza con Ciro Gomes, si alguno de los dos debería haberse bajado, cuál. Hay preguntas que no tienen respuesta correcta: son tragedias.

Frente a la saturación del debate político y las posturas impostadas, Bolsonaro es genuino. No caben dudas de que dice lo que piensa y su campaña es el sumun de la austeridad.

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El PT es un partido de izquierda. Fue el primero del ciclo de gobiernos sudamericanos que se plantearon como alternativa al neoliberalismo en respetar las reglas del sistema que heredó. Se presentó como una izquierda ‘responsable’. Para una parte de los pibes que crecieron durante esos gobiernos, la identificación con la derecha está servida. Se reivindican conservadores. La izquierda los remite a “las dictaduras de Venezuela y Nicaragua”. Bolsonaro les parece la libertad. Aquel primer discurso después de conocer los resultados fue bastante medido: incluyó a las personas sin religión, a los homosexuales, a las mujeres. También fue claro: su proyecto económico es la leyenda de las ventajas comparativas.“Nadie tiene el potencial que Dios nos dio: la biodiversidad, el agua, los minerales, el campo, la riqueza turística”, dijo. Más de lo mismo si no fuera porque avisó que va a poner“punto final a todos los activismos de Brasil”, “jugar pesado en seguridad pública” y garantizar que ninguna tierra sea invadida. Bolsonaro planea entregar Brasil al gigante de las botas de siete leguas: la industria armamentista y el capital global concentrado, sin reparos. Ya había dicho que la legislación ambiental -esa que se consiguió después del asesinato de Chico Mendes- era una molestia.

Orden es el grito de la hora. Abajo la amenaza comunista. Bolsonaro, su candidato a vice y la mayoría de su presunto gabinete son o fueron militares, en un país que no juzgó los crímenes de la dictadura. Sus seguidores dicen que bandido bueno es bandido muerto. Están cansados y dispuestos a poner cada cosa en su lugar, al precio que sea. La gente de bien no tendrá de qué preocuparse. Los buenos estarán a salvo. Es cuestión de quedarse quietos y no molestar. No piensan que los compañeros de sus hijos podrán ir a la escuela armados. No piensan en las balas perdidas, en los fuegos cruzados. No piensan que las garantías existen justamente para proteger a los inocentes. Todavía no se dieron cuenta de que en ese juego cualquiera puede ser bandido o comunista.

Si el resultado se confirma, lo sabrán.

Si Lula hizo bien en entregarse; si debía o no intentar su candidatura, si eligió el mejor reemplazo, si fue correcto dilapidar las posibilidades de alianza con Ciro Gomes. Hay preguntas que no tienen respuesta correcta: son tragedias.

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Comentarios

  1. Mario Toer

    el 13/10/2018

    Muy bueno. A pensar…

  2. Osvaldo Devries

    el 13/10/2018

    Muy interesante. Crudamente desgarrador por lo realista, sin categorias conceptuales clasicas que no logran descifrar la realidad “real”.

  3. Giorgio

    el 29/10/2018

    Un análisis muy pertinente y que ayuda a pensar. (una observación sobre lo que me parece un error, sobre lo que ofrece Bolsonaro: ¿”ningún control sobre la prensa” o “ningún control sobre la empresa”?…)

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