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¿QUÉ TE PASA IRÁN? ¿ESTÁS NERVIOSO?

Tiempo de lectura: 8 minutos

 

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Tal vez fue porque en 2009, tras la reelección de Mahmud Ahmadinejad, Irán había tenido su propia ola de protestas, protagonizadas por jóvenes de clase media urbana y salvajemente reprimidas por el aparato de seguridad. Lo cierto es que desde el 17 de diciembre de 2010, cuando el vendedor ambulante tunecino Mohamed Bouazizi se prendió fuego a sí mismo y encendió las primaveras árabes, Irán se había mantenido como una isla de relativa calma frente a los masivos alzamientos, inestabilidad generalizada y aumento exponencial de la violencia reverberaron en toda la región. En ese lapso, alejado del caos que vivían sus vecinos se permitió una transición de gobierno y dos elecciones presidenciales con candidatos competitivos y posiciones diferenciadas, que permitieron a Irán un cambio de rumbo y una mejora sustancial de su posición internacional.

 

En la política iraní actual, la principal contradicción se expresa dentro del sistema. Las divisiones políticas se dan entre quienes prefieren una mejor relación con Occidente, apertura de mercados y mayor participación del sector privado en la economía del país, y quienes desconfían de la influencia maligna de Occidente sobre el carácter “islámico” de la República, confían en el fortalecimiento de Irán a partir de la proyección de su fuerza militar en Medio Oriente y la preservación del predominio económico por los sectores estatal y semi-estatal (que en gran parte controlan). El presidente Hassan Rouhani, la totalidad del campo reformista y algunos conservadores pragmáticos, como el presidente del Parlamento Ali Larijani, se embarcan en el primer bando. La poderosa Guardia Revolucionaria y los clérigos más conservadores, como el ex-candidato presidencial Ibrahim Raisi, integran el segundo. El Líder Supremo, Ayatollah Ali Khamenei, suele tener posiciones cercanas a estos últimos, aunque en su rol institucional como árbitro final en todas las grandes disputas también haya laudado a veces en favor de los primeros.

 

La llegada a la presidencia de Rouhani le permitió a Irán alcanzar una posición de fuerza inédita desde el triunfo de la Revolución Islámica.

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En 2013, la llegada a la presidencia de Hassan Rouhani le permitió a Irán celebrar un acuerdo sobre su programa nuclear con el grupo 5+1 compuesto por Alemania y los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, y levantar las sanciones que pesaban sobre el país. Desde aquel acuerdo, Irán pudo volver a vender petróleo a los mercados occidentales. Con su alianza con los reformistas y su lenguaje cauto, ausente de las estridencias antisemitas de su predecesor, Mahmud Ahmadinejad, logró mejorar sustancialmente la imagen del país en el exterior. Al mismo tiempo, el régimen iraní alcanzó una posición de fuerza regional inédita desde el triunfo de la Revolución Islámica en 1979 . Este aumento de su peso en la región estuvo basado en tres pilares. Primero, la convergencia entre la activa intervención en Siria e Irak, donde Irán jugó un papel clave tanto en la derrota de ISIS como en la recuperación de territorios en manos de kurdos y árabes sunnitas. Segundo, el fortalecimiento de Hezbollah como la fuerza política dominante en Líbano. Y tercero, el empantanamiento de la campaña saudita contra sus aliados Hutíes en Yemen

La conjugación de un Irán en crecimiento económico y expandiendo su poder regional parecería darse de patadas con el estallido de protestas extendidas a lo largo de toda la geografía del país

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La conjugación de un Irán en crecimiento económico y expandiendo su poder regional parecería darse de patadas con el estallido de protestas extendidas a lo largo de toda la geografía del país. Por eso hace falta un análisis más profundo. El acuerdo nuclear permitió a Irán reabrir mercados extranjeros para su mercado hidrocarburífero. Siendo el petróleo, con mucho, su principal exportación, su importancia difícilmente pueda exagerarse. Sin embargo, las promesas alrededor del acuerdo nuclear, que fuera ruidosamente festejado en las calles iraníes, iban mucho más allá. El acuerdo prometía atraer inversiones genuinas y modernización económica para darle sustentabilidad al crecimiento y afrontar el problema endémico del desempleo, desarrollando así el potencial de un país altamente educado, con una sociedad civil vibrante. Nada de eso sucedió, y no hubo lluvia de inversiones en la economía no petrolera. La apertura hacia Irán, principalmente por el gobierno de Estados Unidos, se produjo sólo a cuentagotas durante el gobierno de Obama, y se congeló desde la asunción de Trump, generando, entre potenciales inversores, miedo a quedar expuestos a sanciones norteamericanas.

El acuerdo nuclear prometía atraer inversiones genuinas y modernización económica para darle sustentabilidad al crecimiento y afrontar el problema endémico del desempleo

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La voluntad de atraer capitales extranjeros tenía otro desafío. Sanear la espantosa situación financiera que Rouhani heredó de su antecesor. Alta inflación, moneda debilitada y déficit público son un mal incentivo para una apuesta por el capital trasnacional, más aún en una economía en la que se estima que el sector estatal explica alrededor del 30% del producto, el sector privado, una proporción similar, y hasta el 40% queda en manos del sector semi-estatal. Producto del fallido proceso de privatizaciones de inicios de los noventa, numerosos sectores de la economía quedaron en manos del clero y la Guardia Revolucionaria, por fuera del presupuesto público. Mientras los primeros manejan fundaciones varias veces millonarias, la fuerza armada tiene el control de muchas de las industrias básicas y empresas de servicios. El plan de saneamiento de Rouhani, extraído del recetario liberal, apuntó a bajar la inflación y el déficit a impulsando el control del sector semi estatal y la reducción de subsidios que benefician sobre todo a los sectores más vulnerables.

El plan de saneamiento de Rouhani apuntó a bajar la inflación y el déficit impulsando el control del sector semi estatal y la reducción de subsidios.

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Las manifestaciones comenzaron en la ciudad de Mashad, con eslóganes centrados en las dificultades económicas de la población y fueron extendiéndose con rapidez por el interior iraní. Con excepción de Teheran, donde las protestas quedaron prácticamente circunscritas a la universidad, todas las ciudades importantes del país, y todas las regiones vivieron manifestaciones. A diferencia de 2009, las protestas fueron protagonizadas por las clases más bajas. Mashad, la segunda en importancia en el país, es el bastión de los conservadores. De allí proviene el clérigo Raisi, y no quedan demasiadas dudas de que el primer aliento provino de este sector. Las protestas comenzaron pocos días después de que el Presidente Rouhani anunciara un presupuesto que incluía recortes en algunos subsidios que recibe la población; así como una reducción de los privilegios de “entidades oscuras representan al 25% de la economía iraní”.

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El malestar económico como leitmotiv ya había sido explorado por la oposición a Rouhani durante la campaña presidencial. Las expectativas no alcanzadas y la disminución de los paliativos estatales justificaban con creces las protestas de los perjudicados, y la pulseada insinuada por el Presidente contra las instituciones semiestatales devolvió ánimo de resistencia a los opositores, debilitados por la contundente derrota en las elecciones presidenciales de 2017. La agencia Fars, cercana a la Guardia Revolucionaria, y los medios controlados por el Líder Supremo se apresuraron a saludar las primeras manifestaciones y cuestionar al gobierno, amparados en el “genuino sufrimiento del pueblo iraní”. La reacción oficialista se dividió. Los reformistas apoyaron el derecho a protestar, los moderados llamaron a la calma, y fue el vicepresidente, Eshaq Jahangiri quien anticipó que los instigadores habrían de “pegarse un tiro en el pie”. Rápidamente, el desarrollo de los acontecimientos le dio la razón.

Rápidamente, los cantos contra Rouhani convivieron con los videos de manifestantes arrancando imágenes del Líder Supremo, Ali Khamenei y del General Qassem Soleimani de la Guardia Revolucionaria.

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Sacar el pueblo a las calles tiene el problema de resignar, a su favor, el protagonismo. Y muchas veces, los pueblos expresan su propia agenda. Rápidamente, los cantos contra Rouhani convivieron con los videos de manifestantes arrancando imágenes del Líder Supremo, Ali Khamenei y del General Qassem Soleimani de la Guardia Revolucionaria, y los eslóganes sobre el costo de vida, con cuestionamientos al despilfarro, la corrupción y el elevado costo económico de las intervenciones en el extranjero. Desde su red social favorita, Donald Trump apoyó a los manifestantes y convocar a las Naciones Unidas. El gesto fue enseguida secundado por Benjamin Netanyahu. Adentro de Irán, mientras el propio Rouhani llamaba a comprender los motivos de los manifestantes, entre los opositores, que habían sido los primeros impulsores ganaban lugar los discursos conspirativos y las respuestas represivas. Por su parte, el Líder Supremo iraní, Ali Khamenei, dio a conocer un pronunciamiento en las redes sociales en el que advierte que, si bien hay causas genuinas para convocar a los manifestantes, las manifestaciones fueron un intento de sedición organizado desde el extranjero, y culpó a Estados Unidos, Israel y Arabia Saudita de intentar atentar contra el gobierno iraní.

epa06413434 A handout photo made available by the Supreme leader official website shows, Iranian Supreme leader Ayatollah Ali Khamenei (L), as he speaks during a meeting with family members of Iranian martyrs, in Tehran, Iran, 02 January, 2018. Media reported that Khamenei said the protests against the Islamic establishment controlled by foreign countries. 'The enemies of Iran have in recent days provided the troublemakers with money, weapons and political support to harm Iran,' he added. EPA-EFE/Supreme leader official website/ HANDOUT HANDOUT EDITORIAL USE ONLY/NO SALES

Las manifestaciones fueron expresiones desorganizadas de descontento social. Sin liderazgos evidentes, ni demandas claras, las mismas se desvanecieron en el momento en que las fuerzas de seguridad decidieron enfrentarlas seriamente. El cierre temporal de Telegram, la red social por la que se comunica la mitad de los iraníes, y la supresión violenta de los focos de conflicto (con un saldo de más de veinte muertos, algunos de las fuerzas se seguridad, y al menos uno en cautiverio) lograron la rescisión del movimiento. Los rápidos apoyos de Trump y Netanyahu, que nadie solicitó, alimentaron el discurso conspirativo. La instigación de grupos en el exilio, desde el grupo islamo-marxista MEK hasta Reza Pahlavi, heredero del Shah depuesto, y el esparcimiento de discursos incendiarios en canales de Telegram manejados desde el extranjero también son reales. Sin embargo, la existencia de conspiradores no prueba una conspiración, y muy difícilmente ningún grupo se exiliados esté en condiciones de generar, desde el extranjero, manifestaciones simultáneas en decenas de ciudades, movilizando miles y miles de participantes, con protagonismo de los sectores empobrecidos.

El problema para la dirigencia iraní es que ningún sector en el seno del sistema se encuentra en condiciones de canalizar las protestas.

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Es cierto que Donald Trump y Benjamin Netanyahu se apresuraron a montarse sobre la oleada de expresiones de malestar, tanto como que sectores exiliados, desde izquierdistas hasta el heredero del dictador Reza Pahlavi hicieron lo mismo. Sin embargo, resulta difícil pensar que ninguno de esos sectores, sin implantación territorial, tenga capacidad de dirigir un movimiento geográficamente disperso y protagonizado por las clases subalternas. El problema para la dirigencia iraní es quizás más profundo. Ningún sector en el seno del sistema se encuentra en condiciones de canalizar las protestas. Si quienes resienten de la apertura a occidente instigaron inicialmente las protestas para debilitar al presidente, el entusiasmo disminuyó de inmediato cuando los manifestantes expresaron su ira contra la corrupción en el sector estatal y semi estatal que, en gran parte, controlan; en tanto, los cuestionamientos a las operaciones que, directa o indirectamente lleva adelante Irán en el extranjero, y cuyo costo se estima en miles de millones de dólares golpean de lleno sobre la estrategia de expansión de estos mismos sectores. Tampoco los reformistas, históricamente más entusiastas respecto de las manifestaciones populares, parecen en condiciones de contener a los manifestantes, embarcados como se encuentran en la búsqueda de que la apertura económica traiga como consecuencia una apertura política. Las distintas estrategias perseguidas por la clase gobernante son mutuamente contradictorias.

El fortalecimiento económico y militar simultáneo de la República Islámica es producto de una coyuntura irrepetible que difícilmente se mantenga.

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El fortalecimiento económico y militar simultáneo de la República Islámica es producto de una coyuntura irrepetible que difícilmente se mantenga. La insistencia en expandir la influencia territorial a partir de la asistencia a actores (Al Assad, los Hutíes, Hezbollah) enfrentados a las potencias occidentales obstruirá más temprano que tarde cualquier intento de acercamiento a éstas. Y cualquier intento serio de modernización económica requerirá afectar los privilegios de la burocracia estable, armada y clerical. El riesgo para un sistema que hasta ahora ha sido eficiente canalizando el malestar en su propio seno es enorme, aunque la belicosidad anti iraní de Arabia Saudita, Israel y, particularmente, el gobierno de Donald Trump, opera como un factor aglutinante para la dirigencia iraní. El tumulto reciente, fundado en cuestiones económicas podría llevar al norteamericano a reforzar su fe en que los cambios en Irán provendrán del peso de las sanciones y no del impulso de las fuerzas internas más progresistas. En ese caso, la consecuencia lógica sería el abandono del acuerdo nuclear, con consecuencias impredecibles para Irán y para el mundo.

 

La República Islámica, en casi cuarenta años de existencia, ha construido un edificio sólido. Para quien mire con atención, sin embargo, empiezan a aparecer las grietas.

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