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24 de mayo 2017

Esteban De Gori

RAFAEL, EL GALLITO

Tiempo de lectura: 3 minutos

Rafael Correa deja el poder. Se va victorioso y cansado. Veni, vidi y vici, podría decir el presidente ecuatoriano luego de dos mandatos y de haber surfeado con éxito los embates de la crisis internacional. Tiene grandes aciertos: construyó estabilidad y orden legítimo en un país sometido a décadas de inestabilidad y pugnas que lastraron el poder político. Puso orden. Armó una fórmula de gobernabilidad -más que un eslogan de campaña- que se denominó “Revolución Ciudadana”. Allí articuló dos grandes universos políticos: el liberalismo -relectura potente de la gesta liberal de Eloy Alfaro- y cierto jacobinismo redistribucionista y con deseos de construir una ciudadanía. Una, que fue recalibrada según las dinámicas del conflicto, o que osciló por momentos entre la homogeneidad y la pluralidad. Correa no fue el presidente de los movimientos sociales -movimientos que estaban en retroceso en los tiempos de su llegada al poder- sino de una ciudadanía por construir. Fue el presidente de una “insuficiencia” corroída por la partida de millones de ecuatorianos, por la pugna desquiciada de los grupos económicos por capturar la renta en tiempos de crisis y por la disolución de la vida cotidiana. Pudo traducir revolución en orden, en continuidad y en beneficios sociales.

Pudo traducir revolución en orden

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Al poder llegó como ex ministro de Economía y como profesor y doctor en esa disciplina. No fue un presidente militante y eso quedo claro en toda su gestualidad política. Sorteó por muchos años a los partidos tradicionales y su territorio universitario y académico introdujo políticas y prácticas meritocráticas. Muchos funcionarios ministeriales debieron aceptar los plazos de un gobierno por resultados, la recuperación de feriados en días laborales y las técnicas de couching dictadas los días sábados. Ningún otro gobierno progresista apostó tanto por la reformulación de su funcionariado político y estatal. Los términos “eficiencia” y “eficacia” que en otros gobiernos progresistas tenían cierta inscripción en el vocabulario neoliberal fueron incorporados y resignificados al lenguaje de un progresismo. En esto Correa y Alianza País habían reconstruido un léxico y una acotadísima recreación simbólico-histórica -en comparación con el kirchnerismo, el chavismo y el evismo- que los transformaba en un progresismo de alta intensidad económica y de una baja intensidad en los “grandes relatos”. La identificación de su elenco gubernamental con dirigentes como José Mujica o con el Frente Amplio de su elenco gubernamental daba cuenta de sus “comodidades” ideológicas.

Muchos funcionarios ministeriales debieron aceptar los plazos de un gobierno por resultados, la recuperación de feriados en días laborales y las técnicas de couching dictadas los días sábados

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Rafael Correa fue un “gallito” en el ring político, tanto en sus diatribas, como en sus intervenciones en momentos críticos. Un gallito liberal social -si quisiéramos usar la categoría de los economistas norteamericanos lectores de la bismarckiana y anti liberal Asociación para la Política Social (1872). La imagen de un presidente queriendo desactivar una asonada policial con un megáfono en mano daba cuenta de su arrojo, como de un proyecto decidido a no ser desestabilizado por algunos actores y facciones.

La crisis internacional afectó a la economía ecuatoriana y más la afectó por la dolarización de su economía (que Alianza País decidió continuar). La necesidad de “recalibrar” la geometría económica dispararon conflictos con un sector de la clase media y alta que vieron interrumpidas sus expectativas de ascensos y progresos. Se desgastó administrando un conflicto social -por los proyectos de ley a la herencia y plusvalía que solo afectaba a un porcentaje ínfimo de ciudadanos- inimaginado. Correa y el correísmo observaron que una década de bienestar no podía competir frente a la caída de las expectativas y a la percepción de una exagerada intervención estatal. El progresismo ecuatoriano se puso a prueba, para muchos debía acelerarse el proceso distributivo y para otros ensayar -algo que ya existía en el correísmo- una salida moderada. Frente a la crisis se tomó deuda y se buscó mantener el gasto estatal.

Los términos 'eficiencia' y 'eficacia' que en otros gobiernos progresistas tenían cierta inscripción en el vocabulario neoliberal fueron incorporados y resignificados al lenguaje de un progresismo

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La última pulseada de Correa fue la construcción de una sucesión. Privilegió la continuidad frente al candidato. Pero no había dudas, Lenin Moreno era la afirmación de una de las trayectorias que el propio correísmo había construido y del apoyo que su figura había logrado en la misma dinámica política. El único out sider fue Rafael.

La llegada del Papa Francisco fue muy importante para un presidente que militó en los boys scouts y que siempre resistió la despenalización del aborto. En los años 80 realizó una misión evangelizadora en el Guasmo (barrio marginal de Guayaquil) y su doctorado lo obtuvo en la Universidad Católica de Lovaina. En su gobierno no solo hay otros funcionarios boys scouts, sino dirigentes de un movimiento político que logró articular la evangelización política (por la tonalidad de sus discursos), jacobina y liberal. Todo ello para construir una formula política y electoral victoriosa: orden y ciudadanía.

Privilegió la continuidad frente al candidato

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