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13 de abril 2019

Esteban De Gori

SIN NOSTALGIA

Tiempo de lectura: 5 minutos

La política no es lo que era. Se ha reconfigurado sustancialmente. Se han incorporado otras dimensiones que décadas atrás se consideraban accesorias o irracionales. Los sentimientos, las sensaciones y el deseo por un candidato o candidata son parte inseparable del arte posmoderno de la política. Hoy no son un material periférico sino relevante, de potencias inigualables para las movilizaciones colectivas, individuales o microurbanas.

La nostalgia juega un rol central como sentimiento y “medida” de las experiencias anteriores. En la política actual no se vive de nostalgias. Nadie ya añora la vuelta de regímenes del siglo XX. Ese sentimiento social está desgastado. La posmodernidad y ciertos fracasos políticos se llevaron todo puesto, inclusive le quito rigor dramático a ciertos sentimientos que empujaban a dirigentes o colectivos a recrear discusiones y propuestas que se habían establecido en el pasado. Ya no hay nostalgias colectivas. Nadie quiere volver al pasado, ni nombrarlo como llave para resolver sus problemas. Es una especie de manchón lejano del que un día se dedicarán los historiadores o economistas. 

En América Latina casi no hay fuertes afecciones por la Patria Grande (aunque la militancia la nombre con esmero, esperanza y dedicación), por los socialismos del siglo XXI, ni por los viejos ordenancismos de derecha. Existe una sentimentalidad del presente que barre la pesadez de los liderazgos históricos y de ciertos sucesos. Ese núcleo movilizador e identificatorio entre el líder y sus seguidores -propios del siglo XX- no está. No existen con fuerza esos mitos movilizadores, como había sugerido Mariategui para suscitar una acción revolucionaria.   

Ya no hay nostalgias colectivas. Nadie quiere volver al pasado, ni nombrarlo como llave para resolver sus problemas. Es una especie de manchón lejano del que un día se dedicarán los historiadores o economistas.

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En las sociedades actuales, se podría votar por ellos y ellas, pero no hay nostalgia por Cristina Fernandez de Kirchner, Lula da Silva, Manuel Santos, Rafael Correa, Alvaro Uribe, Carlos Menem, Alberto Fujimori, Alan Garcia y muchos menos por Stroessner, Pinochet, Perón, Paz Estenssoro, Eliecer Gaitán, Augusto Sandino o Torrijos. Están en el recuerdo pero con poco peso.  

La desarticulación de viejas instituciones erosionó toda la emocionalidad de la nostalgia de la continuidad y de la memoria política. La separación entre lo económico y lo simbólico que se ha producido en estas décadas es clave para entender esa desconexión nostálgica entre líder/gobierno y tiempos mejores. El mundo de las estampitas y los retratos ha caído.

Peronismo, cardenismo y varguismo –los grandes populismos latinoamericanos- perdieron en la actualidad esa vitalidad orientadora de las mayorías. Son legados love cost

El estado de crisis permanente de la sociedad contemporánea y la revolución tecnológica han provocado un reorganización de las memorias, los recuerdos y, sobre todo, de los afectos políticos. Las recientes fuerzas progresistas y el gobierno de Andrés López Obrador al alejarse de la experiencia bolivariana y de ciertos liderazgos de la “década ganada” se distancian, al mismo tiempo, de una manera de estructurar las referencias nostálgicas, los discursos y las emociones políticas. En ese sentido, el Frente Amplio Uruguayo en su moderación fue el primero que hizo ajustes con el pasado y marco una trayectoria cultural que todavía se mantiene a flote. Clausuró –hace tiempo- dicha nostalgia quitándole dramaticidad a la experiencia tupamara.

Estos progresismos se diferencian en la manera de presentarse en el escenario y de lograr adhesión. Gustavo Petro con su Colombia Humana empezó hace unas semanas una gira de encuentros progresistas por los Estados Unidos. Nadie quiere empezar por la Meca que antes instaló el chavismo. El dirigente colombiano se encuentra muy lejos del hito guerrillero o de Eliecer Gaitán. Andrés Manuel López Obrador se encuentra demasiado retirado de la revolución mexicana y sus héroes. Veronika Mendoza de Perú está por fuera de cualquier coordenada que la relacione con el enfrentamiento armado en su país. 

En América Latina casi no hay fuertes afecciones por la Patria Grande (aunque la militancia la nombre con esmero, esperanza y dedicación), por los socialismos del siglo XXI, ni por los viejos ordenancismos de derecha. Existe una sentimentalidad del presente que barre la pesadez de los liderazgos históricos y de ciertos sucesos.

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Entre las nostalgias perdidas no solo toca a los  y las referentes, sino también a las palabras.  Algunas de estas poseen poca efectividad y colaboran debilmente en los actuales y renovadísimos progresismos. ¿Qué significa en los odios ciudadanos las palabras “Patria Grande”, “Socialismo del siglo XXI”, “Nacional y Popular”, etc.?. Es decir, estos dirigentes o dirigentas no solo realizan cálculos electorales o pragmáticos para medir costo o beneficio acerca de la proximidad a la experiencia bolivariana y del universo de la “década ganada”, sino que asumen que la política actual necesita replantarse desde otras palabras, sensibilidades y afectos. Hay un proceso de indagación en marcha.

La emocionalidad que se entreteje entre lo cotidiano y lo público parece marcar el tic tac de las interpelaciones políticas. Lo privado y el universo individual estallaron en el ojo de la política y en la diagramación de campañas electorales de una manera radical.  

La “década ganada”, como los años dorados del neoliberalismo latinoamericano –con las risas ganadoras de Menem, Fujimori o Cardoso- solo será nostalgia para pocos y muy poco tendrá que ver en los próximos escenarios electorales en América del Sur. Por ahora es un “alimento cultural” para las militancias pero que poco conectan con otras sentimentalidades. 

Los actuales progresismos poseen un rasgo anti nostálgico. Ponen su mirada sobre otras sensibilidades más potentes y que organizan el escenario político: como el miedo, el odio, la incertidumbre, etc. Aquellas con las cuales deben lidiar en las contiendas electorales  con otros espacios políticos. 

Los sentimientos actuales son aquellos que se sienten en el cuerpo de manera presente. El miedo, el odio, la injusticia, la resignación, la incertidumbre son sensibilidades y emocionalidades se articulan con el malestar de la vida democrática actual. Pero también tienen una historia poco revisada: la recuperación democrática de los 80 fue limando progresivamente la fuerza iconográfica, sentimental e imaginaria del siglo XX. Fue el punto cero. Las derrotas de todas las revoluciones articularon impulso democrático y una lenta desarticulación de las nostalgias. 

Dejaron de ser un punto de anclaje. A ello, debe sumarse un proceso sostenido de  declive de las clases medias, el cual ha provocado una bomba neutrónica en las representaciones de ascenso social. Es una clase que cae lentamente al vacío sin nostalgias.

Los actuales progresismos poseen un rasgo anti nostálgico. Ponen su mirada sobre otras sensibilidades más potentes y que organizan el escenario político: como el miedo, el odio, la incertidumbre

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El orden (o su disputa) se sostiene sobre la administración de los sentimientos, las afecciones y las materialidades. Por ello, los derechos individuales han tomado una gran relevancia. Es un punto fijo en la globalización. Toda crisis es un mundo y es personal y allí la política  desembarca. El día D de ese desembarco es la comprensión de esos valores y sentimientos que se organizan en individuos desconfiados de otros individuos y del propio Estado.  

El escenario latinoamericano está abierto a varias posibilidades, una de ellas es a la representación de un conjunto de sentimentalidades y afectos propios que emergen y se articulan con la recurrencia de la crisis económica y social. Esos sentimientos están ahí, quien pueda representarlos tendrá una victoria, pero con un sabor amargo, esos sentimientos poseen una movilidad y velocidad que pueden circular por adhesiones distintas. En última instancia, son sensibilidades de la crisis. El alimento más interesante y más revulsivo de la política.

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