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07 de marzo 2017

Ingrid Sarchman

Docente e investigadora. Miembro del comité editorial de la revista Artefacto.

SUPER MIÉRCOLES MUJER

Tiempo de lectura: 6 minutos

freud

La primera vez que vi ese dibujo del perfil de Freud, que según como se lo mire, también es una mujer desnuda acostada, fue a los 11 años, y en la casa de una amiga, cuya madre era psicoanalista. Me acuerdo que después de la sorpresa inicial sobre, lo que yo en ese momento no sabía, eran las leyes de la Gestalt, lo que me inquietó fue la pregunta que estaban en la parte superior del poster: ¿qué tienen los hombres en la cabeza? ¿Acaso no tenían lo mismo que las mujeres? Pasaron los años y la pregunta nunca terminó de responderse. No importa cuánto haya leído, ni cuánto haya respondido yo misma a los mandatos, nunca termino convencida de que las cosas que hice, hago y probablemente haré se deban a mi condición de mujer, si es que la misma existe como tal. Creo en los mandatos, que son históricos y nos ponen a cada uno en un lugar, en un espacio y en una función. La biología, y en especial la genitalidad, son escenarios de fondo, posibilidades pero nunca determinaciones.

Nunca termino convencida de que las cosas que hice, hago y probablemente haré se deban a mi condición de mujer

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Generalizar conductas conduce al totalitarismo. Y la sentencia puede sonar alarmista, pero también lo es suponer que el llamado a resistir contra la violencia machista y heteropatriarcal porque nos están matando a todas, debe ser respondido siempre y de la misma manera, y por todas. Porque acá no hay “x” ni “@” que incluya a nadie más que a las chicas, así como tampoco la posibilidad de decir que a todas no nos matan. El mismo interrogante aparece al recorrer las más de cien preguntas de la encuesta nacional sobre violencia machista que se hizo a mediados del 2016. Cuando las preguntas suponen que toda acción cometida contra una misma es por “la condición de ser mujer”, entonces no queda más opción que decir que sí, especialmente porque, en mi caso, como en el de muchas de las encuestadas, nunca fuimos hombres. Acá aplica el refrán que sostiene lo fácil que es sacar a un conejo de la galera cuando se ha tenido la precaución de ponerlo antes.

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En noviembre del año pasado se presentó la tercera temporada de una serie policial norirlandesa estrenada en el 2013. Se llama “The Fall” y entre las tres temporadas suman 17 capítulos. El argumento que, a simple vista no parece ser muy diferente de otros del mismo género, tiene una particularidad: la ambigüedad de sus personajes. Todo se va desarrollando de tal manera que, promediando la primera temporada, queda claro que develar la identidad del asesino es lo de menos, no sólo porque eso se muestra en los primeros minutos del primer capítulo, sino porque la incógnita es por otro tipo de identidad ¿Quién es la seductora y al mismo tiempo adusta detective Stella Gibson, encarnada por Gillian Anderson, una actriz a la que contrario a la mayoría, los años le hicieron un enorme favor? La pregunta resulta aun más redundante cuando se trata de Paul Spector, el asesino en serie de atractivas mujeres treintañeras interpretado por Jamie Dorman – aquel que hacía del maestro en perversiones soft en “50 sombras de Grey”- pero también terapeuta especialista en duelo, esposo y padre dedicado. Y si bien el primer impulso es tratar de etiquetarlos, considerar que Gibson es una chica masculinizada al extremo, que caza asesinos y lleva hombres -y por qué no a mujeres- a la cama sin preámbulos, y Spector uno que tramita el trauma del abandono infantil llevando una doble vida, las certezas trastabillan cuando Gibson camina sensualmente por los pasillos de Scotland Yard o se le desabrocha sin querer un botón de la camisa. La misma duda se presenta cuando Spector acuesta a sus hijos, les cuenta cuentos pero además denuncia al marido de una paciente por violencia de género y se preocupa personalmente por encontrarle un albergue donde nadie pueda lastimarla, o resiste los embates de la niñera que con sus quince años, no ve la hora de vivir el clisé de debutar con su jefe.

The Fall no es un policial, es el relato de algo más, es el de una sociedad violenta que trasciende, a propósito, cualquier intención de encasillar, sincrónica, diacrónicamente, por género o franja etaria. Spector es un asesino de algunas mujeres, pero no de todas, porque a otras las respeta, y a otrs hasta las salva. Y en su selección psicópata pone en evidencia que la cosa no se resuelve con marchas ni pintadas, ni siquiera con tomas de conciencia, porque a Paul se le podrá reprochar cualquier cosa, menos la de que no ser consciente de la violencia que (algunos) hombres ejercen sobre (algunas) mujeres, pero también sobre otros hombres. Lo mismo puede decirse de su contracara. La conducta de Gibson está lejos de ser pacífica, es más una conducta belicosa y desafiante. Como también puede ser tierna y deseante en idénticas dosis. The Fall pone en duda el uso de “Todos”y “Todas” porque nadie es completamente malo, ni completamente bueno; en todo caso, cada uno hará lo que pueda con eso que Battaille llamó la parte maldita, esa zona que queda por fuera de cualquier intento de coacción y autocoacción.

la cosa no se resuelve con marchas ni pintadas, ni siquiera con tomas de conciencia

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Resulta curioso que en un mundo lleno de variaciones, colores, idiomas, interpretaciones, climas y ambientes, nuestra sociedad, ante la violencia de género, se haya vuelto tan binaria: “o estás a favor de las pintadas en Rosario o estás a favor de la violación, empalamiento y posterior asesinato de cualquier chica”. ¿Se acuerdan cuando nos enseñaban fracciones y nos decían que no se podía sumar peras con naranjas? ¿Acaso el tetazo en el obelisco evita que se mate a una mujer cada 30 horas? Así, cuando se revisan las reivindicaciones que las distintas agrupaciones embanderan detrás del paro del 8M, queda claro que nadie podría estar en contra. Especialmente cuando se trata de legalizar el aborto, sistematizar protocolos de atención en las comisarías para que sea obligatorio tomar la denuncia, hacer cumplir las leyes que defiendan derechos laborales y otras tantas demandas concretas. Sin embargo, cuando esta lista se embandera detrás de la lógica de un paro femenino, obligan a pensarse (nos) como un gremio. Y no, ser mujer a secas no puede ser un actor político, y por eso no puede ser interpelado como tal. Incluso, y aunque resulte incómodo reconocerlo, elegir el 8 de marzo, el día que sin importar el hecho histórico que le dio origen, se ha constituido como aquel en el que se saluda a la mujer por el sólo hecho de serlo, y se la “homenajea” con flores, bombones y promociones en el shopping, parece ser un acto de fe.

Construir un espacio de acciones desde el género corre el riesgo de volverse fanatismo, especialmente porque construye un enemigo, o en el mejor de los casos, un acompañante. Una figura que en ambos casos se presenta sin opción a ser otra cosa que ella misma. Después erige consignas políticamente correctas que, de tan plenas de sentido, se vuelven vacías de contenido. Ver misoginia y violencia en todos lados, obtura la posibilidad de reconocerla cuando esta sucede de manera concreta. Relean la fábula del pastorcito y el lobo, si no me creen. No es lo mismo un piropo de dudoso gusto estético que un golpe. O explíquenme porqué la ya citada “50 sombras de Grey”, una historia cuyo atractivo es el sometimiento sexual, tiene tanto éxito en sus dos formatos. Y tal vez sea en ese punto donde pueda preguntarse algo sobre la naturaleza humana, si es que ella existe como tal. Preguntarse, no importa cuándo ni dónde, si debajo de todas las capas de civilización, de todos los intentos por alejar, encerrar, reformar a los desviados, y en el mejor de los casos, usar ese eufemismo que es el de “educar”, no permanece una zona de animalidad, de aquello que los griegos llamaban Zoe, pura vida, vida desnuda, en oposición a la Bios, vida política, vida en comunidad y suscripta a leyes. Una zona que no sólo trasciende la genitalidad, sino que vuelve todo mucho más opaco, más incierto e indeterminado. Y como la indeterminación no tiene género, se pierden las brújulas de la corrección política y de su reverso. Un espacio que pone en la misma serie a un asesino serial -preocupado por sus hijos- como el personaje de “The Fall” con un tipo que se calienta cuando las chicas salen a mostrar las tetas. Curiosa paradoja la de una época donde en el intento de domesticación de las pulsiones se utilicen categorías esencialistas camufladas de historia. Pero al fin y al cabo, no será la primera vez que ante la evidencia de la incertidumbre se elija la opción más fácil: aquella que nos dice dónde pararnos con la promesa (falsa) de que si nos quedamos quietos el terremoto nos pasará de largo.

Construir un espacio de acciones desde el género corre el riesgo de volverse fanatismo

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