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08 de abril 2020

Ernesto Semán

SURFEANDO LA PANDEMIA

Tiempo de lectura: 11 minutos

Entre las cosas que nos vamos a llevar al otro lado están la desigualdad y las historias que nos contamos para explicarla. Con eso solo, el nuevo mundo será sorprendentemente parecido al que dejemos atrás. Por qué algunos tienen más que otros. Más plata, más derechos, más fuerza, más beneficios sociales, más poder, más protección, más propiedad. Más propiedad, sobre todo más propiedad. La pandemia cayó cuando el país transitabade una forma a otra de explicar cómo nos repartimos el centro y los restos de lo que produce el país (y empecemos a usar cómo nos repartimos en lugar de cómo se reparte, porque la ranflunfa de la voz pasiva y el modo reflexivo del verbo repartir, como si las cosas se repartieran solas, nos va a matar antes que la pandemia).

Lo de los rugbiers sucedió en el mes de enero Antes del Virus (AV). En la madrugada del 18 de enero, como la muerte del fiscal Alberto Nisman en el 2015 y mi nacimiento en 1969. El crimen perfecto de ricos contra pobres selló una carrera loca de la Argentina para dejar atrás al choriplanero o al menos poner en contraste los mascarones de dos marcos interpretativos opuestos sobre cómo justificar la distribución del poder y la riqueza. Para los millones que convirtieron a los rugbiers en un símbolo, el asesinato de un joven indefenso, hijo de una pareja de porteros paraguayos, por parte de una patota física y culturalmente envalentonada alrededor de un deporte asociado a las clases altas, fue una alegoría irresistible sobre la desigualdad liberal con la que el país había hecho experimentos durante los últimos cuatro años.

Eso fue a las puertas del averno que se impuso en los meses Después del Virus (DV). Nuevo tiempo para viejas nuevas fórmulas. El surfista, los que huyeron a la costa, los que quedaron varados en Miami, Braian y los pobres utilizando institutos de salud privada, Techint, el sueldo de los políticos; esos son los frutos de la primera cosecha, pero no serán los últimos. A la salida del marasmo el mundo va a ser muy distinto al que dejamos atrás, de eso caben pocas dudas. En la Argentina y en el mundo, rasgos fundamentales de nuestra socialización, el trabajo, la educación de irreconocibles comparados con los de nuestra época. Pero esta pelea seguirá ahí, con esteroides y armada hasta los dientes.

Los estereotipos  no dicen mucho respecto del objeto estereotipado, con esas líneas gruesas, vitriólicas. Hacen entendibles ciertos tipos sociales al punto que los distorsionan. Pero los estereotipos sí hablan más y mejor de qué temas se discuten y quiénes los abrazan. Los cabecitas negras no hacían asado con el parquet, no todos los domingos. Pero el estereotipo evidenciaba el rápido acceso de las clases trabajadoras a bienes y servicios antes considerados propios de la clase media, y revelaba la tensión entre quienes veían sus símbolos de status y confort súbitamente disueltos entre la multitud. Siempre hay alguna verdad, disuelta en algún lado.

un espacio público dividido entre quienes creen que la causa nacional habilita medidas extraordinarias para evitar el sufrimiento de grupos vulnerables y los que consideran que esta situación extraordinaria es una oportunidad más por precisar relaciones más rígidas

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En la Argentina AV, lo que sucedió fue una aceleración marcada del cambio de régimen con el cual explicamos la desigualdad social. La obsesión con los rugbiers deslizó las fronteras del castigo a la desigualdad más allá de las líneas divisorias electorales de unos meses atrás. Fue la escena disponible para purgar el alma nacional. Lo que nadie sabía por entonces era que ese instante restaurador era el palier de una purificación sanadora en medio del apocalipsis. El que no vio la curva está estampado contra un árbol, mascando bronca pero también pensando la próxima vuelta. Los que se fueron a la costa y los empresarios y una variedad de tipos sociales.

Pero hablemos de surf, metáfora improbable de un zeitgeist nacional y declinante. La cultura del surf encierra un grito libertario antiestatal en la esencia de su práctica. El “localismo” es la forma en la que grupos de surfistas establecen la exclusividad de acceso a zonas específicas de la playa o del mar contra la intrusión de extranjeros, desprevenidos, turistas, negros. En las costas de California o Panamá, aquellas áreas en los que rompen las olas son propiedad de estos chicos, sino legal, de hecho. Como aclara Kristian Ohnstad Folmo, uno de los tantos estudiantes brillantes con los que uno se cruza en la vida, localismo es, según Usher y Gómez, “la expresión de territorialidad de surfistas locales sobre un ‘surf break’”. Como la propiedad del capital, esta propiedad sobre la ola se define en tres tiempos: una latente, marcada por la mirada y los gestos, que debería dejar en claro quién entra y quién no, pero también por la infraestructura que hace más o menos accesible un área. Si eso no alcanza, la defensa pasa a la violencia extrema para controlar el acceso a determinadas áreas en la playa o dentro del mar. La cultura localista del surf es una apropiación violenta de un espacio público en el extremo opuesto al potrero, donde espacios mucho más reducidos se negocian a cada segundo desde tiempos inmemoriales. La tercera etapa es justificar discursivamente esa violencia. El localismo se incrementa frente al avance del turismo de masas y la denuncia contra los recién venidos quienes, como los negros con el parquet, no respetan la etiqueta del deporte, no esperan en fila, se suben a una ola sin ver quién está antes, ignoran derechos. El localismo crece en la medida que el turismo de masas amenaza la exclusividad de ciertas zonas. Ningún surfista ha invertido capital en crear las olas, pero la expulsión de otros de ese espacio requiere de una jerga que justifique la apropiación. “Prioridad”, “line up” “drop in” y “snaking” son los códigos que, en la extrañeza de un deporte ajeno, se corresponden con el imaginario de una libertad individual que siempre es de grupo y está en conflicto con el bien común.

Los cabecitas negras no hacían asado con el parquet, no todos los domingos. Pero el estereotipo evidenciaba el rápido acceso de las clases trabajadoras a bienes y servicios antes considerados propios de la clase media

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El pánfilo que marchó a la playa con su tablita en medio de la pandemia no es necesariamente el portador sano de todo este bagaje, aunque eso no sea descartable. Pero la reacción iracunda contra su indisciplina permitía, como contra los rugbiers, metaforizar en los márgenes lo que se problematiza en el centro: la relación entre violencia, dinero y bien común. Segundos después, para cuando llegó Rocca con sus despidos, el país había culminado un ciclo que lo devolvía al punto de partida pero en proporciones distintas a la original: un espacio público dividido entre quienes creen que la causa nacional habilita medidas extraordinarias para evitar el sufrimiento de grupos vulnerables y los que consideran que esta situación extraordinaria es una oportunidad más por precisar relaciones más rígidas y necesarias entre pensamiento social y lógica económica.

“Cada sociedad humana debe justificar sus desigualdades. Se necesita encontrarles razones, sin las cuales todo el edificio político y social amenaza con derrumbarse.” La aseveración de Thomas Piketty será una de las más citadas de Capital e ideología (no sólo porque está en la primera de 1104 páginas. El libro -hasta la mitad al cierre de esta nota- es imperfecto en el mejor sentido. Divaga y establece relaciones imprevistas entre fenómenos inconexos. Más disperso que su precuela, El capital en el siglo XXI y, justo por eso, mucho más interesante), sino porque por arriba de los debates epidemiológicos que seguirán su curso, ese es el tembladeral real del que hablan los que hablan de otra cosa.

Al final del camino, cuando se cuenten los muertos y se cierre la persiana, la Argentina saldrá de la pandemia infinitamente más pobre y desigual que cuando entró. Pero es probable que también salga con más recursos políticos que antes para discutir cómo enfrentar ese cataclismo. Es lo que se llama una paradoja. Madrugada temible del 18 de enero, voy a evocarte, para que de tus patadas borrosas en un video de seguridad surjan las claves de lo que vendrá. Quizás como pocas veces en la vida cotidiana, el tiempo DV, con sus controles y sus resultados que dependen mucho de la voluntad de los individuos asociados a un objetivo común, pone en evidencia lo que el liberalismo mezquinó durante el siglo XX: que la libertad es un proyecto colectivo y social, y que los grupos vulnerables y postergados tienen derechos y requieren de protecciones adicionales como grupo, más allá de sus virtudes o carencias como individuos, para que en una sociedad sus miembros puedan sentirse libres.

El gran miedo al GPS me lo paso un poco por el orto la verdad. ¿Van a poder monitorear los blogs mejor? ¿A quién le importa? ¿Van a controlar más y mejor a los pobres? ¿Quién los va a controlar?

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La radicalización es también arrinconamiento, parte de ese cambio en las reglas de juego. Cuando Macri decide sumar fuerzas en el mismo espacio de Darío Lopérfido no está simplemente bajando del 40 al 1 por ciento de audiencia. En esa atmósfera, donde Rocca es una víctima y Braian un usurero, se respira el aire del día después, en el que una minoría restauradora y enorme (¿20 por ciento de la población? ¿30? ¿35?) buscará la crisis que le dé oxígeno para más. La política es de mecha corta. Un gobierno normal enfrenta una crisis por día y crea otra, día por medio. En una pandemia, el abismo es la condición de ser de cada mañana. Se trata de entender, en el sentido más espantoso de la expresión, que cada crisis es una oportunidad. Vista así, la apuesta por el extremo no es más irracional que las decisiones cotidianas en la mesa de un fondo de inversión.

Quien más necesitará de la aparición cotidiana de un Rocca y un Lopérfido y un surfista será Alberto Fernández, porque frente a la barbarie del capital, la reforma social se despliega en todo su esplendor. Por entre sus equívocos jacobinos y sus caricaturas amaneradas por propios y extraños, el populismo aparece en su esencia como una alianza multiclases y conciliadora que busca mejores formas de inserción para los excluidos en el régimen vigente. La moderación de sus objetivos igualitarios resalta los colores recalcitrantes de quienes se resisten y entonces Alberto Fernández aparece, por un instante, como el padre protector. En los ’50, la sociología funcionalista describía con horror al populismo como un fenómeno moderno en el que un demagogo le ofrecía una protección paternalista a las masas desorientadas a cambio de su libertad. Los que miraron con más simpatía a estos “nacionalismos populares” criticaron aquella aproximación porque reducía procesos complejos de identificación política a una supuesta vulnerabilidad psicológica de los de abajo. A las vueltas de la vida, resulta que la protección simbólica sí estaba en el centro del populismo y que ese no sólo no era su problema sino su mayor virtud. Si en medio de tanto psicópata suelto, una figura protectora puede inspirar un mínimo de tranquilidad y confianza entre los más castigados para navegar a contracorriente las narrativas del fin del mundo y la imposibilidad de cambio, el peronismo habrá incorporado su verdad número 21 con la suficiente potencia como para borrar las 20 anteriores.

Esa no es la única discusión real, pero es la única que importa. El resto sobra. El crecimiento económico o el decrecimiento o la interconectividad o el control total de un Estado feroz. O los filósofos, que resultaron ser tan insalvables como los economistas a la hora de transformar una forma de reflexión en un gesto consternado y solemne. Falta que la próxima crisis mundial ponga en el centro de la escena a los arquitectos y nos morimos todos pomposos. Nada, qué sé yo. Zizek. Agamben (salvemos de esto a Alain Badiou, el único que aún piensa con el corazón). No es que esté mal lo que dicen, el Estado tecno-autoritario, tremendo fantasma, la verdad. No digo que no sea revelador, pero a la gente la tienen chupando pija a piedrazos desde hace un par de siglos. Millones y millones de personas lidian todos los días entre distintas opciones con tecnología de baja intensidad que separan la vida de la muerte y que incluyen la desnutrición, los crímenes de las fuerzas de seguridad, la falta de movilidad social y los narcos, la inexistencia de la cultura del trabajo y del trabajo desde hace generaciones, el abuso de poder de los que pueden algo de todo esto a cambio de algo que siempre es más, y los psicópatas de turno que te pulverizan de terror jurándote que fue tu culpa no haber pensado a tiempo en poner una cervecería artesanal. Millones de personas pasan horas de su vida combinando dosis desparejas de todo lo anterior. El gran miedo al GPS me lo paso un poco por el orto la verdad. ¿Van a poder monitorear los blogs mejor? ¿A quién le importa? ¿Van a controlar más y mejor a los pobres? ¿Quién los va a controlar? ¿Cuánto más o cuánto mejor que lo que ya lo hacen? No es que estábamos a punto de conquistar la libertad para todos y todas y todes justo cuando el tipo de Google le mandó un sobre con todos los datos de todo el planeta al policía malo y nos cagó la fiesta.

No digo que no importe, ni que las ideas y los regímenes no se correspondan con las condiciones materiales que están cambiando de cuajo en estas horas. Pero primero: buena parte de las transformaciones que están descubriendo los filósofos ahora que pusieron internet en la oficina empezaron a tomar forma desde la mañana del 11 de setiembre de 2001 y con la sanción del Patriotic Act que habilitó en Estados Unidos (y legitimó en el resto del planeta) una idea de libertad basada en su cercenamiento y en una intervención al mismo tiempo quirúrgica y masiva sobre la vida privada de las personas. El presidente de Estados Unidos tiene autoridad legal para ordenar la ejecución de un ciudadano de su país en cualquier lugar de la tierra sin consulta parlamentaria ni aprobación judicial previa (existen dos sistemas de revisión posterior, lo que tratándose de ejecuciones sumarias, no deja de ser irónico). La tecnología permite transformar esa atribución presidencial en un acto efectivo en unos pocos segundos en cualquier lugar de la tierra y, literalmente, afuera de ella. ¿Cuánto peor va a ser que sepan tu dirección de email y tu marca de cosméticos preferida?

Ningún surfista ha invertido capital en crear las olas, pero la expulsión de otros de ese espacio requiere de una jerga que justifique la apropiación. “Prioridad”, “line up” “drop in” y “snaking” son los códigos

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Segundo: Las transformaciones legales que se avecinen serán, más que nada, una revelación que pondrá en otro espacio del régimen algo que ya existe como columna vertebral del mismo. Es como los que sólo se comunicaban por sistemas encriptados para que el poder no los controle y 10 años después se vinieron a enterar que el dueño de la mayor compañía de encriptados de la tierra era la CIA. ¿Qué imaginaban, por Dios? ¿A un agente de inteligencia resignado a respetar el contrato entre privados, rendido ante la imposibilidad de poder hacer su trabajo? “Me encantaría sabotear a estos activistas ambientales que quieren frenar la mayor inversión petrolera del futuro, pero lamentablemente se comunican por WhatsApp y tienen un servicio de encriptado adicional con la cuota al día. Estoy atado de pies y manos”. La CIA tiene acceso a buena parte de las comunicaciones encriptadas porque las posee. Como la muerte en cámara lenta de Estados Unidos y la presencia dominante de China en el mundo, la historia nos persigue desde atrás, el futuro siempre está en marcha desde mucho antes de que nos enteremos. Todo lo novedoso es bien viejo.

Y tercero: cualquiera que hable de las tecnologías del poder y el disciplinamiento de los cuerpos y la pesada jerga que nos dejó la lectura apurada de apuntes mal fotocopiados, debería saber también que todo régimen funciona en múltiples velocidades, que el desarrollo desigual que Trotsky vio como cualidad intrínseca de Rusia es en realidad condición esencial de una formación histórica dada. En la Argentina de hoy, las enormes energías destinadas a evitar una sociedad más justa se gastan sobre todo en violencia física, atropellos de derechos, especulación inmobiliaria, engaño político y hegemonía de barrio y mil formas más de mantener a tiro a las masas. Mientas el Financial Times especula en sus editoriales con una forma de controlar un proceso redistributivo que imagina desbordado, los empresarios argentinos, en una matriz telúrica, apuestan a ser el último bastión de la razón y la fuerza, en lo que Verónica Torras llama una desigualdad vigilada, custodiada a palos, garitas, drones, localizaciones y discursos.

Entonces, si todo esto tiene algo de cierto, quizás estas transformaciones del estado proto-tecno-capilar-autoritario sean ciertas. Pero lo mejor es concentrarse en ver si en medio de todo esto el GPS puede usarse para que no muramos todos de sarna y discutir sin pestañear un instante cómo será la pelea por la distribución de recursos entre los que queden en pie el día después. El problema de estos días no es tanto la miopía filosófica como la ineptitud política.

No perdamos nuestra capacidad de asombro, nuestros reflejos para detectar aquello nuevo que nace de la historia. Pero tampoco nos quedemos fascinados con ese descubrimiento, obnubilados como bambis en el medio de la ruta mirando hacia adelante mientras el camión con acoplado viene desde atrás a 200 kilómetros por hora. He ahí el punto. Perdón por todo lo anterior, pero esto era lo único que tenía para decir: El tecno autoritarismo de Agambén y el totalitarismo pandémico no vendrán del despliegue estatal para evitar la muerte de millones de ciudadanos, sino justamente de quienes, desde el Estado y desde el capital, combatieron esos esfuerzos públicos solidarios y argumentaron su lucha surfista en una defensa suicida de sus privilegios, bajo una idea de libertad intrínsecamente construida en oposición al bienestar de los demás.

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Comentarios

  1. Susana

    el 08/04/2020

    Excelente. Lo que uno piensa desplegado magníficamente.

  2. Violeta

    el 08/04/2020

    Excelente reflexión, quiero leerla y releerla. Muchas gracias

  3. Pedro

    el 08/04/2020

    Buena nota. No era necesaria la imagen de “…chupando pija…..”. No me escandaliza, pero cuando como recurso es solo grosero en lugar de generar el “cross a la mandibula, no sirve.

  4. Anuel

    el 19/04/2020

    Chúpate un culo Pedro

  5. Mariana Viotti

    el 09/04/2020

    Impecablemente transmitido. Say no more.
    Gracias.

  6. Graciela

    el 10/04/2020

    La fascinación por la distribución de la torta pero los que no ven la torta dependen de que gente como el autor la vea y la cuente.

  7. Hugo Castro Fau

    el 13/04/2020

    Bravo

  8. Laura

    el 14/04/2020

    Muy bien escrito… Añadí Panamá (ntep), a mí pantalla de inicio… Saludos!!!

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