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23 de noviembre 2017

Paulina Recalde

TERCERA VUELTA EN ECUADOR

Tiempo de lectura: 6 minutos

Desde el temprano aunque resignado anuncio de Rafael Correa de que no sería nuevamente candidato a la Presidencia, Ecuador empezó a vislumbrar un período de transición. El actor político que con su liderazgo había organizado y permeado la política nacional durante una década estaba de salida pero sobre todo ya no estaba en condiciones electorales de repetir los holgados triunfos que hasta 2013 había logrado. Esto prontamente abrió la tesis de que el correísmo había llegado a su techo y sobre todo agitó los apetitos de quienes durante su mandato habían aguardado para derrotarlo. Ánimos sectoriales y personales bullían.

La oposición, incluso antes de que se definiera el candidato del oficialismo tenía claro que lo prioritario, además de acumular, era que las tesis y propuestas de Correa no volvieran a gobernar. Lenin Moreno, el candidato elegido por AP (Alianza País) como presidenciable se abrazaba a sus potentes cifras de imagen y credibilidad. En la campaña de primera vuelta daba ya señales de que no vestiría tan intensamente con el verde de su espacio político y sobre todo que promovería un nuevo tipo de liderazgo que lo diferenciara de Correa: el del diálogo, el consenso, el de la “mano tendida”. “Soy un conversador” se presentaba y el propio Correa legitimaba esta estrategia de cambio (de estilo) con continuidad programática. “Creo que se requiere un cambio de estilo. Yo soy muy vehemente, muy confrontador. Se necesita alguien que consensúe, alguien más afable como Lenín Moreno para tal vez evitar tanta división del país, tanta polarización” decía el entonces Presidente. Así fue que durante la campaña de primera vuelta Moreno dio más pistas sobre los elementos que lo diferenciarían de Correa que de sus contrincantes.

Lenin Moreno en la campaña de primera vuelta daba ya señales de que no vestiría tan intensamente con el verde de su espacio político

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Los resultados de la primera vuelta (Moreno 51,16%-Lasso 48,84%) dejaron ver que el cambio de estilo no había bastado y que la mano tendida que evitó confrontar con su adversario solo le permitió a Guillermo Lasso y su moviento CREO (Creando Oportunidades) crecer tanto como para evitar el triunfo en una sola vuelta de AP y hablar a sus anchas de que había llegado la hora de terminar con la “dictadura”. Pero también mostraron que a pesar de la renuencia de Correa a que AP tuviera vida propia y la de Lenin a agitar sus banderas por asumirlas gastadas, la “revolución ciudadana” tenía ya un voto consolidado pues en las elecciones legislativas obtuvo 74 de 137 asambleístas. El verde cobraba vida propia.

Hacia la segunda vuelta las estrategias tuvieron ajustes. Para responder a CREO el oficialismo activó todo su potencial electoral y cambió sus estrategias de comunicación; llamó banquero al banquero. Moreno ahora sí vistió de verde, habló de Revolución Ciudadana, reivindicó a quien según él había “acelerado la historia en Ecuador”, “su hermano querido”, Rafael Correa. Este por su parte intensificó presencia en territorios estratégicamente seleccionados (por su afinidad con el correismo) para hablar del legado en riesgo y de la necesidad de continuidad que estaría, según él, en buenas manos con Moreno. La insípida campaña en primera vuelta se convirtió en una verdadera batalla en segunda. El triunfo por dos puntos de Lenin Moreno para hacerse de la presidencia se constituyó en una nueva victoria de la bien ensamblada maquinaria de AP que si algo ha sabido a lo largo de 10 años es enfrentar campañas electorales.

La insípida campaña en primera vuelta se convirtió en una verdadera batalla en segunda

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El apretado resultado (signo de los procesos electorales recientes en la región) no habría despertado mayor conflictividad sin el intencionado concurso de las fuerzas políticas perdedoras y algunos medios de comunicación privados que tejieron la trama para que la tesis de fraude sonara por varios días después del ballotage.

Esta trama fue la que sirvió de base para que algunos analistas hablaran de un triunfo frágil y que el actual Presidente en sus gestos iniciales diera señales de concordar con ellos. La presunta debilidad junto a la extendida tesis de polarización en el país (no suficiente, ni rigurosamente explorada aún) se han constituido en el punto de partida para que el Presidente Moreno defienda con más énfasis que en sus discursos de campaña la necesidad del más amplio y diverso diálogo, de una suerte de consenso nacional ya no solo para tender puentes sino para salvar a la Patria. La vehemencia de Correa se convirtió en el discurso de Moreno en el autoritarismo del gobierno saliente, las denuncias de corrupción contra el oficialismo devinieron en el más certero paraguas para marcar una frontera insalvable con el período presidencial anterior. Según el discurso del oficialismo la frontera no es política o ideológica sino ética. Vienen a sanear lo corrupto. El pase gol quizás lo dio el propio Correa por no haber actuado oportunamente frente a las denuncias de corrupción que surgieron durante su mandato y sobre todo cuando procuró con insistencia que Jorge Glas (la figura más vulnerable en este sentido) fuera el candidato a la Vicepresidencia. Quería asegurar a un leal en el gobierno, quizás porque sabía que con su salida se despertaría con fuerza incluso entre los cercanos el deseo de su no retorno pero lo ubicó en el peor lugar para defenderse y demostrar la inocencia que hasta ahora cuando el Vicepresidente está en prisión defiende tan enfáticamente.

La presunta debilidad junto a la extendida tesis de polarización en el país (no suficiente, ni rigurosamente explorada aún) se han constituido en el punto de partida para que el Presidente Moreno defienda con más énfasis que en sus discursos de campaña la necesidad del más amplio y diverso diálogo

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Así, la llamada década ganada, la mesa servida en términos económicos de la que habló Correa al salir e incluso las obras orgullo del periodo anterior han sido todas puestas bajo sospecha por el actual régimen. En una evidente puesta en escena el gobierno ha tensado los escenarios para poner al correismo y anticorreismo como elementos dirimentes. Su anuncio de revolucionar la revolución, salvo por ciertos gestos de acercamiento a movimientos sociales, más que tener un relato propio que se decanta en medidas es por ahora sobre toda una invitación a descorreizar el gobierno de AP e incluso a arrinconar al movimiento si fuera preciso para cumplir con este fin. Esta intención de descorreización no puede explicarse solamente en la necesidad de diferenciarse en el estilo de liderazgo sino sobre todo en su necesidad de construir su propia incidencia institucional y músculo político. Para ello apuesta por un consenso con actores políticos y económicos que a cambio le garantizarían cierta gobernabilidad. Se trata de figuras que no solamente se habían constituido históricamente como antagonistas de la llamada revolución ciudadana (propietarios de medios de comunicación privados, empresarios, banqueros, ex candidatos a la Presidencia, autoridades locales) sino que incluso en campaña electoral habían descalificado a Moreno como candidato y desconocido luego como Presidente. La invitación al diálogo, las fotos en las que posan juntos se sabe que no bastan para que las posiciones se acerquen, pues en política no se reconcilian actores sino que se comparten o no disputas. La otrora oposición lo ha entendido y ahora sin mayor reserva, apoya públicamente la Consulta Popular de Moreno, tanto que el propio Guillermo Lasso ha hablado de ella como “nuestra consulta”. La asumen como suya porque el plato principal para ellos es la eliminación de la postulación indefinida con la que se cierra la posibilidad de retorno de Correa a la Presidencia.

Mientras tanto, el proyecto de Moreno sigue en construcción y disputa pues hasta ahora las únicas señales que tiene el país son las medidas económicas anunciadas semanas atrás (las primeras y únicas en 6 meses) que prontamente han recibido la protestas de cámaras, gremios y actores políticos de la otrora oposición por considerarlas estatistas. Sin embargo no disparan sus dardos contra el Presidente sino contra su equipo económico, al que ubican como herencia del correísmo. Ellos saben que deben mantenerse cerca del mandatario “conversador” al menos hasta la Consulta Popular porque identifican en ella la vía para sacar a Correa definitivamente del paso y reforzar el relato que hasta ahora han forjado: si Moreno llegó sin suficiente fuerza y legitimidad en el ballotage, el referéndum se convierte en una tercera vuelta en la que con su cobijo estas dos vendrán pero con su signo. Moreno que parece quererlos cerca, en un evento con empresarios, cámaras y gremios (el lanzamiento del Plan Ecuador 2030) les ha hecho un guiño diciendo que tiene objeciones a su propio plan económico y la incógnita sobre el signo de su gobierno ha vuelto a gravitar.

Su anuncio de revolucionar la revolución, salvo por ciertos gestos de acercamiento a movimientos sociales, más que tener un relato propio que se decanta en medidas es por ahora sobre toda una invitación a descorreizar el gobierno de AP

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No obstante estas cercanías, Moreno ha dado también recientes señales de querer mantenerse bajo el membrete de AP, pues una campaña electoral requiere de un movimiento político registrado, con bases, estructura y reconocimiento de la población (28% declara espontáneamente afinidad con PAIS). Apela a recuperar el rumbo perdido de la Revolución ciudadana de la mano de varios cuadros históricos que en su momento habían marcado distancias y diferencias con Correa, que ahora han vuelto al gobierno y que por ahora son una suerte de garantía de su posible signo de izquierda. El movimiento político, sin embargo, no se allana completamente y hay varios cuadros fuera del gobierno que consideran a la Consulta Popular como tramposa y puerta de entrada al desmantelamiento del proyecto. El movimiento político gobernante vive entonces un momento de profundas fisuras en el que dos bandos no reconocen siquiera a la misma directiva y operan diferenciadamente en el Legislativo. Los medios lo han simplificado como correistas y leninistas. Sin embargo, por los claroscuros que hemos descrito, el leninismo está lejos aún de tener un relato definido. Sería más claro hablar de un correísmo, ahora sin el vigoroso poder de antaño, que sigue funcionando como eje para la toma de posiciones. En torno a él están en disputa dos discursos igual de incapaces por ahora de leer nuevos tiempos y de forjar horizontes: el que le atribuye solo las transformaciones en el pasado sin atenta lectura de los espacios que cerró y de la herida que provocó la corrupción en sus espacios de gestión, y el que las diluye haciendo de la vendetta su trinchera. La transición continúa y una tercera vuelta, sin urnas, se libra en Ecuador.

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