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25 de noviembre 2019

Alejandro Galliano

TODOS SOMOS NEOLIBERALES

Tiempo de lectura: 8 minutos

Mientras seguía el lema “Neoliberalismo Nunca Más” que acompañó tanto a las manifestaciones de Chile como a la derrota del macrismo, se me ocurrió hojear un ejemplar de la revista Revolver que compré en 1995. Allí me encontré con el siguiente párrafo generacional: “los que miramos cómo el marketing se convirtió en la octava maravilla, los que militamos la marihuana sin saber por qué, los que comemos en McDonald’s, los que miramos MTV, los que vivimos la época de oro de nuestra vida de la mano de Menem”, y caí en la cuenta de que, pese a mi marxismo y mi familia obrera del conurbano, yo también fui un muchacho neoliberal. El tema es qué hacer con eso ahora.

Populismo y neoliberalismo son dos términos que parecen competir por explicar casi todo lo que ocurre sobre la faz de la Tierra. Gran parte de esa inflación conceptual se debe al inevitable revoleo de epítetos al que se reduce buena parte de la actual conversación pública de masas. Otro motivo puede ser que realmente ambos conceptos abarquen gran parte de la actividad humana. La conclusión del último Laclau es que, en definitiva, es muy difícil hacer política sin hacer populismo, al menos en los términos en los que él lo entendía. De igual manera, podemos concluir que, luego de 40 años, el neoliberalismo ya no es solo una ideología ni una política económica sino un estilo de vida que nos atraviesa a todos.

Del liberalismo al neoliberalismo

Tanto se ha escrito sobre el liberalismo que resumir su historia en un par de párrafos parece una falta de respeto. Pero es necesario para distinguirlo del neoliberalismo. La primera generación de liberales, John Locke, Adam Smith, David Ricardo, etc, murió sin escuchar la palabra “liberalismo”, surgida mucho después en España. Para estos padres fundadores, el ser humano nace con atributos (sociabilidad, egoísmo) y derechos (libertad, propiedad). La mejor sociedad es la que despeja el camino para que esa naturaleza humana circule libre y se ordene sola, sin más restricciones que las indispensables. Esta doctrina fue el paradigma dominante en la lucha contra el conservadurismo hasta mediados del siglo XIX.

Una segunda generación de liberales llegaría con el utilitarismo. Tanto en filosofía política, con Bentham y Stuart Mill, como en economía, con la escuela marginalista de Jevons, Walras y Menger, el liberalismo simplificó sus premisas: la sociedad dejó de leerse en clases y pasó a ser una agregación de individuos; y cada individuo, un ser racional que toma decisiones buscando el menor displacer. La democracia se redujo a sufragio y representación; la economía, a oferta, demanda y precio de equilibrio.  

Para los neoliberales el mercado ya no era una institución natural que brotaba espontáneamente de la conducta humana, sino un artificio que debía imponerse a fuerza de leyes y reformas hasta moldear la conducta humana.

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Es en la rama austríaca de la escuela marginalista que brotarán los retoños del neoliberalismo. Críticos de la rigidez matemática y el afán de equilibrio de la ortodoxia, Hayek, Mises y Schumpeter optaron por enfatizar la libertad de la incertidumbre y la creatividad empresaria. Entretanto, sufrieron un ataque de siglo XX: sindicatos, guerras mundiales, burocracias, leyes sociales, comunismo, fascismo. En 1938 un puñado de inconformistas se reunió en el Coloquio Lippmann de París y el alemán Alexander Rüstow sugirió el término “neoliberalismo” para un liberalismo de batalla en medio de ese entorno hostil. Para los neoliberales el mercado ya no era una institución natural que brotaba espontáneamente de la conducta humana, sino un artificio que debía imponerse a fuerza de leyes y reformas hasta moldear la conducta humana. 

Luego de la guerra, la guardia austríaca radicalizó el mensaje en Mont Saint Pelerin. Desde entonces el neoliberalismo libró una guerrilla intelectual contra el orden de posguerra, con pequeños cenáculos de adoctrinamiento, fe mesiánica en unas ideas cada vez más simplificadas y francotiradores como Milton Friedman o Ayn Rand. Pero no fue hasta la crisis del fordismo a los dos lados de la cortina de hierro que el neoliberalismo pudo gobernar al mundo.

Los tres neoliberalismos

Como modelo económico y social, el neoliberalismo conoció tres versiones. La primera de ellas es la de Reagan, Thatcher y Deng entre fines de los ‘70 y principios de los ‘80, más allá de algunos experimentos previos en Chile y Nueva Zelanda. Esencialmente destructivo, este neoliberalismo 1.0 se dedicó a desinstalar las principales instituciones de la sociedad fordista: desregular mercados, achicar el Estado, quebrar sindicatos, deslocalizar empresas y, en el caso chino, desmontar las comunas rurales. En la dura tarea de construir al artificio del mercado, obró por ensayo y error, y se hibridó con formas sociales previas, como el militarismo o el conservadurismo cultural. En Argentina este neoliberalismo fue el proyecto inconcluso de la dictadura de 1976, que desreguló las finanzas sin privatizar una sola empresa pública y diezmó a la dirigencia obrera sin tocar la legislación laboral peronista. 

Las crisis de fines de los ‘80 (el lunes negro de Wall Street, las hiperinflaciones latinoamericanas y la caída del comunismo) dieron lugar a una nueva versión del neoliberalismo. Ésta combinó la desregulación económica de los ‘80 con la incorporación domesticada de la contracultura de los ‘60-’70. Globalización financiera y multiculturalismo, posmodernismo para todos e incluso un rincón para celebrar al zapatismo o el 150 aniversario del Manifiesto comunista en 1998.

Si bien los rostros del neoliberalismo 2.0 fueron Bill Clinton y Tony Blair, la combinación de políticas económicas ortodoxas con apertura cultural tenía portentos europeos como François Mitterrand y Felipe González. Hasta una figura tan anticuada como Carlos Menem pudo reducir violentamente el Estado mientras le daba personería jurídica a la Comunidad Homosexual Argentina. Con todo, la patria de esta nueva sociedad líquida fue la Costa Oeste norteamericana, en donde se alternaron y convivieron el complejo industrial militar, la multiversity  de Berkeley, el hippismo y la condensación de todo ello en Silicon Valley. La nueva sensibilidad capitalista se cocinó entre discursos de Gates y Jobs, oficinas con canchas de ping pong, MTV y ejemplares de Wired. O de la revista Revolver.

La crisis de 2008 terminó de derribar al neoliberalismo 2.0 y dio lugar al orden actual, todavía en construcción. Desglobalización, relativización del Estado de derecho y reacción contra el pluralismo cultural de los ‘90.

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A principios del nuevo siglo ese mundo se endureció. Entre la crisis de las puntocom y los atentados a las Torres Gemelas, las empresas digitales se concentraron y pusieron su tecnología al servicio del giro securitario de los estados. La crisis de 2008 terminó de derribar al neoliberalismo 2.0 y dio lugar al orden actual, todavía en construcción. Desglobalización, relativización del Estado de derecho y reacción contra el pluralismo cultural de los ‘90. Estaríamos tentados de no llamar neoliberalismo a esto si no fuera porque el ataque contra los restos del Estado de Bienestar y la redistribución regresiva del ingreso siguen allí.

El neoliberalismo 3.0 siente que el mundo se acaba y no tiene sonrisas ni paciencia para filósofos franceses. En esta hora agónica vuelven los fantasmas del neoliberalismo 1.0: Reagan, Thatcher y Deng retornan como modelos (o contramodelos idealizados) de la revolución conservadora que pretenden encarnar Trump, Johnson y Xi. Aquí abajo, no faltaron quienes hablaran de un “retorno de los ’90” con Macri o un posible “neomenemismo” de Alberto Fernández.

La esperanza de Foucault

Fue en el alba del neoliberalismo 1.0, durante el invierno de 1979, cuando Michel Foucault ponderó a los nuevos tiempos como una oportunidad de emancipación. En su curso del Collège de France, Foucault hizo una genealogía del pensamiento neoliberal y vio en él la posibilidad de una subjetividad más libre. Teniendo en cuenta que el poder es ubicuo y es inútil rebelarse, Foucault valoró el mayor margen de autonomía personal que brindaba la gobernabilidad neoliberal para la experimentación y las minorías, en contraste con el estatismo del siglo XX. La obra tardía de Foucault, abocada a las tecnologías del yo y el cuidado de sí, está en línea directa con esta valoración. Levemente entusiasmado con la presidencia de Giscard-d’Estaing (1976-1981), Foucault partía de la discutible premisa de que el mercado es más pluralista que el Estado y confiaba en una gobernanza más laxa y enfocada en la sociedad civil. Ese futuro llegó hace rato pero no como él lo esperaba.

El retorno a la sociedad industrial-patriarcal de Ford y Perón es imposible. Llámese anomia o desterritorialización, la diversidad sexual y la internet vinieron en el mismo paquete que la desregulación laboral y financiera. 

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Cuarenta años después, el artificio del mercado fue hecho y rehecho hasta mercantilizar hasta nuestros datos. Y aquella promesa de autonomía se cumplió sólo marginalmente: algunas minorías ampliaron sus libertades pero gran parte de ello quedó encorsetado en políticas de austeridad y precarización.  Mientras tanto la desigualdad, la intemperie social, el estrés y la desazón generaron una justificada disconformidad contra el neoliberalismo. También la actual crisis climática parece responsabilidad de una gestión del mundo que no puso ningún límite al lucro.

 Sin embargo, ya llevamos cuarenta años de vida neoliberal, cuarenta años de commoditización de nuestro ocio, nuestros gustos y nuestra sensibilidad. El retorno a la sociedad industrial-patriarcal de Ford y Perón es imposible. Llámese anomia o desterritorialización, la diversidad sexual y la internet vinieron en el mismo paquete que la desregulación laboral y financiera. 

Heridas sin cuerpo

¿Significa esto que debemos capitular, que no hay salida? No, significa que nuestra sensibilidad neoliberal deben ser el punto de partida de la resistencia al neoliberalismo 3.0  El neoliberalismo resultó excesivo hasta para el propio capitalismo. Nos hicieron neoliberales y no saben cómo gobernarnos. Sin familia nuclear, empleo estable ni identidades masivas, la gobernanza del mundo se debate entre el nuevo soberanismo de la galaxia Bannon, las cruzadas integristas y el capitalismo de vigilancia de China y Silicon Valley. En todos los casos, el individuo queda reducido a condiciones preliberales a cambio de un cotillón de siglo XX: calles limpias, dirigentes viriles,  obreros de bigote y overol con mujer e hijos.

Es aquí en donde la frustrada esperanza de Foucault recupera vitalidad: movilicemos por izquierda esa subjetividad neoliberal que pudo ser y todavía late dentro nuestro. El intento de transformar a cada uno de nosotros en un empresario de sí mismo chocó con la imposibilidad de ampliar el mercado para todos. Los nuevos sujetos neoliberales terminamos reagrupados y movilizados como “planeros”, “feminazis”, “villeros”, flashmobs, etc. Las que creíamos nuestras heridas resultaron ser nuestro cuerpo. Tiene razón Diego Sztulwark cuando en La ofensiva sensibledice que somos el síntoma que el neoliberalismo busca negar. Pero el síntoma es parte del mal, neoliberalismo y antineoliberalismo están hechos con la misma sustancia, concepto que un spinoziano como Sztulwark apreciará.

Branko Milanovic dice que la mercantilización ya llegó hasta el fondo de nuestro ser. Fernand Braudel señaló hace años que el capitalismo abomina del mercado. Hoy somos todos manteros de nosotros mismos, y el mercado (el real: las Saladas de nuestra vida) terminó siendo el lugar en donde nos reunimos para obstaculizar al capitalismo. Como el judoka, podemos usar la fuerza del enemigo a favor nuestro 

Nos hicieron neoliberales y no saben cómo gobernarnos. Sin familia nuclear, empleo estable ni identidades masivas, la gobernanza del mundo se debate entre el nuevo soberanismo de la galaxia Bannon, las cruzadas integristas y el capitalismo de vigilancia de China y Silicon Valley.

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No se trata de reivindicar una multitud   amorfa y espontánea, tampoco de esperar que el “eslabonamiento de demandas” resuelva todo, cuando el significante vacío puede llenarse con lo peor. Se trata de pensar una estrategia ante el Capital y el Estado a partir de lo que ya somos y no de lo que queremos volver a ser. Ante el Capital, propuestas como la de Hernán Vanoli de confiar en la movilización por las marcas para enfrentar a las plataformas son un ejemplo de la diversidad de tácticas disponibles: “En el capitalismo tardío administrado y vigilado por algoritmos, las marcas ya no desean parecerse a dispositivos de manipulación colectiva o partidos políticos sino que, imitando a los movimientos sociales o los sindicatos de ciudadanos, nos convocan a tener una misión (…) proponen proyectos éticos-políticos que pueden alcanzar ribetes trascendentes sobre la base de prácticas cotidianas”.

 Ante el Estado, una forma inteligente de pararnos frente a un nuevo gobierno que deberá gestionar una crisis con una manta muy corta implica, por ejemplo, renunciar a una agenda paleoindustrial inviable o con un costo altísimo (vg. pleno empleo a cambio de precarización) y pensar otra para la sociedad deshilachada y deseante que ya somos (más asignaciones y servicios públicos, buena alimentación, formas de distribuir las rentas inmobiliaria, digital, natural, etc). 

Seamos lo que hacemos con lo que el neoliberalismo hizo de nosotros. O no seremos nada.

Imágenes:Ben Zank

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Comentarios

  1. Ana

    el 25/11/2019

    Excelente analisis
    Se verá, como siempre, cómo ponerlo en marcha.

  2. Victoria

    el 26/11/2019

    Excelente!

  3. Francisco

    el 26/11/2019

    Buena alimentación, serv. públicos, distrib. de renta, etc… pero trabajo “como sea” no asignaciones. Por mas malo el trabajo “significa”, la limosna no.

  4. Alfredo Soland

    el 26/11/2019

    Qué buen artículo, muchas gracias.

  5. Maria

    el 30/11/2019

    Muy bueno

  6. Marcelo

    el 03/12/2019

    Qué bueno!!

  7. Rogelio

    el 09/12/2019

    Reducción de la jornada de trabajo y racionalización del consumo

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