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03 de marzo 2014

 Martín Baña

Historiador.

UCRANIA ES EL MEDIO Y RUSIA ES EL FIN

Tiempo de lectura: 5 minutos

 

Como sabemos, en Ucrania el parlamento destituyó en febrero al presidente constitucional Víktor Yanukovich como resultado de una notable movilización popular concentrada en la plaza Maidan. Más allá del desencadenante principal (el trunco acercamiento a la Unión Europea) lo que se escondía detrás de tamaña movilización eran los efectos del fin de la experiencia soviética. Al caer la URSS, las elites dominantes de las diferentes repúblicas se apresuraron a mantener sus posiciones privilegiadas y se repartieron el botín estatal. De ese modo, en países como Ucrania no hubo una consolidación de un estado-nación sino más bien la proliferación de un feudo que quedó en manos de los antiguos miembros del partido y gerentes de la economía, ahora reconvertidos en príncipes capitalistas. La sensación de haber cambiado un sistema con miles de errores (capaz de garantizar cierto orden y bienestar) por un sistema abierto a la incertidumbre permanente, sumada a la barbarie neoliberal de la década que siguió a la caída y la consolidación de una mafia en el poder (de hecho, Yanukovich fue condenado dos veces) conformó una bomba letal que explotó con la decisión del ahora depuesto presidente. De ahí la movilización, la destitución, el gobierno provisional y el llamado a próximas elecciones en mayo que se disputarán entre una oposición reposicionada aunque fragmentada. De allí también la intervención rusa que se manifestó en los eventos de Crimea, primero a través de la presión militar y luego a través del victorioso referéndum.

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Rusia prefirió responsabilizar por los sucesos de Maidan a EEUU y Europa, acusándolos de apoyar a los nacionalistas ucranianos y de ser una amenaza para el país. Por supuesto, se vio en la obligación de intervenir en los asuntos de Ucrania. Los estados occidentales, a su vez, se apuraron en buscar explicaciones simplistas respecto de las acciones intervencionistas de Moscú, lo cual no hizo más que reforzar la posición sostenida por Putin y permitirle manejar la agenda a piacere. Todas las explicaciones vertidas desde Occidente carecen de mayor fundamento, ya sea aquellas que acentúan el apetito expansionista de Putin (y que no explican por qué Ucrania y no Moldovia), pasando por el miedo del presidente ruso a una expansión de la OTAN (que nunca existió), la prevención de enfrentamientos entre nacionalistas y pro-rusos en Crimea (que solo se desataron cuando Rusia intervino) y la protección de la población ruso parlante (que no explica por qué no lo hizo lo mismo en Asia Central, donde los derechos de los ruso parlantes están siendo violados sistemáticamente). De este modo, lo que queda en evidencia es la subestimación de Putin y los móviles de su accionar. Así, le conceden más elementos para que arme su juego a su modo.

Los ecos de la caída de la URSS todavía se hacen sentir, ya que nunca quedó resuelto el problema lo que debe ser Rusia

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Lo que está detrás del accionar de Putin pasa por más bien por dos cuestiones, vinculadas a la identidad nacional rusa y su política interna. En el primer caso es donde los ecos de la caída de la URSS todavía se hacen sentir, ya que nunca quedó resuelto el problema lo que debe ser Rusia. De acuerdo a Vera Tolz, los diferentes  posicionamientos políticos comparten el proyecto de una Rusia grande, ya sea basada en la idea  federalista de estados independientes (la antigua CEI); en la idea eslava que incluya a Rusia (la Gran Rusia), Bielorrusia (la Rusia blanca) y Ucrania (la pequeña Rusia); o en la idea ruso-parlante de una nación formada por todos aquellos desperdigados en las diferentes repúblicas soviéticas. En todos los casos, la intervención en Ucrania ayuda a responder significativamente esta cuestión, dada la importancia simbólica que la región tiene para la identidad nacional rusa ya que, entre otras cosas, Rusia se convirtió al cristianismo en Crimea, a fines del siglo X.

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En el segundo caso es donde el peso de la historia política rusa se hace evidente. Tal vez Crimea (en particular) y Ucrania (en general) aparezcan más como un medio que como un fin en sí mismo. Putin parece decidido a reforzar un régimen político de un poder personal y autoritario que al mismo tiempo fortalezca la imagen de una gran Rusia. Este es el sentido que parecen haber tenido los Juegos Olímpicos celebrados recientemente Sochi. El régimen, a su vez, se basa en cuestiones que tienen una larga tradición dentro del país, como la idea de Rusia como una civilización única que pueda contener el desmoronamiento moral de occidente y que se presente como la defensora global de los valores tradicionales (y en ese sentido apuntan muchas de sus políticas actuales, como el control del contenido de los libros de historia escolares o las políticas represivas hacia los homosexuales, por citar sólo dos casos). Al mismo tiempo, Rusia se propone como un centro de gravedad sobre el cual deben girar sus satélites. De este modo su política internacional respecto de Ucrania le sirve también para los fines domésticos: evitar una nueva plaza Maidan que se presente como una alternativa real al poder autoritario ruso. De allí se derivan la combinación desplegada de acciones físicas y psicológicas, una estrategia que el estado ruso ya había aplicado exitosamente ante los manifestantes de la plaza Bolotnaya. Así no sólo se interviene y se castiga a Ucrania sino que también se somete y se advierte a la población rusa lo que puede sucederle en caso de que siga el ejemplo ucraniano.

La apuesta de Putin es a todo o nada: su estrategia de contener a Occidente y la búsqueda permanente de enemigos lo lleva a una constante presión y movilización del país

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¿Cuáles son las consecuencias más inmediatas de todo esto, con una Crimea casi anexionada? Para Ucrania, la imposibilidad de la consolidación de un estado y el anuncio de una larga inestabilidad en la región. Para Occidente, la resignación de soportar a una Rusia que no conoce de reglas y en todo caso, en el largo plazo, la posibilidad apoyar una facción dentro de la elite rusa que deje a Putin fuera del poder. Paradójicamente, las consecuencias mayores y más extremas recaen sobre el propio régimen ruso, ya que la apuesta de Putin es a todo o nada: su estrategia de contener a Occidente y la búsqueda permanente de enemigos lo lleva a una constante presión y movilización del país que, en el momento en que no puedan ya sostenerse, conducirán a una inevitable muerte política. Cuánto tiempo llevará esto, es lo que no sabemos aún.

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