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La decisión

Hace exactamente un año, el 18 de mayo de 2019, Cristina eligió a Alberto Fernández de candidato a presidente basada en los límites y las necesidades. Mucho antes, el 28 de diciembre de 2017, el “día de los inocentes” del año de su derrota electoral contra Esteban Bullrich, Cristina había escrito un tweet en el que se definía decidida a hacer lo que hubiese que hacer para que otro presidente asumiera en el próximo mandato. ¿Qué quería decir? Que ya estaba dispuesta a no ser ella la candidata. Aquel 18 de mayo lo consumó: eligió ser la vice de su elegido. Y ese corrimiento, que para algunos era menor, se convertía en una decisión histórica por aquello que hace trascendente una decisión: cuando se arriesga algo de sí mismo.   

La candidatura de Alberto y el lanzamiento del Frente de Todos se hizo sobre una pedagogía precisa: no sólo desde la óptica kirchnerista abrirse a los que estaban “afuera” y educar la flexibilidad ideológica de los que estaban “adentro” (demasiado rígidos), sino comprender -más allá de las proporciones electorales- que había muchos más “adentros” y “afueras” en el peronismo. Gobernadores, intendentes, sindicatos, movimientos sociales, feminismos. La existencia misma del Frente de Todos y su suerte electoral mostraron la realidad de un peronismo diverso ante una sociedad diversa, que requería suturas para organizar su nueva “verdad sinfónica”. Y que reconocía explícitamente que debía desandar el camino de ruptura iniciado, sobre todo, a partir de de 2011. Es decir: el peronismo que volvió a ganar lo hizo de cara a las necesidades del país (que, en repetidas elecciones, le había dado la espalda). ¿Qué le pasó a la sociedad durante el macrismo? Todo lo social se hizo político: desde la tensión de los pañuelos hasta las movilizaciones de la CGT en reclamo de un sector (la CTEP) que no integraba su horizonte de representación. La apertura de un arco de realidades más que de ¨novedades”. ¿Cuántos conocían a Juan Grabois antes de 2016? Aparecieron “cosas” por izquierda, incluso, que el kirchnerismo no priorizó. Los años macristas no cristalizaron la hegemonía de un gobierno, pero produjeron reacciones a sus políticas (en contra y a favor) y un nuevo mapa. Diríamos (diciéndolo “rápido”) que con el Frente de Todos la sociedad no volvió al peronismo, sino el peronismo a la sociedad. La crisis económica, por supuesto, aceleró todo. Si en palabras de Rodrigo Zarazaga la base peronista permanecía fragmentada (y, por ende, diría él, su dirigencia), la crisis compactó de abajo hacia arriba: los que votaron a Macri por ganancias estaban dispuestos a votar como los que votaron a Cristina por la AUH. En palabras de Emilio Pérsico: el agua, la leche y la crema en una misma boleta.     

Pararse en esa intersección entre ser un insider y ser un outsider es un clásico de la politica argentina: Perón era General de un ejército con Partido propio y ni Alfonsín, ni Menem ni ninguno de los  Kirchner podían argumentar con verosimilitud venir desde ningún afuera

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Y funcionó. A un año de aquella decisión, el peronismo no sólo ganó las elecciones sino que licuó la crisis politica que estaba ya en incubadora y que se hubiese desatado casi con seguridad con la llegada del Covid19 en el caso que el Sillón de Rivadavia hubiese sido ocupado por algunos de los protagonistas centrales de la década anterior. Cristina entendió el agotamiento de su propio proceso y tomó la decisión contraria a la que la llevó a la derrota en el 17: de Unidad Ciudadana al Frente de Todos, de dueña del boliche a accionista mayoritaria del holding. Un kirchnerismo que reconocía sus propias fronteras y límites; y un peronismo no kirchnerista menos enamorado de sus metáforas centristas y del “orden”, amparado por un realismo real que lo terminó de acercar al sector kirchnerista. Macri en cambio se encaprichó y protagonizó una campaña unipersonal y derechista que terminó de revelar la ficción del “gobierno de coalición” y la cruda realidad de un “partido con dueño”. No quiso llevarse puesto el ajuste, y el ajuste se lo terminó llevando puesto a él. 

Hasta ahí, el inventario. Lo que sigue son algunas líneas en torno a uno de los “interrogantes” que no sólo tienen en la boca y repiten del lado de afuera del Frente de Todos muchos periodistas, analistas, empresarios y políticos (los que se preguntan por el liderazgo pendiente de Alberto y el “albertismo”), sino también muchos peronistas del adentro.

Gobernar es conducir  

Alberto parece muchas veces más cómodo en tocar con músicos ajenos que con los propios, sobre todo cuando estos tienen también responsabilidad de gestión: se sabe, en la Argentina de Alberto existe una sola clase, los que gobiernan. Y se percibe tanto en su relación con gobernadores opositores (como Rodríguez Larreta), como en la incomodidad latente que le generan las entrevistas híper complacientes de los “medios afines”. Alberto se acostumbró a lo largo de los años a jugar en cancha ajena. Una buena novedad después del festival de endogamia que fueron los años pasados, pero que abre un interrogante: ¿existirá alguna vez alguien que se proclame militante del Frente de Todos?

Las tensiones no son graves ni sobre temas centrales; son -con mucho- inferiores a las que cabría esperar en un contexto virósico y neodefaulteado como este, incluso en gobiernos hechos de menos materiales diversos que este. Sin embargo, el concepto repetido de “gobierno de coalición” -que tiene el mérito de ser excesivamente realista- cristaliza demasiado el presente y el pasado de sus integrantes: los cristinistas, los massistas, los moyanistas, los de Alberto, con sus terminales y afluentes propios. Impide aún, sin embargo, el nacimiento de una nueva identidad sincrética de esta etapa. El Covid profundiza esta tendencia al establecer un escenario en el que por primera vez el peronismo no podrá mostrar su poder en la movilización popular: la singularidad de un peronismo sin plazas y sin la coreografia del control de la calle. El presidente tuvo una sola plaza llena, la de la asunción, y despues el virus mandó a parar, lo cual en algún punto ayudó a congelar, al menos simbólicamente, las identidades previas. Esta situación tal vez favoreció el rol de manager de Alberto al interior del peronismo, que funciona hasta hoy como una suerte de técnico de la selección nacional que sabe que, eventualmente, sus jugadores después del mundial retornarán a sus equipos. Una caraterización práctica que evita el surgimiento de una nueva síntesis.

El virus propone el fin del fetiche de la política de la micro segmentación y las identidades infinitas, la crisis del comunitarismo como ideología

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Así, a la luz de los tumultos internos peronistas que la prensa ama narrar, podemos decir que todos tienen derecho a la vocación de poder, pero lo que no hay derecho es a no tenerla. Lo que sigue pendiente antes y después de la Pandemia, pero con la Pandemia sobre los hombros, es si este nuevo gobierno (y este nuevo presidente) es capaz de encarnar una agenda más profunda: social, económica e institucional. Tal vez materializar alianzas que hasta ahora forman parte de una fotogalería, como por ejemplo, la alianza con el mundo de ideas de Francisco (tierra, techo, trabajo). Hoy, con el virus recorriendo las calles argentinas, las opciones parecen resumirse en que “es eso o Milei”, dicho en extremo. No es que Alberto haya decidido una agenda “pobrista”: lo decidió una crisis y una recesión global que no se veía en el mundo hace casi 100 años. ¿Vamos a ser un merendero a cielo abierto? Tal vez sí: vamos a ser este 2020 un merendero a cielo abierto. ¿Es poco en estos días postular una suerte de “Revolución del Cuidado”, que no quiere dejar caer, que no quiere dejar morir, que quiere preservar lo que se pueda del tsunami y que no aplica un cruel darwinismo de mercado -que sobreviva el menos enfermo- sobre la salud de sus ciudadanos? ¿Qué hiciste tú durante la Pandemia, papá? Estamos viendo los cimientos éticos de presidencias y regímenes alrededor del mundo, de qué están hechos de verdad. El cinismo como estandarte y pose parece agotado: habría que preguntarle a Netflix quién mira todavía House of Cards. Con eso solo no alcanza, claro, pero sin eso no se puede.

Si hubiera algo más que decir sobre “la grieta” (y la supuesta incapacidad de superarla), es que el coronavirus nos universalizó primero y nos nacionalizó después. El virus propone el fin del fetiche de la política de la micro segmentación y las identidades infinitas, la crisis del comunitarismo como ideología. En un punto nos uniformiza en nuestra realidad biológica -las calles repletas de cuerpos anónimos y enmascarados, casi imposibles de identificar- para lo cual sólo hay soluciones sarmientinas: todos con nuestros barbijos y nuestros guardapolvos blancos. ¿Sería pensable una cuarentena solo aplicable para kirchneristas o solo para macristas? La politica, a priori, se vio obligada a salir de su propia zona de confort. El igualitarismo, sin embargo, termina ahí: podríamos decir que hace obsoleta la interna de consorcio de los sectores medios, y revela mucho más cruelmente la fractura social, que es el verdadero drama contemporáneo. En todos lados, el virus se ensaña con los más pobres y vulnerables. Una realidad estadística en estos días: negros, latinos y trabajadores en Estados Unidos, favelados en Brasil, villeros en la Argentina. La fractura a cielo abierto. Tampoco se trata de quedarse a vivir en esa constatación un tanto obvia: la pregunta que podría organizar, esta vez sí, una “Grieta con sentido” es qué hará la política con esta realidad. En términos papales, ¿muros o puentes?

¿Qué queremos decir? Que llegó la hora de saber qué haremos con esto. La política después de la pandemia es lo que hace con lo que el Covid hizo de ella. ¿Y qué hizo? Nos desplumó. Capitalismo atado con alambres, sociedad y Estado. Todos retrocedimos. Los gremios discuten despidos y rebajas. Las organizaciones sociales discuten comedores. La clase media discute alquileres. Las Pymes discuten quién paga sus sueldos. Los balcones discuten cacerolas o aplausos. Los pobres discuten que la cuarentena sea en el barrio. Como dijo un amigo: “tengo 45 años y todavía alquilo, por ahí me conviene el comunismo”. ¿Cómo se vuelve a crecer? El “vivir con lo nuestro” nunca es eterno, pero para insertarse en el mundo hay que saber antes qué es lo queda de él.

El “vivir con lo nuestro” nunca es eterno, pero para insertarse en el mundo hay que saber antes qué es lo queda de él

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La imagen de Alberto no se mide en encuestas, se mide en cosas. La gente banca a Alberto mientras Alberto banca a la gente. Lo que está pendiente es la reorganización de la sociedad y la vuelta a la economía “tras la pandemia”. Aún cuando ese enunciado (el “después de…”), esa marca de tiempo, sea tramposa, porque de lo que se trata es de amesetar casi todo, incluso el “antes y el después”. Amesetar no sólo el pico de contagios (lo principal, obviamente), sino también la salida, la reactivación, la vuelta a una normalidad de todos. Meseta después de la meseta es el plan de salida, demorar todo para que nada tenga “pico”. Esa parece ser la agenda en ausencia de otra; en este punto, nadie ni dentro ni fuera del peronismo con peso real corre a Alberto “por izquierda”: la defensa corporativa en Comodoro Py y la enunciación interminable de causas y tribunales de casación no constituye en ningún caso una agenda revolucionaria. Ricardo Jaime no es Roberto Quieto. Está pendiente construir a futuro esas líneas revolucionarias para la tormenta del mundo: qué transformaciones sociales, fiscales, urbanas, ambientales, territoriales, económicas y de todo tipo queremos. Un mundo al cual se le quemaron los papeles y todos los automatismos es un mundo que habilita el ejercicio sensato de la creatividad y la invención. Estábamos en punto muerto, hay que tratar de aprovechar el reseteo.

El peligro de ser la casta

¿Y qué pasa del otro lado? La foto final del macrismo en el poder está en el espíritu de su tramo final de campaña. De agosto a octubre de 2019. Los meses decisivos en que recorrió el país, agitó banderas argentinas, convocó a sus plazas y patentó su ceño ideológico. “No es tiempo para débiles”. Se fue cantando su Marcha. Lo que se empezó a cocinar en esos días, con el protagonismo mayor de Miguel Pichetto y Patricia Bullrich, es también un diagnóstico de su fracaso. Una radicalización y “derechización” que nació en 2018 y que es fruto de su propia impotencia. Si no pude ser mainstream, entoncés seré outsider. Un diagnóstico que tiró a la papelera de la Historia su relato gradualista. La víctima política terminó siendo la figura que casi todo el macrismo off de record amaba odiar: Marcos Peña. Veamos un tweet de Pablo Avelluto: “Autocrítica: no haber hecho más para cerrar @AgenciaTelam y la @TV_Publica, dos clubes de militantes autoritarios carísimos e incompetentes. El sesgo antidemocrático de la persona que hace de periodista supera al del ex periodista devenido funcionario.” Así las cosas, vivimos días donde la “candidata natural” del macrismo parece Patricia Bullrich. Quién iba a pensar que Obama terminaba en Bolsonaro. Pero esa decantación no es tanto un dato político como sociológico: es posible imaginar un futuro así. Un futuro que discute las chances populares de una derecha más pura y dura. Cuando al kirchnerismo se le agotaron sus tasas chinas se conoció su relato. Cuando al macrismo se le cortó el chorro de deuda se conoció el suyo. Cuando se apaga el dólar, se enciende gimonte (?).

¿Es poco en estos días postular una suerte de “Revolución del Cuidado”, que no quiere dejar caer, que no quiere dejar morir, que quiere preservar lo que se pueda del tsunami y que no aplica un cruel darwinismo de mercado sobre la salud de sus ciudadanos?

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Una de las “grandes metáforas” argentinas se repite en loop a lo largo del tiempo. El abrazo Perón y Balbín. La repiten más los peronistas, como primos mayores. La unidad de los contrarios. La celebración ecuménica repetida con la nostalgia de lo que podría haber evitado la masacre. Para un argentino no hay nada mejor que otro argentino, vino a decir Perón; y habrá que alguna vez hacer la autopsia decisiva de ese “tercer Perón”. ¿Pero qué fue eso? ¿Qué fue ese abrazo? Tal vez el abrazo entre Perón y Balbín fue más el gesto de ponerse espalda con espalda de dos viejos adversarios unidos frente a las energías que no podían controlar. Dos polos reconciliados tardíamente, con códigos de caballeros, en medio de una guerra social que les era desconocida en sus formas y lenguajes. Los políticos crean épocas, las épocas crean políticos.

La política debe evitar fosilizarse, airear para no ser llamada “casta”. La mejor política siempre está en el borde de la política, en su frontera. Y dialoga con el afuera, con la “anti política”. Los grandes ciclos se cocinaron así. Alfonsín armó su CONADEP, su Congreso Pedagógico, su ley de divorcio. Menem su Reutemann y Scioli, referentes de la sociedad de consumo que deseaba. Kirchner se arrojó a la idea de transversalidad con organismos de DDHH y movimientos sociales, que eran portadores de un relato del “problema argentino”. Pararse en esa intersección entre ser un insider y ser un outsider es un clásico de la politica argentina: Perón era General de un ejército con Partido propio y ni Alfonsín, ni Menem ni ninguno de los  Kirchner podían argumentar con verosimilitud venir desde ningún afuera. Eran siempre “los últimos de lo viejo”. El macrismo quiso ser la política de los que no les gusta la política, el pasaje de los exitosos de la economía a los asuntos públicos (aunque fue incapaz de hacer una economía para ese hombre común). Alberto tuvo su primer objetivo en reordenar la política y su “oferta”. Y vio desde el principio en esa cualidad (político profesional) también su límite: la necesidad de inundarse de “sociedad”. Alberto no reescribió su biografía, ni su sociología. Se sabe docente, de clase media, con la cultura de un peronista porteño cuyo “arco narrativo” une las mesas del café Tabac, los recitales del ND Ateneo, los oyentes de Dolina y la militancia de Pompeya. No quiso disimular su ser. A su modo, otros políticos como Massa, Cristina y Macri, al calor de la época, pusieron al borde sus biografías y gestos para no ser sólo políticos. Militancias, cualunquismos, deportes y contra corporaciones o círculos rojos, todos tensaron las formas clásicas de la política y los ritos partidarios. Alberto Fernández se maneja con naturalidad, ese es su definitivo hábitat: es indisimulablemente político. Esa solvencia la transformó en una debilidad productiva, y así, como el “docente que también aprende de sus alumnos”, desde el principio, se mostró abierto a los mundos desconocidos: la economía popular, la agenda feminista y el lenguaje inclusivo, los curas villeros y las iglesias evangélicas, las mesas contra el hambre (desde el Gringo Castro hasta Tinelli) e incluso la idea un “gobierno de científicos” y en consecuencia un consejo de asesores epidemiológos. Suena fragmentado, pero es lo que tuvo a mano mientras se reconstruye (si se puede) la economía del país. Lo pendiente, si viene, no es el desempate de virtuales internas, sino un proyecto que las supere y trascienda.   

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Comentarios

  1. Diego

    el 19/05/2020

    Increíble esfuerzo para justificar a AF y su relación amorosa e ideológica con cambiemos, su falta de plan económico real, su diálogo exclusivo con la clase media, su olvido de los pobres, su yutismo, su gorilismo tapado. Como medio independiente sería genial que pongan más huevo y menos balblabla que a esta altura ya sabemos quien gana y quien pierde con la socialdemocracia

  2. Andrés Ravina

    el 26/05/2020

    Vos sí que vas a conducir a la argentina, CFK debería haberte preguntado… Leíste en automático pensando en la lista de compras… Armá un coso y ganá un algo de votos en la argentina real hiperconsumista de los ciudadanos que pagan cualquier cosa a los formadores de precios…

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