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21 de octubre 2019

Gonzalo Sarasqueta

UN DEBATE INFLAMABLE

Tiempo de lectura: 5 minutos

El segundo debate presidencial fotocopió algunas perfomances de su predecesor, alumbró nuevas hipótesis y arrimó ciertas novedades. Como tímida sensación, podemos marcar que se profundizó la americanización del evento. ¿Qué quiere decir esto? Que se consolidó el modelo horse-race que se desarrolla en Estados Unidos: negatividad, polarización, polémica e híper-personalización. A pesar del cepo emocional que presentó la estructura de bloques cerrados, hubo intercambios de alto voltaje, teatralidad y espectáculo. ¿Cuánto impacto electoral tendrá? Depende la biblioteca que se espíe. No obstante, hay un amplio consenso académico en que este tipo de eventos comunicacionales más que convertir voluntades ajenas en propias (o a la inversa), refuerza preferencias e identidades latentes y, quizás lo más importante, encarrila a indecisos. ¿Cómo finalizó el podio? Parecido al del domingo anterior. Veamos.

En la zona franca de la grieta

José Luis Espert demostró que su nota alta del anterior examen no fue casualidad. El militante del “realismo capitalista” (Mark Fisher dixit) logró una exposición sólida, limpia de muletillas y clara. Siempre empleó el método TEP: Título (para impactar)-Explicación (para diagnosticar)-Propuesta (para solucionar). Combinó en la medida justa su perfil de economista con un lenguaje contundente. Se lo notó confiado, suelto y creativo. Quebró el sentido en más de una ocasión, como cuando les solicitó un abrazo a los aspirantes de Juntos por el Cambio y el Frente de todos. Todo un romántico .Y lo más destacable: no se conformó con ser el ballboy de la grieta. Siendo el representante con menor caudal de votos de la noche, fue por el protagonismo; a tal punto que, en varios tramos, les robó los reflectores a Mauricio Macri y Alberto Fernández. De todos modos, esta confianza no le hizo perder su norte: defender el ideario (neo)liberal para arrebatarle porotos a Macri y tentar a la Argentina punitivista para morderle votos Gómez Centurión. Para eso, incorporó un vocabulario más cortante en cuestión de seguridad, orden público y planes sociales. En la figura de Juan Grabois condensó la anomia que vive el país. Los 36 años del dirigente social quedaron pequeños para explicar un problema de dimensión estructural. Además, el estilo amenazante le quitó todo tipo de legitimidad. Una jugada de más, que, sin embargo, no opacó su exposición.  

hay un amplio consenso académico en que este tipo de eventos comunicacionales más que convertir voluntades ajenas en propias (o a la inversa), refuerza preferencias e identidades latentes y, quizás lo más importante, encarrila a indecisos

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¿Querían polarización?

Envalentonado con el baño de masas que se dio el sábado en la 9 de julio, Mauricio Macri logró encuadrar a Alberto Fernández dentro de su estrategia. Esta vez, salió en la primera jugada con los tapones de punta. No se dejó primeriar. Con una gestualidad fluida, abierta y natural, se lo advirtió encendido y a la ofensiva. Su discurso estuvo monopolizado por el antagonismo contra el kirchnerismo. Se olvidó del resto de los aspirantes al Sillón de Rivadavia, aprovechó la geografía (estaba al lado del ex jefe de gabinete) y diseñó un escenario discursivo de balotaje. Mano a mano con Fernández. Un marco dicotómico del que el ganador de las primarias nunca pudo –o quiso– salir. Desde ese rincón buscó erosionarlo con apellidos semánticamente caros para el kirchnerismo: López, Jaime y De Vido. Recurrió al framing de George Lakoff: palabras que despiertan imaginarios en nuestras mentes; en este caso, personajes públicos que traen una red de significados vinculados a la corrupción. Esta actitud lo protegió del issue más riesgoso para él: la economía. En su lugar, sacó el ingeniero de adentro y desplegó un lenguaje inventarial para repasar las obras en infraestructura que se hicieron. Cemento, cloacas y pavimento: el kit hacedor. Uno de los puntos más bajos de la noche fue su chiste celestial: “Espero estar ganándome el cielo de por vida”. Demasiado forzado. En resumen: superó su versión del 13 de octubre. 

El que se enoja, pierde

Alberto Fernández fue una mezcla de irritación, cansancio y enojo. Careció de lo que en comunicación política se denomina “disciplina dramática”: calibrar las emociones con sentido estratégico. Su temperamento lo limitó. Uno de estos descarrilamientos lo llevó a contestarle una pregunta a Espert, el candidato que menor cantidad de votos cosechó en las PASO (2,15%). De esta manera, su carácter derritió una de las reglas de hierro de un debate: nunca “apuntar” hacia abajo. Por momentos, la falacia ad hominem (atacar a la persona y no a sus razonamientos) tomó las riendas de sus presentaciones y empañó su capacidad argumentativa. ¿Su clímax? Cuando transformó su “famoso” dedo índice en una plataforma para hablar de la pobreza, la desigualdad y la inflación que deja la actual gestión. ¿Su yerro más notorio? El machismo subyacente que habitó en la frase “los padres se quedaron sin trabajo; las madres, sin comida para los hijos”. Resumiendo, dos interpretaciones. La lectura optimista podría ser “Alberto se muestra como es”. Venal, genuino y auténtico. Entre tanto mensaje prefabricado e imagen estilizada, el diferencial asomaría por la naturalidad. El lado b, por el contrario, dejaría en evidencia un verbo indómito que roza la agresividad. El tiempo (o el poder) dirá frente a qué clase de liderazgo estábamos. 

Se olvidó del resto de los aspirantes al Sillón de Rivadavia, aprovechó la geografía (estaba al lado del ex jefe de gabinete) y diseñó un escenario discursivo de balotaje. Mano a mano con Fernández.

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Menos Marx, más Capussoto

Nicolás del Caño pudo aterrizar su ethos trotskista. Por instantes, encontró en el atril la máxima de Chaïm Perelman y Lucie Olbrechts- Tyteca, autores de “Tratado de argumentación”, la biblia de la retórica moderna: el discurso se desarrolla en función de un auditorio. El referente de la izquierda estuvo más concreto, práctico y efectivo. Pensó en un destinatario más amplio. Con un repertorio lingüístico menos ideologizado, se animó a salir de su comunidad discursiva para cazar algún indeciso o escéptico perdido. Cedió en ambición, pero ganó en alcance. Su analogía más ingeniosa fue cuando comparó a Miguel Ángel Pichetto con “Micky Vainilla”. ¿Original? Sin duda. ¿Preparado? También. Aun así, el recurso del humor relaja, genera empatía y acerca un relato que, en la mayoría de las ocasiones, está más preocupado por el asalto a los cielos que por la góndola del supermercado. 

La socialdemocracia autóctona lo extrañó

Roberto Lavagnano estuvo a la altura de su CV. Plagado de lapsus, arrastres y falsos arranques, se lo percibió dubitativo. Al economista no se le identificó ningún principio rector. Su narrativa quedó atomizada en powerpoints inconclusos. Sufrió la síntesis (fueron contados los cierres redondos). Y su Comunicación No Verbal (CNV) lo complicó aun más. Al no variar la velocidad, el tono y el volumen (el llamado “sistema paralingüístico”), entró en un terreno pastoso donde su discurso se encalló y complicó la comprensión del mensaje. Para rescatar, el cierre con acento de estadista (le solicitó al resto de los candidatos un acuerdo de tres puntos de cara a lo que viene: poder parcial, diálogo y crecimiento). Y un dato no menor: tanto Fernández como Macri se referenciaron en él. Todo un lujo, teniendo en cuenta la escasez de elogios, gentilezas y solidaridades extrapartidarias de esta campaña 2019.

el recurso del humor relaja, genera empatía y acerca un relato que, en la mayoría de las ocasiones, está más preocupado por el asalto a los cielos que por la góndola del supermercado

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Retroutopías

Juan Gómez Centurión mejoró. O, mejor dicho, no empeoró. Con el mismo tono lúgubre, corrigió un poco su sistema cronémico (la administración del tiempo). El problema fue que se pasó al otro lado. Hubo temas en los que le sobraron 30 segundos: ¡dos stories de Instagram! Toda una eternidad en una época marcada por la lógica de los caracteres, la economía de la atención y la aceleración de la información. Asimismo, cayó varias veces en la argumentación circular: ofrecer la misma tesis con diferentes envoltorios. Desde el inicio advirtió: “No voy a ser políticamente correcto”. Y cumplió con su palabra. Se mantuvo dentro del perímetro de la matriz moral conservadora. Cosmovisión que, según el psicólogo norteamericano Jonathan Haidt, se sustenta principalmente en tres fundamentos: lealtad, autoridad y santidad. La nostalgia de las botas en su máximo esplendor.

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Comentarios

  1. Pedro

    el 21/10/2019

    Verbitsky viene apodando “Micky Vainillla” a Pichetto hace rato….Seguramente Del Caño lee el Cohete…

  2. Andrés MC

    el 23/10/2019

    Muy bueno este resumen también.

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