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VARGAS LLOSA Y PPK: HASTA EL LIBERALISMO, SIEMPRE

Tiempo de lectura: 5 minutos

Vargas Llosas publicó Cinco esquinas en 2016. Una novela inspirada en sus grandes enemigos y obsesiones: Sendero Luminoso y Alberto Fujimori, su gran contrincante político y literario. En esta última obra sus enemigos aparecen en sus dimensiones más brutales. Al mejor estilo de la fiesta de los dos chivos. Perú era eso: una trinchera social desquiciada, un gobierno de extorsionadores y una sociedad que en los ’90 modernizaba soterradamente sus universos culturales y sexuales. Allí se sucede una interesante trama política y cultural. Todo comienza con una extorsión a un empresario por periodistas vinculados al fujimorismo; donde se revela el hastío y miedo a lo público; encuentros sexuales entre mujeres y perros colgados en Lima por la guerrilla senderista. Todas esas imágenes se metabolizan en una ciudad en “transición”. Vargas Llosas describe una trama “posmoderna” que fue lentamente coagulando en los intersticios del mundo privado -durante el fujimorismo- y que -de alguna manera- ahora había “saltado” a lo público.

El Perú fue ganado y civilizado por lo privado derrotando así a los “poderes bestiales”. Tal como acontece en la novela y en el derrotero económico peruano de los ‘90, los empresarios (pos)modernos y liberales salen indemnes. Zafan y quedan parados. Como lo hace el economista y empresario Pedro Pablo Kuczynski (PPK) quien -luego de su paso por varios gobiernos- construye la Alianza por el Gran Cambio (2011) y enfrenta a Ollanta Humala y a Keiko Fujimori. El triunfo en las elecciones presidenciales vendrá en 2016. Enfrentará nuevamente a Keiko y la vence. Ese mismo año aparece Cinco Esquinas.

Perú era eso: una trinchera social desquiciada, un gobierno de extorsionadores y una sociedad que en los ’90 modernizaba soterradamente sus universos culturales y sexuales

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PPK no estaba solo, todo el escenario político se había modificado con la implosión del APRA de Alan García y con experiencias menores como la que llevó a Alejandro Toledo a la presidencia. PPK participaba en otra realidad. 2011 no era 2016. Conjuntamente con su partido también se presentaron una centroizquierda -dirigida por Veronika Mendoza- que pudo despegarse de cualquier universo senderista y un espacio de centro derecha conducido por Julio Guzmán que quedó fuera del último embate electoral. Estos tres dirigentes compartían una mirada relativamente común sobre las minorías sexuales, sobre los mecanismos liberales de la democracia y sobre la necesidad de expulsar al fujimorismo de la cultura política peruana. Para que no avance y tampoco vuelva. Esa era la idea.

II

PPK y Vargas Llosas fueron dos liberales agazapados esperando la oportunidad histórica y que el mercado global haga lo suyo. Fueron candidatos a presidentes. Al primero lo benefició la época y la administración de la rosca política. Jugaron en diversas canchas (uno en un partido, el otro desde una Fundación). Esperaron los “efectos de la globalización” y -de alguna manera- representaron y profundizaron la erosión del fujimorismo y del aprismo. PPK y Vargas Llosas comparten mundos culturales. Lejanos y cercanos. Allá en el pasado, el padre de PPK dirigía el leprosario San Pablo (Amazonía) donde el Che Guevara recaló y dejo testimonio en su diario. Vargas Llosas también se acercaría de otra manera al proceso dirigido -entre otros- por el guerrillero argentino. Lo hizo hasta 1971, cuando decidió sumarse a un conjunto de intelectuales que rechazaron el encarcelamiento del poeta Heberto Padilla. En ese pasado existe un roce y una lectura sobre la izquierda. PPK advertía con cierta picardía: “Yo soy un idealista, a pesar de mi apariencia financiera” (entrevista, julio 2016, BBC).

'Yo soy un idealista, a pesar de mi apariencia financiera'

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Pero ese pasado quedó como resonancia e impugnación, la cual se agudizó con la experiencia senderista y del MRTA. Se identificaron con esa tradición de liberales enemistados con los “caudillismos autoritarios y populistas” y con esa cultura “arraigada” que los reponía en el Estado. En sus categorizaciones amplias incluyeron -luego de su oposición a Cuba- a derechistas e izquierdistas. En parte porque los consideran un obstáculo a la modernización, al institucionalismo democrático y, más importante aún, al desarrollo del mercado. Se oponían al devenir de la historia. Al fujimorismo le tocó su parte. No le reconocerían la modernización autoritaria que imprimió a la sociedad, a la política y a la economía. Fue tratado como una anomalía.

De las apuestas de la experiencia senderista, encarnada en el liderazgo mesiánico de Abimael Guzmán, y de la exaltación castrense del sotto-Stato de Alberto Fujimori Vargas Llosas obtuvo los insumos para recalibrar su mirada y apuntar sobre el universo cultural peruano. En el territorio de la “cultura” y en el devenir de las “democracias” post caída de todas las revoluciones socialistas entendió que podía dar forma a su proyecto (escritural y político). Las disoluciones y desintegraciones de viejas referencias que se llevarían puesto todo, solo se desarrollaría con cierta velocidad -según su Cinco Esquinas– en el orbe privado. El problema de Vargas Llosa, como de PPK, está en el pasado que sobrevive, como  su densidad y sustancia. Tanto el torrijismo, peronismo, fujimorismo y chavismo son formas que identifican con ese pasado que llega hasta el presente. El leprosario y Cuba -como grandes metáforas- están ahí, vuelven. Se presentan a elecciones. En una última encuesta realizada por IPSOS y publicada en el diario El Comercio puede leerse que el 59 % de los peruanos está de acuerdo con un posible indulto de PPK para Fujimori por razones humanitarias. El fujimorismo está ahí. Keiko y Kenji lo recuerdan: la hija correcta y el hijo desorbitado. Pero eso no es todo. Es una referencia simbólica que puede obrar de gran texto para Vargas LLosas y como partido que posee la mayoría en el parlamento.

III

PPK se presentó como la opción cosmopolita de centro derecha. Concitó la atención con una campaña moderna y colorida, convirtiendo las burlas hacia su persona en imágenes de campaña sostenidas por el humor de un tipo de 77 años. En su libro de memorias (“El Pez en el Agua”) Vargas Llosa define la trayectoria de Kuczynski: “Pues vivir en el exilio le permitió pasar de modesto funcionario del Banco Central de Reserva del Perú a ejecutivo del First Boston, de Nueva York, en el que, luego de su gestión con Belaunde, llegó a ocupar la presidencia. En los últimos años viajaba por el mundo entero —él siempre precisaba que en aviones privados, y, si no había más remedio, en el Concorde— privatizando empresas y asesorando a gobiernos de todas las ideologías y geografías que querían saber qué era una economía de mercado y qué pasos dar para llegar a ella”.

El problema de Vargas Llosa, como de PPK, está en el pasado que sobrevive

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PPK era el peruano cosmopolita que traía la caja de herramientas necesarias para reformar la economía y la política. Había que seguir empujando a Perú y a Lima a inscribirse en los paradigmas culturales de las mega-ciudades globales. PPK era una especie de personaje literario. El viajero neoliberal. El experto. El que vio todo afuera, que trabajó en otros países y viene con el nuevo mundo en su mente. Pero a diferencia de Vargas Llosas, que ve en el fujimorismo un legado del pasado a combatir a brazo partido, PPK lo observa como posibilidad de gobernabilidad. Habrá que palanquearlo para obtener sus votos en un parlamento donde la fuerza fujimorista es mayoritaria. PPK piensa en administrar el fujimorismo y el anti-fujimorismo y obtener la adhesión de sus bases. Imagina dirigir a ciudadanos y ciudadanas que el fujimorismo empoderó con demasiada informalidad y fragmentación. Conducir esos uni-emprendedores que inició el padre de Keiko y que consolidaron los presidentes posteriores. A su vez, tiene otro requerimiento para lograr estabilidad y esto supone mantener los proyectos mineros que alientan el crecimiento estatal. Mientras PPK decidió articular la adhesión de ese “uni-emprendedurismo urbano” (muy atravesado por una intensa cultura liberal), el fujimorismo y las promesas culturales y económicas de los poderes globales para profundizar una modernización (asimétrica y desigual) en Perú; Vargas Llosa espera que sus personajes continúen empujando su utopía neoliberal. Que entren y salgan marcando sus potencialidades, sus batallas, sus dilemas. Que entren en la historia y hagan su papel. Que dejen una marca. Que esos personajes nos indiquen todo el tiempo que poseen un escritor propio. Después del poeta José Santos Chocano (1875-1934) y de José Carlos Mariátegui (1894-1930) –donde sus posiciones fueron vinculadas a dictaduras de “derechas e izquierdas”, Perú y el neoliberalismo tiene quien les escriba.

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