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27 de diciembre 2018

Leandro Mora Alfonsín

2018, EL AÑO QUE PASARON COSAS

Tiempo de lectura: 13 minutos

Así como el 2008 fue un año bisagra para el kirchnerismo, en el que la disputa de la hegemonía de los votos transmutó en un conflicto gremial patronal de escala y empezó un cambio de ciclo respecto del período 2003-2007, 2018 será la bisagra de Cambiemos. Independientemente del resultado que tenga lugar en octubre de 2019, están jugadas ciertas cartas que rompen algunos contratos básicos que el actual gobierno firmó con su electorado; no hay pobreza cero ni tendencia de ella en la cuenta de que uno de cada tres argentinos es pobre, no hay perspectiva posible de 20 años de crecimiento en el marco de dos años recesivos sobre tres gobernados, no hay revolución de la obra pública en el mantra del déficit cero y el acuerdo con el FMI, no hay reducción sencilla de la inflación en los errores no forzados de la crisis cambiaria que nos lleva a una inflación de casi 50% (la más alta desde 1992) y no hay lluvia de inversiones en un país donde la caída de los ingresos reales pisa el consumo y estrangula la rentabilidad. Hay un frente financiero cerrado a base de deuda hasta diciembre de 2019 y dientes apretados que observan el tango armónico que bailan el riesgo país y las encuestas electorales. La cuenta de la cena vendrá después y si no se hace a tiempo de buscar la billetera, los platos van a romperse antes que lavarse. Argentina es frágil ante factores exógenos que compliquen nuestro frente financiero y cambiario. Y eso será herencia.

Luego de un 2017 que se cerraba con la confianza que daban brotes verdes sobredimensionados, fueron las malas decisiones de política económica y un contexto internacional mal diagnosticado e ingenuamente apreciado los verdugos del ciclo de recuperación que asomaba. Las tensiones de base del esquema económico y social en el que la propina es el otro afloraron en una agenda que ya no podía mostrar avances de infraestructura o desaceleración inflacionaria, ni podía tapar dichas tensiones con créditos de Anses o descuentos del 50% en compras de supermercado. Sacrificio, solidaridad y paciencia como hashtags de la ausencia de amortiguadores en los volantazos de política oficial.

no hay pobreza cero ni tendencia de ella en la cuenta de que uno de cada tres argentinos es pobre, no hay perspectiva posible de 20 años de crecimiento en el marco de dos años recesivos sobre tres gobernados

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La intensidad de vivir en un país de noticias diarias, que no te suelta y en el que “se aburre el que quiere” permite hacer un anuario detallado para entender por qué pasaron y cómo dejaron pasar las cosas que pasaron en este año que duró un lustro. Podemos ordenar la explicación en cuatro etapas: la cocina, la explosión de la corrida cambiaria y las respuestas inmediatas ensayadas, el toque del techo y el actual control de daños.

Sega Génesis

La primavera cambiemita puede situarse entre agosto y noviembre de 2017; entre indicadores que crecían holgados ante la baja base de comparación que eran sus pares de 2016 (pero que se situaban por debajo de 2015), un gradualismo fiscal financiado con récords de toma de deuda y ágapes en aeropuertos celebrando que el futuro presente de los vuelos directos lowcost a Londres; el éxito del oficialismo en las elecciones de medio término selló la sensación de que “el cambio había llegado para quedarse”. La sensación de éxito fue el caldo para que las internas dentro de la conducción económica tengan una nueva batalla, la cual terminó de dirimirse en la conferencia de prensa del 28 de diciembre, hace ya casi un año.

Sacrificio, solidaridad y paciencia como hashtags de la ausencia de amortiguadores en los volantazos de política oficial

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La pata monetaria del 2017 vino de la mano de la desaceleración de la inflación, la cual venía siendo exitosa en base a la política de metas y el uso de LEBACs como instrumento financiero del BCRA que desincentivaba la dolarización, haciendo atractiva una tasa de interés en pesos que ganaba competitividad real ante la inflación descendente. La garantía de continuidad de esta tranquilidad reposaba en que no tenga lugar ningún shock que tire del hilo de esa rueda de confianza y vuelva a las LEBACs una preocupación. Eso fue lo que empezó a romperse el 28 de diciembre. En conferencia de prensa, Peña, Sturzenegger y Dujovne anunciaron modificaciones en las metas de inflación. Esto podía ser leído como un sinceramiento del ritmo de evolución de las variables y estimular así mayor confianza, como apostaba Peña; o bien, ser leído como un relajamiento de la política monetaria, un “levantar el pie del acelerador” del objetivo des-inflacionario, como lo leyó finalmente “el mercado”, lo cual puede apreciarse en informes como el del banco Barclays de enero pasado. Efectivamente, con el cambio de metas el BCRA relajó su política de tasas. La lectura del mercado a estos cambios se materializó en la dolarización de carteras, llevando el tipo de cambio a un nuevo piso en torno a los $20,5.

En paralelo, enero de 2018 no solo inicia con un nuevo nivel de dólar, sino también con una nueva tanda de ajustes tarifarios. Ambos elementos afectaron el ritmo de desinflación, principal objetivo económico del gobierno hasta ese momento, que en marzo interrumpió sus valores descendentes al alcanzar 2,3%. Estos condimentos son fundamentales para entender las respuestas que se dieron a partir de abril/mayo al cambio de condiciones internacionales.

Pasaron cosas

Perro que ladra no muerde, pero el ladrido siempre es un aviso de algo. Luego de meses de ser anticipado por la FED e incorporado en escenarios y proyecciones de consultoras de todo el mundo, a fines de abril subió la tasa de los bonos del tesoro de Estados Unidos a 10 años, referencia de la tasa de interés internacional. En criollo, esto implica el encarecimiento del dólar en todo el mundo. Tomar deuda es más caro y, para ganar competitividad cambiaria, las monedas de países emergentes se deprecian para acompañar este movimiento. Esta fue la ficha de dominó que movió el tablero de nuestra corrida cambiaria. La primera lección que le deja a Cambiemos el 2018 descansa en que la confianza de los mercados es esquiva de mayores preferencias que las ganancias de corto plazo cuando todavía no sos “primer mundo”. Casi USD 200.000 de deuda después, el mundo nos recuerda que más allá de las cálidas bienvenidas, el financiamiento externo no solo tiene el riesgo de la carga de los pagos, sino de las condiciones de oferta, que pueden ser cambiantes. Una alta dependencia de financiamiento externo para tu estrategia económica te expone a menor capacidad para amortiguar shocks. Meses después, en conferencia de prensa, el Presidente Macri sostuvo que no estaba en los planes de nadie que la tasa internacional suba. Tal vez esta cándida y amable visión del mundo sea la razón por la cual Argentina haya sido el único país, entre sus vecinos y comparables, que sufrió el cambio de las condiciones internacionales. Tal vez la respuesta a esto esté en la pericia con la que se manejó el contexto, más allá de las visiones.

La primera lección que le deja a Cambiemos el 2018 descansa en que la confianza de los mercados es esquiva de mayores preferencias que las ganancias de corto plazo cuando todavía no sos “primer mundo”

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Lo cierto es que Argentina dio una respuesta tartamuda. Entrampada en sus objetivos de política económica, las señales que se dieron fueron confusas. Como dijimos, al inicio de la corrida cambiaria el principal objetivo de la conducción económica era bajar la inflación. En este sentido, se optó en primera instancia por no acompañar la suba del dólar con una depreciación del peso (siempre inflacionaria en nuestras pampas) dados los indicadores citados para marzo y, en su lugar, se liquidaron reservas internacionales para “contener a los mercados”. Los mercados respondieron con voracidad por dólares baratos, descontando que Argentina debía acompañar las depreciaciones brasileñas, turcas, y de otros países de Latinoamérica. El resultado fue la yuxtaposición de ensayos de solución por parte de la autoridad monetaria que desplegó medidas de todo tipo sin una estrategia: suba de tasa de interés, dejar libre el tipo de cambio, operar futuros de dólar para fijar precio o seguir cubriendo demanda con reservas. Cuando estas respuestas dieron sensación de desconcierto, la réplica de los mercados fue el desprendimiento de acciones y títulos argentinos y por ende, incremento del riesgo país. Es en este punto en que Argentina se acerca al FMI, buscando mejorar la confianza internacional. Hoy parece una anécdota, pero Argentina firmó con el FMI el acuerdo más ambicioso de la historia de la entidad. Un acuerdo que ya le pesó como herencia a Caputo, quien en junio reemplazó a Sturzenegger en la conducción del BCRA.

El mariscal Toto

Días antes de asumir como Presidente del BCRA, Luis “Toto” Caputo sostenía en un almuerzo en la sede de la UIA, en medio de la corrida del dólar, que el principal problema a solucionar no estaba en el precio del dólar, sino en la montaña de LEBACs que al correr riesgo de no ser renovadas, condicionaban la política monetaria. Sin LEBACs en el balance del Central, se recuperarían grados de libertad y se le daba más confianza al mercado. No importaba que nivel de dólar validase este objetivo, el stock de LEBAC debía reducirse. Menos de 10 días después, era el quien afrontaba ese trabajo sucio.

Hoy parece una anécdota, pero Argentina firmó con el FMI el acuerdo más ambicioso de la historia de la entidad

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El paso de Caputo por el BCRA estuvo marcado por la persistencia en la desconfianza internacional respecto de Argentina.Y la noción de riesgo estuvo presente en las respuestas dadas por el BCRA de Caputo. La pregunta a la que se buscó responder con cada acción y movimiento diario fue: ¿cómo generamos más confianza? La no renovación de LEBAC descomprimía “super martes” futuros al tiempo que ponía presión al tipo de cambio del momento. Desarmar la hoja de balance del Central de LEBACs y trocarlas por LETEs en pesos (que son del Tesoro, o sea, Hacienda) no estaba exento de fricciones debiendo, o bien convalidar tasas cada vez más altas o bien utilizar los dólares del acuerdo con el FMI para contener tipo de cambio. Con márgenes de acción muy limitados, la evolución de las noticias diarias pasó a ser psicótica, quemando todo paper sobre modelos teóricos de política monetaria. El BCRA respondía con políticas reactivas a los humores del mercado, que a cada paso corría unos metros el arco.

Esta fuerza de la inmediatez recrudeció ante un contexto internacional que no aflojaba. Tan solo dos meses después del acuerdo con el FMI, un episodio financiero en Turquía puso la mira sobre países como el nuestro, exponiendo la fragilidad local no solo a la suba de tasas, sino a la percepción de riesgo que la política de endeudamiento traía consigo. Así el dólar encontró un nuevo piso en los $29 y se configuraron las condiciones para el pasaje más duro de la corrida. El episodio de Turquía encerró las percepciones de confianza sobre nuestro país en un círculo vicioso: en agosto, Argentina empezaba a enfrentar las primeras dudas sobre su capacidad de pago, lógicas ante los caóticos cuatro meses precedentes. La falta de precisiones más puntillosas sobre un programa financiero incrementó la sensación de que Argentina podía empezar a mostrar problemas de pago en 2019. Esta desconfianza ahuyenta inversiones e incrementa las exigencias que el mercado impone para prestarle dinero al país, incrementando aún más la sensación de riesgo y reforzando las dudas sobre capacidad para pagar y refinanciar de un esquema económico que descansa en su capacidad de endeudamiento para ser exitoso. Un círculo vicioso donde como hay dudas sobre esta capacidad, el mercado se cierra más. Y como el mercado se cierra más, crecen las dudas sobre su capacidad de pago. Un círculo vicioso 100% alimentado por la política económica gubernamental.

Esta desconfianza ahuyenta inversiones e incrementa las exigencias que el mercado impone para prestarle dinero al país, incrementando aún más la sensación de riesgo y reforzando las dudas sobre capacidad para pagar y refinanciar de un esquema económico que descansa en su capacidad de endeudamiento para ser exitoso

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Para estabilizar estas condiciones de confianza, se necesitaba un anuncio que dé certidumbre sobre el programa financiero del gobierno. La forma en que este anuncio llegó, no obstante, fue la nafta para que la crisis encuentre su techo.

Ojo que se puede ir todo a la mierda

El 29 de agosto Mauricio Macri dio un mensaje de un minuto y medio al país. El mensaje que se necesitaba para dar certidumbre a los mercados. En su corta extensión, el mensaje atropellaba palabras para indicar que la respuesta a las dudas de los mercados iban a responderse con una extensión del acuerdo con el FMI, la cual debía ser negociada sobre la joven negociación pretérita de menos de tres meses. Una no respuesta sobre la cual se pagó una inmediata factura. El Presidente de la Nación quedó expuesto y el mercado olió la sangre; la corrida se profundizó al punto que ese mismo día el dólar superó los $34 y, al día siguiente, rebasó los $40. Aun en plena corrida, ni el escenario más pesimista planteado por economistas de distintas formaciones planteaba variables de esa magnitud tan pronto. Se dio a entender que no hay otras fuentes de financiamiento que el FMI y se anunció una extensión antes de ser aprobada, error que el propio FMI marcó como irresponsable en su análisis de octubre sobre el acuerdo argentino.

Hasta que el nuevo acuerdo fue anunciado en octubre, el BCRA continuó su política de frenar al dólar con tasa alta y reservas, elemento este último que el FMI limitó para sus futuros desembolsos en el cierre del nuevo acuerdo. La política económica ahora sí era sujeto de presiones del FMI en su diseño para renovar el apoyo. La mirada fiscalista que pone al equilibrio fiscal como la condición necesaria y suficiente para que todo se reactive terminó de enterrar lo que podía quedar de gradualismo. Fueron anunciadas retenciones a las exportaciones, se suspendió el fondo solidario federal (aka “fondo de la soja”) y se remitió un presupuesto de ajuste al Congreso. Se acabó el amor; para que vuelva a haber esperanza ahora es compromiso de todos sacrificarse. El desplazamiento de Caputo formaba parte de este cambio.

La llegada de Sandleris a la conducción del BCRA trajo un cambio rotundo en la política monetaria; flotación del tipo de cambio en un esquema de bandas y la expansión de la base monetaria en 0% hasta junio de 2019. Este combo y el anuncio de la extensión del acuerdo con el FMI que daba por terminadas las dudas del frente financiero 2019 impactaron en el frenesí de la corrida de forma inmediata, logrando una estabilización del dólar en los márgenes que propone la banda cambiaria y reconduciendo lentamente el factor inflacionario. Sin embargo, quedan sueltos los cabos de los efectos que tal dureza tiene.

La mirada fiscalista que pone al equilibrio fiscal como la condición necesaria y suficiente para que todo se reactive terminó de enterrar lo que podía quedar de gradualismo

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¿Cuánto te sale un dólar calmo? El factor que desincentiva desde el comienzo de la gestión Sandleris a la dolarización de carteras es la tasa de interés. La LELIQs, hijas de las LEBACs post Caputo, alcanzaron tasas de referencia de casi el 70%. Estas letras solo pueden ser suscriptas por bancos, reduciendo factores de incertidumbre que daban los “super martes” de LEBAC en poder del público. Esta férrea política de tasas, no obstante, va perdiendo cada vez más poder de fuego para controlar el tipo de cambio (que responde también a la evolución del riesgo país y factores de índole internacional) y estimula con mayor fuerza la especulación golondrina de inversiones de corto plazo a tasas que no existen en otro lugar del planeta. Independientemente del factor especulativo, las tasas a este nivel sostenido por varios meses como se viene dando, encarecen el financiamiento en pesos para empresas y personas; no ya para que una PyME invierta en una máquina, sino para que tenga caja de corto plazo. Las obligaciones de capital de trabajo son cubiertas en tramos PyMEs con liquidaciones de stocks a precios que no cubren un mínimo de rentabilidad y, en algunos casos, los propios costos. Una forma de re-encausar la inflación a costa de la misma existencia de negocios. En otro plano, un trabajador de clase media que hace la compra de supermercado con la tarjeta y en cuotas ve encarecida la tasa que enfrenta, debiendo consumir menos. La tasa alta deteriora la cadena de pagos. Y este efecto es solo una arista de los efectos que tanto la calma como su tormenta precedente muestran en la economía real.

Control de daños

No es noticia que el 2018 cerrará con la economía en caída, una inflación cercana al 50%, desocupación en alza, precarización laboral en aumento y los fundamentos de la economía real en jaque. La fuerte pérdida de salario real con la que este año va llegando a su fin impacta en el consumo; que a su vez aprieta sobre la rentabilidad de empresas que no venden y tienen costos tarifarios y de insumos dolarizados al doble de lo que estaban al inicio del año. Sin rentabilidad estas empresas reducen o suspenden sus planes de inversión; suspenden turnos, recortan horas o despiden. A su vez, el nivel alto de riesgo país, que ya superó los 800 puntos, dilata inversiones extranjeras genuinas y vuelven ciencia ficción a las prometidas PPP. El gasto público, recortado y bajo la lupa del FMI, tampoco es un factor del cual pueda esperarse mucho, volviendo sepia los efectos que la obra pública tuvo sobre los brotes verdes de 2017. Y las exportaciones, no tan sensibles como se hubiese querido al nuevo tipo de cambio, dependen en gran medida de una economía brasileña cuya velocidad de recuperación está por debajo de lo esperado hace 12 meses.

las tasas a este nivel sostenido por varios meses como se viene dando, encarecen el financiamiento en pesos para empresas y personas; no ya para que una PyME invierta en una máquina, sino para que tenga caja de corto plazo

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Sin embargo, para 2019 se espera una mínima recuperación o, mejor dicho, una interrupción en el deterioro. ¿De qué depende una recuperación en el 2019? ¿Para qué sectores y en qué magnitud? Las expectativas para el año que se inicia están puestas en el ingreso de divisas que las cosechas, que se esperan excepcionales, puedan aportar y en el despegue de Vaca Muerta. Pero, ¿cómo contagiar esto al mundo urbano, industrial y de servicios? En la medida que dichas expectativas se cumplan y la política monetaria y cambiaria que está aplicando el Banco Central logre terminar de estabilizar el tipo de cambio y la inflación empiece a desacelerarse sostenidamente, habrá más margen para que se estimule la economía real y, por ejemplo, baje la tasa de interés. No obstante, estos objetivos están condicionados por un contexto internacional volátil para mercados como el argentino. A su vez, en el mejor de los escenarios, el ritmo de este contagio no asegura inmediatez. La transición de este proceso hacia una economía en crecimiento donde se recupere el consumo es un desafío difícil de superar para asalariados y PyMEs. Muchos “peros” para pensar al 2019 en clave de recuperación optimista.

En medio de estas rigideces que jaquean la economía real, la recuperación plena de la confianza de los mercados internacionales es un punto de agenda que también apremia. La suba del riesgo país que es noticia en el cierre del 2018 nos recuerda que seguimos siendo frágiles en nuestro frente externo a pesar de estos meses de pax cambiaria. Y la lectura eminentemente electoralista de esta incidencia es, cuando menos, benévola. Lo cierto es que si había que esperar las elecciones del 2017 para transmitir confianza y aun así pasaron las cosas que pasaron en 2018; el argumento de que ahora el riesgo país está atado a que no gane “el populismo” las elecciones del 2019 tiene su talón de Aquiles en la historia reciente. El oficialismo, al no poder contener las corridas y dejándose correr la cancha por el mercado sistemáticamente, terciarizó el rol de garante de confianza en el Fondo Monetario Internacional para blindar el frente financiero hasta diciembre de 2019. La amenaza teórica de que el fuerte peso de los vencimientos que asoman a partir 2020 solo pueden ser refinanciados y manejados con un riesgo país bajo, lo cual es asegurado por la certeza de que gane Cambiemos, no solo es muy optimista respecto de la pericia del actual equipo de gobierno, sino que asume una baja probabilidad de suceso a que tenga lugar un nuevo episodio externo que presione sobre nuestra economía. Argentina sigue siendo frágil y eso va más allá de las encuestas con miras a octubre de 2019.

Lo cierto es que si había que esperar las elecciones del 2017 para transmitir confianza y aun así pasaron las cosas que pasaron en 2018; el argumento de que ahora el riesgo país está atado a que no gane “el populismo” las elecciones del 2019 tiene su talón de Aquiles en la historia reciente

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Los problemas estructurales de la Argentina están tan vigentes como al principio del mandato de Cambiemos. La restricción externa no fue resuelta y se recrudece en clave de futuro con el peso de los vencimientos post diciembre de 2019, la discusión de crecimiento vs distribución abierta por este gobierno en clave populista solo sirvió para que ambas categorías empeoren. El año electoral comienza con este divorcio entre promesas y realidad y ninguna opción política opositora está demostrando hasta el momento leer este escenario en clave propositiva. La pesada herencia del futuro gobierno, ya sea en clave de continuidad o cambio, deberá resolver estas cuestiones básicas para poder atravesar un momento delicado de la historia económica argentina.

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Comentarios

  1. Pedro Rafael Ottaviano

    el 31/12/2018

    Cuda relidad.Ineptitud en el manejo de la economía.

  2. Ana Giuggio

    el 12/01/2019

    Muy buena la nota, lastima no aparece el autor de la misma, o no lo encontre, si esta, pido disculpa

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