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24 de octubre 2015

Por Lucio Ferreira

El autor juega en la primera de Liceo Naval, club que finalizó en el puesto número 16 del torneo de la unión de rugby de Buenos Aires. Fue entrenado por el actual coach de Los Pumas y jugo contra varios de los que están hoy haciendo la hazaña.

DE SARMIENTO A IMHOFF

Tiempo de lectura: 4 minutos

 En EEUU hay un viejo dicho que dice que el béisbol es lo que ellos siempre quisieron ser y el fútbol americano es lo que en realidad son. En esta instancia del éxito puma lo que aparece es la fantasía de la Argentina deseada contra el país que somos; el rugby como un deporte exitoso en valores y resultados contra el fútbol y todas sus miserias. Esta es una comparación siempre peligrosa y producto de una tensión social nunca resuelta.

Solo el fútbol y el boxeo son los deportes que parecen tener verdadero anclaje en los sectores populares. La masividad y simpleza en la apreciación del fútbol es indiscutible; el resto de los deportes tienen que competir por el grato segundo puesto en popularidad. El rugby se enorgullece de sus atributos moralizantes: el respeto por el árbitro, la obligación de respetar tu camiseta y la del contrario; servirle una frondosa comida al rival después del juego acompañada de una eterna camaradería entre otras.

El espíritu amateur del rugby se sostuvo en la romántica idea de que no todo vale la pena para ganar

Lucio Ferreira
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ahí está el germen de lo se desea a la hora de admirar el presente de los pumas. El fútbol no es el rugby y el rugby no es el fútbol por un montón de razones positivas y negativas; el rugby no se juega masivamente en lugares en donde la producción de valores es un lujo burgués. Sin embargo eso no deja de ser una excusa para la faltas graves en cierta ética en el futbol; de control estatal en Fútbol Para Todos; las mafias; el vale todo y el mercantilismo de la violencia en la canchas, y su imitación por parte de los plateistas, y muchos ejemplos más.

Si bien ahora el seleccionado de rugby argentino parece ser el ejemplo del país que podemos ser, durante años este mismo equipo fue motivo de constantes burlas por sus “derrotas dignas”. Una metáfora de lo que “pudimos ser”. Ese chiste continuo, sobre todo en las redes sociales, habla mucho más del origen de ese resentimiento. En una sociedad en la que los méritos no funcionan linealmente, el resentimiento es una respuesta esperable y lógica. Lo que no se entiende es por qué esa burla no se da con el seleccionado de fútbol argentino: un combinado de jugadores multimillonarios. Suena más lógico disfrutar del fracaso en los que no van a sufrir reveses bancarios nunca, pero no, el espíritu crítico argentino (o tal vez cierta sensibilidad minoritaria, progresista o bienpensante, y que pretende representar lo popular) disfrutó más de ver caer siempre por poco a un equipo plagado de jóvenes con mejores oportunidades desde la cuna. La eterna contradicción de lo que queremos ser y lo que pudimos ser. Porque si cada selección (la de fútbol, la de tenis, los pumas, etc.) está obligada a ser un reflejo obligado de ese “lo que somos”, la selección de rugby nos impone este espejo: también, de algún modo, somos eso. Argentina también produce rugbiers que logran fascinarnos en el deporte colectivo más físico (en el sentido del uso de la fuerza) y a la vez, en la caricatura que se hizo de ellos en las noches porteñas o esteñas o atlánticas, cuando eran los chicos bien que se llevaban puesto un boliche, a los patovas, a los que se encaraban sus novias.

La última puma manía fue en el tercer puesto de los pumas en el mundial del 2007, eso produjo un aumento en la cantidad de jugadores federados y la oportunidad para que nuestro país pueda de entrar en el Rugby Championship, un torneo anual con las tres potencias del sur (Nueva Zelanda, Australia y Sudáfrica). Gracias a esta propuesta se consiguió financiamiento y hubo que armar estructuras de juego, entrenamiento y profesionalización del deporte. Lo que contagia de este equipo no es solo la oportunidad del éxito, tan deseada siempre en este país, sino la fantasía de lo que podemos ser, un equipo lleno de altruismo y de jóvenes deportistas con ambiciones personales y grupales que compiten contra naciones sajonas y organizadas; en un deporte en donde el despliegue físico y corporal es realmente protagonista. Y no solo eso, sino que también aparece lo de ganar con una idea juego, un proyecto logrado por la dirigencia y un grupo de argentinos organizados. Obviamente que si se mira de cerca cómo se construye el poder en la Unión Argentina de Rugby no es muy distinta a cualquier otra organización nacional. Tal vez con mejores resultados y la apariencia hermosa de una argentina blanca y próspera, otro de los grandes mitos nacionales.

Si bien podemos pensar que los ejemplos que promueve el rugby son honestos y ejemplificadores, hay que desconfiar mucho de quienes ven en un deporte una herramienta para moralizar y bajar línea; no le pidamos a un juego más de lo que es: un juego. Sí podemos admirar ciertas batallas en las formas que dio el rugby, el amateurismo como concepto de vida, los clubes como lugares de realización y contención personal; la educación de la persona como base piramidal como concepto de deportista. Estas cosas parecen ser admirables y estimulantes para imitar en otros procesos de la vida. Creer que el deporte es una buena forma de entretenimiento y no que está obligado a ser una sociología ambulante que nos dice “quiénes somos”. Es un juego, tiene reglas, da lecciones, tiene negocios, sufrimos, gozamos. Todo lo otro que produce el deporte es puro reflejo de lo que somos como sociedad y no al revés.

 

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Comentarios

  1. Luigi

    el 24/10/2015

    Creo que el esfuerzo físico que el mismo deporte requiere (de los más exigentes que existen) hace suponer que la entrega es mayor que en otros deportes (más de precisión). Eso atrae mucho, pues el argenino valora los “huevos” en todos los ámbitos (desde el deporte hasta enfrentar a los fondos buitres), considerándolos más importantes que la inteligencia, la planificación u otros atributos.

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